Premio Rey David, Stuart Park

Comentario de Stuart Park sobre el Premio Rey David

Saludo con gozo el estreno de Tiberíades, y celebro doblemente la creación del Premio Rey David de Poesía, no solo por el hecho en sí de un nuevo galardón poético, sino por el acierto de dignificarlo con el insigne nombre del dulce cantor de Israel, uno de los poetas más grandes de todos los tiempos, autor de un salmo que ha acompañado a una multitud de hombres y mujeres en su tránsito por el valle de sombra de muerte (Salmo 23), y de otro cuyo recuerdo asistió a Cristo en su agonía en la cruz (Salmo 22). Pese a su grandeza como salmista, sin embargo, el nombre del Rey David produce rechazo en no pocos lectores, y quisiera aprovechar estas breves líneas para reivindicar su persona como uno de los hombres más reverenciados de la Biblia.

La aparición en escena de la colosal figura de David marca un hito indiscutible en la Historia de la Salvación. El autor de 1 y 2 Samuel despliega en torno al gran rey un arte nunca superado en la narrativa bíblica, comparable con las grandes creaciones de la literatura universal, tanto por su descripción del drama político que acompañó el establecimiento de la monarquía israelita como por la revelación de la intimidad psicológica y espiritual de un hombre llamado a ser prototipo del Rey de reyes, Jesús. David fue un hombre eminentemente público cuya vida privada ha sido sometida a un escrutinio sin precedentes, un héroe amado por el pueblo más que cualquier otro, y el blanco de la saña de sus enemigos como ningún otro personaje de la historia bíblica. Todo en David es superlativo; todo en él es auténtico, real. Tan atractivo y admirado era el joven David que las mujeres de Israel coreaban su nombre en las canciones populares del país; tan odiado era por el paranoico Saúl que fue obligado a salir del país y vivir como un fugitivo. Autor de salmos leídos y cantados en todo el mundo a lo largo de tres mil años, pastor, hombre valiente y rey, ha ocupado un lugar de privilegio en el corazón de los creyentes de todo tiempo y lugar.

No obstante, el David que aparece en las páginas del Antiguo Testamento ha sido enjuiciado con dureza por muchos lectores, que han visto en él un hombre ladino, mezquino, inmoral y mendaz. Los autores sagrados, en cambio, le presentan como un hombre íntegro que «sirvió a su propia generación según la voluntad de Dios» (Hechos 13:22, 36). ¿Cómo se explica esta paradoja? David la entendió de esta manera: «Los denuestos de los que te vituperaron, cayeron sobre mí» (Salmo 69:9). S. Pablo refiere esta confesión a Cristo (Romanos 15:3), dando a entender que David, lo mismo que Jesús, sufrió rechazo por su fidelidad a Dios. A pesar de ello, la crítica ha sido implacable con él.

Documentar los vituperios que cayeron sobre David a lo largo de su vida sería tan arduo como penoso. Su hermano Eliab le juzgó duramente cuando su padre le envió con víveres antes de su encuentro con Goliat: «Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido» (1 Samuel 17:12-22), y la calumnia lanzada por Eliab marcó el inicio del trato despectivo que recibiría David a lo largo de su carrera. En medio de sus grandes éxitos y rodeado del fervor popular, David era un hombre solitario que vivió intensamente el rechazo y la incomprensión. Conocemos este aspecto a través de los muchos salmos en los que dio cuenta del estado de su conciencia y de su corazón. En estos salmos la experiencia de David coincide con la de Cristo, y muchos de ellos son citados en el Nuevo Testamento en relación con la experiencia del Señor. Sirva como ejemplo el propio Salmo 69:

Sálvame, oh Dios,
Porque las aguas han entrado hasta el alma.
Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie;
He venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado.

(…)

Porque por amor de ti he sufrido afrenta;
Confusión ha cubierto mi rostro.
Extraño he sido para mis hermanos,
Y desconocido para los hijos de mi madre.
Porque me consumió el celo de tu casa;
Y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí.

