Jacqueline Alencar

Salamanca y un relámpago llamado Gonzalo Rojas

Tiberíades rescata estas impresiones escritas por Jacqueline Alencar en torno a la relación que mantuvo Gonzalo Rojas con Salamanca. El Premio Cervantes y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros, fue un hombre que tenía a Dios y no lo ocultó en sus poemas y en las entrevistas que le hicieron. Este texto fue publicado originalmente en el periódico SalamancaRTV al Día, con motivo del primer centenario de su nacimiento.

Este año 2016 se cumple el primer centenario del nacimiento de Gonzalo Rojas, poeta oriundo de Lebu (Chile). Y hoy quiero recordar con emoción a Gonzalo, su poesía; a Hilda Rojas May, su esposa y amiga. Como siempre digo, no soy especialista en nada, pero me importa la palabra. Solo quiero desempolvar pasos recorridos entre las piedras de esta dorada ciudad y su provincia, que da o quita, se enfada y luego ama, pero a la que se le perdona porque está cuando la necesitas y abre las puertas de sus murallas cuando vienes huyendo del caos en que se ha convertido el mundo.

Quizá debiera callarme, pero digo como Gonzalo Rojas: “A lo mejor debiera uno callarse. Pero no. Todavía no. Por lo menos todavía no. Estoy viviendo un reverdecimiento en el mejor sentido, una reniñez, una espontaneidad que casi no me explico. Es como si yo dejara que escribiera el lenguaje por mí. Parece descuido, y es el desvelo mayor. Estoy dejando que las aguas hablen, que suban las aguas, y que ellas mismas hablen”.

A. P. Alencart, Gonzalo Rojas y Jacqueline Alencar (Estación de Autobuses de Salamanca, 1990) Foto de Hilda R. May

Y hoy he recordado al amigo poeta en sus primeras visitas a Salamanca, ya que en los últimos años fue difícil el contacto debido al paso del tiempo. Rememoro aquella primera vez, en el año 1990, que nos visitó, con Hilda, gracias a la petición que le hizo a Alfredo P. Alencart un chileno, Mauricio Decap, que había pasado por aquí en aquella época en que muchos universitarios de Chile tenían que realizar unas pruebas en la Facultad de Derecho, debido a las restricciones que imponía la dictadura de Pinochet. Lo recomendó como un gran poeta que merecía leer sus versos en Salamanca. Y convenció, pues en aquellos tiempos la amistad se había convertido en familia de verso y espíritu. Costó conseguir un local y una pequeña ayuda. Pero al final pudimos deleitarnos con la voz potente de Rojas recitando el poema Carbón, dedicado a su padre. Leía muy bien su poesía; y lo sabía.

CARBÓN

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

[…]

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia
.

Y aquel otro que me encantaba por su carga de ironía, como lo es Desocupado lector:

Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida: la muchacha
es herida, el olor
a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos
números de la danza es
herida, la barca
del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel
diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol
es herida, Nuestro Señor
sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible
[por el cauterio del psicoanálisis es herida, el
Quijote
a secas es herida, el ventarrón
abierto del Golfo contra la roca alta es
herida, serpiente
horadante del principio, mar

[…]

Porque el erotismo y el humor caracterizaban su poesía. Ya lo dijo en una entrevista: “el humor es decisivo. Cuando el poeta se pone sentimental, cuando se desquicia en un patetismo, hace un arte menor…”.

Alfonso Ortega Carmona y Gonzalo Rojas (foto de Jacqueline Alencar)

Destaco también su preocupación por la realidad de su tiempo:

VII

Lo mío -¿qué es lo mío?-: esta rosa, esta América
con sus viejas espinas. Toda la madrugada
me juzgan en inglés. ¿Qué es lo mío y lo mío
sino lo tuyo, hermano? La cosa fue de golpe
y al corazón. Aquí
va a empezar el origen, y cómanse su miedo.

