Alfredo Pérez Alencart, es un poeta, ensayista, y abogado, peruano salmantino, charapa, para mayores señas, que vive en la ciudad de Salamanca, donde estudió derecho y es profesor en sus aulas, hace cuarenta años. Entre otros de sus logros, Pérez Alencart, abrió un espacio de esplendor para la poesía, a través del Encuentro de Poetas Iberoamericanos, cuya versión en este año alcanza su cúspide XXVII. Una enormidad, si se trata de movilizar, en ese caso, a 51 poetas de 17 países.
Salamanca, es una de las capitales culturales del mundo, siempre lo ha sido; antaño, don Antonio de Nebrija, 1492, redactó la primera gramática de la lengua española. Autopista de tierras enriquecidas para transitar por este idioma, que se habla más ahora, nueve veces más, más allá de las fronteras de España. Don Antonio no lo habría creído, o tal vez sí, que lo soñó. Esa gramática, sirvió como modelo para que los frailes doctos de la colonia, en el Perú, dejaran las gramáticas y lexicones de las lenguas nativas; y otras consecuencias en la lingüística contemporánea.
La Universidad de Salamanca, fundada en 1218 por el rey Alfonso IX de León, es antigua como las de Padua, Boloña, París. Allí el conocimiento se hizo memoria y la memoria ruta y salvación para el triste mono saturado de existencia. Ingresar a su biblioteca es oír su silencio, silencio de catedral y luz, silencio humano y divino. Privilegio del estudiante o investigador que deja arder la mollera con la información original y el dato preciso, tan antiguos como actuales. Privilegiado el que sube sus escaleras. El que contempla el “Cielo de Salamanca”, cúpula pintada por Fernando Gallego, a fines del siglo quince. El guía se desvive en mostrar las constelaciones zodiacales, yo solo logro ver el Amaru Mayu, veo también unos Apus escondidos, y al Sol de los Incas, Gallego, sin duda, tuvo una premonición de América.
El padre Góngora y el padre Calderón de la Barca, en esta ciudad, palabra a palabra, palabra y pensamiento, le sacaron áureo brillo a su siglo, hasta hacer el Siglo de oro español. Construyeron el idioma. Fray Luis de León fue docente en esta casa de estudios, y encarcelado (signo y dolor de época) por traducir los más ardorosos poemas de amor de la Biblia, cuando el libro sagrado estaba prohibido a las grandes mayorías. Qué oxímoron. En esta universidad fue tres veces rector, el agonista don Miguel Unamuno, un insumiso, Churata lo llama el mayor paradojista hispano, su maestro, y maestro de España. La Agonía del Cristianismo debía ser de lectura especial para los estudiantes que acaban la secundaria, para que se miren sin resquemores el rostro en las aguas de la existencia, y se dejen de arvejitas.

En esta hermosa y alta ciudad romana, limpia arquitectura, resuenan todavía los pasos y las quejas del huerfanillo trágico, que le cupo ser lázaro de un ciego, verdadero profesor de astucias y vericuentos perversos, de vida real. Tal como es. A la mala, malaya. Hay que ir a Salamanca a persignarse con las aguas del Tormes, en su risa que diáfana discurre por un horizonte de pampas verdes, verde que te quiero verde, que ellos llaman dehesas. De verde, quiero pintar estas líneas de piedra. Hay que ir, para ser universal.
Carlos Manuel García Carbayo, alcalde de del Ayuntamiento de Salamanca, “Ciudad de cultura y saberes”, oferente de los caminantes que horadan en lo bello y en lo hondo de la palabra, brinda los balcones de esta casa al ultramarino como al propio, en circunstancia de excepción, y le ofrece la oportunidad desde allí, contemplar la majestuosa plaza, de la más bellas del mundo, simétrica como un algebra de ensueño y alta como la vocación del ave en el corazón. Poetas a volar, el cielo es nuestro.
Gratitud especial a Luis Aguiar, poeta, músico y fotógrafo portugués, a Carlos Nuno Granja, a João Artur Pinto, por su inmensa ternura, por su generosidad. En su devoción descubrí mi propia poesía. Mi voz, otra vez. Hermoso grupo de cultos y delicados poetas portugueses. A Giovanna Benedetti, de Panamá, con ella revelamos los espejos y nudos secretos que unen a las personas más allá de las lejanías, solo por el magnetismo de las estrellas, nuestra felicidad al evocar la figura de Blaise Cendrars, el poeta que inspiró a Apolinaire y a Picasso, a Oquendo de Amat y a Octavio Paz. Su huella está en Ginsberg. Y a gran parte de la poesía contemporánea. A Mustapha Amari, de Túnez.
A los poetas centroamericanos, compacto en su expresión, libre en su búsqueda de identidad. Escribir después de Darío o Roque Dalton, debe ser difícil, Otoniel Guevara, Elena Banegas, Yordan Arroyo, Karen Ayala, Nidia Marina Gonzáles. Leonardo Nin, un estudioso de las lenguas amerindias, tema que otra vez nos remite a las viejas migraciones intercontinentales. Marco Antonio Madrid, que dirige una revista de poesía en su país, y me devuelve a la inmensa figura de Nicolai Gogol, que por estos días, en el corsi y ricorsi de la historia, pasa desapercibido. Gogol señala del modo más apacible el absurdo de la existencia, antecede a Kafka; el General en su laberinto, tiene ese ritmo galopante de Taras Bulba, el aliento épico. Dostoievski decía: “Todos salimos de ‘El capote’ de Gógol. Un gran encuentro, Marco, gracias.
A los cubanos Lizette Espinosa, Moisés Mayan Fernández, de especial manera a Pío E. Serrano, sabio editor y poeta, de singular bonhomía, de siempre estar en humor para dejar pasar al mundo. O repelerlo en primera. Me habla del magisterio de Lezama Lima, de la presencia de Romualdo y Gelman en la Isla, cuando él era estudiante. Fue uno de los homenajeados. Así mismo, el carismático cordobés Francisco Hugo Rivella.

