Sois la luz del mundo.
Una ciudad sobre un monte
no se puede esconder.
Mateo 5:14
No solo de pan vive el hombre, sino toda palabra que sale de la boca de Dios- dice el carpintero de Galilea. El lenguaje poético es una de las formas usadas por Cristo en su pedagogía. De sus parábolas y enseñanzas emerge toda una simbología que permite entregar su mensaje a la humanidad. De alguna manera, el lenguaje divino en la dimensión humana se expresa en la mayoría de las ocasiones de manera poética. Basta con hacer un catálogo de las enseñanzas de Cristo y sus palabras están cargadas con un rico uso de metáforas. A Nicodemo le habló sobre nacer de nuevo para entrar en el reino de Dios, a los apóstoles les dijo que ríos de agua viva brotarían del interior y ante la mujer samaritana se presentó como el agua que sacia la sed del que bebe de ella.
Andrés Ovalle (Viña del Mar, 1970) es consciente de la riqueza del lenguaje poético bíblico del cual bebe como fuente de inspiración y de diálogo intertextual en su nuevo libro. Nos comparte una obra de un fuerte contenido existencial, enmarcado en la zona biográfica tanta propia de los salmistas o los profetas bíblicos. Ovalle es un artista visual que posee un amplio recorrido tanto en Chile como en el extranjero.
En La flor de cuatro colores y la nueva vida el artista hace un recorrido existencial donde toca los más diversos temas como: el arte, la fe, la ciencia, y la posmodernidad. El hilo conductor es su búsqueda de significado espiritual. En este camino su inquietud es darle un sentido a su arte, a su forma de ver el mundo. En el itinerario Dios se manifiesta e irrumpe en la vida de Ovalle.
En su estadía en Nueva York experimenta un momento místico tan propio de los artistas medievales y de los creyentes pentecostales que como túnel cuántico se enlaza con otro encuentro en una pequeña iglesia en Viña del Mar dos décadas atrás. En lenguaje figurado, el artista tuvo su propio camino al monte Sinaí. Este evento le hace girar, cambiar el sentido, y, en consecuencia, una nueva vida, un nuevo arte.
Es ese período tiene una visión de una flor de cuatro colores, donde Dios se manifiesta con mucha claridad en la vida del artista. La magnitud de este acontecimiento inspira el nombre al libro. De alguna manera, esta visión es la metáfora encarnada de la nueva vida del artista. Es decir, la metáfora deja de serlo y es realidad patente.
“Un día en Nueva York a eso de las cinco de la mañana. Me despertó una voz que alababa a Dios dentro de mi cabeza, una voz que cantaba sin cesar en un idioma angelical que iba limpiando mi alma. Sentí que alguien abrió la tapa de mi cabeza como si fuera una vasija y comenzó a vaciar agua sobre mi mente durante minutos, rebalsándola y limpiándola. Me encontraba con los ojos abiertos y viendo claramente mi habitación, los libros sobre la repisa, la ropa, el televisor; estaba consciente de todo. No era una voz audible, la sentía dentro de mí. El canto era tan hermoso que me trajo una paz indescriptible, la paz que yo necesitaba. Mientras recibí estas palabras, vi el continente americano desde el cielo y a la altura de Centroamérica, se abrió una enorme flor que desplegabas sus pétalos hacia el norte, sur, este y oeste; cuatro pétalos y cada uno de un color distinto, uno amarillo, otro verde, otro azul y otro magenta”.

En este sentido estamos frente a documento en clave testimonial de este proceso. Antes de este encuentro con Dios Ovalle era un artista que habitaba la posmodernidad expresando un sin sentido y su tensión con su horizonte y marco cultural.
Ovalle abre los ojos en la posmodernidad y quiere otorgar un nuevo sentido a sus pinceladas. En el plano simbólico la flor en la Biblia contiene una de las paradojas más potentes de la condición humana: la belleza y lo efímero. Pero al mismo tiempo, la flor es un símbolo de un nuevo comienzo lleno de esperanza. Así lo expresa poéticamente Isaías en el capítulo treinta y cinco:
“Que se alegre el desierto, tierra seca; que se llene de alegría,
que florezca, que produzca flores como el lirio, que se llene de gozo y alegría”.
