Tiberíades agradece a Petruvska Simne, periodista venezolana radicada en Génova (Italia), por la presente entrevista
Fue en 2014 cuando el poeta ecuatoriano, nacido en Otavalo en 1976, Aníbal Fernando Bonilla Flores publicó su primer libro de poemas bajo el título Gozo de madrugada. Sobre este libro el poeta Alfredo Pérez Alencart escribió: “Gozo de madrugada es una larga plegaria para que prevalezca el amor, pero también la fe en estado de gracia, lenguaje junto a un reino: Poesía contra la anemia del existir sin vivificar los instantes: así frota sus amaneceres, así enseña el corazón: respirando, re-andando, descargando su sintaxis inquieta, defendiendo su porción de Paraíso, huyendo hacia la carne amada”.
Ese libro no marcó el inicio de su pasión por la poesía, que se fue consolidando desde su primera infancia con el diario placer de lecturas y páginas escritas, revisadas desechadas y reescritas, aunque se podría decir que Gozo de madrugada es un punto de partida para recorrer la travesía que ha realizado en el ámbito de la poesía.
En su segundo libro Tránsito y fulgor del barro, 2018, las metáforas trazan un camino hacia las maravillas de los sentimientos. Íntimos fragmentos, es el poemario que publicó en el 2019, donde, como señala el mismo Bonilla Flores: “compilo -con el corazón y las manos- cincuenta y dos textos de formato mayoritariamente corto, cuya característica es la economía literaria, tras un trabajo creativo y de revisión de más de un año. Los temas son universales desde una individual óptica de los hechos y los sentidos. Un cúmulo de aprendizajes, sueños, extravíos, desencantos, evocaciones en el temblor de la madrugada en pro de un juego lingüístico liberador”.
Otras de sus obras más recientes son: Caminante extraviado, plaquette publicada en 2024, y la recopilación de artículos de opinión bajo el título de Tesitura inacabada.
Bonilla fue finalista del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2018, y del III Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros 2023.
También ha participado en el Taller de Poesía Ciudad de Bogotá Los Impresentables en el 2022, 2023 y 2024. Invitado a encuentros literarios, culturales y políticos en España, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Cuba, Bolivia y Colombia, como el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca (2012), el XIII Encuentro Internacional “Poetas y Narradores de las Dos Orillas” en Punta del Este (2014), el VI Encuentro de Jóvenes Escritores de Iberoamérica y el Caribe en La Habana (2016), el III Encuentro Internacional de Poesía en la Ciudad de los Anillos en Santa Cruz de la Sierra (2016), o el XI Festival Iberoamericano de Poesía en Fusagasugá (2023).
Realizó la Maestría en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana, y el Máster en Escritura Creativa por la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). Licenciado en Comunicación Social.
En su ensayo: Aproximación poética, Bonilla señala: “Todo poema es un acto comunicativo colmado de fe o una exclamación exegética del mundo, en donde las pulsaciones del poeta se multiplican sin que sea necesaria una explicación lógica ante tal acontecimiento. Tan sólo cabe la producción del texto poético encaminado a su trascendencia. Ante determinadas circunstancias, se pone de manifiesto la belleza, fealdad y hasta el afán destructivo de la sociedad, como respuesta hermenéutica que alcanza el grado estético”.
– ¿Cómo fue su infancia?
Una etapa entrañable. Sin mayores sobresaltos. Dedicado a las tareas escolares. Eso sí, con una marcada relación con mis abuelos de raíz materna. Además, de soledad permanente, ya que mi único hermano Patricio fue once años mayor que yo, lo cual propició que en mi casa no tenga opciones de compartir con terceras personas. Entonces la crianza en mi hogar fue desarrollada desde una dimensión solitaria, con juegos comunes, y una actitud lúdica en donde por supuesto nunca faltaron los amigos imaginarios.
– ¿Qué recuerda con más intensidad de su niñez?
La disciplina inculcada por mis padres. El barrio céntrico en donde viví. La vecindad con aires de camaradería y respeto. Las aulas de la escuela en donde me formé contando con una profesora refinada y delicada quien me inculcó la práctica caligráfica y el hábito del libro (cada vez me convenzo de que ella fue mi primer amor ingenuamente platónico). Un trato muy cercano con mi abuelo César Humberto Flores, de quien recibí aprendizajes de querencia a la geografía de origen, compromiso con la labor política, y recomendaciones permanentes sobre la importancia de la lectura. Él fue maestro y director de la principal institución primaria de mi ciudad, entonces su pasión por la educación fue infundida hacia mi persona desde temprana edad. Queda grabado en mis recuerdos aquellos paseos por parajes naturales hablándome del “lugar natal”, lo que en definitiva hoy se conoce como la cívica. Los años de la infancia son años de inocencia en donde la vida apenas gira alrededor de una pelota de fútbol, un helado de crema, o el manejo elemental de la bicicleta. El sentido de la amistad primera también se engendra en este ciclo maravilloso de la vida, al que Rilke lo denominó “tesoro de recuerdos”.
