Si has amado la belleza del mundo
desesperadamente, nunca
la cederás al polvo y la ceniza.
Desesperadamente esperas
la glorificación de la carne destruida.
Es un implacable corolario.
(José Jiménez Lozano)
Corolario: «Razonamiento, juicio o hecho que es consecuencia lógica de lo demostrado o sucedido anteriormente. Proposición que no necesita prueba particular y se deduce con facilidad de lo demostrado previamente».
Más allá de las asépticas definiciones del diccionario, este apasionado poema constituye el cri de coeur de un hombre que «desesperadamente espera» la gloriosa redención de la efímera belleza del mundo. Nadie la ha esbozado en tan pocas líneas, como él, en el vuelo de la garza o el paso de las grullas, celebrados con reverencial asombro en muchos de sus poemas. Quien haya visto la formación de las grullas en su paso por el horizonte o visto a la garza levantar el vuelo a primera hora de la mañana conoce la emoción que embarga el alma del poeta:
No había salido el sol,
y la garza volaba sin su sombra.
Era como la luz de la mañana,
aún no usada.
La prístina belleza del vuelo de la garza simboliza la quintaesencia de la mañana de la Creación. La luz será usada, sin embargo, y malgastada, y la garza morirá, como todo ser viviente. Entonces: ¿Adónde va destinada tanta belleza? ¿A convertirse en polvo y ceniza? ¡No puede ser! —exclama el poeta—, y Pablo le daría la razón. Lo demuestra el mundo natural:
«Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo. No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves. Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual» (1 Corintios 15: 35-44).
Mientras escribo estas líneas, de un jardín cercano me llega la voz aflautada de la oropéndola recién llegada de África y el suave reclamo de los abejarucos que vuelan en bandada por encima de la casa. Un mirlo picotea en el jardín en busca de comida, y desde un tejado cercano una urraca protesta por algún agravio que ha perturbado su paz. Son señales efímeras de la belleza del mundo, la que presagia otra, eternal.
Se trata de un implacable corolario, una inevitabilidad.
Stuart Park (Preston, condado de Lancashire, Inglaterra 1946) es licenciado en Filología Románica por la Universidad de Cambridge y doctor por la Temple University de Philadelphia. Autor de varios libros sobre hermenéutica y narrativa bíblica. Su más reciente publicación es El viaje a Oxford que nunca tuvo lugar. Un diálogo tranquilo y casero en torno a la Biblia, escrito con José Jiménez Lozano (Confluencias). Reside en Valladolid desde1976.