Asombradas quedaron las piedras de Salamanca ante el relámpago que originaban sus versos, tanto que sellaron con él un pacto de nuevos encuentros líricos. Aquel día mágico concluyó con una sencilla cena en el restaurante chino “Gran Shangai” que hasta hace poco desprendía sabores orientales en la Rúa Mayor, frente a la estatua del maestro Salinas. De allí nos fuimos a la estación de autobuses, para embarcarlos rumbo a Madrid, ya con cierta nostalgia. Nos encantaron por su capacidad de adaptación a cualquier circunstancia. Los adioses presagiaban que en la ruta entre Chillán y Utah (EE.UU.), Salamanca sería el sitio obligado para repostar.

Al año siguiente, en 1991, Gonzalo fue invitado a participar al encuentro de poetas que se organizaba dentro de los Cursos de verano de la Universidad de Salamanca, donde Alfredo era uno de los coordinadores. Ese año fue un lujo pues además de Rojas pudimos conocer a Emilio Adolfo Westphalen (Perú), Olga Orozco (Argentina), Álvaro Mutis (Colombia), Francisco Matos Paoli (Puerto Rico). Fuimos a recogerlos; nos esperaban en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde estaban hospedados. Arreciaba el calor, pero el viaje fue grato.

Ya en Salamanca, la semana de poesía sirvió para hermanarlos a todos. Las tertulias y caminatas fueron una delicia. Se hospedaron en el pequeño hostal que la Universidad tenía cerca del Rectorado, todo muy sencillo pero agigantado por los versos. Más tarde se unieron otros conocidos poetas latinoamericanos como Carlos Contramaestre (Venezuela), Pedro Shimose (Bolivia), Víctor Redondo (Argentina), Eugenio Montejo (Venezuela), Sergio Macías (Chile), entre otros.

Los poetas también leyeron sus versos en el Palacio Real, en un acto magnífico organizado por la Usal y Patrimonio Nacional. Fue el germen del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que se convocó el año siguiente. Parece que fue ayer que tuvimos el privilegio de compartir con estos amigos, algunos de los cuales ya se nos fueron, pero nos dejaron la poesía como una luz que no se puede apagar. Todavía vemos a Mutis con su esposa Carmen caminando por la plaza Mayor. A D. Emilio Adolfo mirando la estatua de Fray Luis.

Jacqueline Alencar, Hilda R. May, Carmen Ruiz Barrionuevo y Gonzalo Rojas (foto de A. P. A.)

La catedrática de Literatura Hispanoamericana, Carmen Ruiz Barrionuevo, y D. Alfonso Ortega Carmona, Director de la Cátedra Fray Luis de León de la Universidad Pontificia, le dieron grata acogida como a todos los que llegaban de la otra orilla. Ortega le abrió las puertas de la Cátedra de Poesía Fray Luis de León y Carmen Ruiz B. los introducía en la Universidad, y preparó una bella antología Cinco Visiones con motivo del premio Reina Sofía de Poesía con el que fue galardonado en el año 1992. Fue el primero de la larga lista de premiados que hoy tenemos. Salamanca le otorgó el reconocimiento que hasta entonces le habían negado hasta en su país por motivos políticos. Después vendrían el Premio Nacional de Chile y muchos otros reconocimientos a su obra. A Alfonso Ortega le dedicó su poema Diálogo con Ovidio: Leo en romano viejo cada amanecer / a mi Ovidio intacto, ei mihi, / ay de mí palomas, / cuervas más bien, pájaras / aeronáuticas, ya entrado / el año del laúd del que no sé / pero sé aciago. / Escriban/ limpio en el mármol: aquí yace / uno que no nació pero ardió / y ardió por los ardidos. (Fragmento)

Aquel día dijo: “Sin desdén por los aportes de las vanguardias y de las postvanguardias, ni por ese genuino cambio de aliento que proponía Paul Celan, me vuelvo hacia la edad en la que los poetas cantaban. Porque no basta con los elementos gráficos de un poema y hay que ir al descubrimiento de su horizonte musical. De ahí mi insistencia en el diálogo con el oyente y no sólo con el lector, lo que no implica en modo alguno la aceptación equívoca de la prosodia elocuente sino cierta participación de la gracia de lo irrespirable, algo así como el zumbido del silencio, al que convoqué alguna vez en los versos que siguen y que paso a leer:

AL SILENCIO

Oh voz. única voz, todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera,
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única vez,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro”
.