(…)

Acércate a mi alma, redímela;
Líbrame a causa de mis enemigos.
Tú sabes mi afrenta, mi confusión y mi oprobio;
Delante de ti están todos mis adversarios.
El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado.
Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo;
Y consoladores, y ninguno hallé.
Me pusieron además hiel por comida,
Y en mi sed me dieron a beber vinagre.

El rey David, Maestro de Becerril (posiblemente natural de Palencia, 1520)

La correspondencia con Cristo es explícita: a David le consumió el celo de la casa de Dios lo mismo que a Jesús (v. 9; ver S. Juan 2:17); y a él, también, en su sed le dieron a beber vinagre (v. 21; ver S. Juan 19:28-29). Esta metáfora, que se haría realidad material en el horror de la Crucifixión, refleja gráficamente la amarga experiencia de un hombre que sufrió injustamente el vituperio y la persecución. David, en la crisis de su vida, no encontró quien tuviese compasión de él, ni halló consolación. Pero estaba en buena compañía. Compartía la experiencia de Jesús.

Un episodio en la vida de David, en cambio, sí es justamente calificado como pecado: su adulterio con Betsabé, la mujer de Urías, y la muerte posterior de éste en batalla por decisión expresa de David. El enjuiciamiento de David por parte de todo el mundo ha sido severo. Pero él mismo reconoció su error y se arrepintió amargamente (ver Salmos 32 y 51). El pecado de David fue grave, y sus consecuencias también: entre ellas, la rebelión y muerte de su hijo Absalón. Pero por medio de este terrible trance podemos aprender una lección de salvación, y vislumbrar la grandeza del corazón de Dios. Confrontado por el profeta Natán, David reconoció su pecado, y desde su angustia pidió a Dios perdón (Salmo 51:1-2). Su pecado fue perdonado (ver 2 Samuel 12:13). «Tú eres el hombre» (así literalmente) le había dicho Natán cuando confrontó a David, y las palabras de Natán recuerdan la exclamación de Pilato ante la multitud que pedía a voces la muerte de Jesús: «¡He aquí el hombre!» Las expresiones están ligadas. David representa al hombre venido a menos; Jesucristo encarna al Hijo del Hombre que murió por los pecados del mundo. Así es el hombre; así somos todos. Así es la misericordia de Dios; así de maravillosa es la Salvación de Cristo.

¿Es necesario reivindicar de nuevo el nombre del Rey David? Es necesario. Aparecieron recientemente en un medio digital los comentarios de dos personas que son representativos de una desafortunada corriente de opinión: un lector tildó a David de dictador corrupto y sanguinario; y otra dijo que la repugnante figura de David  le había apartado de la fe. S. Pablo, en cambio, leyó su historia de una manera bien distinta, citándole con respeto y gratitud:

Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo:

Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas,
Y cuyos pecados son cubiertos.
Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.
(Romanos 4:6-8).

Y si así no fuera, ¿quién de nosotros podría estar en pie?

El propio Señor Jesús fue dignificado con el título de Hijo de David, y el Cristo glorificado declaró a S. Juan en Patmos: «Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana» (Apocalipsis 22:16). «La raíz y el linaje»: nomen et cognomen; ‘nombre y apellido’; la identificación de Cristo con su ilustre predecesor es total.

Celebro la creación del nuevo Premio Rey David de Poesía. El listón se ha puesto muy alto, y aguardo con expectación la publicación de hermosas obras poéticas que justifiquen tan excelsa cabecera.

Nota: texto adaptado del libro Doce nombres (Ediciones Camino Viejo, 2011) del mismo autor.

