Colaboraciones

Harold Alva: ‘Escribo para ser memoria’, entrevista de Petruvska Simne para el XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos

Tiberiades se congratula por publicar esta entrevista realizada por la escritora venezolana Petruvska Simne a Harol Alva, destacado poeta, editor y gestor cultural peruano, quien acaba de participar en el XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, dirigido por el poeta A. P. Alencart, profesor de la Universidad de Salamanca.

 

Lima

Tocar el alba
para emplumar los brazos
para volar con ventaja
sobre el acantilado
en la terraza de los cafés
en las avenidas que marcaste
con el resplandor de tus palabras:
tocar la neblina para entender el vacío
para dibujar en su hálito
la luz horizontal de una fogata
tocar su vaho para sentir
el pulso original de la belleza
tu cabellera como un paisaje
sobre las sábanas del Pacífico.

Harold Alva

Escribo para ser memoria

“Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía”, decía Octavio Paz refiriéndose concretamente a Fernando Pessoa. Sería difícil no estar de acuerdo con esa aseveración. Ocurre que generalmente uno se acerca a un poeta por curiosidad: se lee un poema o algunas líneas de un verso que iluminan tu día y quedas definitivamente atrapado. Luego grabas en tu memoria el nombre del poema o de su autor y allí comienza otra historia. Te adentras paulatinamente en ese universo que el poeta crea, su manera de plasmar imágenes, esa visión de la realidad que está íntimamente ligada a un ADN existencial único e irrepetible.

Te vas dando cuenta que cada poema de ese poeta en particular cuenta su historia de vida, y la cotejas con la tuya propia, buscas semejanzas y diferencias, vives esa otra realidad con la fascinación de adentrarte en otros mundos que definen el tuyo propio.

La aventura nunca termina porque tienes la oportunidad de releer una y otra vez esos libros que se desgastan en tus manos por esa apremiante necesidad de descubrir lo que somos a través del otro.
En esta entrevista el poeta peruano Harold Alva cuenta un poco de su vida, de su historia familiar, de sus lecturas, pero debemos tener presente que sus poemarios lo definen.

En su biografía se señala que nació en Piura, Perú, 1978, escritor, editor y analista político. Director de Editorial Summa, preside la organización del Festival Internacional Primavera Poética y la Fundación Iberoamericana para las Artes. Ha publicado: Ejercicios de escritura, 2024, Ceremonia, 2023, Tocado por la lluvia, 2022, Libro de Tierra, 2001, Firmamento, 1996, Morada y Sombras, 1998, Antes de Abandonar la Sombra, 1999, y Cañaveral. Antologías: Monologo del sopravvissuto, 2024, traducción de Emilio Coco, A tiempo completo, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, México, 2024 y La épica del desastre, Valparaíso Ediciones, España, 2020. Ha participado como expositor en diversas ferias de libros y festivales de poesía en Estados Unidos, México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, España, Grecia, Italia y Portugal. Antólogo de La primera línea, y director de Poesía Iberoamericana, colección de cien títulos que publicó el 2020 con la Municipalidad de Lima. Director fundador de Contrapoder, fue director cultural de la Cámara Peruana del Libro, conductor y productor de programas de radio y televisión. En 2021, el Excmo. Ayuntamiento de Salamanca, España, lo declaró Huésped Distinguido. Ha sido coordinador general de la Feria Internacional del Libro de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2024. Editor general de Círculo de Lectores, es miembro del Consejo Internacional de la Fundación Vicente Huidobro y de la revista Códice.

Harold Alva de niño

¿Me podría contar un poco cómo fue su infancia? ¿De sus padres, sus hermanos?

