Tiberíades agradece a José Pulido, destacado poeta, narrador y periodista cultural venezolano radicado en Génova, por permitirnos difundir esta entrevista
¿Qué es lo que queda después de los escombros, de las enfermedades, de los camposantos, de los dramas y las vicisitudes cotidianas? ¿Qué es lo que queda después de andar y desandar un camino afortunado o desafortunado?
El amor. El amor es lo que queda en cualquier circunstancia. El amor que alguien tenga disponible como reserva existencial. Y cuando el amor parece a punto de extinguirse ¿Qué lo hace resurgir como un milagro vegetal, como una primavera particular? ¡La misericordia!
Es probable que esos dos poderosos modos de vida: el amor y la misericordia, -un sentimiento y una virtud- formen parte del grave encanto que se desprende de todo lo que escribe Arnaldo Jiménez.
En la poesía se le pone voz a las cosas y a los seres que no hablan. Y para eso hay que compenetrarse hasta el tuétano del pensamiento y tener una intuición muy desarrollada, una sensibilidad humana portentosa. Por ejemplo, el hecho de ponerle voz a una piedra impone una responsabilidad: imaginar lo que diría una piedra estando en determinada circunstancia.
La poesía puede señalarte, recorriendo senderos sorprendentes, que una piedra y Jesús de Nazaret tienen mucho en común. Arnaldo Jiménez a veces parece un predicador en el templo de las palabras y hace cosas similares en nombre de la poesía: puede ponerle voz a una piedra.
Muchas personas creen que la poesía es algo completamente inútil, que se puede prescindir de ella. Aunque la usan a cada rato sin darse mucha cuenta.
Cuando implora rezando a cualquiera de sus dioses, el ser humano lo hace con poesía: el rezo es un poema desapercibido. Y los creyentes intentan, a través de ese poema, que un ser divino les devuelva algo que han perdido, les otorgue una propiedad que no poseen. El poema del ser humano se invoca para obtener una emoción, una revelación que sirva para seguir amando o viviendo. Arnaldo Jiménez logra que sus poemas parezcan plegarias.
Arnaldo Jiménez es un cronista de todas las andanzas que el alma acumula; Recoge los pasos de los sentimientos y los une a su escritura. Su poesía es una voz de misericordia que se eleva en cada verso; una invocación para el bienestar del prójimo. Los oídos enfermos, las nostalgias enfermas, las memorias enfermas pueden curarse con la medicina de esa poesía. Ese bálsamo.
Ha querido encontrar una respuesta clara y determinante para su existencia en la existencia que escribe, en la vida que observa y recrea.
Cada espíritu tiene su nombre en la madeja que teje Arnaldo Jiménez y cada nombre es un mundo de significados, de cariños, de amores, de tiempos bien sentidos y vividos. Uno de sus mejores poemas, Sinónimos de la sombra, puede ser un buen ejemplo de cómo escribe y siente este poeta.
SINÓNIMOS DE LA SOMBRA
longitud de la flecha que anida dentro del pájaro
fluidez de las señales que el infortunio extermina
última forma de los verbos
molde secreto de lo lejano
pan que se rompe en la profundidad del egoísmo
sueño del caballo sobre el destello de la piedra
presagio de la hostia en el beso
soplo del destino en la llama del nacimiento
culpa latente en la clave del silencio
gesto de Dios cuando se cubre de abandono
escapulario que rompe la fe de los insomnes
compasión de las ventanas en la contemplación del dolor
vigilia del reloj en el desgaste de los ojos
polvo de las negaciones
musgo que crece en las plegarias
intimidad que copia la ceniza en la ceniza
ARNALDO HABLA SOBRE “LAS MÁGICAS VIVENCIAS DEL HOGAR”
-¿Cuánta influencia tiene tu infancia en tu escritura?
-Mi infancia es un amuleto que he tratado de utilizar con mucho cuidado, intentando no malgastar sus poderes. Mi infancia perdura en mis cartílagos ya desgastados por el uso de tantas búsquedas. Es el tiempo en el que la magia de lo cotidiano emergía con todas sus posibilidades, y yo estaba algo ciego y sordo para comprender los eventos que pasaban unos tras otros envolviéndonos en una suave atmósfera que estaba constituida por las brisas de varios puertos en los que habíamos vivido.
