En este tiempo que vivimos, acechados por una nueva peste, encarnada en la pandemia por el coronavirus, rodeados por la muerte que se ha esparcido por doquier, pareciera que estuviésemos caminando a tientas, en un mundo entre tinieblas. Aquí, en el contexto de esta intemperie de sombras que padecemos, aparece el más reciente libro del destacado poeta peruano-español, Alfredo Pérez Alencart, titulado El sol de los ciegos (Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2021). Poemario que se presenta con su fuerza luminosa, con la intensidad de su palabra, que se constituye en un sol salvífico para tanta vida actual oscurecida. Así, el poeta al hablarnos con su voz clara, solidaria, que hace empatía con el dolor del prójimo, del otro que sufre en la noche más negra, porta la antorcha encendida de su verbo creador, contribuyendo a despejar nuestras moradas en penumbras. Pérez Alencart, con su decir diáfano, alejado de personalismos ególatras, se identifica amorosamente con las carencias del otro, comparte sus plegarias por los que han desaparecido, expresa un conjuro contra la enfermedad, denuncia la falta de solidaridad de los hermanos, ya que no entran en el suplicio de los abandonados. El poeta no teme interpelar a sus semejantes, alzar su voz en contra de los fariseos de hoy, la humanidad hipócrita que no hace mea culpa por el desdén con que miran la miseria en que viven muchos de sus congéneres.
Y, ¿qué es lo oscuro, en este mundo convulsionado donde habitamos? Según Pérez Alencart, es la ceguera cotidiana que nos envuelve, la contienda permanente entre hermanos, el estar rodeados por la envidia, la locura, la violencia, el odio atávico de unos hacia otros; es padecer el destierro, ser un migrante, un forastero en tierras extrañas; es el permanecer sin cobijo, ser desoídos al reclamar las necesidades más elementales; es también, sufrir el vejamen de los mercaderes hambreadores, de los saqueadores del erario público, es sentir la espada de Damocles de los prestamistas usureros en nuestros cuellos; y, algo lamentable, el hecho de ser víctimas, del poder tiránico que nos devora.
Y, ¿cómo enfrentar tanta calamidad, tanta oscuridad que no pareciera tener fin? El poeta ofrece, entonces, el refugio del verbo resplandeciente, del fuego salvífico en la palabra bienhechora; ella es un regalo precioso que nos da aliento, nos acompaña con su tierna calidez en los días de frías tormentas. Él nos aconseja que debemos abrazar y aferrarnos a las ramas del árbol del Amor. Por y con el Amor de la Amada, de la princesa, el poeta ha podido atravesar el reino de las sombras, sobrevivir al eclipse que enceguece; con ella, la compañera, «el cuerpo gemelo», la gacela, ha ido en búsqueda de la tierra más iluminada; esta, al encarnar a Eva, la representación arquetipal de lo femenino, de lo maternal, es la que en la noche más cerrada, «preña de luz al hombre». Así, la esposa conforma ese espacio de luz primordial, la savia que nutre, besa y acoge, y a la que el poeta, cuando va a la deriva entre tinieblas, se arrima a su reino amoroso, aspira el aroma de sus rosales, y resurge a la claridad balsámica.
Otra fuente de luz altruista, propuesta por el autor, sería la de transitar la senda del perdón, consigo mismo y con los demás, tener sed de paz, de sosiego, procurar ir despacio en el maremágnum vertiginoso que atosiga; vivir sin lujos, sin prebendas; alejarse de las contiendas, de los que mienten; también nos recomienda, que dejemos de lado las armas, y tratemos de convencer con las palabras de la unión, de la concordia, de la benevolencia; igualmente, nos dice que sembremos la pequeña semilla, para que dé frutos de grandeza, y así poder renacer, entonces, en un campo de trigo resplandeciente.
