Tiberíades agradece al poeta A. P. Alencart por permitirnos difundir una muestra poética del narrador, periodista y poeta boliviano Jesús Urzagasti (1941 – 2013), además de cedernos unas fotos inéditas tomadas en Salamanca
LA HERMOSURA DE LA TIERRA
La tierra es hermosa sobre todo cuando se oye tu voz.
Mi corazón es un ave que te reconoce en las sombras.
Quiero dormir confiado en la piedra de mi sollozo
tal vez enterrado en la profunda hora de tu consuelo.
Se ha detenido mi enloquecida carrera en este valle hermoso
como si al fin la violencia del sueño me desatara
al rumor presentido y encarnado del milagro final.
LA JORNADA
Larga y aparentemente inútil es la jornada de los pájaros
breve y contundente la del que camina al borde del abismo
al final sólo quedan los cerros y las llanuras infinitas
la noche que se ha de repetir con sus inauditas floraciones
las trenzas de las muchachas en las siestas del verano
el mundo redondo y la tierra alumbrada por astros remotos
y el hotel de una ciudad lejana que alguna vez te albergó
sin medir las consecuencias de tu mirada de animal ciego.
Eso queda al final y la voz que no es la misma de antaño
y la historia como un bosque que crece bajo otras lluvias
y los caminos de bordes colorados para detener la locura
todo junto no alcanza para silbar y caminar por las calles
todo lo reunido cabe en la tos y en la campera aún mojada
todo en la cabeza en los tendones en los cabellos crecidos
en la guitarra que se desmorona entre molles y sauces
en la embriagadora dicha que sopla libre y fraternal
incluida la mano franca de tantas ausencias redimidas.
Pero el que te soñó galopando como potro indómito
conserva la joya resplandeciente de las premoniciones
la mujer encarnada una y otra vez en el alba indecisa
la palabra que se parapetó en el silencio para hacer fuego
una y otra vez sobre las causas efímeras una y otra vez
hasta despertarte arrimado a luz volando como un pájaro.
EL VIAJERO EN LA NOCHE
Como aquellos que habiéndolo cedido todo al destino
cuidan que su raza no sea pervertida por otra ilusión,
así también el espíritu decidió ser la música de lo innombrable.
Escrito como estaba el sufrido viento de otras edades
en el vientre de tu ser, resulta natural este aroma desconocido.
Entonces llueve y los caminos humanos asumen un aire sagrado
que dulcifica y fortalece a quien ha elegido el suyo.
Lejanos campos de la vida se zambullen e esta hora
enorgullecida por su inocencia. Lujosos árboles
alabados por una pena insondable participan de esta quimera.
Oh! Viajero, una ley elemental de la naturaleza dice
que un hombre en sus cabales sólo puede amar. Perseguido
por lo inhumano, seducido por la secreta melodía de las cosas,
comienza a amar este milagroso quehacer que termina
allá donde el ojo ciego de la noche inspira respeto.
Sólo en la lejanía un lenguaje divino nos habla de redención,
pero la presencia del mundo todo lo traduce en silencio.
Turbado por el peso de semejante mirada, sólo te auxilia
el silencio de los astros, recordado paisaje de la luz.
COYOACÁN
Sabía que debía caminar de una esquina a otra
aligerado del peso formal que delata a los viajeros
ya no tienes país me dije y caminas por un bello país
sin sombra ni recuerdos de paisajes florecientes
al fin volverás a ser una entidad muda y melancólica
debajo todo es húmedo y no fluye ninguna amenaza
para el que gobierna su locura y se abandona al sueño
arriba el cielo es luminoso y las aves sólo son aves
para estos sonidos apenas se necesita un mediador
un caminante que nunca escuchó nada en la tierra
un caballo y un tren una plaza y una vaga librería
quizás así responderías feliz a las voces de ayer
todo es un sueño para el equilibrista venido a menos
los sones de una orquesta popular el niño la manzana
el muerto con su violín el callado árbol de la noche
cruzo de una esquina a otra y veo cuatro policías
nunca estuve aquí nunca estuve allá nunca estuve
el aire es útil y la mecánica de los sueños también
nunca llegué a saber tanto de mí nunca me lo dijeron
será por eso que estiro los brazos y siento el agua
y desciendo como todo el mundo y me acomodo el ojo
como un inofensivo intruso que ha de retornar al hotel.
