Tiberiades tiene la satisfacción de publicar esta entrevista que Petruvska Simne ha hecho a Valentín Navarro Viguera quien obtuvo el Accésit de la XI Edición del reconocido Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por el libro ‘Movimientos de luz’, editado por la Diputación de Salamanca, el cual se presentó en el marco del XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos
Escribir poesía es un acto de libertad
Hay velas que se encienden para yo no sé qué
santos o diablos. Pero hay velas que se encienden.
Y yo no sé en memoria de qué o a quién alumbran.
Pero siempre se encienden. Y hay flores que decoran
a los caídos como siempre bajo las flores.
Que no hay Dios que las pudra ni altares que las calle
cuando la luz se apaga, si la flor se marchita,
al borde de la sangre y al filo de una lágrima…
Valentín Navarro Viguera
“La poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro”, lo dijo Jorge Luis Borges en una conferencia y citar a Borges es tratar de asir en estas líneas toda su sabiduría y la grandeza de sus poemas para poder decir que cada poeta trae consigo una forma definida de ver el mundo, de palpar sentimientos y transmitir con imágenes y metáforas la realidad que los rodea.
Sumergirnos en esas maneras de ver el mundo que cada poeta trae consigo nos ofrece una suerte de infinitas posibilidades de entender eso que somos como seres humanos, de sabernos vulnerables y poseedores de sublimes fortalezas para afrontar lo que fascina y tememos de la vida.
La poesía de Valentín Navarro Viguera escudriña cada rincón de la existencia, mostrando la fragilidad que nos embosca. Poesía que nunca deja de ser íntima y aborda realidades con deliberada sensación de eternidad.
El mismo Navarro Viguera señala: “Los poetas son aquellos seres raros que basan su singularidad no en su persona sino en la palabra y cuya función es ser portadores de la llama viva y eterna de la Poesía”.
Valentín Navarro Viguera nació en Sevilla, España, 1979. Doctor en Literatura Española y profesor. Ha publicado diversos artículos sobre poesía española contemporánea, además del ensayo El pensamiento poético de Leopoldo de Luis (Editorial Universidad de Sevilla y de Córdoba, Servicio de Publicaciones, 2019). Por sus libros De lo visible, lo invisible (Sevilla, Palimpsesto, 2016) y Septiembre (Ayto. de Carmona, 2021) ha recibido, respectivamente, el Premio Internacional de Poesía La Isla de Aklan y el Premio de Poesía Isabel Ovín. Además, es autor de los poemarios Nosotros en la tierra (Catorcebis, Sevilla, 2018) y Aquella Luz Entonces (Tenerife, 2023) Premio Asterión. Ha obtenido el Accésit de la XI Edición del reconocido Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por el libro ‘Movimientos de luz’, editado por la Diputación de Salamanca, el cual se presentó en marco del XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca
-¿Dónde nació? ¿Podría hablar un poco de usted, de sus padres, de su familia?
Nací, crecí y vivo en Utrera, una localidad de Sevilla. Considero que la pregunta no es en vano, pues pertenecer a una localidad que tradicionalmente ha estado vinculada a los orígenes del toro bravo y al flamenco, pero nunca, salvo excepciones —unas más loables que otras— como Rodrigo Caro, a la poesía, marca la sensación de aislamiento insular, el sentimiento de soledad. También Utrera y los veranos en las playas de Cádiz van a ser determinantes para la posterior evocación de la luz en mis poemas, allí en los mediodías aplastantes de verano y en la delicadeza de los otoños, y aquí, a las orillas del Mediterráneo, una luz vivificadora.
La importancia que le concedo a la familia se ve también en mi poesía: la figura imponente del padre, querido y dulce a un mismo tiempo, que leía de forma anárquica aquello que caía en sus manos; la madre protectora de mi infancia, alegre y confusa con el paso del tiempo; los hermanos (siete hermanas y un hermano), caídos como frutos maduros por cualquier rincón de la casa…, y la casa de la calle Sevilla, origen y principio de todo, escenario de dichas y desdichas. Más tarde, vino el amor, Eros, personificado en forma de Tere, y mis hijas, de las que ya incluyo unos poemas sobre un futuro-presente en Movimientos de luz.