(Fragmento del Discurso de recepción del I Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana)

Gonzalo Rojas y Jacqueline Alencar, en Salamanca (foto de Enrique Hernández D’Jesús, 1991)

Gracias al premio, conocimos a los hijos y nietos de los Rojas. Recuerdo mucho a su nieta Catalina Rojas. Hilda estaba exultante, pues además era una especialista en la obra de Rojas, como se puede ver en su tesis doctoral titulada: La poesía de Gonzalo Rojas, que fue publicada por la editorial Hiperión.

Ese año recorrimos con ellos Ciudad Rodrigo y la Alberca. Disfrutaron del campo charro. Y en Salamanca gozaron de la compañía de algunos poetas como Luis Frayle, Verónica Amat, Raúl Vacas y Sylvia Miranda, entre otros, y el pintor francés Sylvain Mâlet.

Posteriormente, nos vimos varias veces, mientras Gonzalo participaba en encuentros que se organizaban en Madrid. Dejábamos Salamanca para quedar con Hilda y él en el café Gijón, por los menos un ratito para saludarlos.

Hilda siempre estaba a su lado, pendiente de todos los detalles y de los amigos. Por eso nos entristeció la noticia de su enfermedad. Hablábamos por teléfono para darle ánimo. Hasta que un 15 de julio falleció dejando al poeta sin su otra mitad.

Un verano pasaron unos quince días en el pisito que alquilábamos en Santa Marta, mientras nosotros visitábamos a nuestras familias en América Latina. Hablamos con el poeta Luis Frayle para que ejerciera de cicerone. Entonces se inició entre ellos una gran amistad. Antes de marcharnos, recuerdo que compartimos largas noches de conversación. También alababa la escritura de otros como lo podemos constatar en los poemas dedicados a Octavio Paz, César Vallejo, Juan Rulfo, Darío, Quevedo, Juan de Yepes, Huidobro, Pablo de Rokha, Cortázar… En esos días leyó la obra del poeta cubano Gastón Baquero, que también le fascinó.

Por aquella época, Raúl Vacas y Tomás Hijo le hicieron una interesante entrevista, de la que destaco su preocupación sobre cómo elaborar estrategias para que los jóvenes se acercaran a la poesía. ¿Cómo reconciliaría la poesía con la gente joven?, le preguntaron. Él contestó: “Esto es una urgencia de nuestros tiempos. Yo no propongo una defensa de la poesía en la cuerda estrictamente literaria. No soy un literato literatoso. Creo profundamente que no hay divorcio entre la imaginación científica y la imaginación poética. Pienso que debería haber en las universidades, de nuevo, una atención a la palabra poética, pero en diálogo con el ejercicio científico. ¿Qué es lo que ha pasado con la juventud? ¿Qué ha pasado para que se haya pospuesto la palabra poética y la adhesión de la juventud a la poesía? Creo que es esa suerte de anquilosamiento en lo meramente literario. El hombre de hoy, que se mueve por otras dinámicas, se cansa. Se podrían hacer, tal vez, seminarios, talleres, diálogos sobre estos temas de ciencia y literatura”.