CONFUSION PRIMAVERAL
Cuántas veces me habré levantado en la noche
a escuchar el paso del tiempo entre las frondas
como si fuese imposible hacerlo desde la cama
con los ojos insomnes abiertos en la oscuridad.
Ahora estoy oyendo con mi inocente nariz
el latido de las cosas retenidas por el recuerdo
ajeno al tránsito de tantas palabras inmóviles
hacia las azules ondulaciones de otro cuerpo.
Primera confusión primaveral sin atenuantes.
El mundo es tan bello e insignificante
que cabe en cualquier parte
con su estatura de sombras.
Por eso estamos en él los que no tenemos nada.
Si sólo fuera cuestión de pasar entre las frondas
el enigma estaría resuelto.
No habría necesidad de calzarse las pantuflas
y abrir las ventanas.
El mundo quedaría atrapado
en los inciertos engranajes de la realidad.
En la seductora inercia de vivir
a contramano del tiempo verdadero.
A salvo de los descalabros
que traman por su cuenta los sueños.
Sin los afluentes invisibles de la inmensidad.
Al mero abrigo de los noticieros matutinos.
Debo decir entonces que abandoné el lecho
porque alguien volteó un frasco en la cocina
tropezó con un banco al salir de la biblioteca
y se marchó sin descifrar
los vagos síntomas de mi atrofia
o ponderar el capricho de franquear
el umbral de otra vida.
Sentado en la silla amarilla
con un jarro de barro en las manos
siento algo intacto en mis adentros
cuando entre las frondas pasa el tiempo.

MI HABITACIÓN
Mi habitación es lluviosa como las tierras del sur
y en noches de luna
con sus altos y sombríos árboles
parece una estancia
salida de un sueño anterior al tiempo.
De sus paredes cuelgan bejucos fosforescentes
sombreros llicas espuelas bridas yesqueros
y en sus estanterías libros antiguos
y viejas herramientas
hablan de la precisión de un oficio
que levanta vuelo desde las manos
hacia un inefable idioma desconocido.
Cuando llega el verano
aquí la vida es tan clara
que las palabras reverberan
bajo un sol de fuego
y el mundo aceza como un perro cansado.
Todos han pasado
solos o acompañados
por esta lluviosa habitación
sin saber si quien la ocupa es un caracol
o un animal de estirpe no catalogada
habituado a peligros que no se nombran
y más denso que los ojos del misterio.
CORRESPONDENCIAS
Iremos a un país de hermosos árboles
cruzaremos su ancho río
y en la isla de arena
estaremos desnudos
mirando los caballos
enloquecidos en el horizonte.
El agua caliente
el fresco aire
llegarán y pasarán
día y noche
con su incesante follaje invisible.
No volveremos nunca de ese país
al que todavía no hemos ido.
Nos quedaremos allí
como rehenes nocturnos del verano
y sólo al alba reconoceremos
la belleza de sus habitantes
con la mirada del amor.
MEDIODÍA EN RETIRO
La luz viene con el polen del universo
atraviesa los mares penetra las ciudades
llega a los confines de una tierra sin nombre.
Llueve entonces con el ardor de la primera vez
en los amplios corredores de una casa abandonada
el aliento primaveral detiene sus tibias alas
nada más que una tregua es este aprendizaje
entre los inasibles materiales de la memoria
y la geografía adusta de un país que no reconoces.
Apareces tú aligerada de sombras y de sonidos
todo levanta vuelo menos tu imagen luminosa
así quedamos con el perfil de lo interminable
y entramos en la noche con un ramo de flores
y salimos hacia el día que la inocencia alimenta.

LA PALABRA PERDIDA
No sé cuánto habrá perdido mi vecino
en el ajuste de cuentas con sus amigos
y no quiero saber lo que todos saben
en materia de préstamos y saldos
—que por culpa de unos cuantos vivos
la llave del paraíso fue a parar
al fondo de un río desconocido.
Eché de menos la palabra perdida
a la hora de la dicha y del desencanto
porque al fin y al cabo salí ganando
lo que no tuve y lo que no podía tener.
Es mucha dosis digo para mi capote
quedar a la orilla del camino
sin deber un comino.
Poniéndose la mano al pecho
el novato en estas lides reconocería
la notoria ventaja de los hechos
que hablan por sí solos
que no necesitan registrar
el inestable perfil de los protagonistas
ni sus recodos cerrados por inventario.
