Agradecemos a A. P. Alencart por esta selección de poemas y fotografías del destacado poeta español Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946). Premio Reina Sofia de Poesía Iberoamericana, Premio Nacional de Literatura, Premio Nacional de la Crítica, Premio Castilla y León de las Letras, Premio Internacional Carlo Betocchi (Italia), Premio de las Letras Teresa de Ávila y Doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca entre otros reconocimientos. También ha escrito libros de otros géneros literarios, como la novela, el cuento, los estudios biográficos, los libros de viaje, la crítica periodística, la traducción o el ensayo. Desde 1999 vive en Salamanca.
LA PLEGARIA DEL QUE REGRESA
Si alguna vez el tiempo se detuvo
fue en esas líneas malvas de vuestros versos
y en las cicatrices verdes de los chopos
que sombrean en el canal aguas humildes.
Recordaré este instante como luz sin herida,
como mundo sin muerte.
Y quizá sea de piedra la luz de aquel ciprés
de piedra verde como verde era
allá en el encinar la tumba del ocaso.
Aún traía conmigo la nieve de la infancia
en la mirada, que iba a fundirse
en la lumbre antigua de vuestros versos nuevos.
¿Han pasado los años? ¿Pasará este día?
Creo que hoy el instante permanece,
tiembla lleno de vida y muy hermoso
como mimbral helado contra soles de invierno.
Nunca olvidéis esa llamada honda
del corazón que es manantial,
la que hoy y ayer os hizo verdaderos.
De la tierra dormida y perseguida
aún asciende la savia
que os salva en la luz.
Entre astro y labio el verso que redime.
Y ese ser en la luz de Castilla,
y ese ser de la luz.
DUERMES COMO LA NOCHE DUERME
Duermes como la noche duerme,
con silencio y estrellas.
Y con sombras también.
Como los montes sienten
el peso de la noche,
así hoy sientes tú esos pesares
que el tiempo nos destina:
suavemente y en paz.
Duermes como la noche duerme,
pero aquí estás abrazando en la almohada
(en negra noche)
toda la luz del mundo.
Yo pienso que la noche,
como la vida, oculta
miserias y terrores,
mas tu duermes a salvo
pues en el pecho llevas una hoguera de oro:
la del amor que enciende más amor.
Duermes, como noche duerme,
mientras irán girando los planetas
despacio, muy despacio,
encima de tus ojos.
Reposas en lo blanco
como en lo blanco cae en paz la nieve.
Duermes como la noche duerme
en el rostro sereno de esa niña
que todavía ignora
aquel dolor que habrá que recibir
cuando sea mujer.
Duermes como la noche duerme
reposando en la nieve de tu piel y tu vida.
Te veo rodeada
de un resplandor de llamas:
las del amor que enciende más amor.
El que te salvará,
El que nos salvará.
FE DE VIDA
Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.)
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de las orquídeas
en las calas olvidadas.
Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y que no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie con los relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y discurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.
Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
O con la luz de todos los azules.
Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano
como a puñado de sal.
O de luz.
Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón –al fin– pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.
LA ENCENDIDA COLMENA
Húmedo, intenso, un poco melancólico,
regresa ya el otoño desde los montes negros,
desciende derramado por las riberas de oro,
hasta el blando panal que es la miel de tus piedras.
Esta ciudad es como una oración
de piedra en llamas.
(Dejadme que, al decirla suavemente,
se adormezcan mis nervios y mis huesos.)
Y allá arriba, en el aire, tan puro,
(¡Oh sima infinita del azul!),
solamente el aroma de nuestra encina
ardida, ¡cómo se enciende ahora esta colmena
de la ciudad antigua
ante cualquier pesar!
O la del pueblo aquel, que duerme en mi memoria
reposando en el sol cobrizo de su valle,
como ave en su nido.
