Balam Rodrigo, Poemas de

Poemas de Balam Rodrigo

PROLEGÓMENOS



Un ángel del Señor bajó del cielo […].
Era su aspecto como el relámpago,
y su vestidura blanca como la nieve.
Libro de Mateo (28:2-3)





El poema atraviesa el corazón y su limo hondo y silencioso. El poema atraviesa la página y su bosque nevado como un ejército de pájaros que marcha por un campo abandonado al invierno y sus fantasmas. Al otro lado del bosque nos espera el poema —bruñendo en las manos del ángel— con su daga de luz fría. Bajo la sombra de los árboles, y en medio del silencio y la tierra escarbada por cuchillos de luz muerta, alguien me dicta con sílabas negras este oscuro testamento de niebla: el poeta es un ángel que atraviesa el corazón con la lengua desenvainada.

PIÉLAGOS

(Fragmento)



Solos, hundidos en el vasto continente del silencio, escritos en el tiempo con sílabas de sangre, somos eco de Dios en la memoria de los ángeles, páginas de odio perdidas en un vasto mar de nieve muerta. Y nos pesa la sombra y el último destello del día sobre los hombros, y el breve y único gajo de sol que flota en el crepúsculo agota su rumor cayendo en nuestros ojos, y el solo corazón del hombre no es más que una oscura ínsula de sueño que duerme para siempre en el olvido.

TEOLOGÍAS

(Fragmento)


Teniendo a Jehová por refugio tuyo, al Altísimo por tu asilo,
no te llegará la calamidad ni se acercará la plaga a tu tienda.
Pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas para que tus pies no tropiecen en las piedras
[…]
Libro de los Salmos (91:9-11)



Un ángel desciende hasta la cama y toca su mano la frente de la anciana: resurrección y evangelio de la luz entre la niebla. Afuera, cae la nieve, muerta nieve lenta. Imposible cifrar lo que el ángel murmura o en qué idioma bendice la vejez con el Espíritu. Meza con dedos refulgentes el invierno que madura en largas canas argentadas. Ahuyenta la enfermedad y la agonía disipando la muerte abovedada en los alquitranes de la carne y de la alcoba. Un ángel silba en los ojos de la anciana y ella bendice con el sueño el asombro acumulado en las pupilas de su nieto, manso vigía del milagro. Afuera, en la indolencia de la nieve y la terrestre orfandad de los hombres, la risa de Dios resucita el milagro del silencio.


SERMÓN DEL MIGRANTE (BAJO UNA CEIBA)


Declaro: Que mi amor a Centroamérica muere conmigo.
Francisco Morazán


Y Dios también estaba en exilio, migrando sin término;
viajaba montado en La Bestia y no había sufrido crucifixión
sino mutilación de piernas, brazos, mudo y cenizo todo Él
mientras caía en cruz desde lo alto de los cielos,
arrojado por los malandros desde las negras nubes del tren,
desde góndolas y vagones laberínticos, sin fin;
y vi claro como sus costillas eran atravesadas
por la lanza circular de los coyotes, por la culata de los policías,
por la bayoneta de los militares, por la lengua en extorsión
de los narcos, y era su sufrimiento tan grande
como el de todos los migrantes juntos, es decir,
el dolor de cualquiera; antes, mientras estaba Él en Centroamérica,
esa pequeña Belén hundida en la esquina rota del mundo,
nos decía en su sermón del domingo, mientras bautizaba
a los desterrados, a los expatriados, a los sin tierra,
a los pobres, en las aguas del agonizante río Lempa:
“el que quiera seguirme a Estados Unidos,
que deje a su familia y abandone las maras, la violencia,
el hambre, la miseria, que olvide a los infames
caciques y oligarcas de Centroamérica, y sígame”;
y aún mientras caía, antes aún de las mutilaciones,
antes de que lo llevaran al forense hecho pedazos
para ser enterrado en una fosa común como a cualquier otro
centroamericano, como a los cientos de migrantes
que cada año mueren asesinados en México,
mientras caía con los brazos y las piernas en forma de cruz,
antes de llegar al suelo, a las vías, antes de cortar Su carne
las cuadrigas de acero y los caballos de óxido de La Bestia,
antes de que Su bendita sangre tiñera las varias coronas de espinas
que ruedan sobre los rieles clavados con huesos
a la espalda del Imperio Mexica, el Señor recordó en visiones
a su discípulo Francisco Morazán y le dio un beso en la mejilla,
y tomó un puñado de tierra centroamericana y ungió con ella
su corazón y su lengua, y recordó que Morazán le preguntó una vez,
mientras yacían bajo la sombra de una ceiba,
aquella en la que había hecho el milagro de multiplicar el aguardiente
y las tortillas: “¿Maestro, qué debemos hacer si nos detienen
y nos deportan?” a lo que Él respondió: “deben migrar setenta
veces siete, y si ellos les piden los dólares y los vuelven a deportar,
denles todo, la capa, la mochila, la botella de agua, los zapatos,
y sacudan el polvo de sus pies, y vuelvan a migrar nuevamente
de Centroamérica y de México, sin voltear a ver más nunca, atrás…”.