En cambio, a mí me asalta la sospecha
de haber hallado a la hija de la lagartija
durmiendo en el bolsillo de mi campera
a falta de una piedra caliente en la playa.
Rosalía —así la llamaban los muchachos
ayer se mudó de barrio sin meter bulla
soñando con aires nuevos en rotondas
calles y mercados conocidos por viejos.
Chueca o derecha Rosalía la bella
se fue sin decir para dónde.
Que yo recuerde al menos
nunca se vio por estos lados
a una joven e intacta lagartija
caminar con el garbo de una vampiresa
y mirar con esos ojos de profesora rural.
El vecino que la empleaba en su almacén
echó un vistazo a la mercadería. Luego habló
a calzón quitado con la madre de Rosalía
cada uno con su tajada —era lo que cabía
cuando la fruta se cayera de madura.
Se burlaron del subrepticio acuerdo
los galanes que nunca faltan
ni se pierden bocado gratis
en la coronación de las reinas.
Todos sabían lo que iba a pasar
menos la loca de Rosalía y yo.
Eso lo noté la última vez que hablamos en la pulpería.
Por eso mismo no pasó lo que podía pasar.
Yo había nacido en tiempos en que las
lagartijas eran preñadas por el viento.
Así que cuando le oí decir en la tremolina nocturna
el huracán me confundió con su iguana
me pareció asistir al último milagro
que no merecían millones de incrédulos.
Agradecí a Rosalía por no ser uno del montón.
me miró como suele mirar una lagartija
desde el fondo del mediodía
inmóvil en su reino de luz
sin el parpadeo de las sombras.
Entonces volví a pensar
en el tesoro que nunca tuve
algo grato para quien vino al mundo
a echar de menos la palabra perdida.
Cuando era mozo de hacha y raja
la busqué entre metales enterrados
seguí sus rastros en los carahuatales
hice lo que pude en lo duro y en lo oscuro
hasta descifrar en los camalotes del Pilcomayo
la biografía de los que la pronunciaron.
Me paré fatigado cuando descubrí
que las cosas perdidas van a parar
a un sitio seguro pero desconocido.
Donde se halla lo que se pierde.
Donde se pierde lo que se halla.
¿Es distinto lo idéntico a lo similar?
Me da lo mismo que se parezcan o no.
Echar de menos la palabra perdida
acompañado de una lagartija amiga
desata mi melancolía ovípara —ahora lo sé.
Y se lo dije a Rosalía cuando encontré
en el bolsillo de mi campera
la llave que nunca busqué.
UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD
No es nada del otro mundo
imaginar a un hombre perdido en la noche
la cosa es mirarlo en un cementerio a oscuras
con un tacho de agua en la mano izquierda
una pala en la mano derecha
y un machete en la cintura.
En cambio, tú has visto reverberar
escenarios más bellos bajo las nubes errantes
un corredor lleno de flores, por ejemplo
o sillas de mimbre y persianas oscilando
entre la brisa de enero
y la vida en paños menores.
Sabías que la bienvenida de tus amigos
te anticipaba la canción del adiós.
Mañana retornarás al reino de las obligaciones
—una muchacha se quedará en la provincia
y encontrarás fogosos amores
en ciudades que parecen barcos a la deriva.
Mientras averiguas por tu cuenta
en qué consiste el misterio de todo
las preguntas de doble filo no te conciernen
y en tus ojos de animal en celo
ondula la geografía del paraíso.
Más te vale llevar una valija ligera
te lo digo yo que me quité el sombrero
ante el hombre que desbroza una tumba
mira que de repente pone los brazos en jarras
la luna colorada iluminando el monte
lo ha dejado como un niño asombrado
eso no lo podrías adivinar ni siendo brujo
al igual que tantas cosas
que suceden sin hacer ruido.
Más temprano que tarde
volverás a buscar lo perdido
a descubrir un hombre en la oscuridad
con su atado de coca y su cigarrillo apagado.
Ojalá escupiera sobre los yuyos o aullara
en su idioma sin palabras. Nada de nada.
Le basta con que los sepulcros
sean el eco de un silencio primitivo
donde no entran las penas del mundo.
En el tuyo tampoco caben las desdichas ajenas
sin duda te ayuda la pinta de individuo feliz
que sube de un brinco al último tren nocturno
y desciende por escalinatas de acero.