¿Será de adobe y piedra, y no de rama y luz,
la casa que tendrá que cobijarme
en este tiempo (filo de cuchillo)?
después de aquellos verdes
ilustrados, secretos, de los lagos y villas alpinas,
después de tanto mar y tanta sabia
lectura de la luz
(aquella que me ha dado cuanto sé y cuanto soy),
en la pobreza y fiebre de este sereno adobe,
en la blanda dulzura de estas piedras,
se deshará cuanto es principio y fin
de mi vida, el paisaje de mi alma?
EN LOS PÁRAMOS NEGROS
Gracias por la muerte de estos montes
y por la de estos pueblos, en los que sólo las piedras
se mantienen con vida;
gracias por estos negros páramos del invierno
en los que la tierra asciende a los cielos
y las nubes descienden hasta tocar la tierra;
gracias por esta hora de todos los vacíos
en la que se intuye un final.
De tanta pureza y soledad, de tanta muerte
sólo puede brotar una vida más cierta.
Gracias por la noche, que a punto está de llegar
con la bondad de sus nieves,
y por ese perro vagabundo
que prueba a calentar con su hocico
el estanque helado
para extraer un poco de agua;
gracias porque no nos hemos cruzado
con ningún ser humano
para pulsar el dolor,
y por la pana remendada de parcelas y prados,
que conservan como un tesoro las heridas de los disparos,
los tizones de los últimos incendios;
gracias por los frutales grises de los mínimos huertos
y por las colmenas adormecidas,
y por la casa cerrada desde hace muchos años
de la que no se conoce su dueño.
Y, sin embargo, en este anochecer,
yo quisiera ofrecer lo mejor de mi vida
a toda esta muerte;
yo quisiera cambiar todo el gozo y el oro
que hubo en mi vida
por la contemplación (desde estos páramos negros)
de las montañas últimas.
Porque aquí empezó todo para mí,
porque cuanto he sido, y soy, y digo,
nada sería sin las raíces de las luces frías,
sin esos senderos impenetrables
que sólo han recibido la visita
de los rayos amargos.
Por eso, quiero ser esa lastra ferrosa
bajo la que duerme la víbora,
o la yerba tan fuerte, o su escarcha,
que el sol no logró deshacer a lo largo del día.
Quisiera arrodillarme como tapia abatida,
como pinar abrasado.
No deseo ni puedo volver hacia atrás la mirada,
desandar el camino (¡tan largo!) recorrido,
pues ya sé que, vacío,
en la hora en que todo ya parece morir
a punto está todo de nacer.
La mirada vuela sobre la fosa del valle
(sobre la fosa de la vida),
hacia la gran mole coronada de silencio,
hacia la cima que alberga los misterios.
Gracias por este anochecer
en el que me he quedado entre las manos
con las pobres, escasas semillas
de las que habrá de germinar luz perpetua.
En el anochecer de los páramos negros
estoy solo y profundamente en paz.
Luyego, 10-XII-1999
LA CASA DE LOS VERANOS DE ORO
Debo escribirte para no perderte
pequeña casa de la infancia de los veranos de oro,
en la que lo más negro de ti siempre será
para mí lo más blanco:
el muro del corral de piedras negras,
el suelo de éste, con el manto oscuro,
crujiente de las hojas de la encina
y el horno con su fuego y sus cenizas,
pero siempre al amparo del hollín de su cúpula.
O aquel otro negror de la amplia campana,
la de la chimenea, por la que ascendían
el humo y el calor de nuestra sangre.
Te imagino negra, negra como las losas
que arrastraron nuestros antepasados
desde las ruinas de los castros celtas,
para fundar el lar
donde se adormecían las llamas de las jaras.
Y la escalera que ascendía brusca
al cuarto en penumbra, en el que se guardaban
en secreto mis sueños:
una espada, una lira, una lechuza.
Hasta la cuna azul en que dormí
—la cuna más humilde,
la que tallaron con ternura y calma
las manos de un herrero—
hoy me parece negra.
La casa, negra y mansa como eran las noches
en los estíos de la Vía Láctea;
Negra como más tarde
(tras infancia feliz)
suelen serlo la vida de los hombres
negra como lo es el corazón
que siente y que sueña mucho más
de cuanto debe y puede.
