Tiberíades agradece al poeta chileno Marcelo Gatica, doctor en Literatura por la Universidad de Salamanca, por permitirnos publicar su comentario en torno al libro ‘Tambores en el abismo, de José Alfredo Pérez Alencar, leído en la Sala de la Palabra del Teatro Liceo y dentro de la programación del XXV Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado el pasado mes de octubre.
No puedo hablar del libro de José Alfredo Pérez Alencart sin considerar las coordenadas biográficas compartidas con el poeta. Hace más de catorce años lo conocí cuando fui a estudiar un doctorado a Salamanca. El primer encuentro fue con Jacqueline Alencar, su madre en una iglesia protestante. Ella junto a Alfredo me abrieron su casa, su refugio del Tormes. Con José Alfredo jugamos a la pelota un par de veces, y al Fifa donde indudablemente siempre me ganaba y lo mejor era ir al cine a ver alguna película de superhéroes como si fuera su hermano mayor.
En esos años me llamó profundamente la atención, una foto en la que José Alfredo estaba escribiendo un poema, tenía unos ocho años. En otra imagen sale con Miguel Elías, el pintor de los poetas. De alguna manera, José Alfredo estaba marcado a fuego y al mismo tiempo tomaba con naturalidad la poesía que se respiraba en su hogar.
Cuando abordo Tambores en el abismo/ Tambores no abismo (Labirinto, Fafe, Portugal, 2022) no dejo de pensar en un libro de una autenticidad descarnada, porque este joven poeta abre las dimensiones de su espíritu y el vértigo de ciertas dudas vitales que conectan con cualquier humano.
Ahora bien, entrando en materia el libro funciona como un cubo rubik de las preguntas y vivencias del poeta. Hay cuatro entradas o puentes que conectados arman los colores de este artefacto con diferentes temperaturas poéticas (verso largo, recuerdos, monólogos, confesiones etc.…). Cada una de las divisiones del libro lleva como entrada algunos epígrafes que en su conjunto forman una matriz poética profundamente existencial. Cada uno de ellos se convierte en una especie de sonda o lámpara que nos otorgará luz para adentrarnos en la lectura constituida por un rico entramado poético.
En la primera entrada se constata el adn familiar, Salvado le llama la genealogía de la sangre. Una genealogía anclada en la memoria, ese mar cuyo oleaje permanece tatuado en el corazón del poeta. En este árbol surgen dos nombres clave: Madre y abuelo. ¿Qué hace que un poeta joven decida profundizar en esta parte de su memoria? Sin lugar a duda, la muerte de dos pilares de su identidad. El poeta abre sus entrañas en poemas como “El abuelo”, “Abrázame una vez madre”, o “Mujer ajena al paso de los años”:
Abrázame una vez madre
Porque en tus brazos siento el alfa y la omega
Abrázame continua petición, madre,
Sabiendo que en tus brazos
mi desamparo acomete la retirada […]
No importa el invierno, madre,
solo tu sonrisa que gusto contemplar;
solo tus amables preguntas, aunque
mis respuestas sean todavía indecisas.
Abrázame una vez más, madre.
Madre, una vez más.
En la parte titulada “Homenajes y versos a la intemperie”, el poeta evidencia sus referentes poéticos y biográficos en el epígrafe. El poeta conscientemente elegí este momento para reconocer a sus influencias estéticas y vitales:
Hasta ahora nunca lavé las manos
de mis maestros, nunca me embarré
entre sus esfuerzos que sirven
de ejemplo.
En este pliegue temático hay muchas alusiones a sus referentes, que van desde Dante, Unamuno, Baquero, Miguel Elías. Destacamos el último poema titulado, “Acercaos, jueces de lo ajeno”, en donde alude al Jesús de los pies sucios, a un Dios más humanizado. Un poema que toma el tono denunciante de Jesús en contra los fariseos, aquellos críticos del Dios compasivo Hay un retorno a los principios de la infancia del poeta como añoranza de un cristianismo sin hipocresía:
Apaleas las críticas en tu ausencia,
les haces añicos con el Verbo
que desde niño te resulta conocido.
¡Venid!, les dices.
¡Venid, y tirad la primera piedra!
¡Acercaos jueces de lo ajeno,
sé que revivir mis errores os alimenta!
¿Cuándo me perderéis de vista?
Murmuran de aquello
que se te implantó en el pasado,
ahora quema tu piel.
Pese al murmullo, y la vida farisea el poeta es consciente de los principios éticos y vitales del Jesús histórico, por el cual toma posición y lanza la petición de añadirse al programa espiritual del maestro de galilea:
¡Dejadme tomar la senda de la serenidad!
¡Dejadme ser partícipe
de una minúscula parte de las enseñanzas
que nos dejó el profeta galileo!

En este último poema queda claro que Jesús es una de las influencias esenciales en el recorrido existencial y ético del poeta. De alguna forma, estamos frente a un texto bisagra, que introduce la última parte del libro, donde emerge una descarnada veta existencial propia de algunos pasajes de Job o de las experiencias más profundas de un joven David, donde podemos ver también a un Jeremías roto por las injusticias, las dudas y el silencio de Dios.