No te conozco para decirte lo que te digo
del hombre metido en el cementerio en sombras
el suyo es un gesto que sale del fondo de la vida
y se diluye en la hondura de un mundo ausente.
Me hubiera gustado beber cerveza contigo
antes de mirar al hombre trabajando de noche.
Ahora deberás caminar mucho para encontrarme
pernoctar en hoteles como un auténtico solitario
y cruzar miradas cómplices
con mujeres que nunca van solas.
Te hace falta lo que a mí me sobra
por eso no le digo nada al hombre del cementerio
cuestión de tacto y olfato para orillar el abismo
prescindiendo de bagatelas que aún te incumben.
Cierta tristeza ocultas al hablar con tus amigos
porque ni siquiera sabes quién eres
salvo un viajero desenfadado
mejor no te salgas de la ruta convenida
mira que el hombre de las covachas
podría botar pala y machete y sentirse cohibido.

LOS CAMPOS OLVIDADOS
Una voz largo tiempo oculta en los árboles
me habla de los sagrados sentimientos, de la copa azul,
cuando la humidad desciende a la tierra amada.
Quizás llueve mansamente, quizás amo todavía
las tiernas maneras que tiene la vida conmigo.
Camino torpemente nombrado, no me dejes
y deja que alumbre tu misterio con mi voz ciega.
Me acerco al final cierto y la unidad me abraza
aunque nada llevo en las manos
ni la belleza que apacienta los secretos de la tierra
ni aquel canto que en un sollozo la juventud me prometiera.
Desde un día nocturno te habla mi corazón.
Caen los frutos a su tiempo en la plácida tierra.
Lo vivido ha engendrado una criatura desconocida,
mi pecho se rompe por su impulso cristalino
y le ofrece el silencio que gobierna a los astros.
¡Oh! Viajero, una ley elemental de la naturaleza dice
que un hombre en sus cabales sólo puede amar. Perseguido
por lo inhumano, seducido por la secreta melodía de las cosas,
comienza a amar este milagroso quehacer que termina
allá donde el ojo ciego de la noche inspira respeto.
SOLEDAD
Antigua maga que sólo canta en el desierto
tan dócil tú y tan bárbara en primavera.
Estás allí donde indecisa crece la penumbra
buscando una efigie en la espesura de la vida.
A medianoche te desentierran los recuerdos.
¿Retornará caliente el verano? ¿Caminarás
desnuda en la memoria de los desalentados?
Soledad compañera amable de los réprobos
la rutina te esconde y las colinas también.
Sumergida como un talismán en el bosque
acumulas el memorable zumbido de la palabra
y la velocidad de la piedra privada de nombre.
¿Descenderás del monte con tu falda de franela?
¿Entrarás sola en la cámara del más oscuro rey?
Soledad en un lejano atardecer de oro
que la fiesta se prolongue entre los árboles
al fin y al cabo eres la que nunca falla:
cuando la hermosura repentinamente se agosta
apareces inocente como el alma de los campos.
Novia burlada o muchacha que jamás engaña
en la soledad de una habitación eres Soledad
sin sombra de llanto ni usada por el espanto
negra cabellera crecida debajo de los ríos
hambrienta de verdad y abierta a los caminos.
LA CIUDAD ETERNA
Pienso en Atenas y en los ojos que la divisaron
en la dorada antigüedad y en los tiempos que corren.
Recuerdo la Atenas que verán los que aún no existen
ajenos a la ira o la protección de enigmáticos dioses.
Pienso en mí mismo que estando vivo no la conozco
y apenas imagino su vegetación y el idioma vetusto
de sus esplendores y la oscuridad de los bárbaros
que alguna vez la asediaron para profesarle amor.
Atenas creció entre veranos adornados de mitos vivos
miradas de muertos y luminarias detenidas en el mar
y la remota semejanza con ciudades que nadie soñó.
¿Por qué asombrarme de que me ate a ella algo más
que la fantasía del pasado librado a la premonición?
¿Por qué negarme a la súbita invención de un puente
a una imagen por donde cruzan multitudes vigorosas
salidas de la nada y seducidas por el sonido del vacío?
De París conservo el aromoso emblema primaveral
el otoño y el crudo invierno que los amantes adoran
el desencuentro amarrado a una dulce y voraz lengua
los luminosos extremos cuajados de música y polen
las piedras del cielo dormidas en la tierra fosforescente.