Pequeña casa de la infancia pura,
refugio de los veranos de oro,
hoy eres negra y mansa en mi memoria,
negra y hermosa como el firmamento
pues en ti parecía estallar
la luz de cada estrella.
Eres negra y profunda como tiempo sin fin.
Y sin embargo, como la noche,
también eras finita, presagiabas el alba,
la luz primera, pálida y suave
que siempre hubo y habrá en mí
mientras aún tiemble
cual pabilo de vela
mi vida.
LETANÍA DEL CIEGO QUE VE
Que este celeste pan del firmamento
me alimente hasta el último suspiro.
Que estos campos tan fieros y tan puros
me sean buenos, cada día más buenos.
Que si en tiempo de estío se me encienden las manos
con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno
los sienta como escarcha en mi tejado.
Que cuando me parezca que he caído,
porque me han derribado,
sólo esté arrodillándome en mi centro.
Que si alguien me golpea muy fuerte
sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo
de la fuente serena.
Que si la vida es un acabar,
cual veleta, chirriando en lo más alto,
allá arriba me calme para siempre,
se disuelva mi hierro en el azul.
Que si alguien, de repente, vino para arrancarme
cuanto sembré y planté llorando por las nubes,
me torne en nube yo, me torne en planta,
que sean aún semilla mis dos ojos
en los ojos sin lágrimas del perro.
Que si hay enfermedad sirva para curarme,
sea sólo el inicio de mi renacimiento.
Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,
amor venza a la muerte en ese beso.
Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,
que si cierro la boca para decirte todo,
y dejo de rozar tu carne ya sembrada,
que si cierro los ojos y venzo sin luchar
(victoria en la que nada soy ni obtengo),
te tenga a ti, silencio de la cumbre,
o a ese sol abatido que es la nieve,
donde la nada es todo.
Que respirar en paz la música no oída
sea mi último deseo, pues sabed
que, para quien respira
en paz, ya todo el mundo
está dentro de él y en él respira.
Que si insiste la muerte,
que si avanza la edad y todo y todos
a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,
me venza el mundo al fin en esa luz
que restalla.
Y su fuego
me vaya deshaciendo como llama
de vela: con dulzura, despacio, muy despacio,
como giran arriba extasiados los planetas.
¿CONOCÉIS EL LUGAR?
¿Conocéis el lugar donde van a morir
las arias de Händel?
Creo que es aquí, en este espacio
donde se inventa la infinitud de los amarillos;
un espacio en el centro del centro de Castilla
en el que nuestros cuerpos podrían sanar para siempre
si tus ojos y mis ojos
mirasen estos páramos
con piedad absoluta
y en donde hasta el espíritu suele arrodillarse
para hacernos su ofrenda
en rosales de sangre.
En este espacio hay un fuego blanco
en el que viene a expirar esa música
que nos llega de lejos, ¡de tan lejos!
¿Conocéis el lugar donde van a morir
las arias de Händel?
Está aquí, en una tierra con más cielo que tierra,
donde los ruiseñores serenan la alameda
y la alameda serena a los ruiseñores,
y con la emanación
húmeda del tomillo más nocturno,
acude un enjambre de estrellas
a venerar la última espina de Cristo.
Es el lugar donde la luz
llora luz,
y la catedral de los cardos
alza su grito de silencio,
y están solas, muy solas, las vírgenes anunciadas,
y el pueblo amurallado y muerto
asciende vivo sobre un horizonte de lágrimas,
no sé si como un salmo
o como una corona de piedras inciertas.
¿Conocéis el lugar donde van a morir
las arias de Händel?
Está aquí, en el centro del centro de Castilla,
donde por los linderos morados
se tensa, como un arco, la luz;
es un espacio en que la nada es todo
y el todo es la nada,
y en el que junio joven viene por los montes
vertiendo de su copa oro líquido.
Es un lugar en el que el espacio y el tiempo
sólo son una hoguera
que arde y que mantiene su combustión
gracias a nuestras vidas (quiero decir:
gracias a nuestras muertes).
La música que más amáis
aquí tiene su tumba.