Stuart Park fotografiado por Jacqueline Alencar

Stuart Park nació en la ciudad inglesa de Preston, condado de Lancashire, en 1946. Tras cursar estudios en el Preston Grammar School ingresó en el Downing College de Cambridge, donde se licenció en Filología Románica. Colaboró intensamente con la Christian Union de la Universidad, dedicando sus veranos en España a la misión internacional Operación Movilización. Entre 1967 y 1971 participó, junto con David F. Burt, en los comienzos de los Grupos Bíblicos Universitarios (GBU) en Madrid. En 1970 se casó con Verna Reed, oriunda de Castile en el Estado de Nueva York, que colaboraba en la misión universitaria. Entre 1971 y 1972 vivió en Castile, y de 1972 a 1976 en Philadelphia, donde obtuvo el doctorado en la Temple University con una tesis sobre Don Cristalián de España (1545), novela inédita de la escritora vallisoletana Beatriz Bernal. A partir de 1976 la familia traslada su residencia a Valladolid. Stuart se dedica a la enseñanza del inglés, en 1981 funda Warwick House, centro lingüístico-cultural, y en 1996 se incorpora como director del Colegio Internacional de Valladolid, hasta su jubilación en 2012. Desde 1976 es miembro de la iglesia evangélica sita en la calle Olmedo 38 de Valladolid. Tras volver a España reanuda su colaboración con los GBU, dirigiendo estudios en campamentos estudiantiles y dando conferencias sobre temas bíblicos en diversas universidades del país. Miembro de su Comité Ejecutivo durante más de veinte años, ejerce como presidente de GBU de 1987 a 1997.  Desde 1996 Stuart Park es director de Alétheia, la revista teológica de la Alianza Evangélica Española. En 1991, bajo el sello de Publicaciones Andamio, Stuart Park publicó Desde el torbellino. Job: más allá del dolor humano’. Siguen otros títulos publicados por la misma editorial: Bajo sus alas. Rut: más allá del amor humano’, en colaboración con David F. Burt (1993). En 1995 publica ‘In memóriam’; en 1996 La señal. Jonás: más allá de la voluntad humana’, en colaboración con David F. Burt. En 2000 publica El cetro de oro. Ester: más allá del poder humano’, en colaboración con David F. Burt y David Pradales Ciprés; y Diez historias’, en 2004. Durante este tiempo publica, bajo el mismo sello editorial, varios estudios monográficos: La Biblia. Un libro para la postmodernidad’ (1988), Literatura y Biblia.El Señorío de Cristo y las letras’ (2ª ed. 1995); ¿Resucitó Jesús?’ (2ª ed. 1995); ¿Cómo interpretar la Biblia?’ (2ª ed. 1995); y Jesucristo hoy (1997). A partir de 2009 comienza una nueva y fructífera etapa de intensa actividad literaria. Publica libros de temática muy variada bajo el sello Ediciones Camino Viejo: Las hijas del canto. Las aves del cielo en la tradición bíblica y la poesía de José Jiménez Lozano’ con Prólogo del Premio cervantes José Jiménez Lozano (2009); En el valle de la sombra. Conversaciones con Sirio’ (2010) que relata las conversaciones con un amigo íntimo durante los últimos días de su vida. En el mismo año reedita ‘Diez historias’. En 2011 aparecen tres libros: El lucero de la mañana. La tumba vacía de Jesús’, que reexamina la evidencia de la Resurrección; El camino de Emaús. Parábola y símbolo en la narrativa bíblica’, que explora la hermenéutica bíblica desde el magisterio de Jesús; y Doce nombres’ que recorre la historia bíblica a través de algunos de sus personaje más emblemáticos. En 2012 publica Magníficat. María la madre del Señor’ y reedita ‘Desde el torbellino’. En 2013 publica Cartas a mis nietos’, un recorrido por la historia bíblica de forma epistolar, y ‘El cordón de grana. Historias de mujeres en la narrativa bíblica’. En el mismo año aparece Jardín cerrado. El Cantar sublime de Salomón’, y en 2014 publica La vida breve. El libro de Qohélet’, con prólogo de Pablo Martínez Vila, y Siete Palabras’, una reflexión acerca de las últimas palabras de Cristo en la Cruz. Con posterioridad ha publicado un libro autobiográfico ‘La palabra suficiente’; ‘Conversaciones con Aurelio’, un sacerdote católico, en torno a la fe; ‘Junto al mar de Tiberias’ sobre las señales que hizo Jesús; ‘In memoriam’ sobre el dolor humano y la consolación de Cristo; ‘Rut la moabita’; ‘De Egipto llamé a mi hijo’ sobre la vida de José, y ‘Mesías’ sobre el texto de Jennens que inspiró el Oratorio de Händel. Es miembro del Consejo Asesor de TIBERÍADES.

David y Saúl, de Ernst Josephson



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