“El hombre más bello del mundo”: con este revelador documental sobre Bjorn Andrésen, la “musa” de Visconti en Muerte en Venecia (1971), he vuelto a situar el foco en el panorama italiano, concretamente en la Toscana. Podría haber prescindido de esta referencia, mas la estimo oportuna ya que en otras ocasiones he mentado los estragos de la fama a una edad temprana como en Sue Lyon (Lolita de 1962) o Brad Renfro (Sleepers de 1996 o Verano de corrupción de 1998). Lacras derivadas de la fama o de los rodajes, así es el caso de Maria Schneider en El último tango en París (1972). Al margen del condenable hecho presente en la versión de la actriz, se trata de una cinta icónica del director italiano y, por tanto, de obligada mención. Me recuerda a Intimacy (2001) por la manera de iniciarse la trama: dos desconocidos mantienen casuales y tórridos encuentros. Del mismo modo que Inexorable (2022) me evoca a Belleza robada, en tanto se produce una apertura a la atracción entre el posible padre (Carlo Lisca, interpretado por Carlo Cecchi) y la desconocida hija.
Tanto El último tango en París como Belleza robada tienen en común la brillante dirección del italiano ha desplegado su talento en varias películas, sin embargo y pendientes varias de ellas en mi listado, mantengo lo que hace tiempo dije: Novecento (1976) es para mi gusto la Obra de sus obras. Sería la película ideal para comentar, mas es un imposible para mí, ya no por su duración (más de cinco horas) o por los intérpretes, la dificultad se halla en la temática. Grecia, Roma y la Segunda Guerra Mundial (sin obviar el período previo donde se gesta este conflicto) son mis pasajes predilectos de la historia (Novecento retrata el ascenso del fascismo italiano). A tenor de la duración, cada vez hallo más difícil encontrar un filme que mantenga incólume mi atención y estoy adquiriendo la mala praxis de no ver películas de menos de noventa o cien minutos. Como dato a tener en cuenta, un año antes de estrenarse esta cinta, hacía su entrada en escena la ruptura entre Pasolini y la iglesia católica (me refiero al cisma público) a raíz de su vinculación con la obra del marqués de Sade: Saló (1975).
Tras el inciso con Pasolini, La Luna (1979), donde hay una turbia relación materno-filial que al principio pretendí catalogar como complejo de Edipo (un complejo de Edipo asequible, para los que somos profanos en la materia porque existen varias versiones/teorías sobre el tema). Al menos eso parecía, pero tras la elaborada puesta en escena de la ópera surge una adicción en el centro de la película: la heroína somete al protagonista (Matthew Barry como Joe Silveri). Sobre esta temática estoy preparando un comentario a Yo, Christiane F. (1981), una autobiografía adaptada la cual narra de primera mano los efectos de la sustancia en quienes acaban de dar el salto a la adolescencia.
Las cuestiones serían: ¿dónde recala el desencadenante de ese vicio?, o bien, ¿la atracción es recíproca? El culmen de las manifestaciones incestuosas es el intento de generar celos por parte de la madre y lo que se deriva. Añado otro posible planteamiento: la madre percibe la esencia del padre en el hijo, otra hipótesis que solo es eso, una hipótesis, porque para dar una respuesta certera habríamos de imbuirnos en la esfera de la psicología.
En un papel “terciario”, aquel del famoso: “¡Buenos días princesa!” en La vida es bella (1997), Roberto Benigni en lo que podrían ser sus inicios. Tampoco es un caso aislado de intérpretes que empiezan “desde cero”, pensemos en la leyenda de la década de los 50 (por encima de Marlon Brando), James Dean, quien con solo tres películas (Al este del Edén de 1954, Rebelde sin causa de 1955 y Gigante de 1955) consiguió una relevancia inusitada, sin obviar la consecución de dos estatuillas póstumas. Otra intérprete digna de mención, aunque no pertenezca al reparto, es Isabelle Huppert por la cinta Mi madre (2004), la cual traigo a colación a tenor de la relación, diremos “peculiar”, madre-hijo.