– ¿Cuándo comenzó a escribir poesía?
Los primeros trazos versales se dieron en la adolescencia. Paralelo al descubrimiento de las asignaturas de humanidades y estudios sociales se fue estableciendo una cercanía con la literatura, que, en definitiva, sería determinante. Sin duda, la mística de profesores comprometidos con su tarea permitió que vaya consolidando un interés cada vez más profundo, respecto de las letras. En el colegio aparecen esas estrofas iniciales, distantes aún de alcanzar la calificación auténtica de poema. Pero, son los primeros destellos de lo que en lo posterior se convertiría en mi obsesión mayor.
– ¿Qué significó para usted su primer libro de poemas?
Un acercamiento mágico y a la vez novedoso con el proceso inventivo. Aunque confieso ya con la distancia que otorga el tiempo de que la prisa juvenil es el peor consejero a la hora de publicar una obra. Por un lado, fue un acto de fallida intencionalidad estética, pero por otro, un estímulo y desafío para entender que el oficio poético no se limita en el artefacto editado, sino que va más allá de eso, a través de una comprensión cabal de su trascendencia en la existencia del hombre.
-¿Qué autores han marcado su tránsito por la poesía?
Vallejo, sin duda. Verlaine, Rimbaud, Mallarmé. Walt Whitman. Rafael Alberti. Los ecuatorianos César Dávila Andrade, Jorge Enrique Adoum, David Ledesma Vásquez (con su trágico desenlace). Octavio Paz. Jaime Sabines. Juan Gelman. Roque Dalton. Idea Vilariño. Las colombianas María Mercedes Carranza y Piedad Bonnett. Luis García Montero y Rafael Soler. Tantos y tantos nombres. Plumas vitales con su estética indeleble y su ética altiva en contracorriente con este sistema depredador y salvaje.
– ¿Cómo es su proceso creativo? ¿Toma apuntes o se sienta frente al computador y comienza a escribir?
Esta última etapa viene siendo más sistemática. Dedico diariamente horas de lectura, y desde luego de escritura. Aunque no tengo un horario exacto, estoy convencido de que sólo con el ejercicio recurrente vamos consolidando un estilo propio. Eso implica rigor y dedicación. A veces sí logró rescatar algún indicio de verso en un trozo de hoja de reciclaje, pocas veces en una libreta, aunque tengo varias sin utilizarlas, como una especie de cábala. No siempre está el espíritu hacedor a flor de labios, por tanto, cabe la necesaria corrección de manuscritos, y la revisión de otras lecturas, de otros enfoques, de otras maneras de entender la literatura. Leo mucho ensayo, también narrativa. Creo que la imbricación de géneros (o lo que se conoce como hibridación) es esencial para la construcción literaria. Las intertextualidades. Esas otras voces que nos susurran de forma explícita o implícita en nuestro propio trabajo textual. En más de una ocasión, los poemas emergen en la noche o madrugada, en el silencio que apenas se rompe con la duda o la obsesión provocada por la misma palabra escrita.
-¿Cómo aborda la poesía: ¿Desde la inspiración o desde la razón?
Es una pregunta algo compleja. Porque al final esas dos condiciones van de la mano, se juntan, se complementan, en esa suma de contradicciones que es el poema. Hay una parte enteramente subjetiva, que emana de lo más profundo del autor. Una posición de vida frente al texto poético. Sin condicionamientos. Ese momento decisivo en el que se produce la alteración hiperbólica de los sentidos que motiva al poeta a apostar por el poema, desde un fenómeno indecible que sobresale en la composición de cada línea versal. Luego viene una labor oficiante en donde decantamos tales ideas con técnicas en el cuerpo del texto. Posiblemente el instante inspirador se consume en otro abordaje que cavila con la perfección lingüística, dando lugar a la autocrítica creativa.
– ¿Cuánto de Otavalo, su ciudad natal, hay en su poesía?