-¿Cómo llegó a la poesía? ¿Qué o quién le motivó a escribir y cuándo?
La poesía viene a mí, desde el misterio de la Segunda Antolojía Poética de Juan Ramón Jiménez, en edición de Jorge Urrutia, con el que —el destino es caprichoso— mantengo una amistad basada en el amor por la poesía de su padre, Leopoldo de Luis. Pero antes que Juan Ramón, recuerdo desanimarme ante la edición de Cátedra del Poema de Mío Cid, con catorce años, luchando contra lo indescifrable de unos signos que no llegaba a comprender siquiera. Desde muy niño sentía una poderosa atracción por el libro, que lo soñaba como un arca que escondía la revelación de lo oculto.
Más tarde, con el paso de los años, fui haciéndome lector de poesía —que es de lo que me siento más orgulloso—, hasta que llego a la luz de tanto texto poético indescifrable, pues mi competencia lectora estaba entonces en formación, de la mano de Lázaro Carreter, quien en su De poética y poéticas dice: «Convertirse en lector de lírica resulta de una capacitación larga, paciente y a pruebas de desánimo». Estas palabras resultaron ser reveladoras; me dije a mí mismo que no estaba solo en el camino. Lo cierto es que hoy no soy el lector que me hubiese gustado ser; tampoco el poeta que vive en armonía con sus poemas.
O se escribe por necesidad o mejor no escribir. No hay término medio. Se escribe por los cuatro costados, se respira poesía por cada poro de tu cuerpo, pues la poesía es respirar por la herida, uno de los actos más existenciales que cabe en el ser humano, desde las cuevas de Altamira hasta Silicon Valley.
-¿Hay más poetas en su familia?
No creo. Ya en la Universidad me da clases de Historia de la Lengua mi tío Manolo Ariza; más tarde, estrechamos nuestros encuentros y dilatamos nuestras conversaciones de poetas y de poesía. Todo el que lo hubiera conocido sabe que es de ese tipo de personas que marca para el resto, con ese humor suyo tan absurdamente jardielponceliano y, sobre todo, desde el magisterio que ejercía. Una persona única y un personaje excepcional.
-¿Guarda en su biblioteca algún libro que leyó en su infancia?
De mi infancia recuerdo el libro Veinte mil leguas de viaje submarino. Me lo regaló mi tío Valentín, que ha sido espejo intelectual en el que mirarme. Pero no conservo ninguno de aquellos libros. Tampoco se me fomentó la lectura en casa. No soy nostálgico, ni materialista, ni sufro el síndrome de Estocolmo, lo que genera un desapego cada vez más inherente de las cosas: ser y no tener. El tiempo me ha enseñado que la importante de la vida está dentro de uno mismo, que es aquello que se comparte (de cum partire, partir-con) con los que más amamos. Antes decía que no soy el lector que hubiese querido ser. A esto me refiero: siempre tengo listas infinitas de libros que quiero leer, a los que hay que ir haciéndoles hueco y no hay espacio ni tiempo para todos. Ahora bien, algunos son inamovibles. Esos llegaron y sé que se quedan para formar hogar, que es lo que da calor al pensamiento.
-¿Cuáles fueron sus lecturas iniciales? ¿Le siguen gustando?
Algo ya hemos apuntado. Pero hay un momento fundamental en todo esto. Se trata de Blas de Otero. Me llega de la mano de mi compañero desde los estudios de Filología y poeta Adrián González da Costa, a quien trato como maestro, a pesar de que tenemos los mismos soles. Él me decía que tenía que leerlo, estudiarlo. Antes hubo muchos: Machado, Juan Ramón Jiménez, César Vallejo… qué sé yo, muchos. Estoy plenamente convencido de que un poeta es lo que lee; pero para ser poeta, antes que lector hay que ser poeta. Aquí sí es importante el orden de los factores. Primero el arte y luego el oficio, si bien este último es el que distingue la manzana picada.