Pero en mi adolescencia, la poesía llegó a abrir mis ojos y afinar mi percepción, sobre todo, de los espacios inmediatos de vida. Entonces comencé a ver con otro sentido los ritos de mi abuela dentro de la casa, sus cantos al cocinar y remendar nuestras ropas; comencé a palpar cómo, tanto abuela como madre, conversaban con las matas, las ánimas y los santos. Y mi memoria recogió los golpecitos en las arepas y las conversaciones poco antes de amanecer. Mi memoria archivó la voz apagada de mi madre, su tos en la madrugada. Y la escritura se extendió para rendirle homenaje a sus vidas que, como la mía y la de muchos seres, pasan sin ser degustadas; se esfuman sin ser escuchadas.
-Y comenzaron a aparecer tus libros ¿no?
-De esta manera surgió mi primer poemario: Zumos, publicado por la gentileza del poeta Adhely Rivero, al crear en el Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, la colección Mi Primer Libro. En Zumos había adquirido plena conciencia de lo que fue mi infancia al lado de mis familiares; allí se encuentran los ejercicios de un aprendiz de poeta que prefirió alimentarse, más de las cualidades poéticas y las mágicas vivencias del hogar y de los puertos, que de aquellos platos exquisitos que me ofrecían los poetas y narradores que para aquel entonces leía; pero esto no significa que no existan influencias de autores; es casi imposible que un poeta sostenga una escritura sin que se noten las marcas, los trazos de aquellos libros y autores que han entrado en él y han formado parte de su existencia. Sin embargo, en el caso de Zumos, le precede una decisión de ruptura con todo lo que había escrito (quemé muchas libretas llenas de poemas) y, deseché, lo más que pude, la influencia del chileno Pablo Neruda. En años posteriores preferí ser un ladrón de miradas, de maneras de decir, que copiar o imitar. Lacan les decía a sus estudiantes que un psicoanalista era una especie de vampiro que se alimenta de la sangre de muchas disciplinas; algo así concibo para el artista.
-Escribes también de los pueblos, de la gente. Lo vi en libro Entrepuertos
-Pensando en que un autor es un pueblo que habla y canta, tanto en mi poesía como en mi narrativa he intentado que esas voces aparezcan, se les vea en sus modos de ser y de contarse las vidas y las muertes. Por ello escribí una novela titulada Entrepuertos (inédita), en la que narro casi a todos los seres que han formado parte de la historia familiar, incluyendo animales, personajes de las comunidades y amigos entrañables, vivos y muertos, que desde el pasado me vienen acompañando, sosteniendo mi alma y otorgándole una dignidad que quizás no merezca. Al nombrar a mi madre se abre un abanico de vivencias infantiles que han repercutido en muchos de mis libros; lo mismo ocurre al nombrar a mi hermana y a otros familiares; incluso, hay líneas de vivencias que no se tocaron en sus momentos y causan la impresión de que la historia familiar fuese otra, muy distinta. Esto que estoy afirmando a veces se ha mostrado con tanta crudeza, que escribí el guion de otra novela (El Biógrafo) que tiene como finalidad la posibilidad de que la historia familiar se anule a sí misma en cada una de las versiones y termine por mostrar que su carácter de existencia es la dispersión, la evaporación.
¿Cuál de tus obras te satisface más a estas alturas?
-La satisfacción de una obra publicada tiene varios aspectos que me gustaría mencionarte: primero, a quién está dirigida o quién fue el motivo que originó el libro. Según este aspecto, Zumos, Tramos de lluvia y Álbum de mar, son poemarios dedicados a mi madre Milka Jiménez, a mi abuela Filomena Oduber, y a otros familiares muy queridos; por tanto, me satisfacen todos. En este mismo sentido, otro poemario titulado Caballo de escoba, dedicado a la infancia de mis hijas, pero también a las pérdidas y, pienso en mi padre principalmente (no por su muerte, que ya debe haber ocurrido, sino por haberse separado de nosotros cuando nuestras infancias aún estaban por desenvolverse). Caballo de escoba tiene la particularidad de que fue regalado por mi madre después de haber muerto; porque para su entierro y velorio, muchísimas personas me obsequiaron dinero, obviamente, sin yo pedirlo, y tanto reuní que me sobró para publicar ese poemario en el que ella también está presente. Ha sido el único libro, hasta ahora, que yo he pagado para poderlo publicar. Te imaginarás la inmensa satisfacción que esto causa.
