Poemas de

Carlos Gustavo Vargas: ‘Estación del asombro’ y otros poemas inéditos

 

Tiberíades agradece al poeta costarricense Carlos Gustavo Vargas por permitir la difusión de seis poemas de su libro inédito ‘Peatón de Tempestad’. La selección ha sido hecha por el poeta Alfredo Pérez Alencart.

 

Estación del asombro

La infancia se ha perdido.
La juventud se ha perdido.
Pero la vida aún no se ha perdido.
Carlos Drummond de Andrade

El niño es un diestro creador de estaciones
a las que luego regresará para encontrarse solo.
Volverá al viejo autobús
una y otra vez.
Recorrerá patios ajenos
y dejará salas en desorden.
Asomará por la ventana y lo verá todo:
el mar, las sombras de la selva, los grandes edificios,
los dioses inventados,
esos seres de los que nadie le habló,
hechos con barro del que no fue moldeado,
dioses que pronto los olvidará
y arrojará al camino
para que otros los descubran.
El niño es un perpetuo viajero sin temor al viento,
capaz de inundarlo todo
y a la vez ese todo poder salvarlo.

Desde el amplio pasillo que resguarda mis horas
veo su imagen como un vaho que agoniza
en el hoy ruinoso escenario
donde ya nada florece
cuando alzo la mirada.

Lo recorro como ya tantas veces anduve
y me tumbo en los asientos finales de la memoria
anclado en la estación del asombro.

 

Por la ventana se ve el mundo girar

Volveré tantas veces,
incluso las que no sean necesarias
porque al abrir las cortinas todo sigue intacto,
y hasta escucho la voz de los ausentes,
el eco de las llagas y el crujir de los caminos culminados.
Las casas disfrazadas
parecen no ser las mismas
pero sus ojos desnudos
no pueden engañarme
Aquí todos nos matamos
y todos hemos resucitado
Aquí todos ardimos
y todos supimos apagarnos
Y por las noches,
el niño en cautiverio
envejece pegado a la ventana de la memoria,
con la certeza de que siempre es tarde
para ver girar el mundo de bicicletas,
de los hijos de aquellos que saben
que siempre será temprano.

Vista nocturna de Turrialba (foto de Mar Russo)

Pasos de baile

La lluvia trajo compañía.
Una que bailaba por los pasillos de la casa triste.
Que le gustaba el llanto ajeno y las cartas de despedida.
El niño le huía con Los Cadillacs a todo volumen
y las canciones que ella nunca cantaría,
pero sus intentos de fuga fracasaban
y siempre volvía al confuso tablado
que se elevaba con su presencia.
Bailaba en el jardín y rompía las hojas secas
que desprendía su madre.
Bailaba y bailaba
con la fuerza de un árbol que ofrece frescura
pero que acabará abrigando cadáveres.
Ya no había más que hacer
-decían los entendidosnada.
Y mientras ella bailaba
los ojos de la casa
oscurecían.

Un día no se escuchó más
y el niño volvió a la calle
donde todos juegan a esperar
la melodía del baile final.


Fotografía en la pared

Ella llevaba una mochila con su nombre bordado
y un sombrerito de vaquero que contrastaba
con la gorra verde olivo de los años del niño revolución.
No bastó ir lejos de casa
para escuchar el tamborileo en los árboles de la tarde
y cubrirse de aquel abril blanco y perfumado
de un cafetal que empezaba a oler a versos y despedidas.
De ese día
conservan un instante impreso,
una pared que separa los tiempos
y las heridas abiertas de la memoria.

 

Hormigas en la pared

Algunas veces
la pequeña casa alarga las rutas entre una habitación y otra,
se llena de forasteros que deambulan por los monumentos de la sala,
se transforma en una ciudad de muebles que rascan el cielorraso,
y de pronto te ves en medio de ese insoportable tránsito
de hormigas en la pared.
Aquí ya no hay salvación para el día:
somos un punto más moviéndonos por inercia,
fluyendo en líneas disparejas
hasta llegar a una alacena que tiene hambre en los estantes,
y gruñe como una manada de sueños enjaulados.
Es enorme la casa cuando el café que recién preparo
baja en forma de cascada y golpea la soledad de una mesa
astillada por la memoria.


Un espacio para regresar

Siempre habrá una ruta de regreso a casa
aunque todos sean ausencia,
aunque nadie sepa ya tu nombre
y aquella que fuera tu habitación de niño
sea ahora un depósito de escombros
alfombrada por el tiempo.

Siempre habrá un espacio para regresar
y jugar a trazar caminos
en los inocentes cuadernos
que aguantan cualquier desvarío.

Duerme en tu nueva cama.
Al despertar,
ya habré regresado.

 

Alfredo Pérez Alencart y Carlos Gustavo Vargas, en Turrialba

Carlos Gustavo Vargas (Turrialba, 1981). Poeta, periodista y emprendedor turístico. Ha laborado en diferentes medios de comunicación escritos y radiofónicos, desde donde difunde temas culturales. En el 2015 y 2016 fue miembro del taller literario Nuevo Paradigma, de Turrialba Literaria, impartido por el poeta Juan Carlos Olivas. Ha participado en diferentes festivales de poesía organizados por Turrialba Literaria.

 




Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*
*