EL CÍCLOPE DE DIOS (FRAGMENTOS)

Éste es el pan que descendió del cielo: No como vuestros
padres que comieron el maná, y murieron;
el que come de este pan vivirá eternamente.
Juan 6:58

Yo, que busco mi pan diario
en las manos nupciales
de la harina
[…]
yo, no puedo comer mi pan tranquilo
mientras le falte al mundo
.
Otto René Castillo


1.

Yo dibujé una torta en la pared de nuestra casa.

Nunca fui buen dibujante, pero tenía once años
y mi familia un siglo de hambre.

De ahí que la torta —de milanesa y quesillo—
quedara a los ojos del pueblo y su tribu de peatones
tan gorda y tan sabrosa.

Era la esquina de la casa el dominio de los chuchos
y los ebrios por la noche.

Pero antes, horas antes, vendíamos aquellas tortas
bendecidas por el fuego de los leños
y una legión de manos las llenaba de aguacate,
sal y sueños.

2.

Decía antes que a la esquina de la casa
venían los ebrios y los chuchos y, frente a ellos,
a diez metros, pasaba aullando el tren
con su carga de jóvenes hechos de hambre,
sed y frío.

Iban a trabajar al “otro lado”: llegaban caminando
sobre aquellas vías de tren que siempre imaginé
como las vigas paralelas donde la muerte hacía gimnasia
para ganar las medallas y el oro del llanto.

Pero sé también que eran las líneas de un cuaderno
en el que Dios dibujaba aquellos cuerpos cansados
como si fueran las notas de una música tocada por la sangre.

3.

Aquellos rieles eran una pareja de machetes con el filo
vuelto al cielo: sobre ellos aún desfilan mujeres y hombres
hasta mutilar de su cuerpo la sombra.

Vi yo como dejaban pedazos de sí tras el camino:
a veces jirones de carne, a veces jirones de miedo.

Balam en la marcha por los desaparecidos, Ciudad de Guatemala (2017)

4.

Los migrantes llegan por las vías del tren.
Y así se marchan, aullando piedras.

Las vías, líneas de acero ceñidas a la tierra
con clavos de sangre sobre hileras de árboles muertos:
toneladas de líber ahogado en diesel negro.

Doble filo de una navaja para afeitar la sangre
por el que caminan los migrantes tocando con los pies,
a cada paso, el himno de la noche apátrida.

No son vías los rieles, ni durmientes los tendidos troncos:
son una larga e infinita marimba extendida de sur a norte,
desde el verde que muere al sol hasta el azul que muerde al cielo.

5.

Así llegó Orlin —cíclope de Dios—
tan cansado que arrastraba la sombra
como si fuese un fardo de piedras.

Llegó rechinando los huesos.

Si no mal recuerdo, traía sudando tristezas
y un par de tenis rotos desde San Pedro Sula.

No tenía el ojo derecho.

En un bagazo de selva hondureña
había dejado la mitad del sol:
una metralla le vació aquél ojo
y le dejó zurdos el mundo y la luz.

9.

En días de feria nos ayudaba Orlin
a preparar las tortas:
cortaba el pan francés, lo untaba de frijoles,
hacía la vida en dos mitades
y la abandonaba en platos de plástico
para gozo y molicie de oscuros comensales.

Nunca tomó nada que mi padre o mi madre no le dieran.

Tampoco probaba las tortas. Decía: “ustedes saben,
los niños pasan hambre; somos ya muchos en la casa;
la pobreza, yo prefiero el café con las tortillas,
vaya, gracias…”.

10.

Y allí estábamos aquella noche de muertos a machete
con música de un par de zarabandas que sonaban a lo lejos
lamidas por la lluvia y las marimbas.

Habíamos vendido casi todo
y nos sentamos a descansar un rato en la banqueta
mientras pasaban caminando los fieles de la feria.

Orlin llamó a mi madre para preguntarle
si podía calentar “algo” en el comal.

Tenía entre las manos una torta,
un poema hecho de lenguas en apariencia muertas:
había reunido las migajas para esculpir con ellas,
primero, las dos mitades de un francés,
y luego, llenó ese bastardo hijo del trigo
con todas las virutas, sílabas de pollo,
lascas de milanesa, las cosas olvidadas por nosotros
en la orilla de la mesa en la cocina.

Nos reveló así la comunión del pan
y la multiplicación del asombro:
veíamos esa torta como una granada abierta
que goteaba luz y Orlin parecía un niño sibarita
que hubiese cortado la lengua de un ángel
o el corazón de Dios para comérselo en silencio.

11.

Esa noche, vi yo nacer aquél milagro:
todos comimos de la torta de Orlin,
y en el lugar del diestro y negro pozo de su ojo,
un astro de vidrio eclipsaba la muerte
y brillaba en su rostro la ternura.

12. (Sueña Orlin en voz alta)

Hubieran elegido otra frontera, no este río.

Una mano quizá, un árbol, un pedazo de carne o de madera.

Una montaña, una cueva, un volcán o su magma.