-¿En la adolescencia escribía poemas de amor juvenil?
He contado alguna vez que mi primer intento de ser escritor fue a imagen y semejanza de Mújica Láinez. Quise reescribir Bomarzo. Cogí el bolígrafo y un montón de folios. Con una letra minúscula e ilegible (aún conservo esta caligrafía) conté en una carilla toda la novela que tenía en la cabeza. Y no sabía seguir, ni ampliarla, ni amputarla, ni snarla, ni retocarla, ni nada de nada. Nunca más volví a intentarlo.
Mis poemas siempre han estado más vinculados, desde los primerizos balbuceos líricos, a Thánatos. Aunque, como se sabe, Eros es su alter ego.
-¿Recuerda el primer poema que escribió o alguna línea?
Recientemente tiré el primer cuaderno en el que escribí aquellas sombras de poemas. No todos pueden ser Rimbaud. A día de hoy sigo tirando, a veces se me caen, versos y versos que no llegan a nada. No hay otra forma; al menos para mí.
-¿Cuál fue el Premio de Poesía que le han otorgado y que más le ha sorprendido?
Guardo en mi memoria, con especial ilusión, el primer premio (Rafael Suárez Plácido), por el poemario De lo visible, lo invisible, editado preciosamente por Juan Luis Gavala, quien —según me decían— era un gurú de la poesía en Sevilla. Después, cada premio ha tenido su especial acogida, porque ha llegado en un instante oportuno, porque ha supuesto aliento y ánimo, porque he visto mi pensamiento hecho memoria vegetal. Muy especial fue la voz cálida y amorosa de Pilar Fernández Labrador, cuando me comunicó el accésit por Movimientos de luz, y por los corazones fraternos que me traigo de Salamanca. Los premios dejan sobre todo eso, un racimo de amistades poéticas que sí entienden qué es la poesía.
-¿Cómo fue el proceso de la escritura de su primer libro?
Fue un ejercicio catártico. Convencido de la función redentora de la poesía, en aquel libro ajustaba cuentas conmigo mismo. La poesía sirve para el conocimiento; la poesía cava hondo y, a veces, duele. Pensaba en la muerte de mi padre, en un diagnóstico de Alzhéimer a mi madre, —posterior y afortunadamente, fue una negligencia que vino a llamar a la puerta y se fue, pero no muy lejos—, en la búsqueda —pienso en la poesía más como pregunta que como respuesta— de mi propio camino… Entonces todo estaba en el aire; también lo sólido se deshacía, para volver a construirse de nuevo. Es el sentido de todo apocalipsis: un fin que es un principio.
-¿Siempre lleva consigo una pluma y una libreta para escribir en cualquier lugar o espera la calma se su escritorio para trabajar de manera consciente?
Los teléfonos móviles han ganado la batalla. En él apunto, anoto, trazo, silueteo y, más tarde, aquellos fragmentos rotos se recomponen. Las más de las veces quedan así, como bellas teselas que adornaron un instante, pero que ya nadie ve, ni yo mismo.
-¿Reescribe constantemente o no toca lo ya escrito?
Los primeros poemas nacían para morir en su propia perfección. Una vez escritos, ya no los volvía a tocar más. Poco a poco, con el conocimiento y aprendizaje siempre inacabado de poeta, comencé a volver a ellos. Hoy llega a ser juanramonianamente obsesivo, pero como el maestro, ando en esto de la poesía “como el astro, sin precipitación y sin descanso”.
-¿Qué piensa de las redes sociales? ¿Se las recomienda a los jóvenes?