A. P. Alencart, Gonzalo Rojas, Carlos, Emilio Adolfo Westphalen, Hilda R. May y Jacqueline Alencar, en Salamanca (1991)

El año 1998 fue la última vez que compartimos con Gonzalo en la intimidad de nuestra casa en Tejares. Llamó a Alfredo, desesperado, para que lo recogiera de donde estaba como invitado en un encuentro en Jarandilla de la Vera (Extremadura). Antes de enrumbar hacia Salamanca, él quiso visitar Trujillo en medio del sol abrasador. Se alojó en nuestro piso de Tejares, a orillas del Tormes; y allí él y Alfredo pergeñaron la publicación del libro “América es la Casa y otros poemas” (edición, antología y notas de A.P. Alencart), editado por la Casa de América, que sirvió para conmemorar sus 80 años; esta vez solo, sin Hilda, pero recordándola. Leo con nostalgia la dedicatoria que me regaló: “Para mi Jacqueline, única en su luz, que hizo este libro y mi alegría. Gonzalo Rojas. 11. 11. 98”. Yo apenas había corregido los textos, una labor en la que también contribuyó el poeta Raúl Vacas, con quien mucho compartimos también siendo muy jovencito. Y también le dejó una dedicatoria a Alfredo: “Ay, Alfredo mío Pérez Alencart, ¿qué hacemos los poetas si tú nos los das todo? Gonzalo Rojas. 11-11-98”.

Dice Pérez Alencart sobre el citado libro: “Para quien busca un fulgor perdurable que le sirva de faro frente a enconosas situaciones, hallarse en condición de editor de unos textos de Gonzalo Rojas es como sentirse el invitado de privilegio en un festín de la palabra y el pensamiento. Nada hablaré de la sólida escalinata por donde transita mi amistad con esta alta luz de Chile y de Iberoamérica. Él y su familia saben de los afectos magmáticos que les profeso”.

Uno de los poemas escritos en este libro dan constancia de la plenitud en la que se encontraba el poeta a sus 80 años. En los versos de Ochenta veces nadie, dice: ¿Y?, rotación y / traslación, ¿nos / vemos / el XXI? ¿Nos / vamos o / nos quedamos? Van 80, / y qué. De nariz / van 80, de aire, de mujeres / velocísimas que amé, olí, palpé, de […] Habrá viejos y viejos, unos / vueltos hacia la decrepitud y otros / hacia la lozanía, yo estoy / por la lozanía, el cero / uterino es cosa de los mayas, no hay cero / ni huevo cósmico, lo que hay en este caso / -y que se me entienda de una vez- es un ocho / carnal y mortal con mis orejas de niño para oír el Mundo, un ocho / intacto y pitagórico, mis hermanos / paridos por mi madre fueron ocho, los pétalos / del loto, la rosa de los vientos, lo innumerable / de la Eternidad, mi primer salto al vacío […] Así las cosas, ¿nos entonces vemos / el XXI? Los / verdaderos poetas son de repente: nacen / y desnacen en cuatro líneas, y / nada de obras completas, / otros / entreleen a su Homero por ahí en inglés entre el ruido / de los aeropuertos a falta de Ilión, / Hölderlin / fue el último que habló con los dioses, / yo no puedo. El Hado / no da para más pero hablando en confianza ¿quién / da para más?, ¿el aquelarre / de los nuevos brujos de la Física?, ¿el amor?, pero / ¿qué se ama cuando se ama?, ¿las estrellas?, pero ¿quiénes / son las estrellas profanadas como están por las / máquinas del villorio? / Lo / irreparable es el hastío“.

Dedicatoria de Gonzalo Rojas a José Alfredo Pérez Alencar

Caminamos por Salamanca revisitando sus rincones y también dio un recital organizado por el Vicerrectorado de alumnos de la Usal, al frente del cual estaba Enrique Cabero. La Universidad ya era su casa y podía llegar en cualquier momento, incluso sin avisar. Otro enhechizado por Salamanca. Por esos días también mi hijo José Alfredo, de cuatro años, le seguía por la casa, encantado pues se había acostumbrado a los poetas y escritores y se quedaba horas escuchando las charlas. Lo llamaba “abuelito Gonzalo”, pues para él todos los amigos eran sus tíos y abuelos, siguiendo esa costumbre latinoamericana de que los amigos más íntimos se convierten en parte de la familia. Y a veces ya no sabes si son de sangre o de amistad. Gonzalo le regaló su Antología de aire (Fondo de Cultura Económica. Selección de textos de Hilda R. May) con esta dedicatoria: “A José Alfredo, hijo de Alfredo, hijo de Jacqueline, y cuantos Pérez Alencart vienen el XXI. Un beso. Gonzalo Rojas”.