Segundo aspecto: una obra puede satisfacer porque allana un espacio que uno, como autor, pensó en cubrir y siente haberlo logrado. Dan cuenta de este aspecto los libros: Chismarangá, Orejada y La honda superficie de los espejos. Los dos primeros forman parte de una trilogía en la que pretendo desmontar la oralidad en sus órganos principales: la boca (Chismarangá), el oído (Orejada), y la mirada o los ojos (Barrio el Mireteo, inédito). En estos libros el autor queda borrado en casi su totalidad, son los seres que constituyen un barrio y, por extensión, a un país, los que en ellos bullen con sus dramas, comedias, modos de hablar y contarse, moverse, padecer, amar. Los precede un trabajo de campo en el que recojo las historias y las transcribo lo más fiel posible a cómo fueron contadas, con los giros del habla que, por demás, poseen una musicalidad y un hechizo únicos: patatín patatán, esto y lo otro, asao y sancochao.
El tercer libro: La honda superficie de los espejos, es un ensayo dividido en dos partes: la primera sección tiene varias historias de vidas de las localidades como San Esteban Pueblo, La Sorpresa y el Barrio San Millán. Curanderos, diablos danzantes, parranderos, sobadores… están allí contando sus historias. La segunda sección es un aporte que modestamente ofrezco al estudio de las localidades, destacando un análisis de los signos que circulan en un espacio determinado y nos permiten establecer la diferencia entre localidad y comunidad; identidad local e identidad nacional. Cómo la historia de vida aglomera diversas identidades que no se estropean entre ellas, pero que unas otorgan más sentido de vida que otras.
Existe un cuarto libro del cual fui compilador, un libro que no coloco entre los tres que antes nombré porque forma parte de otra emoción, de un clavo bien hundido; me refiero al poemario EL SILENCIO DEL AGUA, cuyos poemas y dibujos (de excelentes facturas todos), fueron ejecutados por niños entre nueve y diez años. Fue publicado en 2007 por la Secretaría de Cultura de la Gobernación de Carabobo, y ganó el premio a mejor libro de lectura, regional, ese mismo año. Mis estudiantes acudieron a un agasajo; sus poemas fueron, además, publicados en la revista La Tuna de Oro, de la Universidad de Carabobo donde también expusieron sus dibujos gracias a la intervención de la poeta Lierka Bonanno y del poeta Víctor Manuel Pinto. Digo que es otra emoción porque en ese Silencio… celebro un logro como docente y no tanto como escritor. La satisfacción por ver este libro publicado es un aire de frescura que jamás se irá de mi alma.
-¿Es la poesía una esencia de toda tu escritura?
-Por supuesto. Aunque me atrevería a decir que de toda escritura; porque, si la escritura tiene como fuente principal la relación del ser humano con su entorno, sus relaciones, sus frustraciones, sus tragedias, dramas, alegrías, tristezas, su misterio, su insondable alma…, entonces estamos hablando de que la realidad no puede no ser poética. El autor puede elegir una escritura directa, sin adornos, parca, sin imágenes ni metáforas, comedida; pero esto no resta un ápice a que lo allí expuesto no contenga una alta dosis de esencia poética, ya que, además de lo antes dicho, muestra una realidad que ha sido creada y recreada por él, utilizando la materia más escurridiza y enigmática de todas las artes: el lenguaje.
En mi caso, la poesía es un gran caballo mágico sobre el cual cabalgan todos los otros géneros que escribo, buscando caminos propios, buscando distancias.
“LA POESÍA ES UN MODO DE CONOCIMIENTO”
-¿Qué es la poesía para ti?
-La poesía es la palabra (actuada y escrita) que más se acerca a la vida, fluye con esta y se hunde y emerge balbuceando sus milagros. No tiene un solo ser, es una pluralidad de identidades que se oponen y se afirman, y danzan juntas frente a la llama perdurable de la muerte. La poesía no es el poema, es su alimento. Si un poema fue escrito desde las emociones y los asombros, desde la hoguera de los pulsos, y se lee en él el puente necesario que une palabra y vida, entonces la poesía se respira en el poema y pueden confundirse. La poesía, además, es un modo de conocimiento, el más elevado que hemos podido darnos; situada más allá y más acá de la ciencia, la poesía es la indagación sobre las realidades externas e internas que así muestran sus inutilidades y sus utilidades. Es la pregunta y el impulso que lleva a buscar la respuesta. Es un modo de vivir con todos los sentidos despiertos, oliendo, oyendo, saboreando y palpando el mundo con la conciencia que esto implica: lo efímero, lo fugaz, lo inesperado. La poesía es religión con o sin Dios, instrumento de lucha y de amor, un modo de enseñanza.
