(Ícaro Ediciones, Guerrero, México, 2021)
Monólogo I. Lázaro [Cortesano y amante]
La danza
Entre danza y danza la crin del adultero suena como el
mismo potro que es la noche.
Están tú y Dod en el juego nocturno del harem; están Julia
e Irma y las flores de la vigilia son un bosque de peces.
En torno al lecho la concentración del oído se confunde
con los ecos de una música a base de acordes de luz:
pensamiento de circo: hilado de axiomas musicales
indescifrables.
Los caballos blancos jadean y solicitan el indulto para el
que se piense capaz de la singularidad. Éste es el juego del
animal a cielo abierto, elaborado con reglas oblicuas que
usan el trapecio del cuerpo como la verdadera sombra del
placer. Éste es el único y verdadero tiempo exacto.
Cada cama es un desierto de sal: blancura de la crin que
nace al soplo del aliento. Besos deshechos por el entusiasmo
del sexo y de las posiciones-refugios de un salpicar de algo
que es un sonoro sollozo en medio de las piernas que corren
a lo largo de la playa. Mientras que, afuera, una centuria de
gaviotas come gusanos.
Galya, hoy has estado con Carmina y con Tulio, dicen que
con Isaac y Dalia y con Delmo dormías follando como en
un trance de mago. En medio de todos consumías el día
de ayer en la sombra del insulso púlpito del sexo.
Bestia.
Loca.
Delicada flor candente del desierto. Olvidadiza doncella del
mar eres: Sirena.
La tregua
Funestas rosas tapian la puerta del deseo.
Encantados imanes nos acercan a los pensamientos
delictivos de la no certeza, de la no continuidad, de la
separación de los cuerpos que es un foso sin salida.
Melancolía como camino inmediato.
Presente de piedra como el camino no transitado. Galya, el
gozo. Cada beso tuyo es el imán que guía a la médula de los
huesos. Tu saliva es la sangre que bebo con alegría infinita y
áspera.
Tu vida es la ruptura de la tregua con el pueblo de los
negros. Nada bueno en el azul del cielo vendrá. La Guerra
de los Cien Mil Años se avecina como la última tormenta.
Me apoyo en tu sien y me alumbro de tu voz en estos
momentos grises del porvenir. Somos tus guerreros sin
miramientos ni temores. Tenemos multitud de armas y mil
brazos para desollar al enemigo por ti y para ti.
Bienvenida la muerte por la fuerza de tu irrupción como
jefa de este imperio déspota como el amor prodigado a cada
uno de nosotros.
Nubes
Las nubes, monocordes arpegios, sudarán la venganza para
triturar sus excrecencias, para no mojarse de manera eterna
en el tedio.
Azuzarán a los pájaros, a los zanates, para formar una alianza
aérea, para tener cuenta de alfileres como flotilla de picos y
como marros rabiosos delfines alados bajarán a romper las
vísceras a los hombres.
También se preñarán de sables a los halcones y serán las
mejores armas letales contra el deseo de los otros.
En espera golosos peces aguardan para besar tus carnosos
labios y entrar en la caja de resonancia de tus días. Otros
insectos te molerán como al polvo del desierto para luego
hacer polen y fertilizar las arenas doradas.
Son las nubes tu protección. Tu airosa y efectiva defensa.
Son tu cama, casi como el aire del invierno. Son tu casa. Tu
piel en flor. Son leche que sale de pezones aéreos. Son la
alfombra que tiene urdidos en sus hilos a todos los deseos y
que recuerdan tus gemidos más puros a la hora del amor.
Las nubes suponen un remanso del sueño. Dictan el deseo y
funcionan con gusanos invisibles que te hablan y te dicen
que es mejor tener cien amantes.
Te aconsejan dormir clavada en el arrullo de los niños,
sobre los bostezos que guardan canciones de cuna. Te dicen
sobre cómo mentir a las hadas, para con ello continuar tu
eterno viaje de ave-alga-marina sobre el vasto cielo.
Miedo
Son esas nubes las barbas y brazos que liban el tiempo de él
y de los otros, tus amantes y guerreros.
Colibríes marinos que prometen sueños y no dan más que
desdicha-enojo-penumbra: miedo sonoro.
Todas estas nubes son tu vagina mil veces serruchada por el
falo de Hércules. Al unísono son las mil lenguas que te
acaricia el clítoris y te dan los colores del mar a bocanadas
grandes.
Dedos que te penetran con alegría sinfónica.
Dientes que te comen. Que te asumen como el caballo que
corre en medio del trigal. Que tienen hambre de ti. Son las
mismas nubes tus amantes hechos de savia: gigantes
insaciables que se miden contigo para que tú salgas
vencedora y esas mismas nubes son mi odio-amor por ti.
Son mis desnudos golpes de ciego, inválidos intentos del
que por amor se hizo aéreo.
Jorge Arzate Salgado (Toluca, México, 1966). Poeta y sociólogo. Profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha publicado los libros de poesía: Canciones para los piratas ausentes; Recuerdos de la casa azul; Pradera de masonite; Princesa de Cristal; Sirena de Tule; Como hilo luminoso, el mar. Antología personal (1992-2010); 19/09/17. Poema en tres actos; Poemas de animales dulces y libidinosos; y El aceite de las nueces. Premio Nacional de Poesía Joven de México “Elías Nandino” 1996. Entre 1996 y 1998 asistió al Taller literario “Joel Piedra” dirigido por el poeta y traductor al italiano Guillermo Fernández. Poemas suyos han sido traducidos al italiano, rumano, mazahua, catalán, francés, portugués y al braille. Ha participado en recitales de poesía en México, España, Chile, Argentina, Bolivia, Colombia, Guatemala, Rumania, Ecuador y Cuba. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México, nivel II.
E-mail: arzatesalgado2@gmail.com. Página web: http://www.jorgearzatesalgado.com/.