Como era de esperar en un libro biográfico de un artista visual, Ovalle, opta por la combinación de la escritura y las acuarelas. Lo cual produce un efecto que enriquece la comprensión de su mensaje. Los textos poseen diferentes capas para darle mayor plasticidad a los colores. Cada uno de los veinticinco fragmentos puede ser leídos como una pieza del puzle de una vida en tensión cuya búsqueda es poseer un significado en un mundo que a veces se manifiesta nebuloso o líquido.
Para este propósito Ovalle nos presenta una escritura circular de los hechos, tan propia del estilo de las visiones y revelaciones del Apocalipsis de Juan de Patmos. Cada acuarela está envuelta en el aura de un sueño o visión que se ensambla en esa condición con el texto. Sirva de ejemplo, la cabina telefónica como medio de comunicación con personajes clave de la historia del arte y de las ciencias en el fragmento titulado “La fuente de creatividad”. La cabina es una alegoría de una bella ilusión de conversaciones que podrían haber sido posibles. Diálogos que se desplazaban en Ovalle en su búsqueda del sentido de la fuente de toda creatividad. En definitiva. Dios.
Ovalle nos presenta un libro valiente donde hace una declaración de principios sobre su arte ya volcado a lo sacro. Estamos frente a una obra biográfica de un artista que transforma su visión de concebir el propósito de su arte como lo señala en el fragmento que lleva por rótulo “El arte”.
“El artista es depositario de una flor que deberá regar en comunión con el Creador.
Todo arte no es más que una metáfora de lo vivido.
A vivir”.
Para Ovalle ya no existe la manida discusión de la separación entre obra y vida. Para él su vida y sus obras son dedicadas a Dios. Ovalle En su propio Monte Sinaí, toma la imagen de esta flor de cuatro colores y reinicia su vida enlazada con su obra. Se produce un vuelco a lo sagrado, del cual ya ha dejado constancia en sus últimas obras: Entra en la barca: Arte a lo divino (2020) y Pandemia Azul: una visión de la humanidad (2022) presentado en Beijín, China. Ovalle toma como firma la frase latina Soli Deo gloria (Sólo a Dios la Gloria) que ha sido utilizada por Johann Sebastian Bach, y Georg Friedrich Händel, con el propósito de dejar en forma explícita que la obra está dedicada a Dios.
En suma, estamos frente a un libro cuyo propósito es dejar el testimonio de la vida de un artista que renace en las fuentes de lo sagrado. Nos deja constancia de que en el arte no hay temáticas agotadas porque la vida tiene múltiples pliegues y que incluso en tiempos de posmodernidad líquida Dios emerge para dar luz y oxígeno a los trazos del artista. Ovalle no se queda en el monte contemplando como un místico, sino que se come los versos del Sermón de la montaña que están en el epígrafe, bajando del monte porque la luz no se puede esconder.


3 thoughts on “Marcelo Gatica Bravo: El color de la luz en Andrés Ovalle”
Franz Möller 31/08/2024 at 5:52 pm
Hermosa reseña. Felicito tanto al autor de esta referencia como, por cierto, al artista que justifica la existencia de este texto. Ante los dos me quito el sombrero y aplaudo sendos talentos. A Dios sea la gloria.
Michelle 31/08/2024 at 7:16 pm
Fascinante, maravilloso.
Carlos de Valparaíso 05/09/2024 at 9:53 am
Cuando uno recién conoce al Señor, por ejemplo a los 21 años, sueña con emprender y hacer muchas cosas para la extensión del Cristianismo; acá uno de esos sueños lo ve aquí hecho realidad, con poetas, diseñadores, pintores cristianos.
Gracias,
Vamos !!!, Sigamos avanzando, cada cual aportando con lo que recibido de parte de Dios, que esta vida terrena es muy breve.