Tuve una infancia feliz. Nací en un hogar donde papá era el hombre más bueno del planeta y mamá el corazón más noble. Papá era policía, policía y mormón, un Elder de la iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días, y mamá una exreligiosa (fue monja, miembro de la congregación Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús). Se conocieron en 1970, en medio de un terremoto, huyendo de la destrucción para salvar sus vidas. Mamá dejó el convento en 1976. Yo nací en 1978. Fuimos seis hermanos de padre y madre; ahora somos cinco. Papá falleció el 2009, mamá el 2022. Mi infancia transcurrió en cuatro regiones del Perú. Nací en Piura, en una localidad llamada El Alto, un pueblo al filo de un acantilado. Viví allí hasta 1983, luego nos trasladamos a Trujillo, en Trujillo empecé mi formación primaria, los años 1984 y 1985; posteriormente nos fuimos a vivir a Cascas, en aquel entonces distrito de la provincia de Contumazá, región Cajamarca (de allá son los Alva). Ahora Cascas es la provincia del Gran Chimú, región La Libertad. A mis nueve años, papá pidió su cambio al norte, a la región Tumbes, frontera con Ecuador, a un caserío llamado Cañaveral donde nos instalamos en 1988. Allí desaprendimos muchos hábitos. En Cañaveral no había agua potable, luz eléctrica, panaderías, mercados; fue entregarnos a una rutina donde lo silvestre nos entrenó para la vida. A mis diez años aprendí a cargar agua de un pozo, tenía que llenar dos cilindros todos los días; aprendí a trozar leña para el fogón donde mi madre cocinaba y aprendimos a convivir con la fauna del bosque seco tropical. Si mañana ocurriera una catástrofe y se destruyeran las herramientas de “la modernidad” y “el progreso”, estoy preparado para sobrevivir, sé cazar y sé encender fuego con dos piedras.

¿Recuerda alguna línea, alguna imagen, que le dejó algunos de los primeros libros que leyó en la infancia?

El primer libro que leí en la infancia fue una antología poética de Rubén Darío que mi padre me obsequió cuando retornó de una de sus comisiones. Yo era el niño que declamaba en las verbenas: “Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. / Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. / Voy bajo tempestades y tormentas/ ciego de sueño y loco de armonía”; esa primera estrofa del soneto Melancolía me acompañó tres años. Y más que un libro, tengo muy viva la imagen de una noche cuando papá me disfrazó de mago, a los siete años, para que declame el poema “Edad de oro” de Arturo Corcuera.  “De niño cuánto soñaba/ con ser un mago/ de circo. // Mi gorro escolar trocarlo/ por un sombrero de copa, / mi caperuza de invierno/ por una gran capa negra. // De niño/ —yo lo recuerdo—/ quería ser mago”, no hubo acto en el que no me pidieran que lo declame. Lo interesante es que yo no sabía de quién era el poema, papá sí, pero a esa edad no pregunté por su autor, yo era feliz disfrazándome de mago, poniéndome el sombrero de copa, la capa negra, los guantes. Ese recuerdo me asaltaba siempre. Una mañana, el 2014, en Chaclacayo, en casa del poeta, yo estaba ayudándolo a seleccionar poemas para una antología, cuando de pronto abrió un viejo baúl y sacó un libro, lo abrió y me dijo: “viejo, este poema tiene que ir de todas maneras”, me entregó el libro para que lea el poema y yo al leerlo, después de tantos años, no pude sino recordar todas las veces que lo declamé con mi disfraz de mago, y llorar, mientras abrazaba a Arturo. Arturo Corcuera fue el autor de aquel poema de mi infancia.

En la época de la adolescencia ¿qué lo atormentaba más? ¿Leía o escribía para expresarse?

Cuando llegamos a vivir al campo yo tenía diez años. En aquel momento no advertí la soledad que se avecinaba y terminé la infancia feliz trepando aquellos árboles, al otro lado del río, o corriendo con los animales. A los doce años perdí el gusto por las actividades del campo, no me gustaba la chacra, no me gustaba sembrar ni regar las plantas, tampoco el cuidado del ganado; los adolescentes de mi edad disfrutaban con el pastoreo, luego se inventaban una cancha de fútbol y jugaban. Yo observaba todo desde lejos, solo. Entonces regresaba a casa, a los libros de la pequeña biblioteca. Leyendo a Julio Verne y a los hermanos Dumas, combatí el tedio de aquellas montañas, pero me atormentaba no saber hasta cuándo seguiríamos allí, entonces quería que el tiempo pase volando, quería cumplir dieciséis años y salir o regresar a la ciudad para conocer a otras personas que como yo buscaran en los libros las respuestas contra la desolación. No hablaba mucho. Allí empecé a escribir. Tenía doce años cuando me enfrenté a mi primer poema.

¿Hay otros poetas en su familia? ¿Artistas o músicos?