Aún no escribo el poema categórico dedicado a mi ciudad natal. Esta es una deuda todavía pendiente. Tengo publicado un libro que se titula Evocación de la tierra habitada, una recopilación de artículos de opinión que reflejan la identidad, costumbres, tradiciones, historia, artes y artesanías provenientes de este valle de cariz andino. Sin embargo, de manera indirecta creo que la energía terrígena acompaña a más de un poema mío. Otavalo es una ciudad interétnica y multicultural, lo cual de alguna forma me ha permitido también comprender esa búsqueda personal sobre el sentido de pertenencia del sujeto frente a su sociedad. En mi último poemario Íntimos fragmentos aparecido a fines del 2019, refiero a la cascada, al tótem, a la cosecha, al monte, a las aves, a la mujer que en kichwa se convierte en huarmi. En estos elementos, sin duda, está la esencia telúrica de aquella paisajística que me ha cobijado por siempre, aunque por motivos laborales haya tenido que alejarme.
– ¿A cuáles autores relee?
A Sábato, sobre todo sus reflexiones ensayísticas. Virginia Woolf. La triste nostalgia de Vilariño. Las cartas de Rilke y Vargas Llosa. La desgarrada clarividencia de Alejandra Pizarnik. La precisión narrativa de Rulfo. Los cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Truman Capote y la obra de García Márquez, incluida su crónica periodística. Me identifico mucho con la producción de Leila Guerriero y Martín Caparrós, ya en otra línea genérica. Muchos pasajes bíblicos como el Cantar de los Cantares. En la actualidad, también resalto Frágiles, de Remedios Zafra.
-¿Por qué escribe?
Porque es un mecanismo liberador. Desde una percepción íntima puedo transmitir mis angustias y esperanzas. Porque, aunque suene redundante una y otra vez, estoy convencido que la poesía nos salva, entonces le apuesto por entero a esta posibilidad que tiende a la confección textual, pero también a la interpretación de los hechos, de los sentimientos, de las cosas simples. Lo cotidiano asfixia, entonces la escritura nos saca de ese hoyo, y abre surcos y se convierte en faro que ilumina en la oscuridad. Escribo porque el “oficio ardiente”, del que habló Gelman, está adentro mío y requiere que su caudal se expanda a otros horizontes, a otras sensaciones, a otras vidas posibles.
Poemas
Caos nocturno
Un vaso de agua
en la travesía del sediento,
huella del río
en la sequía.
Un arlequín
confundido
ante su propia máscara
miseria que merodea el vacío
y se autodestruye
como prototipo animal.
Al interior de la noche
la vida es un desorden
plagada de insectos luminosos.
Los abuelos
Esos seres alados
iluminan el camino,
vigilia de nuestros pasos.
Aliento que rompe monotonías.
Bendición de verano.
Recuerdo peregrino
de sus frutos,
soles de libertad
subyacen en el horizonte.
Nostalgia que pervive en sus besos.
Invocación
como fragmento del alba,
cauce de sus manos envejecidas
en la caricia del tiempo.
Sosiego tras el delirio de amor
que nunca termina.
Sus huesos pernoctan
junto a la cruz
de la capilla franciscana,
en mutuo abrazo
que soporta el vendaval
y desafía a la muerte.
Poema I
La palabra desnuda
-entretejida de miedos y soles-
en el abismo.
Puertas que se abren
y albergan
la inclemencia y el hastío.
Signos de interrogación
en el fondo del cautiverio.
Mano extendida en ojos gitanos
tras el laberinto y la esperanza.
La otredad en los espejos
sueños detenidos
en el umbral del mar,
aproximación del vacío
en los ojos diminutos de la noche.
La inclemencia a borbotones,
lontananza
y preludio de otro ocaso,
miradas retenidas en los escondrijos y las dudas.
Gota esparcida en el pavimento;
sensación de calma al final del túnel.
Poema II
La nostalgia a flor de labios.
La sonrisa que se cuela como preámbulo de verano.
Los abrazos que atestiguan las horas mudas y remotas.
La descripción del cielo en el fulgor del mañana.
El beso marchito ante la fragilidad del amor.
Los afectos suspendidos a la vera del camino.
El sonido de lluvia en la sórdida habitación.
Las paredes envejecen inexorablemente
ante la impavidez del huésped.
El adiós, decisión agónica del amante.
Las ideas tumultuosas que navegan
en aguas movedizas.
LII
Vuelvo al poema
como seducción en la escapatoria,
como relicario de orfandades,
como lascivo encanto
en la triste noche,
como hojarasca sin una pizca de viento,
como aluvión que devora la siembra,
como abismo que carcome el sueño,
como derrota cuya consecuencia
oculta la ceniza,
como sombra que se asemeja a tu ausencia,
como relámpago en la intemperie,
como insomnio que deja los ojos inflamados
en el cuerpo del animal en llamas.
Vuelvo al poema…
De Íntimos fragmentos, Aníbal Fernando Bonilla, El Ángel Editor, Quito, 2019.