La caminé con esmero de animal entendido en prodigios
y la convertí en lo que soy: ausencia de otro tiempo.
La miré mientras me albergaba a un costado de su río
y la volví a sentir en la algarabía de un hermoso ayer
metrópoli arduamente pulida por tantos desconocidos.
Atenas y París nada me proponen en esta urbe andina
salvo reclamar una intensidad de mar y noche en vela
quizá un viento de sueño que alborota a los transeúntes
embriagados en otros bulevares de la Ciudad Luz
o en la urbe griega propicia a cualquier turbulencia
del invisible misterio acumulado en tantas edades.
Nada me dicen y sin embargo un hombre cada noche
abre una puerta de la rue Saint Denis. En el piso
superior lo aguarda una mujer desnuda. Lo esperó
siempre con el susurro de las lámparas apagadas.
Lo aguardará como una estatua cubierta de lianas.
En el curso de tantos siglos aprendieron a repetirse
y son los desaforados que añaden luz a la oscuridad.

RUMALDO MATILDE SARDINA
Me mataron hace mucho tiempo a la orilla de un río
cuando dicho río corría apartando grandes árboles
y yo sólo era el acosado espíritu del bosque en las aguas.
Resucité velludo una mañana de octubre ávido de sangre
y de luz extraída de los incesantes confines del universo
primero caminé silbando por las quebradas del monte natal
apenas cubierto con el chiripá de mis fieros antepasados
una lanza en las manos unas boleadoras y el inasible puñal.
Otra vez me mataron en el campo raso de la frontera
bajo las estrellas que nada sabían de mundos oscuros.
Reaparecí como peón de una estancia llena de forasteros
y de mujeres achinadas hechas para el idioma del silencio
entre esos hombres y animales indómitos tal vez fui feliz
hasta que me mataron de un cuchillazo veloz y equivocado.
Fervoroso reanudé la marcha con mis muertes a cuestas
sobrio en los vendavales caprichoso en la primavera
seguido por hembras que dejaron todo por mi soledad
era amigo de los pájaros y me alimentaba de raíces
y era el sueño de alguien que nunca me perdió pisada.
En medio de libros y agobiado por arduos razonamientos
ya no aspiro el aire de las ciudades sino el otro aire
nada me consuela sino el aroma de la tierra en la noche
y cuando entro al lecho de sábanas blancas quizás duermo
o tal vez me desvelo como animal en celo y me encabrito
y amanezco cada vez más indócil a las letras de ni nombre
alarmado de pies a cabeza por las palabras que me habitan
señor peludo comiendo las flores de un jardín prohibido.
Jesús Urzagasti (1941 – 2013). Destacable nombre de la literatura boliviana. Nació en Campo Pajoso, una pequeña población de la región del Chaco, en el departamento de Tarija, al sur del país. En la década del 60, funda y dirige, junto al poeta Roberto Echazú, la revista Sísifo. Luego se traslada a La Paz. Trabaja en el Instituto Cinematográfico Boliviano y como asistente de dirección del afamado cineasta Jorge Sanjinés. En 1969 obtiene una beca de la Fundación Guggenheim. De 1972 a 1988 trabaja en el periódico Presencia, el más importante de Bolivia en esa época y llega a ser director del suplemento dominical Presencia Literaria, un referente en la formación literaria de generaciones de nuevos escritores. Su obra literaria comprende una docena de títulos de novela y poesía. Tirinea (Novela. 1969); Cuaderno de Lilino (Prosa. 1972); Yerubia (Poesía. 1977); En el país del silencio (Novela. 1987); De la ventana al parque (Novela. 1992); La colina que da al mar azul (Poesía. 1993); Los tejedores de la noche (Novela. 1996); Un verano con Marina San Gabriel (Novela. 2001); El último domingo del caminante (Novela. 2003); El árbol de la tribu (Antología poética. 2004); Un hazmerreír en aprietos (Novela. 2005) y Frondas Nocturnas (Poesía. 2008). También se publicó su poesía reunida bajo el título El árbol de la tribu (2012) y Senderos (2015, póstumo).


Imagen de cabecera: Jesús Urzagasti en la Plaza de Anaya (foto de Jacqueline Alencar, 2000)