Tiberíades se congratula en difundir algunos poemas del libro “Echo de menos el olvido”, Premio único Concurso Literario del I Festival Internacional de las Artes “Qosqo T´ikarinampaq” (Cusco, Perú, 2019).
TRILCEMENTE
I, desgraciadamente Vallejo, el dolor me fecunda a treinta minutos por segundo. Sin embargo, hablo de la esperanza como el pájaro salvaje que llora en el tejado.
Trilcemente.
Todavía quedan los que amanecen con la noche adherida
a los ojos.
Los que hablan de amor con las uñas astilladas en el corazón.
Los que guardan un mechón de canas para su futura juventud.
Idos en sí como hacia un viaje al fondo del espejo, todavía quedan.
Todavía son los menos quienes miden el volumen de sus años
en su joroba. Los que por hambre de venganza mueren sin comer
y por su afán de llegar lejos apenas y cruzaron a la otra acera del olvido.
Vallejo, hoy que te escribo en el ayuno de la luz, la cojera del reloj
y la sed del papel; intento responder a la pregunta que olvidaste
en una banca de París:
Aún nos preocupa la salud del otoño. Aún creemos en la reencarnación de las estrellas. Aún nos damos una palmada en el hombro cada que nos encontramos en el lomo de las sagradas escrituras. Aún nos gusta vivir enormemente aunque vengan unas ganas ubérrimas de no haber tenido corazón. Aún llora la partera el aborto del alba. Aún la rosa se quema en su lujuria. Aún nada ha cambiado si miras el álbum de familia donde Dios no está presente porque estaba enfermo.
Aún el olor del pan es la primera campanada de la tristeza
y en la visión de la lluvia ofician los pájaros la oscura sinfonía
de la muerte.
Cruza el crepúsculo por nuestra casa con su manto impalpable, hoy también dormirá sin comer.
Trilcemente.

El pájaro de fuego quiso volar lo más alto para alumbrar
la dulzura del hombre parado en una piedra y optó por posarse
en la oración de mi madre.
Yo creí conocer la silueta que ardía bajo el arco de luz,
la observé consumirse hasta ser la semilla de algún espejo.
No estaba seguro si las miradas lánguidas eran la cicatriz del frío hasta que me palpé el mentón cuando el invierno no había alzado vuelo de mi rostro.
Vallejo, tú que eres el único que anduvo bajo la lluvia
sin mojarse porque el hábito lo llevas por dentro.
Tú que no sabes de naufragios porque sobreviviste a la tormenta en los ojos de tu madre.
Dime cómo es que hay que caer para no rodar cuesta arriba hacia la muerte.
Cómo saber que del nido más alto no soltará su esqueleto la pobreza.
Cómo saber que las orillas de un río no son las alas de un ángel sediento.
Cómo saber qué adioses son como zancadas para el alba.
Cómo saber por qué la luz cae sobre mi pecho como un pájaro que se posa a morir.
Yo supe que era dolor cuando ya no hubo nada que llorar.
Trilcemente.
Caigo de la memoria del ciego, trilcemente.
Juego a la ronda con los niños desayunados, trilcemente.
Abro la puerta que me lleva a tu silencio, trilcemente.
Abrigo el rocío de mi rostro, trilcemente.
Naufrago en la humedad de un sexo, trilcemente.
Celebro la primavera de las estrellas, trilcemente.
Escribo el nocturno de las sirenas, trilcemente.
Contemplo la danza de la luz sobre el agua, trilcemente.
Recibo el amor de las muchachas, trilcemente.
Hoy llueve solo para la ventana del que adolece
la profundidad de su perfil. De los que de disturbio en disturbio andan rodando entre sus manos como por un sinuoso tramo de camino.
El frío entra por tu retrato. Por tus ojos nos observan los castos pájaros. La soledad se ensaliva ante el anuncio de una visita. Sobre la mesa vacía se extiende la luz como una ofrenda para la primavera.
La hoguera dura la noche entera porque está escrita sobre papel carbón y el vino nunca se acaba de derramar del cuadro que cuelga en la pared.
Ay de tragos amargos, aquí las palabras de amor.
Llueve con persistencia de mojar todo vacío.
Vallejo, te recuerdo dándole nombre a ciertas voces desde la oscuridad. Es difícil pasar la saliva cuando se está diciendo tu nombre y me pregunto cuánto le cuesta a la luna pasar sobre
tu tumba.
Trilcemente.