Mi padre fue un gran lector, y dibujaba. Él me enseñó a leer y dibujar. Con él aprendí a dominar mi pulso. Somos una familia numerosa. Mi hermano Stalin es un destacado artista visual, es un retratista impresionante. Mi abuelo Alva fue un gran narrador de historias. Horacio Alva un destacado poeta, miembro de los Cuadernos Trimestrales de Poesía; Octavio Alva, senador, fue uno de los patriarcas de la política peruana, Javier Alva Orlandini, fue vicepresidente de la república; Francisco Viale, diputado, uno de los fundadores del Partido Socialista con Luciano Castillo, Luis Alva, el gran tenor peruano; mis primos Walter y Dante Alva, Walter es uno de los más importantes arqueólogos peruanos, descubrió la tumba del Señor de Sipán, y Dante, uno de los históricos cronistas parlamentarios. Soy uno de los pocos poetas de una familia que le ha dado al Perú personajes de los que me siento orgulloso y que significan una gran responsabilidad.

¿Cómo y cuándo supo que la poesía era un camino a seguir? ¿Alguien lo motivó?

Lo supe cuando entendí el poder del lenguaje. Lo supe cuando terminé de leer “El mundo es ancho y ajeno” y me conmovió su capacidad para denunciar las injusticias. Lo supe cuando leí a Rubén Darío y me propuse dominar los recursos y las herramientas que me permitieran aterrizar mis emociones. Mis padres me motivaron para que no claudique.

¿Cómo fue el proceso de la escritura de su primer libro? ¿Y de esa primera publicación qué es lo que más satisfacción le produjo?

En aquel entonces no tenía un proceso de escritura. En abril de 1995, papá me preguntó qué quería como regalo de Navidad. Yo acababa de cumplir 17 años. “Un libro”, le contesté. Desde entonces texto que le leía, texto que mi padre guardaba. Pasaron los meses y cuando llegó diciembre me llamó para que lo ayude a subir unas cajas. Fueron diez cajas pesadas. “Ábrelas”, me dijo. Me acerqué para cerciorarme si era real lo que tenía frente a mí. “Allí tienes tu primer libro”, pronunció. El título fue suyo: “Firmamento”. “A ti te toca cruzarlo”, puntualizó. Mi padre coleccionó cada poema que leí sin imaginar lo que tramaba. ¿Qué perspectivas tiene? Me preguntaron en un programa de televisión. “Escribir”, respondí. “Escribir”, repetí sin titubear. Se lo debo a mis padres. Yo estoy aquí por ellos.

¿Cómo sabe cuándo debe dejar por terminado un poema?

El poema es quien nos deja. El poema siente cuando ya no nos necesita. A nosotros nos toca armarnos de esa capacidad de renuncia que nos permita convivir sin mirarnos bajo sospecha.

¿Tiene un ritmo determinado para escribir? ¿Se sienta y escribe lo que tenía en mente o va anotando frases o metáforas que luego desarrolla?

La escritura es un acto de voluntad, yo escribo por instinto, porque no sé cómo comunicar sino mostrándome. Yo pienso que el poeta sabe cómo vestir sus emociones porque el poeta es un cazador de emociones, un animal que aprendió a domarlas, a entregarles una forma. Si es en verso clásico, el poeta debe saber qué estructura otorgarle. Por eso es importante que conozca cómo se construye un poema, por eso es fundamental que conozca de estética. A la poesía no se cae ni se llega, a la poesía se alcanza. La precisión del verso libre, las claves para el encabalgamiento al que se refería Olson, el poema en prosa, los aportes de las vanguardias, haber naturalizado las licencias poéticas, dominar las figuras de construcción y de sintaxis, son las herramientas que lo diferenciarán del resto, son el ropaje que lo blindarán contra la fugacidad; aunque al poeta no le importe el tiempo, aunque al poeta no le importe para quién escribe, aunque al poeta no le importe el reconocimiento, aunque al poeta no le importe si logró alcanzar la poesía. Yo escribo a cualquier hora del día, y corrijo siempre.

Harold Alva, desde Barranco a Miraflores

¿Tiene algún libro al cual recurre invariablemente a lo largo de su vida?

Tengo varios: “Poemas del manicomio de Mondragón”, de Leopoldo María Panero. Yo he crecido leyendo a ese viejo maravilloso a quien tuve el honor de conocer en Guayaquil, en octubre del 2010. Toda la “Poesía vertical” de Roberto Juarroz, su maestría al abordar la tensión con esa economía del lenguaje no deja de deslumbrarme, y la poesía completa de Emilio Adolfo Westphalen.

¿Qué libro recomendaría para alguien que quiera conocer Piura?

“Hombres de caminos”, de Miguel Gutiérrez. La muerte de Isidoro Villar, y lo que ocasiona, es un hermoso pretexto para entender la idiosincrasia de una región y recorrer imaginariamente los paisajes de una Piura que sobrevive a sus desigualdades y arenales.