Otra bella manera de contrarrestar los instantes de penumbras, sugerida en esta magnífica publicación, es la de reconocer los rayos de luz, que emanan de nuestros amigos y familiares, en una fraterna convivencia; de esta forma, andar de la mano y estar cercanos al corazón de los amigos, es un abrevadero, un remanso, un «pasaporte» de bondad, en nuestro viaje vital. En este sentido, el poeta habla de prodigar los afectos, las flores, aplaudir y alegrarse del éxito ajeno; todo esto debe hacerse en vida, sin esperar a que llegue la muerte de esa persona querida. Se configura así, una poética de la concepción del mundo, del papel del poeta en este devenir, que es, al mismo tiempo, también una ética para la existencia, para seguir adelante en comunión armoniosa con nuestros semejantes, a pesar de las diferencias, de las controversias en los días grises. Una visión teñida de compasión, en consonancia con estos tiempos dolorosos, ya que es necesario dar un abrazo, que toque profundamente el corazón, a los que han perdido amigos y familiares, tras los embates de la pandemia. Pérez Alencart expresa así, su sensibilidad cristiana, siguiendo las enseñanzas del maestro galileo, un ejemplo que siempre hace falta mencionar, sobre todo, como refiere el poeta, al recordar las parábolas prodigiosas, dichas por el hijo de Dios, y que continúan siendo un faro generoso, que guía en medio de la devastación del presente.
Destaca en el poemario, la sapiencia y lucidez, con las que el autor nos muestra, cómo mantener la esperanza frente a tanto sufrimiento, al decir, «… No es poco tener esperanza/ cuando la aflicción/ se activa, y la vida cede/ ante flagelos que sortean/ fronteras.// Todo esto pasará…» Esta mirada optimista, se manifiesta en la alusión al poder siempre regenerador de la naturaleza, como sucede cuando la primavera reverbera, con sus flores del asombro, perfumando de nuevo la vida, en una resurrección que rescata del mundo de sombras, y que deja pasar la luz añorada, para ver los brillantes días por venir.
Al final de este viaje, el poeta regresa en paz, reconciliado, después de vivir en el invierno de fatigas, de los días turbios y tormentosos; él vuelve al hogar del mundo, a su morada íntima, el lugar del Amor, de la amistad, del reencuentro con el lado bondadoso de las personas, al refugio de la primavera, con sus flores, frutos, con el arrullo del canto de los pájaros, y del sonido musical de las aguas. Todos estos sitios, son recintos para abrazar la nueva dicha, el renacer de la mirada diáfana, al contemplar amaneceres espléndidos, así como acontece, cuando él llega y es recibido por esa «casa inmensa», la adorada ciudad de Salamanca y su querida Universidad, que lo han recibido amablemente y le han dado cobijo, en sus espacios de memorias y leyendas de centurias. Entonces, abre sus ventanas internas ciegas, deja entrar toda la luz salvífica, deja llenar sus ojos por el sol benefactor, presente en sus versos de alto sentido ético, humanístico, de elevada belleza formal y de pensamiento, y otra vez torna a la vida. Sus lectores, que también lo hemos acompañado en la travesía, le agradecemos por este libro precioso y lúcido, profundamente conmovidos.
Barquisimeto, Venezuela, Diciembre, 2021.

José Luis Ochoa (Valle de La Pascua, Venezuela, 12-03-1965). Poeta, ensayista, psiquiatra, Corrector ortotipográfico y de estilo, de textos académicos y literarios, Curador-Editor de Revistas literarias, y docente universitario. Ha publicado los poemarios De viajes y Encuentros (Fondo Editorial Pequeña Venecia – Fundación CELARG, Caracas, 1994), Poemas (Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1994), Cantos hiperrealistas (Grupo Editorial Eclepsidra, Caracas, 1997) y Ruinas vivas (Editorial Eclepsidra, Caracas, 2013). Fue ganador del Premio de Poesía Fernando Paz Castillo, otorgado por el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) en 1992, con su poemario De Viajes y Encuentros. Sus poemas y ensayos han aparecido en diarios y revistas literarias, nacionales e internacionales, tanto en papel como en medios digitales. Su obra poética ha sido incluida en varias antologías de poesía venezolana y extranjera, siendo lo más reciente, la publicación de uno de sus poemas en Nubes, Poesía hispanoamericana (Editorial Pre-Textos, Madrid, España, 2019). Fue miembro del Grupo literario Eclepsidra, de Caracas y de Maltiempo Editores, Grupo literario y editorial de Barquisimeto. Es profesor de la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy (UNEY), donde imparte la cátedra Lengua y Tradición Cultural. En esta misma casa de estudios, estuvo a cargo de la Coordinación Académica del Diplomado Gilberto Antolínez, para la formación de Cronistas, y fue integrante del Consejo Editorial de In Situ, Revista de Investigación y Postgrado. Forma parte del Grupo Poetas sin fronteras/Ablucionistas, quienes realizan encuentros poéticos de lecturas virtuales, con sede en México, y participa como Curador-Editor en el portal www.ablucionistas.com.
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Foto de cabecera: Alfredo Pérez Alencart con su nuevo libro