Otro trabajo de Bertolucci se plasma en Soñadores (2003). El hecho de que la joven Lucy Hammon (Belleza robada) sea deseada por multiplicidad de hombres de diversas generaciones resulta hasta trivial en comparación con el triángulo amoroso creado en Soñadores. En ella, la pasión por el cine y el activismo juvenil propician la unión de Matthew (Michael Pitt, el remake de Funny games hecho por el propio Haneke, Cálculo mortal de 2002 o Bully de Larry Clark) con dos hermanos cuyos sentimientos trascienden de lo usual. Al margen de la rememoración de clásicos durante la trama, un aspecto llamativo es una escena en particular (quien vea el filme, sabrá de que hablo), la cual hace competencia a otras como la introducida por Cronenberg en Crash (1996). Para establecer una correlación y regresar a Belleza robada, señalar la presencia del elemento virginal.
En un rincón de la Toscana el director une teatro, pintura, escultura y poesía encarnados por personajes predispuestos para interactuar (de diversas formas) con la “novedad”: la protagonista totalmente antagónica a una femme fatale, caracterización empleada por el director para justificar el sensacionalismo causado en el resto de los participantes.
Belleza robada es básicamente una muestra del comportamiento humano, cargada a más no poder de realismo y, por ende, se escinde cualquier discurrir fantasioso. Esta cinta pertenece a la categoría de aquellas en las que la revelación de su contenido no es óbice para su posterior visualización. Esto último podría sonar a crítica, sin embargo, mis palabras distan mucho de la negatividad. Se distancian de un espíritu crítico en tanto que, las temáticas están al alcance de cualquier director, pero ¿y la maestría en la ejecución de las mismas?
Son filmes que permiten la identificación del espectador, toda aquella película inspirada o basada en hechos reales (salvo la ciencia ficción el resto entra en mayor o menor medida en esta clase) nos está reportando un conocimiento. Es por esto mi creencia de que, el dominio del Séptimo Arte puede equipararse al conocimiento otorgado por la lectura, lo ideal es aglutinar ambos. Como también el mutar la percepción del Cine, pues habrá quien lo asimile a modo de mero entretenimiento, pero para alguien que dedica un elevado número de horas a los documentales, series o películas, darle ese tratamiento sería asumir la pérdida del tiempo.
Estimo oportuno advertir sobre mis alusiones a Pasolini y a la Poesía en el título: lo he hecho con ánimo de generar atractivo y/o curiosidad. Pese a que he compaginado en alguna ocasión la gran pantalla y el Derecho, todavía no creo estar preparado para involucrar Cine y Poesía. Aún así, cuanto menos dejo patente la presencia de un Arte en otro Arte. En cuanto a Pasolini fue uno de sus mentores, una de las personalidades con las que colaboró (también con Jean-Luc Godard o Sergio Leone).
Aquí entran en juego tanto el padre del director como su mentor, Pier Paolo Pasolini, ambos eran poetas y seguramente eso condujo a Bertolucci a escribir versos antes de triunfar en la gran pantalla. Ya constituyó una grata sorpresa descubrir la vena poética del primero y, confieso que de Bertolucci no lo esperaba hasta la percepción de la poesía en Belleza robada lo cual me llevó a indagar. En un primer momento en su biografía se habla de la realización de composiciones literarias para luego redireccionar su trayectoria apelando al hacer poético con su cine.
Lo siguiente es cosecha propia, mera elucubración. No he conseguido encontrar los versos traducidos al español de Bertolucci hijo (In Cerca del Mistero fue su libro poético publicado en 1962), con lo que me permito presumir la no consecución de la calidad del padre o, simplemente, decidió orientarse de manera exclusiva al Cine. Sea como fuere, percibo una posible analogía en Belleza robada entre la protagonista que trata de seguir los pasos poéticos de su madre de igual manera que pretendiera Bernardo con Attilio.