Sólo tengo Whatssap y me queda, como una mala horma, grande. De las demás redes no quiero saber nada. Para mí son una distracción, por lo que tienen de enmascaramiento y construcción narrativa falsaria. Es cada vez más frecuente ver a las personas como caracoles metidos en la concha de su móvil, incluso en una reunión de amigos… ¡un horror! Creo que la segunda respuesta está implícita en la primera.
-¿Antes de empezar con sus clases le sigue leyendo poesía a sus alumnos? ¿Puede comentar cómo ha sido esa experiencia?
Llevo haciéndolo desde hace muchos años. Primero hice unas catas y, posteriormente, con el paso de los cursos (cuando eres profesor los años se miden por cursos), esas lecturas a principio de las clases fueron creciendo. Hoy ya es norma. Algunos alumnos bostezan, otros desconectan y otros ponen sus ojos en blanco como San Francisco Javier, pero yo sigo, porque algunos no volverán a tener jamás la oportunidad de escuchar a los poetas, elegidos bajo el criterio de que son los que yo estoy leyendo en ese momento o, a veces, por algún capricho personal. Les digo a los alumnos: es un regalo que os hago; dadme las gracias. Y los más me miran con cara de palo. Me divierte todo esto.
-¿Cuál poeta cree que ha definido de una manera más rotunda a su Sevilla natal?
Es difícil dar un nombre, pero he leído Sevilla en los versos de Machado, de Cernuda, de Fernando Ortiz, de Jacobo Cortines, de Vázquez Medel, de Jesús Beades…
-¿Por qué escribe?
Escribir poesía es un acto de libertad, una pose aristocrática ante el mundo, es decir, una distinción que dignifica por ser —se ha llamado de distintas maneras, pero, en el fondo, aluden a lo mismo— sublime, sagrada, inefable. La autenticidad a la que conduce escribir poesía obliga a la bondad y a la alegría sin complejos, a la verdad que orienta, hacia la luz, la dicha de estar en la palabra.
MIS FLORES, MIS VELAS
Hay velas que se encienden para yo no sé qué
santos o diablos. Pero hay velas que se encienden.
Y yo no sé en memoria de qué o a quién alumbran.
Pero siempre se encienden. Y hay flores que decoran
a los caídos como siempre bajo las flores.
Que no hay Dios que las pudra ni altares que las calle
cuando la luz se apaga, si la flor se marchita,
al borde de la sangre y al filo de una lágrima.
Cualquier mañana gris de mayo se detiene
el pulso y ya no valen las flores ni las velas
y un silencio minúsculo se hace estruendo sin límites
como la misma música de un corazón varado
para siempre en la arena… con sus velas…, sus flores.
Malditas velas frías. Malditas flores mustias.
Dolor, dame tu angustia para sentirme vivo,
para esperar paciente mis flores y mis velas
Poemas del libro ‘Movimientos de luz’
UN DÍA CUALQUIERA
En el solo silencio de la noche
suena el lento aleteo de los pájaros
y el extraño rumor de la materia
humana disipándose en la sombra.
Aunque es de noche, anuncian una mínima
estampida de luz que con sus alas
sacudirán las sombras y los muebles
y las paredes y los cuerpos, todo,
desempolvadas formas de lo oscuro,
chorreando de sombras, siluetas
serán entre bandadas de destellos.
El sol hace crujir en la mañana
la entumecida piel de un nuevo día.
La luz es un cuchillo que atraviesa
celosías, vidrieras y visillos
hasta herir con su fuego la textura
almidonada de la superficie
de viejos muebles de maderas nobles
con el alma astillada por los años.
Amanece, amanece desde el sueño.
A pesar de las sombras, amanece
bajo las uñas y sobre los párpados.
Amanece a pesar de los pesares
en un baño de cal sobre la tierra,
sobre los cuerpos secos de los pobres
y sobre la miseria de los ricos
como una obra social que un dios donara.