– ¿Puedes hablar de tus días en el hospital? Lo que sentiste.
-Esos días fueron de un gran impacto emocional. Me practicaron dos operaciones en una semana, las dos con carácter de urgente; de vida o muerte. La primera operación fue a causa de una perforación del intestino delgado; pero me llevaron a quirófano con síntomas de cólico nefrítico y una incipiente neumonía. Un día antes de enfermar gravemente, soñé que estaba en una especie de niebla, un vacío intensamente blanco, colocado sobre una camilla, una fuerza anónima empujó la camilla y la hizo dar vueltas y vueltas, por momentos todo quedaba en blanco; sin embargo, en una especie de suelo yo veía la presencia de un maniquí femenino con la cabeza ladeada, una voz me dijo que si al detenerse la camilla yo seguía viendo a la muñeca, regresaría, y así ocurrió.
Fueron días de mucho sufrimiento para mis hijas, pues todo indicaba que podía morir. Ellas vieron cómo los puntos de mis operaciones se desataron; una vez, por un vómito insólito que indicaba que aún había un foco infeccioso dentro de mí, lo que motivó la segunda operación precisamente el día de mi cumpleaños; otra vez por efecto de convulsiones ocasionadas por mal suministro de los antibióticos. Fueron varias las reacciones a los antibióticos.
Estuve por más de quince días recibiendo nueve tipos diferentes de antibióticos por vía intravenosa; orinaba sangre, y me hicieron una transfusión; tenía paranoia terrible, sentía que los médicos y las enfermeras entrarían para llevarme a un sitio. Por todas partes veía figuras grotescas que danzaban, abrían fauces, temblaban en las paredes, se proyectaban como sombras. Una vez que salí de la segunda operación, necesité oxígeno con urgencia, pues mi saturación estaba muy baja. Volvió la neumonía… No obstante, yo me levantaba a cualquier hora a caminar los pasillos con ayuda de mis hijas o de mis yernos, y esto fue un punto a favor. Me consterné mucho cuando en revista médica dijeron que la infección la tenía regada por todo mi cuerpo. Jamás perdí la visión de la muñeca y sabía que todo eso pasaría.
Debo decir que cuando se transmitió por las redes sociales que sería intervenido de urgencia, las ayudas de todo tipo no se detuvieron en los próximos veinte días, incluso, todavía hay quien ofrece su colaboración. Entre mis hijas (que estuvieron a punto de perder sus trabajos), mi exesposa, mi compañera actual, los yernos, los amigos, escritores, poetas, docentes, representantes… Me permitieron comprender de qué manera se manifiesta Dios, las bondades se multiplicaban. Los médicos y personal paramédico, en su mayoría, daban lo mejor de ellos mismos para conservar la vida de los pacientes. Todos los días entraban más personas operadas y por operar.
Los gritos de una anciana que había perdido una de sus piernas y estaban por quitarle la otra, la señora había sido cantante de ópera, y los gritos terminaban en cantos y en delirios en los que convocaba, a veces de manera muy dulce, y a veces de manera muy amarga, a los seres de su pasado. Ella fue atendida por unos sobrinos que nunca la dejaron sola y mostraban una devoción casi divina, acariciándola, susurrándole al oído frases de consuelo… Hasta que, pocas horas antes de que la internaran para quitarle la otra pierna, entró en un profundo sueño, tan liviano que casi nadie se dio cuenta de que emprendió el vuelo montada en una nota silenciosa. También vi morir a una niña de trece años quien pocos días antes estaba planificando sus estudios; pero también vi las lágrimas y el esfuerzo del médico tratante quien permaneció por cuarenta minutos tratando de revivirla; en fin, en el hospital todos somos semejantes, más que en cualquier otro sitio. Allí se palpa la crueldad del destino, lo efímero de nuestras vidas, pero también, el amor, la compasión, la misericordia llevada a extremos. De allí solo la humildad puede habitarnos.