¿Qué libro suyo recomendaría a un lector de poesía?

Siempre el más reciente: Ejercicios de escritura, pero me atrevería a sugerir también  Lima, creo que sus cuatro ediciones lo ameritan.

¿Las redes sociales le quitan el tiempo a la lectura? ¿Piensa que son invasivas?

Yo tengo buena relación con las redes sociales. Si sabemos utilizarlas como las herramientas que son, funcionan. El problema es cuando nos dejamos arrasar por ellas. Confío en la capacidad de los seres humanos, en su madurez para evitar esa invasión a la que te refieres.

¿Qué le da miedo?

Antes le temía a la muerte. Ahora le temo al sufrimiento que puedan padecer mis seres más queridos.

¿Por qué escribe?

Escribo para afirmar mis reflexiones, escribo para ser memoria.
Escribo para tocar el corazón de mis lectores.

¿Cómo fue ese momento, tan emotivo, cuando recibió el reconocimiento como Huésped Distinguido de Salamanca?

Fue un momento de gran responsabilidad. Guardo un especial afecto por Salamanca. En tercero de secundaria recitaba fragmentos de la oda “Vida retirada” de Fray Luis de León. Entonces la imaginaba “del monte en la ladera con la primavera de bella flor cubierta”, y pensaba en cómo habrán sido aquellos días cuando la habitaron Cervantes, San Juan de la Cruz, Góngora, Quevedo, Santa Teresa, Calderón de la Barca o “el monstruo de la naturaleza”. Luego volvió a mí durante la década del noventa. Mi padre dijo: “que acabe la universidad y luego directo a Salamanca”. Eso no sucedió. A mis diecinueve me obsesioné leyendo a la generación del 98. Con los hermanos Machado mi respeto por la poesía española alcanzó la mayor de sus cumbres, pero con fue Azorín, Valle Inclán y Unamuno con quienes aprendí que se podía ser renacentista aún en pleno siglo veinte. Durante la pandemia, el destino me puso al frente de un proyecto que reunió a cien de los más destacados poetas en una colección motivada por la responsabilidad de decirle al mundo que la poesía también podía protegernos. El 2021, el Excmo. Ayuntamiento de Salamanca me distinguió por esa colección. El poeta Alfredo Pérez Alencart tuvo la generosidad de proponer, para tan importante distinción, a dos escritores. El 2021, en el marco de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, recibimos la distinción el poeta Nuno Júdice, Premio Iberoamericano de Poesía Reina Sofía, y yo. Aquella mañana del 12 de octubre, el alcalde de Salamanca Carlos García Carbayo, nos entregó los reconocimientos ante un público que llegó de numerosos países a celebrar la poesía y a dar fe que fuimos los sobrevivientes de uno de los momentos más terribles de la historia, se perdieron millones de vidas por la pandemia, y nosotros estábamos allí, vivos, abrazándonos, como si acaso recibiéramos la misión de continuar construyendo puentes desde el lenguaje y la fraternidad. En mi caso, ese día fue muy significativo, recordemos que el 12 de octubre de 1492 llegó Colón a América. Nosotros somos hijos de ese mestizaje, por eso en mi discurso me remití a Garcilaso, el Inca, a Fray Luis de León, Ricardo Palma, a don Miguel de Unamuno y Riva Agüero. Salamanca me entregó otra visión del mundo. Por eso mi gratitud.

Héctor Ñaupari, Alfredo Pérez Alencart, Harold Alva. LIMA

SIETE POEMAS

CELDA

Un cuervo vuela hacia tu ventana
Le teme a la noche
Por eso permanece despierto
Intenta penetrar en tu sueño
Sabe que no hay ninguna historia
Pero es un cuervo
Que ha escuchado en tu voz
El timbre de su cuerva
El SOS que clama
La destrucción de los barrotes
Y allí lo tienes
Atrás de los cristales
Sobre los que ha escrito tu nombre
Con la soledad del pavimento

DECLARACIÓN DE AGUA

Un hombre se acerca a su reflejo
Le pregunta por sus manos
Por el agua de su infancia
Observa el cielo
La cordillera
Sobre la que detiene sus palabras
El aguacero de metal
Los túneles donde ha perdido
Las luces del crepúsculo.

Un hombre otea
La iracunda forma de su abismo
Los síntomas del vértigo
A quien se entrega
Con las agallas de un pájaro marino.

PRIMERA CANCIÓN DE LA MAÑANA 

El día cae,
multiplica su boca
en los cristales.