El deseo de la hija por ser recipiente del talento poético de la madre le induce a tratar de pergeñar versos, sin embargo, lo más llamativo es cómo a través de los versos la madre esclarece a Lucy sus verdaderos orígenes. Es imperativo destacar esto último con la intención de cambiar la errónea mitificación del poeta como alguien que se expresa únicamente mediante palabras bonitas y “va tirando flores por todos lados” (por ponernos irónicos). En la escena referida, donde Lucy lee esos versos, se están narrando a través del lirismo, recuerdos perturbadores o truculentos, lo cual es la plasmación de vivencias y sentimientos en el papel.
La protagonista (Lucy Hammon) es encarnada por Liv Tyler que, además de su papel en la saga El Señor de los anillos, también realiza Los extraños (2008), The ledge (2011) junto a Patrick Wilson (Expediente Warren, baste con esa referencia) o Criaturas nocturnas (2018). Tengo un vago recuerdo de la película Armagedon (1998), insuficiente para considerarla entre las visionadas (la cito porque es bastante conocida), de igual manera hace años vi Giro al infierno (1997) con Jennifer López y Sean Penn, mas no recuerdo la participación de Liv Tyler.
Aunque Liv Tyler sea la titular del papel protagónico, sin duda Rachel Weisz es una actriz muy a tener en cuenta en el siglo XXI: Enemigo a las puertas (2001) en la cual también comparte reparto con Joseph Fiennes, Disobedience (2017), The lovely bones (2009), Langosta (2015) propuesta original sobre las relaciones amorosas del director griego Yorgos Lanthimos, Runaway Jury (2003), Denial (2016) recomendable para apreciar la inversión de la carga de la prueba en el ámbito jurídico, o Ágora (2009) la cual comencé a ver (la recomiendo “a ciegas” por ser de Amenábar).
Para zanjar el reparto, Jeremy Irons desproveído en esta ocasión de su papel de galán, seductor o amante (uno de sus diversos registros), para convertirse en amante no correspondido mezclado a la par de sufrir una aflicción terminal. Reconvertido es una especie de amigo y mentor, tratará de ayudar a la protagonista en sus elecciones. Por suerte me he centrado en una sola de sus caracterizaciones, de otra manera no sabría como abarcar su trayectoria: El amor de Sawnn (1984) con Ornella Muti (una actriz que no podía faltar en este comentario), Herida (1992) con Juliette Binoche o M. Butterfly (1993) con John Lone.
Por primera vez (si no me falla la memoria), hago alusión a los idiomas: inglés e italiano entremezclados, pero al menos, subtitulados. No como en la película As bestas (2022) de Rodrigo Sorogoyen donde, además del español, nos encontramos con el gallego y el francés, (aún sigo creyendo que es problema de los enlaces en Google y no de una insensatez revestida de “originalidad”). Me intereso la película en el sentido de incorporarla a mi acervo, no me resulta novedosa su trama: foráneos hostigados por los lugareños en la campiña inglesa (Perros de Paja de 1971), en la América (entiéndase la del norte) profunda (Defensa de 1972, por citar alguna dado que ciertas zonas del sur de EEUU son muy prolíficas sobre todo en el género de terror) o en la España profunda (Bosque de sombras de 2006 con Aitana Sánchez Gijón, Virginie Ledoyen y Gary Oldman). Destacar la actuación de Luis Zahera (Celda 211 de 2009), un gran actor en su registro de expresarse a voces en casi todas sus intervenciones.

La anterior es antagónica, pero sí quisiera reseñar algunos títulos con los que percibo algún tipo de correspondencia con la figura de Bertolucci (aunque sea remota): Las vírgenes suicidas (1999) de Soffia Coppola (su padre hizo algún que otro trabajillo como El padrino, Apocalypse Now, o una menos conocida lo que no implica la merma del nivel, La conversación), American Beauty (1999) romances prohibidos y actitudes reprimidas o Malèna (2000) ambientada en el fascismo italiano y con la actuación de Monica Bellucci (Irreversible de 2002 o La pasión de Cristo de 2004).
