Tiberíades ha invitado al poeta y ensayista Ilia Galán para que nos haga conocer cuatro poemas de su libro La Cruz dorada (Ars Poetica, Oviedo, 2017. Prólogo de José Jiménez Lozano), un libro con genuino anclaje cristiano, sin complejos. Galán (Miranda de Ebro, Burgos, 1966), es profesor Titular de Estética y Teoría del Arte en la Universidad Carlos III de Madrid y profesor invitado en las universidades de Oxford, Harvard, la Sorbona, New York University, etc. Columnista habitual en El País, y otros periódicos de Castilla y León. Entre sus libros, editados en varios idiomas, destacan las novelas: Tequila sin trabajo (2000); Tiempos ariscos para un extranjero (2001) y Todo (2004); los poemarios: Tempestad, amanece (1991); Arderá el hielo (2002); Amanece (2005); Ars Sacra (2011), Umbria al sol (2013) y La cruz dorada (2017); de su poesía se han editado cuatro antologías. En teatro ha editado: Después del Caos (2011). Teatro en el templo de Salomón (2013) y Pintar el Crimen de los símbolos (2014).

Oxford, Magdalen College, 26 de agosto de 2007
El dolor clavado con oxidadas saetas
por la mano sucia de nuestra sombra más siniestra
echa sangre negra sobre el sillón de piedra.
Los jardines refulgen todavía con prestada belleza
del Dios que por ellos pasó rozándolos.
El Sol del ocaso ilumina mi pluma
y vuela.
Recordar las páginas rotas y
comidas por los hongos
que al pasado huyeron
me pinta en la mente un retrato
que pudo haberse desfigurado
mientras mi vida era perdida
entre las bragas de una mujer nueva.
Pero freno mis caballos sobre las nubes
y me dejo en manos del gran silencio
que resuena en mí con su caricia
señalada por el Eterno.
Galicia, playa en la ría de Villarrube, 24 de agosto de 2010
Señor, ante vos soy mosca
que el viento lleva, pesarosa,
pero nuestro amor
me transmuta en águila de alas inmensas
llevado en tu altísimo vuelo.
Ante vos con temor no me arrodillo
sino entre tus besos,
para besarte las llagas
que en tus pies y en las manos
de tu corazón
mis injurias hicieron.
Ante vos soy príncipe, niño,
tu hijo, y el caballero más valiente
invencible con tu bandera
ondeando al viento,
un mar inmenso por delante
y mil veleros para descubrir nuevos universos,
conquistados ya por nuestros comunes anhelos.
Y tú, mi Rey amado, ante mí te arrodillas
y acaricias mis sucias mejillas
y tus besos a veces me despiertan,
tú, que por mí llevar quieres
las oxidadas cadenas
que en mi mente apenas resuenan
con sus ecos lastimeros.
Tú eres, Amor, mi Señor,
por mí muerto en el tormento
y por ti también yo muero
porque no muero
y tal vez apenas quiero
y no sé saberlo.
Gredos, Candeleda, Garganta de Santa María, Roca del Espíritu Santo, 1 de diciembre de 2007.
Vine a buscarte, Señor del Amor,
a nuestro secreto santuario
sobre la montaña de los bosques sagrados.
El automóvil no funcionaba y,
ya arreglado, mis pasos se retrasaron
para beber combustible, comer algo,
mientras las fuerzas se escapaban hacia un árbol.
Por fin llegué a donde las máquinas
no alcanzaban
y planté tus cipreses y otros colosos en su germen
para que la tierra saltase de nuevo
hasta tu cielo, claro y abierto.
Solitario subí por la vereda
que siguen las bestias,
leyendo, montañero,
el Cantar de los cantares
y mi último libro: Amor y Tú.
Mareado, las rocas confundían mis ojos,
arroyos y hojas que no habían sido leídas
vestían los suelos de viejos otoños recién nacidos
y explosiones de estrellas
inundaban mis pupilas rotas
con otra noche, apagadas las farolas.
Trepando, llegué al promontorio sobre
los abismos,
al fondo un río bramaba brillando,
fluido de diamantes que los peces
horadaban con su plata afilada de vida sumergida.
Extraje mi cuchillo para devorar
y corté, junto a los alimentos, mi dedo.
Sin señalar ya, me tambaleo,
Señor del Amor, en tu espera.
Una mata de espino que hace años
se clavaba en mi cuerpo
ha sido por fin cortada
con pensada violencia
y en tu trono de roca me he asentado,
esperándote,
caído por mi lluvia de pecados.
Pero sé que vendrás, aunque te hagas desear
pues nunca fallas, Amor, sobre todos los dioses.
Inglaterra, Wells, 26 de agosto de 2008
Poder sacerdotal derramado en sus templos,
derretido en gotas de belleza sobre piedras
que se creyeron eternas.
¿Y el amor que nos guía y quema?
¿Y el vivo genio que arrebata
a la duda las masas y la fe les entrega
en lo más alto y hermoso
de nuestros internos firmamentos?
¿Y el fuego en el corazón que a los débiles conforta?
Hablan las rocas talladas como la Sacra Paloma
del Libro.
Los sordos, miles, pasan.
Cae la tarde, pero habrá estrellas
en el inmenso campo de nuestra noche.