Como si adivinásemos que sería la última vez compartiendo como amigos en la intimidad, charlamos mucho y prometimos volver a vernos en Tejares. Revisamos los álbumes de fotografías donde ellos aparecían y se las llevó casi todas. Hasta el próximo año, nos dijo, pidiéndonos que no olvidáramos el día 15 de julio, fecha en la que había partido Hilda.

Volvimos a verlo y escucharlo por última vez en Salamanca, en el aula Salinas del Edificio histórico de la Usal, durante una actividad organizada por la Universidad. Me acerqué y le di un abrazo rápido pues estaba muy ocupado. Sabía que sería el último. Luego nos conformamos con leer de sus logros y pensábamos en Hilda que tanto había apostado por esos valiosos versos que salieron de Chillán hacia el mundo. Sabiendo que Salamanca había sido el epicentro que había propiciado ese terremoto llamado Gonzalo Rojas. Un poeta al que le dolía su oficio: “Quiero decirlo de una vez: me duele este oficio. Aunque no haya nunca otro mayor, como está escrito en el relámpago; ni el que te hace sabio ni el que te hace poderoso, pero hay que merecerlo. No transar con el éxito ni con la adversidad. Porque, dicha o desdicha, todo es mudanza para ser. Para ser, y más ser; y en eso andamos los poetas. Tal vez por ello mismo no funcionemos bien en ningún negocio; ni del Este ni del Oeste. Y nuestro negocio único tenga que ser la libertad”.

Que así sea, recordado Gonzalo. Nos quedamos con lo vivido en la época del relámpago.

Y termino con ese poema Imago con gemido (de la Antología de Aire) que menciona a Dios: Demasiado pétalo en el ruido, pintarrajeada / apariencia espacial, turbosílabas / que no alcanzarán el acorde / original de las nubes, por mucho / que me corte esta oreja y le diga a mi oreja: -Cállate, / oreja, hay que oír / con el ojo, pensar / pensamiento con la otra física / pineal, libre de lo salobre / del sentido, no andar huyendo de mi Dios, ser / uno mismo mi Dios, hablar con Él / despacito; // 2 / iban, / no sé, irían / a dar las tres en el aire // 3 / cuando Él llamó a Pedro y vino Pedro / por esa puerta, se sentó / en mi silla, escribió / en arameo, siguió escribiendo / por mí / llorando.

Jacqueline Alencar, Gonzalo Rojas e Hilda R. May, en Ciudad Rodrigo (foto de A. P. Alencart)

Jacqueline Alencar Polanco (Cobija, Bolivia, 1961), es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Federal de Mato Grosso (Brasil). Antes de venir a España, becada por la Diputación de Salamanca, trabajó en instituciones públicas en el área de planificación y proyectos de desarrollo. Desde hace varios años, junto con su esposo, se dedica a la publicación y corrección de libros de poesía y ensayo. También realiza traducciones del portugués al castellano para algunas editoriales. Es directora de la revista  “Sembradoras”, desde su aparición en el año 2007 y colabora como voluntaria en Alianza Solidaria (AEE). Desde 2010 mantiene una columna dominical en el periódico Protestante Digital, además de colaboraciones esporádicas en Salamanca al Día y Tiberíades.

En el balcón del Ayuntamiento de Salamanca, con Plaza Mayor

(Imagen de cabecera: Gonzalo Rojas junto a Hilda May, su esposa. Salamanca, 1992. Foto de Jacqueline Alencar)




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