A pesar de mi atracción por el cine escandinavo, debo señalar, holísticamente y desde una profunda subjetividad, el erigir de la gran pantalla italiana como la mejor (quizás sería más acertado decir completa) de Europa (recalco, es una opinión hasta ahora formada. Para restar subjetividad y adelantarme a posibles contraargumentaciones, seguramente uno de los países donde habría contingentes de resistencia sería Francia. He visto filmes notables: Haute tension (2003), Mártires (2008) de Pascal Lauguier, El amante (1992) de Jean-Jacques Annaud, Hunted (2020) la cual incluyo porque es una coproducción en la que participa Francia (me parece curiosa de recomendar al ser una versión muy contemporánea y cruda de caperucita roja, de igual manera se hizo en Hard Candy (2005) o, la inversión de papeles en La chica de la capa roja (2011). Hay grandes directores e intérpretes, aunque esta aseveración resulta lo mismo que decir: hay gente bonita en tal lugar.
Pero si hay un aspecto en el que sería sumamente complicado ceder mi postura es el de ese eros italiano, tan particular y desatado, sin parangón. Una sexualidad introducida desde temprano porque acordémonos de que, en buena medida, las etapas del Cine son coetáneas a la evolución social, aquello llamado por algunas personas moral social (desde mi percepción, es una consideración mal empleada). Me viene a la mente el ejemplo de La calumnia (1961) con Audrey Hepburn y Shirley Mclaine, cinta que seguramente fuera controversial en aquellos tiempos, pero que hoy sería una más, como debe ser, si es que se cree en la igualdad de las personas). Y, dentro del eros, los italianos son los verdaderos reyes de la comedia erótica, pudiendo en varios casos descuidar la calidad para copar de manera apabullante la producción de este género. Ahora bien, si me preguntan acerca de las lindes más extremas del erotismo en el Séptimo Arte, no tendría más opción que citar la obra de Nagisa Ôshima, El imperio de los sentidos (1976).

Hilando de nuevo con el cine francés debo hacer autocrítica, carezco de conocimiento sobre el elenco francés del siglo XX (la primera que tengo pendiente es El cuervo de 1943, la cual vi mencionada en el documental Grégory de 2019). Esto no se debe a un deslindamiento del siglo pasado, ya que con el tiempo voy disfrutando in crescendo de los clásicos. Situándonos por debajo del 70 podría destacar: El nacimiento de una nación (1915) de D.W. Griffith, M, el vampiro de Düsseldorf (1931) de Fritz Lang (basada en el caso real de Peter Kürten), La parada de los monstruos (1932) de Tod Browning, Lo que el viento se llevó (1939) de Victor Fleming (amor en el “idílico” sur de EEUU, devastado por la injusta guerra de secesión. Fuera de sátiras, esa distorsionada percepción de las tierras sureñas no tiene nada que envidiar a la de D.W. Griffith), Psicosis (1960) de Hitchcock, Viridiana (1961) de Buñuel, Matar a un ruiseñor (1962) o Repulsión (1965) de Polanski.
Comparto los enlaces de las obras de Bertolucci:
Novecento (1976) https://ievenn.com/novecento-1976-espanol/2421231/
La luna (1979) https://www.youtube.com/watch?v=SXbQ4jRI-uc&ab_channel=AlexG
Belleza robada (1996) https://www.tokyvideo.com/es/video/belleza-robada
Soñadores (2003) https://verpeliculasonline.org/pelicula/sonadores/
José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, 1994). Poeta, egresado en Derecho por la Universidad de Salamanca y crítico de cine. En poesía ha publicado el libro ‘Tambores en el Abismo / Tambores no Abismo’ (Labirinto, Fafe, Portugal, 2022, en edición bilingüe y traducción de Leocádia Regalo). Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada ‘El barco de las ilusiones’ (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó el cuaderno ‘Madre’ (Trilce, Salamanca, 2021. Dos poemas traducidos a 12 idiomas). Poemas suyos han aparecido en diversas antologías y revistas de España e Iberoamérica. También ha publicado los libros ‘Pasiones cinéfilas’ (Trilce, Salamanca, 2020) y Iuris Tantum (Betania, Madrid, 2020). Sus críticas de cine se publican en las revistas literarias Crear en Salamanca y Tiberíades, mientras que sus artículos de contenido jurídico y social se dan a conocer el su blog Iuris tantum, que mantiene en el periódico digital Salamanca al Día.
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