Es la música que, a través de la respiración de las espigas,
viene a morir en la luz que respiran nuestros pechos.
LA PRUEBA
Mira: a punto estás de penetrar en el bosque.
Vas a dejar la casa blanca de la cima,
tan plácida, tan llena de música y sosiego,
y ahí te espera el bosque impenetrable.
Irremediablemente deberás cruzarlo:
el bosque que desciende por ladera escabrosa,
el bosque en que no hay nadie
y el bosque en el que puede haber de todo,
el bosque de humedades venenosas,
morada de lo negro,
y de una luz que enturbia la mirada.
Entra en él con cuidado y sal sin prisas,
mas nunca se te ocurra abandonar la senda
que desciende y desciende y desciende.
Mira mucho hacia arriba y no te olvides
de que este tiempo nuestro va pasando
como la hoz por el trigo.
Allá arriba, en las ramas,
no hay luces que te ciegan, si es de día.
Y si fuese de noche,
la negrura más honda la siembran faros ciertos.
Todo lo que está arriba guía siempre.
Mira: te espera el bosque impenetrable.
Recuerda que la senda que lo cruza
–la senda como río que te lleva–,
debe ser dulce cauce y no boa untuosa
que repta y extravía en la maraña.
Que te guíe la música que dejas
–la música que es número y medida–
y que más alta música te saque
al fin, tras dura prueba, a mar de luz.
SIMONETTA VESPUCCI
Il vostro passo di velluto
E il vostro sguardo di vergine
Violata.
(DINO CAMPANA)
Simonetta:
por tu delicadeza
la tarde se hace lágrima,
funeral oración,
música detenida.
Simonetta Vespucci:
tienes el alma frágil
de virgen o de amante.
Ya Judith despeinada
o Venus húmeda
tienes el alma fina del mimbre
y la asustada inocencia
del soto de olivos.
Simonetta Vespucci:
por tus dos ojos verdes
Sandro Botticelli
te ha sacado del mar,
y por tus trenzas largas,
y por tus largos muslos.
Simonetta Vespucci,
que has nacido en Florencia.
ANTONIO COLINAS: POESÍA PUBLICADA
Poemas de la tierra y la sangre, León, Diputación Provincial, 1969.
Preludios a una noche total, Madrid, Adonais, 1969.
Truenos y flautas en un templo, San Sebastián, Caja de Ahorros Provincial de Guipuzcoa, 1972
Sepulcro en Tarquinia, León, Diputación Provincial, 1975.
Sepulcro en Tarquinia, Barcelona, Lumen, 1976.
Astrolabio, Madrid, Visor Libros, 1979.
En lo oscuro, Rota, Cuadernos de Cera, 1981.
Poesía, 1967-1980, Madrid, Visor Libros, 1982
Sepulcro en Tarquinia (Poema –con 6 dibujos de Monserrat Ramoneda), Barcelona, Galería Amagatotis, 1982.
Noche más allá de la noche, Madrid, Visor Libros, 1983
Poesía, 1967-1981, Madrid, Visor Libros, 1984
La viña salvaje, Córdoba, Antorcha de Paja, 1985
Diapasón Infinito (con litografía, grabado y serigrafía de Perejaume), Barcelona, Tallers Chardon y Yamamoto, 1986
Dieciocho poemas (ilustrados por Leopoldo Irriguible), Ibiza, Caja de Baleares, 1987
Material de lectura (Antología), México, Universidad Autónoma de México, 1987
Jardín de Orfeo, Madrid, Visor, 1988
Libro de las noches abiertas, Milán, Peter Pfeiffer Editore, 1989.
Blanco / Negro, Milán, Peter Pfeiffer Editore Milano, 1990.
Los silencios de fuego, Barcelona, Tusquets, 1992.
La hora interior, Barcelona, Les Ediçions, Taller Joan Roma, 1992
Sepulcro en Tarquinia (con estudio previo de Juan M. Rozas), Segovia, Pavesas, 1994
Libro de la mansedumbre, Barcelona, Tusquets, 1997.