Aquí lo espero
con el mismo desconcierto
de un gato atacado por la luz.

Me gusta enfrentarlo,
increpar su naturaleza invasiva,
su forma de abordarnos.

Yo soy aquel que lo escribe
para capturar su asombro:
el miedo de un hombre
que se olvida de los parques.

LLUVIA

Llueve en esta ciudad
y es como si un muerto hablara
de la tierra que me cobijó en la infancia,
el viejo molino en cuyas hélices
los pájaros sorteaban el rayo
y la velocidad de los relámpagos,
mi padre al filo de la carretera
con los brazos abiertos,
el corazón en sus manos, abierto,
cuidándonos del agua.

Hay una silueta entre los árboles
a quien no toca la lluvia,
una imagen con la forma de mi perfil,
una réplica de la noche,
los goterones de la mañana
salpicándole al silencio
el resplandor de una palabra,
la sintaxis de una aliteración
golpeando mi voluntad,
sus manos aferrándose
al brillo puntual de las torcazas.

Llueve sobre la catedral,
llueve sobre sus cúpulas de gárgolas,
llueve sobre los charcos donde salta
la liebre del día
con su color de estatua;
llueve aquí: adentro,
y no sé cómo evitar
la ceremonia
de los duendes y las hadas,
las regresiones como un flashback
perturbándome en la fragua.

Harold Alva y Alfredo Pérez Alencart, con la Plaza Mayor de Salamanca de fondo

MADRE

Mi madre tiene en los ojos
el vacío de otro cielo.

Yo la observo como quien busca una palabra,
un gesto de redención en medio de la noche,
un parque en sus manos,
en esas nubes que dejaron de moverse.

Intento encontrar su voz en el abismo,
alguna actitud que la recupere para el día,
alguna forma que le quiebre los labios.

Mi madre tiene la estática de los acentos,
la consonante que no sabe
cómo pronunciarse,
el miedo a morir en una casa
que nada tiene que ver con el malecón,
con su calle alerta al temporal del trópico,
a sus tentáculos de arena moviéndose
con la velocidad de un espectro.

Mi madre ha perdido la voz,
pero es como si todavía la tuviera,
por eso le acerco el corazón,
el ruido de sus pálpitos,
la oscuridad que borra
su dolor con la neblina.

AL OTRO LADO DE LA GALAXIA

Papá sabe que lo pienso,
por eso un geranio me sorprende
a esta hora cuando la distancia es una mancha
con la que me atrevo a despintar el cielo:
sus árboles de cemento en las ventanas,
los pájaros que todavía me asombran
con el aleteo de sus palabras,
el estribillo que anuncia
la derrota del sol,
su rabia oculta en mi nostalgia,
la ira de Dios quebrándose en el agua
con la precisión de un disparo
perdiéndose
al otro lado de la galaxia.

Papá sabe cómo me siento,
conoce las réplicas,
el punto cardinal que mueve el día;
en su hombro
mi corazón es un gato
escribiéndole sus siete vidas.

UN NIÑO DESPIERTA EN LA MADRUGADA

Un niño despierta en la madrugada,
observa los libros de los estantes
y se pregunta si en esos instantes,
la niña sueña sobre su almohada.

El niño la imagina a su costado,
observa en sus manos una estrella,
una ilusión, un astro que destella
la ternura de todo lo soñado.

El niño escribe porque no se atreve
a dibujar la voz que lo enmudece
(en sus ojos el mundo también llueve).

La niña tiene algo que lo estremece,
esa fuerza silvestre lo conmueve:
le pinta el corazón cuando amanece.

Petruvska Simne: Narradora y crítica literaria venezolana (Valencia, Carabobo, 1952). Ha trabajado como editora de la revista BCV Cultural y de las revistas Circunvalación del Sur, XI Festival de Teatro de Caracas y La Palabra Pintada, así como del suplemento cultural El Otro Cuerpo, del Ateneo de Caracas; la edición especial por el 61r aniversario del diario Últimas Noticias, y la mesa de redacción de El Diario de Caracas. Autora de la recopilación de crónicas Periodistas en su tinta (Alfadil, 2004), el libro de entrevistas Periodistas en la mira (Alfadil, 2004) y el libro de entrevistas a escritores ¿Por qué escriben los escritores? (Fundación para la Cultura Urbana, 2005).

Petruvska Simne

 

Harold Alva y poetas invitados al XI FIP Primavera Poética (Lima)




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