Amanece y los sueños, de repente,
abren sus alas y alzan pronto el vuelo
a no sé qué rincones de la noche
y a no sé qué esquinas del olvido.
Como buscan hacer nidos las aves.
CUANDO BUSCAS EL CENTRO
Cuando buscas el centro, mil caminos te apartan
del centro y uno solo conduce a las vocales
que yacen en tu nombre largo como la lluvia.
Hay un cálido viaje por tu piel de domingo
que huele a luz y a vida. Apoyas en la cal
la espalda que se funde como cera en la tapia
con un mínimo fuego de hace millones de años.
Aquella luz lechosa, cansada y transparente
tuvo que atravesar galaxias tan oscuras
—allí reina la noche— para encender tu rostro
con un foco de luz tímidamente azul,
tuvo el sol que hendir con su espada flamígera
tantos cuerpos celestes danzando en el espacio,
que una sonrisa tuya brotó de entre las sombras,
como una frágil grieta por la que se filtró
la suficiente luz para sentirse vivo
junto al cuerpo que se ama, a corazón abierto,
en las mañanas trémulas que trepan por la espalda.
PREHISTORIA
El tiempo es una historia repetida.
Un hombre. Una mujer. Como fue entonces.
Frente a frente. La luz de la mañana
invadiendo el silencio desnudo de los cuerpos
y el día por delante como un inmenso espacio,
como una plaza abierta, para amarse.
Los ojos que te miran son los mismos
hipnotizados ojos que por primera vez
se asomaron al fuego. Los brazos que te abrazan
arrojan el calor de aquellas cuevas
calentadas al miedo de cuerpos enlazados.
La voz que escuchas es la voz de siempre,
cuando decir palabras al oído
fue una necesidad, como el aire, de amor.
Piensa en las hojas secas que se pudren en otoño,
en las ramas desnudas, en las venas ajadas
con el filo del frío. Piensa en los golpes secos,
la sístole y la diástole, como metal que suena
o tambor que retumba dentro del corazón
cuando la fruta besa la tierra de repente
y se da por entero en cuerpo y alma al mudo
crucigrama del tiempo sobre la piel madura.
Piensa, entonces, en mí, quien, en medio del camino,
tiendo a hacerme de otoño.
FACHADA
La derramada luz en las paredes
donde abdica la tarde cada día,
la vida que enmudece y se rinde al silencio,
y el corazón atento al titubeo
de la primera estrella de la noche.
Si el viento rompe en lluvia, arrastra algo antiquísimo,
tanto, que es de otros tiempos, cuando el agua
besaba las manzanas con dulzura
y acariciaba con delicadeza
la fina piel del campo y se acercaba suave
a jóvenes de cuerpos solitarios.
Sobre la cal se posa y brilla, vagamente
azul, entre las sombras. Se deshace,
debilitándose, y sucumbe: ha muerto
la claridad madura en la pared,
como si contra el muro fusilada
la tarde hubiese sido y, ya abatida,
un reguero de bronce lo limpiara la noche.
Si al despertar renace el día a otra luz,
será, nunca se sabe, tiene que ser, el cuerpo,
pues de la piel de ayer conservo el alma.
Petruvska Simne. Narradora y crítica literaria venezolana (Carabobo, Venezuela, 1952). Ha trabajado como editora de la revista BCV Cultural y de las revistas Circunvalación del Sur, XI Festival de Teatro de Caracas y La Palabra Pintada, así como del suplemento cultural El Otro Cuerpo, del Ateneo de Caracas; la edición especial por el 61r aniversario del diario Últimas Noticias, y la mesa de redacción de El Diario de Caracas. Autora de la recopilación de crónicas Periodistas en su tinta (Alfadil, 2004), el libro de entrevistas Periodistas en la mira (Alfadil, 2004) y el libro de entrevistas a escritores ¿Por qué escriben los escritores? (Fundación para la Cultura Urbana, 2005).
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