Las uvas de Zeuxis
No serás el racimo de frutas
Que vanamente se disputen
Los pájaros que se llamen olvido.
Yves Bonnefoy
Han vuelto las aves
a devorar con fruición,
bajo la sombra de la vid,
las uvas frescas que el artista
ha pintado.
Habría que dibujar un hombre
con el ceño adusto o un niño
gritando o pintar un cielo
menos claro o un mar borrascoso
que las espante.
Algunas alzan el vuelo
del retorno, llevando
entre pico y garra rastros del banquete,
van a alimentar a sus crías en un rincón
boscoso del ponto Egeo.
La sombra del mar golpea la orilla
lejana. Una a una
vuelan por sobre las aguas.
Las guía el aroma destellante de la fruta
y el color que va
del verde tierno al violeta ya maduro.
Ya acechan desde el cielo
más cercano. Esperan del pincel
la próxima cosecha.
(De Palabras de acerada proa)
Mutaciones
Hasta el duro cielo de estas rocas
Ha llegado el mar.
En el, recuerda el agua
Su antigua germinación de sombra,
El paso del ánade y la huella
Acaso feliz de algún hombre,
La otra margen donde las edades del sol
Se confunden con las hojas que caen
De la lluvia.
Cenizas, nostalgia… hojas manchadas
De luz que el viento aún esparce
En algún lugar de la memoria.
Hasta el duro cielo de estas rocas
Ha llegado el mar.
Bajo su oleaje, la palabra
En los labios, descansa.
(De la blanca hierba de la noche)

La rosa de Paracelso
A Jorge Luis Borges
Apocalipsis 2:17
Recordó la flor que antes de ser ceniza fue color,
Espiga en aroma,
Espiral al viento. Recordó la brizna de luz
En la hoja que cae del tiempo, la sombra
En el vuelo errante del ave y el canto feliz
Del astro, pensó la flor en la piedra y en la espina,
Recordó el dolor y recordó el camino.
¡Suplicó volver!, mas el ojo del escéptico no advirtió
El prodigio,
El maestro pronunció la palabra oculta…..
¡Intacta resucitó la rosa y otra era la flor
Que a la vez era la misma, así como la piedra
Era la piedra y al mismo tiempo era el camino.
(De Palabras de acerada proa)
Remanso
El hombre pasa.
Su palabra queda temblando
un instante sobre el agua,
un instante,
después es una lágrima.
Un instante nada más,
un instante sobre el agua.
El hombre pasa.
El sol es alto en sus pupilas
y el viento robusto
en su mirada.
¿No escuchas el incesante batir
de unas olas en su sangre?
¿El canto transitorio de las aves
surcando la memoria?
¿El reproche de unas huellas,
el antiguo rencor de sus pisadas?
El hombre pasa.
El sol se apaga
dejando un remanso de sombras
en sus labios,
y no hay sueños,
ni mundos que pueda redimir,
ni credos que lo salven.
Tan sólo hay una herida
que sangra en su costado,
y sus palabras,
lágrimas disueltas sobre el agua.
(De La blanca hierba de la noche)
Fragmento del otoño
La seda que aprisionaste entre tus manos
para guardar el viento.
La sombra primera del día o el sol como una joya
entre tu pelo.
Ese aroma cambiante de tu cuerpo
y el destello de su fuego en la memoria.
El heno de la mañana virgen,
la dulce raíz del alba sobre la rama
del magnolio.
La huella y su humedad en fuga, el horizonte
lejano de unos besos y la roca donde anidó
su luz. Los días como un torrente
en la pupila.
Ese viaje feliz del iris sobre la melancolía
de lo efímero.
Lo que se va, lo que se ha ido ya.
Ahora sólo quedan palabras, palabras empotradas
sobre la cal de tantos años,
sobre el dolor de tantas cosas.
Palabras como gotas de finísimos aceros,
como soles de extintas primaveras,
como belfos de rabiosa herida,
como un coro de voces recorriendo
la triste arcilla, como árboles de profundas
raíces donde las ramas poco a poco
se van quedando vacías.
Las palabras recordándonos gestos, caricias,
cartas de amor como lámparas de una oscura noche.
Palabras que se hunden en busca de un lejano
paraíso y el mar aislado en una gota
y el rumor de un barco en las crecientes olas.
Lo que se va, lo que se ha ido ya.
Más tú has vuelto y escuchas tu voz
en otras voces, tu soledad en otras bocas,
y hay una estación donde el aroma pactó
con la rosa el breve cielo que un hombre besa
y unos ojos que al final contemplan el secreto
fuego de las cosas.
“Así es la vida”, dices. Como un océano
Y sus pequeñas olas.
Así es la vida. Con sus verdes filos,
Con sus duras rocas. Contra la hojarasca gris,
Contra todo aquello que aún se aferra a ti y a mí.
“Así es la vida”, dices.
Ese cardo abierto a la dura luz.
Estas lágrimas que llegan sin sorpresa.
(De La secreta voz de las aguas)
Versos para una elegía
Cuando llegué ya estaba la montaña, Dicen, cuentan, que nació y creció
del primer hervor del nixtamal.
También de ese primer hervor nació la artesa de piedra negra y la muchacha
que muele el grano de maíz, porque la piedra siempre será la piedra
de un altar y la mujer siempre será Ixchel la diosa del Mayab.
Después fue todo lo demás, el hombre, su heredad, el huerto y el grumo
de tierra que canta en el arado. Las fincas, el bambú de agua zarca y la voz
dulzona del trapiche en la molienda.
Después fueron los bajíos, el río desplegado entre las vegas y la sombra
del ave que abreva en agua mansa. Las balsas hechas de Guanacaste cortado
en luna nueva y el viejo canoero que masca hojas de tabaco y bebe aguardiente
en pacha de un octavo para atenuar el frío y conjurar el mal de amores.
Cuando llegué ya estaba el pueblo y sus caminos, el Land Rover y la Baronesa
en cuyas maderas anidaban los colores del tucán y la guacamaya, el pregón
del viento los domingos en el parque y el anciano marinero que al verse
en el espejo contemplaba el mar como un barco atado a la niebla de un puerto
lejano: “¡viento a estribor, viento a babor!”, Gritó la noche, y él se fue quedando
dormido.
Cuando llegué ya estaba la casa, la construyó mi abuelo con su padre, doy fe
del sol en sus ventanas, del amor y la bondad de mis mayores
como de la maravilla de la gladiola en el búcaro de la esquina.
Sí, cundo llegué ya estaba la casa, sus anchos corredores, su cocina, el fuego
en la hornilla, los utensilios varios y aquel pocillo de hojalata abollado y tiznado
por los años, pero siempre al borde de café, de alguna bebida espirituosa
o de agua fresca.
(De Poemas de las tierras altas)
Marco Antonio Madrid (San Nicolás, Honduras, 1968),es licenciado en Letras con especialidad en Literatura por la UNAH. Se ha desempeñado como profesor de Filosofía y Letras en distintas universidades de Honduras. Sin embargo, su labor docente la ha desarrollado principalmente en el Departamento de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula (UNAH-VS) impartiendo la clase de semiótica y literatura. Poemas suyos han aparecido en diarios hondureños y en algunas revistas literarias extranjeras y ha participado en antologías centroamericanas e hispanoamericanas. Es director y fundador del Magazín Literario El barco ebrio. Ha publicado los libros de poesía La blanca hierba de la noche (2000) La secreta voz de las aguas (2010) Palabras de acerada proa (2018). De la llama, otro fuego (2023).

Imagen de cabecera: El poeta Marco Antonio Madrid (foto de A. P. Alencart)