Qué acordes profanos estarán hilvanando los niños mientras queman un pan en la puerta de su hambre.
Qué noveles piedras estarán siendo sacadas del camino.
Qué Marías estaránse doliendo tu ausencia, cuántas.
Ahora que estoy a siete pasos de verme con mis doce en punto. Qué sombra soez abandona el rostro del que busca su mirada
a tientas haciendo memoria en el rumor del crepúsculo.
Qué charco busca abolir su culpa por la fobia del silencio.
Cuántos sexos estarán recordando su apacible niñez, ahora que descansan sobre su flácida humedad.
Qué refractarios versos estarán saliendo como pan caliente desde la calidez de tu perfil, acaso estarán blandiendo su altura como quien se reta a duelo por ser la primera ola del mar aprisionada en tu costado.
A esta hora, que las preguntas comienzan a ser un mueble más
de la casa, atraviesa la última luz del día y no se detiene al canto infantil de un pájaro, entiendo que así es la muerte,
no distingue de voces ni plegarias, el silencio es su palabra definitiva.
Trilcemente.
Vallejo, hice de mi corazón una escalera hacia el exterior
de la eternidad, donde un incendio se abre paso entre cadáveres de flores. Si bien nadie más arde, todos caen en un sueño profundo, me pregunto si esa es la primitiva forma de la noche.
Todo entra por los ojos aunque no sean vistos.
Nacen los años sin vida y con arruga, los relojes vieron tu soledad y dudaron de la dirección correcta de su éxodo. Como el pájaro
que se golpea las alas y pierde la noción de su vuelo.
Vallejo, no te molestes en volver a Paris para responder
la pregunta olvidada.
La vejez es la respuesta a todas las preguntas, lo supe desde
el momento en que el anciano dejó atrás su bastón para llegar
a la muerte sin rastros de sombras.
Aquí somos todos dados rodando en la oscuridad y el número
de nuestra espalda será siempre menor que el de la muerte.
Aquí, amadísimo Vallejo se ha expandido el ministerio de la pobreza.
Los niños te recuerdan en el aguacero de su inocencia.
Han enviudado todos los licores, la orfandad tiene el rostro
de la justicia. Yo aún me pregunto si el tono de tu voz fue el primer tambor del alba.
Aún se escucha a mamá diciendo en cada relámpago, que alguien ha resbalado en el cielo. Y yo le respondo que debe ser alguien que tuvo un traspié entre dos estrellas.
Trilcemente.
PRECES DEL HIJO PRÓDIGO
Dios, con hollín gutural empañé el rostro de mi
madre, ubérrimo rosedal.
Y te empañé a ti y me empañé a mí.
Suerte mía que afilando tus ojos aún estás allí.
Con apóstrofe ademán negué su más humano beso*.
Y te negué a ti y me negué a mí.
Suerte mía que afilando tus ojos aún estás allí.
Con mayúscula soberbia faltéle a su grandeza.
Y te falté a ti y me falté a mí.
Suerte mía que afilando tus ojos aún estás allí.
Dios, con sañudo tupé blasfemé el calor de su seno.
Y te blasfemé a ti y me blasfemé a mí.
Suerte mía que afilando tus ojos…
¿Dios, aún estás allí?
*César Vallejo.

DE ESOS AMORES OLVIDADOS
Este amor es un amor de músicas izadas tras la niebla.
Este amor es el emblema de las cenizas calcinadas
por el frío.
La fragua que mantiene caliente la infancia discreta
de la noche.
La primera palabra de quien descubrió que podía hablar poco antes de su muerte.
Este amor es el insomnio del olvido, el espejo del agua,
el heredero de las heridas, el canto tibio de un pájaro
de nieve.
Es un amor como el de una madre hacia su hijo que
no nació porque la muerte le puso nombre primero.
Este amor es como el amor que le queda a cierto padre luego de enviar a su hijo para morir por otros que no sabían amar.
MONÓLOGO PARA OLVIDAR
No es la muerte la que
deviene en rosa pura
Raúl Brozovich
Rosa desnuda… te pareces a mi amada.
Semilla de estrella, lámpara de ángeles errabundos,
trazo de vientos bisiestos, venustidad de mujer.
Te pareces a ella:
En tu peinar de espinas, en tu cantar idealista,
en tu lascivia filantrópica.
Rosa, puerto final del poema, envidia secreta del alba,
pendón de luz suspendido en una mirada.
¿De qué parte tuya se hizo el hombre?
Son tus pasos como música para el cadáver de
la primavera.
Te pareces a ella:
Con tus muslos inefables, con tu espalda de espiga,
con tu breve eternidad.
Rosa marchita… te pareces a mi amada.
Carlos Gabriel Montes (Cusco, 1994). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. Ha participado en diferentes recitales locales, nacionales e internacionales. En el 2018 Fundó el grupo literario Toque de Poesía, cuyo objetivo principal es la de abordar diferentes espacios públicos para la difusión de poesía y reflexión sobre la importancia de la lectura, mediante recitales al aire libre. Ha obtenido los siguientes premios: Finalista en la categoría poesía del concurso internacional XIV Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro (Chile, 2017). Finalista en el Concurso Nacional de Literatura “Huauco de Oro”, categoría Cuento (Cajamarca, Perú, 2018). Primer premio en el I Concurso Internacional de Poesía Erótica “Ayesha Sexteen” (Argentina, 2018). Primer premio VII Concurso Literario El Búho en la categoría poesía (Arequipa, Perú, 2018). Premio único en la categoría Poesía y Cuento en el Concurso Literario del I Festival Internacional de las Artes “Qosqo T´ikarinampaq” (Cusco, Perú, 2019). Dirige su plataforma digital “Cuando digo estas cosas” (Facebook, blog), en el que produce un amplio espectro de contenidos en materia de literatura y periodismo.

5 thoughts on “Carlos Gabriel Montes: ‘Trilcemente’ y otros poemas”
Katterin 06/02/2022 at 2:46 am
Que hermosos poemas!. ¡Felicidades!
Muchos éxitos al poeta Carlos Gabriel Montes.
maria 07/02/2022 at 5:02 am
estupendo!!
nicolás caparo 16/06/2023 at 8:01 pm
que buen poeta que es carlos!!
diego reyna 16/06/2023 at 8:02 pm
hazme un hijo carlos, te amoooooo
maria 22/08/2023 at 2:18 pm
muy buen poeta