A los poetas bolivianos: Benjamín Chávez, Valeria Sandi, Patricia Gutiérrez, Claudia Vaca, Homero Carvalho Oliva acompañado de la historiadora Carmen Sandoval, su esposa. Además, todos ellos, extraordinarios promotores culturales. Homero Carvalho en la gran biblioteca habla del Titivillus, demonio medieval que induce a los errores de imprenta y a los ortográficos, al yerro, y que no respeta ni a los textos más sagrados. De las erratas nadie es culpable, amigos, es el maldito Titivilus, que hociquea, que mete su peluda mano donde no cabe. Veo a Homero después de tantos años, una suerte. Los siento míos, hermanos del mismo habla, de la misma montaña.
A Mónica Velasco; Gloria Díez, poeta magnífica, ahora preocupada por los últimos días y el entierro de Oquendo de Amat, en las sierras de España, gracias Gloria, me encantan tus versos; María Calle Bajo, poeta y retratista, pintora, dueña de los secretos del arte y del oxígeno salmantino.
Luz Mary Giraldo, Miguel Iriarte, Carmen Alicia Pérez, Martha Elena Hoyos, nos recuerdan que en Colombia también se escribe una poesía de kilates. La poeta española María Ángeles Pérez, galardonada recientemente en la Lima, en la Primavera Poética, y en España y en todo lugar. La polaca Martha Eloy, enamorada de Cortázar, el italiano magnífico Vito Davoli.

El encuentro con el gran pintor Gino Ceccarelli y la poeta Patricia Denegri, no solo es confortante sino la puerta grande para la celebración de la vida, del arte, de su pintura. Para reír como un afluente del Amazonas, como un delgado hilo, que ya es muchísimo. Podrá vivir, Gino, en cualquier planeta lejano o cercano, pero de todas maneras bajo la guardia de sus runamulas, yacurunas, tunches, de sus aguajales, con el aliento sagrado de los brebajes amazónicos de la esperanza. Uno de sus bellos cuadros acaba de ser incorporado al museo de Salamanca.
En estos ambientes, Alfredo Pérez Alencart, ha recibido a poetas que leo, bastan sus nombres para imaginar su trascendencia: Emilio Adolfo Westphalen, José Hierro, Alejandro Romualdo, Nuno Júdice, entre otros. Acaba de publicar una breve antología del gran Xano. Y también un libro bilingüe, portugués español, de un poeta local, nonagenario, casi desconocido, Luis Frayle Delgado, delicadísimo panteísta, le llaman sentimiento de la naturaleza, una especie de Machado filtrado al caminar, al cavilar, al suspiro escondido: Vuelvo a ver aquel castillo de hace cuarenta años… / Conserva enhiesta la torre del homenaje / y las ruinas oscuras del tiempo fugitivo. / Ahora está el nuevo hotel de la colina / que se empina entre peñascos / y rosas de Alejandría. Me sorprende la caricia del lenguaje que corre como un oleaje de frescor.
Mi agradecimiento al poeta, editor, promotor cultural, Harold Alva, reconocido allende los mares; cosa curiosa, más que en el Perú, justicia y trascendencia de su trabajo de largo aliento. Hace tres años recibió la más alta distinción del Ayuntamiento de Salamanca, “ciudad de saberes y conocimiento”. Y muchas gracias a mi amigo, el poeta Iván Adrianzén Sandoval. Al poeta José Alfredo Pérez, por todo, gracias por ese extenso poema de Rimbaud que lleva en la garganta y que al entrar la noche sabe sacarlo como pañuelos de fuegos, como pañuelos gitanos.
Larga vida, poeta Alfredo Pérez Alencart.

Omar Aramayo (Puno, 1947). Periodista, editor, poeta y narrador. Autor del libro de pintura “Humareda”. Iniciador de los estudios de Carlos Oquendo de Amat y Gamaliel Churata. “Su poesía demanda de un lector favorecido por el don de la inocencia o un casi vicioso amor por la fábula”, escribió el crítico Alberto Escobar. Aramayo es uno de los renovadores de la poesía peruana contemporánea. Su libro de poesía “Los Dioses” tiene como tema a los creadores del antiguo Perú. En su narrativa “El sarcasmo y la ironía constituyen la lógica del individuo sometido a la transformación verbal, en la obra narrativa de Aramayo”, precisó Miguel Ángel Huamán. Es uno de los narradores más fecundos y versátiles. El filósofo y periodista Fernando Carvalo, considera a la novela “Los Túpac Amaru 1572 – 1827”, como el Libro del Bicentenario. Carvalo, dice, además. “Es una novela que excede largamente a cuanta literatura se haya escrito en el Perú, solamente es comparable con la literatura persa y los poemas védicos”. Ha dedicado su vida a la defensa del Lago Titicaca y a la denuncia de su contaminación y vulneración.

Imagen de cabecera: En la Universidad de Salamanca, con la estatua de Fray Luis de León