DOMINUS IESUS
Señor Jesús, y las hogueras
para los herejes cristianos.
Sal para sus tierras,
tortura al condenado.
Señor Jesús en las almenas,
con las espadas en alto,
por dos palmos apenas
de la tierra santa de tu patio.
Señor Jesús, y tu sangre
en un río de sangre humana,
clamando por los perdones
que sabes que nunca llegaron.
Señor Jesús, qué lástima,
tu nombre en latín marcado
para llamar otra vez
vino al agua
y Roma al cristiano.
Señor Jesús, perdónanos,
por este “monopolio santo”
de tu patente registrada
en el Calvario.
¡Qué precio pagaste, tan alto,
para un uso tan vil, tan bajo!
Señor Jesús, que tu nombre
sea el nombre que nos una,
no en un pulso de hombres
que defienden sus capillas,
sino en la verdad última
de la noche,
en silencio y de rodillas.
COMO DECÍAMOS AYER…
Como decíamos ayer…
un día, revela el Libro,
es lo mismo que mil años.
Y tú Fray Luis sin conocer
más metrónomo que el ritmo
del zig zag del relámpago.
Adiós al mundanal ruido,
Jesús se alejó en una barca.
Y tu Fray Luis, como Machado,
seguiste el tenue sonido,
la estela de su pisada.
El Rey andaba descalzo.
Ando sobre el Tormes, y sé,
porque oigo el eco de tu voz,
que ahora –ya sí– sólo Dios,
como tú decías ayer.
EL QUE ANDA EN EL DESIERTO
¡Mirad! ¡Soy el que anda en el desierto!
Mi cabeza se flanquea de blancas dunas,
y es de arena cada uno de mis huesos,
como la totalidad de mi arquitectura.
Camino, y aún no sé por qué no me derrumbo.
La esperanza es un horizonte inalcanzable.
Cualquier camino es perder el rumbo;
y esperar el espejismo mortal de un oasis.
No encuentro un solo apoyo, refugio o amigo.
Estoy y me sé solo. ¿Solo?
Ni siquiera eso. En el aislamiento en que vivo
soledad es la simple metáfora del oscuro todo.
Porque cuando de verdad se ahonda el desierto,
y te engulle, y continuamente te rompe
contra una pared de silencio y luz,
descubres el terrible y oculto misterio:
la verdadera soledad no tiene nombres.
¡Ni siquiera mi nombre! Sólo el tuyo, Jesús.
Pero no sé en qué lugar de mi te escondes,
ni cuánto más aguantaré arrastrar mi peso,
que me ancla en una pesadilla sin fin
mientras ando sobre la ceniza viva de mi tiempo.
YO NO QUERÍA SER SOL
Yo no quería ser sol, sino luna.
Aunque en la sangre me corrían
estrellas,
y me ardía una llama de siglos
por entre las acequias rojas
de mis venas.
Pero no quería ser sol, sino luna.
Ya me lo avisaron los girasoles
una noche
en que los relojes no tenían agujas:
Ten cuidado, niño,
mira, que sólo se ven penumbras!…
Pero yo no quería ser sol, sino luna.
Y me puse zapatos de plata,
y busqué una guitarra de cuerdas noctámbulas
para cantar en horas de vela,
junto a los faroles
de la Universitaria.
Porque no quería ser sol, sino luna.
Las luciérnagas gritaron,
entre los resplandores
de la oscuridad horadada.
Vete deprisa, vete!
Pero las miraba sin oírlas,
No sabían
que estaba en mis trece
de que, definitivamente,
no quería ser sol, sino luna.
Y se me fueron haciendo de pedernal
los labios,
y en mis ojos enraizaron penumbras.
Sueños locos de juncos rotos
rodearon mi cuna.
Porque no quise ser sol, sino luna.
ABUELA
Abuela,
se te están escapando los años
por entre las madejas
de azahar perenne, florecido
en lo alto
de esta tu tardía primavera.
Tienes en tu alma, abuela,
el ayer de lirio;
y el hoy, tan inminente,
de niña asustada que espera
el barco de la noche,
tu espalda junto al muelle
de las montañas negras
de la muerte.
Abuela,
sabes que no sólo te quiero,
sino que también soy parte
de tu sol y de tu viento.
Que llevo dentro
algo de tu dulce burla,
y de tu risa.
Como llevabas tú
el cántaro de las fuentes
de tus mayores,
y mil soledades de islas
sin archipiélagos.
Abuela,
lo que sé de cierto,
y me descansa,
es que tienes a Dios
en el mástil de tu barco.
Él será la vela
que, en la hora desvelada,
te lleve al buen puerto
de la Jerusalén nueva.
Allí descansarás,
y me recibirá tu abrazo
el mismo día que yo muera.
Abuela…
CUANDO MUERA
Una ola es un poema,
dos olas una montaña,
tres olas la cordillera
de espuma de Punta Brava.
Llévame al mar cuando muera,
llévame al mar marinero,
que oiga atronar las gargantas
de los cañones de las mareas.
Un pino es una promesa verde,
dos pinos una araucaria,
tres pinos una esmeralda
junto al cofre abierto de Ucanca.
Llévame allí cuando muera,
llévame guanche a mi patria,
que vea volar la luna roja
por los cielos azules de Masca.
Un beso tuyo es una promesa,
dos besos una orquídea blanca,
tres besos son nuestros hijos,
nuestro hogar, nuestro Dios, nuestra casa.
Llévame en tu corazón cuando muera,
llévame amor en mi amada,
que pueda besar tu suspiro
cuando despierte el alba.
Una oración es un ruego,
dos oraciones, espada.
Tres oraciones el reto
de la noche más larga.
Llévame, Dios, cuando muera,
llévate, por tu gracia, mi alma,
que junto a ti permanezca,
siempre mar, cielo, beso y alba.
Pedro Tarquis Alfonso (Santa Cruz de Tenerife, 1954). Poeta, periodista y médico en un hospital de la sanidad pública de Madrid. Tiene publicados dos poemarios: Mirad@zul y Desde el huerto interior llamado alma. Es miembro de la Junta Directiva y Presidente de la Comisión de Imagen y Comunicación de la Alianza Evangélica Española, además de Vicepresidente del Consejo Evangélico de Madrid, entre otros cargos representativos del protestantismo español. Es fundador y actual director general del diario online Protestante Digital y de Areópago protestante, entidad jurídica que aglutina diferentes medios de comunicación y que entrega anualmente el “Premio Unamuno, amigo de los protestantes”. Es miembro del Consejo Asesor de Tiberíades.
One thought on “Poemas de Pedro Tarquis”
leopoldo lopez samprón 19/03/2019 at 10:20 am
pEDRO, NO CONOCÍA NINGÚN POEMA TUYO (mis sincera disculpa) ME GUSTAN
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