La última parte del libro titulada “Nos esperamos el uno al otro” la componen cinco poemas que dialogan con la temperatura existencial de los profetas y poetas bíblicos. José Alfredo como buen lector de Dante, y de los lamentos de los profetas y salmistas quiere compartir sus tormentas.
Los epígrafes son vitales para entender la dimensión de un corazón abierto en todas sus extensiones, un corazón hecho por barro: El poeta dirá: “antes de nacer recogía frutos prohibidos en el Edén. Ahora cuento las estrellas y susurro a sus oídos eternos”. Al mismo tiempo reconoce la paradoja de lo abismal en la relación con la luz.
Usted no es maestro del tiempo
sino la luz que lo enciende.
Usted no es el abismo
sino la góndola que lleva
luciérnagas a un jardín mágico
donde las rosas cantan
en las montañas del saber
Pese a este reconocimiento de la luz, y que en el primer poema del apartado titulado “Nacimiento”, el poeta admira los principios del carpintero, el poeta señala: “Leo la austeridad de tu llegada / mis sentidos te recuerdan por lo que emana de tu ejemplo y tus metáforas / siendo tu para todos sin esperar respuesta ninguna”.
En el resto de los apartados se manifiesta el vértigo de una tormenta existencial, un corazón humano, un corazón de barro lanzado a modo de preguntas al creador, donde la razón estalla, porque la realidad es una cuestión densa y la luz pareciera estar en veda. Veo la metáfora de Søren Kierkegaard, ese salto al abismo, ese salto al vacío. El poeta tiene sus condiciones para el encuentro con la divinidad. La maquinaria de la fe no es ciega, ni completamente racional. El poeta y la memoria. Los tambores de infancia, los sonidos, los recuerdos de su madre que le contaba las historias de bíblicas, que le iban develando a un Jesús compartiendo el pan con sencillez y la realidad chocan. En definitiva, la fe es un acto de barro, reconocerse humano, con todo lo que esto implica.
El poeta tiene claro que no es el momento del reencuentro. Duda del poder divino por lo observable. La metáfora de pasar el valle de sombra, y tomar la cruz es una cuestión compleja que desde lo racional le hace estallar la cabeza:
¿Es tarde?
pues ahora, tú eres el foco de mi atención.
¡Te lo digo a ti!, que viviste dos veces.
¡Te lo digo a ti!, que revertiste la solución primera
de lo escrito en tu credo.
¡No es tanto pedir!
Atendiste sin distinciones,
¿por qué no a mí? […]
Si tú eres el titiritero, ¡cambia los hilos!
¡Muéstrame de lo que eres capaz!
El tono desafiante a lo divino va creciendo, y la paradoja es la relación de intimidad que logra con Dios en sus poemas-arrebatos, como un hijo que no alcanza a explicarse todo lo que le ocurre:
¿Por qué me bendices
con el don de la poesía,
mientras yo sigo vaciando el vaso
que estaba lleno?
El libro termina con un poema-tambor, titulado. “Una cuerda que nunca se romperá”. El poeta abre su corazón con una honestidad brutal: “Finjo nuestra distancia, mientras sé que estás más cerca”, pero pese a ello en el verso final deja en suspenso ese encuentro con Dios.
En suma, estamos frente al credo de un poeta descarnado que humaniza la fe y sus dudas. El abismo se presenta como otro rostro del misterio, de aquella vastedad de lo incomprensible, donde aparece el cuerpo como campo de lucha del eros junto a la memoria familiar como ancla y engranaje vital. Este libro trabaja con elementos esenciales del espíritu y del cuerpo. De hecho, los tonos y colores del poemario-rubik funcionan como espejo para reconocernos frente a aquellos sonidos aquellos ecos interiores, aquel abismo, aquel misterio que nos hace más humanos.

Marcelo Ismael Gatica Bravo nació en el año 1976 en el pequeño pueblo de Cauquenes, Chile. Profesor de Castellano (UMCE, de Santiago de Chile), y Doctor en Literatura de Vanguardia y Postvanguardia en España e Hispanoamérica (Universidad de Salamanca). Realizó su tesis doctoral en Rodrigo Lira, cuya investigación dio como frutos Buelos barios: boladas boludas (Piélago, 2016) y DoQmentos del anteayer (Alquimia, 2021). Ha publicado sus textos en el poemario colectivo Taller Literario (2001), el libro de poesía a tres manos A-Trio Poético (2003), Portafolio, poemas a pie de página (2013), Crucial (2014), Anclado al Pescador de Mares (Chile, 2017), El extramuro /Väljaspoolmüüre (Estonia, 2018) Historia universal de una trenza (Chile, 2020) El mar ya no es (España,2020 y Chile, 2022) Echa tu pan sobre las aguas (España, 2021). Fue antologador de Vientos del sur: Lounatuuled: Tšiili luule: Poesía chilena (Estonia, 2015 y 2018), edición bilingüe que contiene poemas de Mistral, Neruda, Huidobro, Parra y Lira entre otros) y sobre Vicente Huidobro Sõit langevarjuga: Un viaje en paracaídas (2022)
Imagen de cabecera: 1 José Alfredo Pérez Alencar, leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca, durante el XXV Encuentro