Hubieran escogido otra frontera, no ésta imbatible luz
en donde mora la legión de los ahogados y las piedras.

 

LA JAULA DE LOS ESPEJOS

(Fragmento)

A Jewish giant at home with his parents in the Bronx, New York (Diane Arbus, 1970)

4.

a) Ahora David es el gigante. No hay filisteos rodeando los muros de Israel, pero el ejército de los ojos ha sitiado los cuatro muros de su pequeña Jerusalem. Goliat es la cámara y su párpado minúsculo. Basta con mover la honda de las pupilas y lanzar un guijarro de luz para que caiga el gigante sin guedejas y se quiebre sin escudo, sin espada. Pero este David es más bello y más vasto que todo el desierto del Neguev. Su voz de niño es el trino roto de un petirrojo que muere de frío acurrucado en los agrietados muros de Meguiddó. No hay filisteos aquí, pero ¿quiénes somos nosotros mirando al gigante David, al que danza con el pequeño corazón desnudo, inmóvil?

b)
Huyen del corazón, filisteas e incircuncisas, las palabras. Decir sin ellas: David es un gigante acromegálico; quizá Goliat también. Sombra de rubias guedejas sobre la arena del desierto, filos de noche sobre la lengua como dagas de sal. Del vado de su cuerpo toma David cinco palabras; brillan en su mano, muertas como cantos rodados vencidos por la sangre: pesan menos que la luz. Circuncisos de corazón y ojos, arrojamos un grito de piedra hacia el cielo raso del papel, decapitamos cabezas con la lengua de Goliat. Mastines que muerden la alfombra roída, desenvainamos la imagen reflejada en la lente y leemos en ella las gotas de silencio que caen desde la boca de David. Detrás de las ventanas balan corderos: rumian estrellas, oyen gemir al mar en el desierto.

c) El ejército del asombro ha decapitado al gigante del miedo, ese Goliat que derribó Diane con sólo lanzar una córnea de plata al monstruo del corazón. (1)


(1)
Los retratos de Diane Arbus son característicos por los personajes que fotografiaba. Su obra está influida por la película Freaks. La parada de los monstruos y por el libro Alicia a través del espejo. “Freaks han sido lo que más he fotografiado”, dijo alguna vez.

EL POETA MÍSTICO


El poeta místico dice que habla con dios o con la diosa
pero es incapaz de hablar y tratar a otros hombres
con la humildad y la paciencia de los pájaros.

Sus libros son templos supuestamente sagrados
aunque erigidos en medio de la nada:

despojados de dioses y demonios,
justamente dicen eso, nada.

Porque es más fácil que un escritor
de libros de autoayuda
entre por el ojo de una aguja
a que un falso poeta místico
entre en el reino de los lectores.

Profeta de sí mismo, eco del vacío en los espejos,
el poeta místico viste como guía espiritual de clase alta
y cierra lentamente los párpados mientras “levita”
al leer en público sus versos.

Pero no son celestes nubes
las que lo ciegan al abrir los ojos:
es el humo de sus libros que se consumen
en la pira inevitable del dios del tiempo,
en el pagano fuego de la vida.

Miserable de espíritu, sacerdote de la soberbia,
que los dioses del olvido lo bendigan.

Balam Rodrigo leyendo sus versos en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Soconusco, Chiapas, México 1974). Exfutbolista, biólogo y diplomado en teología pastoral. Autor de los libros Hábito lunar (2005), Poemas de mar amaranto (2006), Libelo de varia necrología (2006; 2008), Silencia), Larva agonía (2008), Icarías (2008; 2010), Bitácora del árbol nómada (2011), Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio (2012), Logomaquia (2012), Braille para sordos (2013), Libro de sal (2013), El órgano inextirpable del sueño (antología 2005-2015, 2015), El corazón es una jaula de relámpagos (antología 2005-2015, 2015), Desmemoria del rey sonámbulo (2015), Iceberg negro (2015), Bardo. Pequeña antología (2016), Silbar de mirlos para la hermusa (2016), Morir es una mentira grande que inventamos los hombres para no vernos a diario (2016; 2017), Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles, 2016), Colibrije (2017), Marabunta (2017; 2018; 2019), Ceibario (2018), Libro centroamericano de los muertos (2018) y Cantar del ángel con remos en la espalda (2019). Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés, inglés, polaco, portugués y zapoteco, y aparecen en antologías, revistas y diarios de México, así como en publicaciones de Alemania, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, Honduras, Perú, Polonia, Portugal, Puerto Rico y República Dominicana. Su obra ha merecido diversos reconocimientos, entre otros: Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (2011), Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz (2012), Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz (2012), Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos (2013), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (2014), Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco (2016) y Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes (2018). Finalista del I Premio Internacional de Poesía Medardo Ángel Silva 2014 (Ecuador), del V Certamen de Poesía Hispanoamericana Festival de La Lira 2017 (Ecuador) y del III Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya 2017 (España). Miembro del Sistema Nacional Creadores de Arte de México. Es miembro del Consejo Asesor Iberoamericano de TIBERÍADES.

Balam con algunos de los poetas invitados al XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar



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