Córdoba adolescente, Córdoba, Los Cuadernos de Sandua, 1997.
Amor que enciende más amor, Barcelona, Plaza y Janés Editores, 1999
Sepulcro en Tarquinia (con grabados de Pérez Carrió), Alicante, La Font de La Cometa, 1999
Nueve poemas, Salamanca, Celya, Colección Aedo, 2000
Junto al lago, Salamanca, Cuadernos para Lisa, 2001.
Tiempo y abismo, Barcelona, Tusquets Editores, 2002.
La hora interior. Antología poética 1967-2001, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002
Seis poemas (comentados por Luis Miguel Alonso), Burgos, Instituto de la Lengua de Castilla y León, 2003
Treinta y ocho poemas (Homenaje al grabador Antonio Manso), Madrid, Real Casa de la Moneda, 2003
En la luz respirada (Edición crítica de José Enrique Martínez, “Sepulcro en Tarquinia”, “Noche más allá de la noche” y “Libro de la mansedumbre”) Madrid, Cátedra, 2004.
En Ávila unas pocas palabras, (con ilustraciones de 5 arquitectos), Valladolid, Ediciones de El Gato Gris, 2004
El río de sombra. Poesía (1967-1980), 6ª edición, Madrid, Visor Libros, 2004.
Poética y poesía de Antonio Colinas, Madrid, Fundación Juan March, 2004.
Noche más allá de la noche, Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 2004
Sepulcro en Tarquinia (Libro y Disco), Madrid, Visor Libros, 2005
La luz es nuestra sangre (Antología), León, Edilesa, 2006
Trilogía de la mansedumbre, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2006
Respirar adentro (con fotografías de Gianfranco Negri-Clementi), Milán, Scheiwiller, 2006
Donde la luz llora luz (ilustrado por José Noriega) Valladolid, El Gato Gris, 2007
Antología poética, Tenerife, Caja Canarias, 2007.
Desiertos de la luz, Barcelona, Tusquets, 2008
Nueva ofrenda (Antología poética), Cáceres, Abezetario, 2009
Sepulcro en Tarquinia (Poema –caligrafiado e iluminado por Javier Alcaíns), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2009
Catorce retratos de mujer, Salamanca, El Zurguén, 2011
Catorce retratos de mujer, Cuenca, Segundo Santos Ediciones, 2011
Catorce retratos de mujer (con 14 ilustraciones del arquitecto Cis Lenaerts), Ibiza, Ediciones H. Jenniger, 2011
La tumba negra, (comentado por Francisco Aroca) Sevilla, Isla de Siltolá, 2011
Obra poética completa, Madrid, Siruela, 2011
Obra poética completa, México D.F., Fondo de Cultura Económica/Conaculta, 2011
Donde atisbé la luz (Antología, ed. de Martín Rodríguez-Gaona, Madrid, Verbum, 2018
Por sendero invisible (Selección y prólogo de José Luis Puerto, Sevilla, Renacimiento, 2018
Lumbres, Salamanca, Patrimonio Nacional y Universidad de Salamanca, 2019
En los prados sembrados de ojos, Madrid, Siruela, 2020
La hora interior/Die Innere Stunde, Verlang Ludwig, 2021 (Traducción de Petra Strien-Bourmer)
Catorce retratos de mujer/Catorce retratos de muller, Medulia, Coruña, 2021 (Traducción de Luciano Rodríguez)
Los caminos de la isla (Antología poética). Valencia: Olé Libros. (Prólogo y traducción de Alfredo Rodríguez)
El ciego que ve (Antología poética y Homenaje a A.C. de poetas), Salamanca, Fundación Salamanca Ciudad de Cultura, 2022 (Coordinación de Alfredo Pérez Alencart)
(*) Son otras las Antologías poéticas que se preparan sobre A.C., entre ellas, en Italia, la debida a Isabella Tomassetti; y en U.S.A., a Maria Fellie)
ANTONIO COLINAS: DIEZ FOTOGRAFÍAS EN SALAMANCA








