FUENTE: Nora Lovero. A lo largo de toda su vida, Lidia Santos (Buenos Aires, 1931 – Barcelona, 2017) ha disfrutado expresar, a través de la poesía, su amor a Dios y Su Palabra, su dedicación a los seres queridos y su sensibilidad por la naturaleza.
Estos son los temas que han inspirado sus versos sencillos, cotidianos y llenos de emotividad, cualidades que la definían como persona.
Durante más de treinta años se ha dedicado a servir a Su Señor y a los demás, pastoreando junto a su esposo distintas congregaciones en Buenos Aires, Argentina.
Los últimos años de su vida, residió en Barcelona junto a su familia y fue miembro de la Iglesia Betania.
LA CENA DEL SEÑOR
Recordando tu cuerpo malherido
y tu sangre vertida en el Calvario,
hoy, frente a este pan y a esta copa,
me está, otra vez, tu amor emocionando.
Eras el Rey de Gloria que morías
para lavar con tu sangre mis pecados.
Eras el Cordero inmolado que ofrecías
todo tu cuerpo y tu vida en holocausto.
Venciste con tu muerte la burla, la ironía,
la incomprensión de los que habías amado.
Y al levantarte de la tumba fría
derrotaste a Satanás, resucitando.
Tu presencia hoy aquí se hace más viva,
al ver tu cuerpo en el pan representado.
Y en el vino, señal del nuevo pacto,
que me ha contigo Señor, reconciliado.
Me inclino reverente ante tu trono.
Te doy la gloria, oh Dios, y te bendigo.
Te alabo, Rey del cielo y de la tierra,
con todo el corazón y el canto mío.
ENTREGA
Señor, por mí sufriste clavado en una cruz.
Por mí, Tú soportaste la afrenta y el dolor,
la burla de aquel pueblo que tanto te insultó
y que te maldecía con odio y con furor.
Por todos mis pecados molido fue tu cuerpo.
Tu sangre derramaste por mi maldad, Señor.
Fue cruenta tu agonía después que te dejaron
clavado en el madero, morías por amor.
Al Padre me uniste con ese sacrificio.
¡Cuán grande fue tu ofrenda para ligarme a Dios!
Por mí, por mí lo hiciste Señor, lo reconozco.
Yo nada merecía por ser un pecador.
¿Qué puedo darte a cambio, Jesús mi Salvador?
¿Sabré recompensarte la ofrenda de este amor?
Si tu vida entregaste por mí en una cruz,
yo te entrego la mía, es mi ofrenda Señor.
Dígnate hoy usarla para gloriar tu nombre
en un santo servicio que te honre, Jesús.
Y al tomarme muy fuerte de tu mano,
pueda ir creciendo para que en mí brilles tú.
EL SEMBRADOR
Se detuvo un momento a contemplar el cielo.
Las nubes se alejaban en el espacio azul.
Y él, con sus pesadas alforjas en los hombros,
marchaba a la tarea, llevando lo mejor.
Iba por el camino cargado de ilusiones.
Soñaba con el fruto que daba su labor.
Veía el campo blanco, listo para la siega
y todas las espigas que brillaban al sol.
La tierra esperaba la semilla en su seno.
Con sus marcados surcos, deseaba la simiente.
Y él, ya terminando de ofrecerle su carga,
vio brillar a la luna en su cuarto creciente.
El día declinaba trayéndole de vuelta
y un rayo de esperanza su rostro iluminó.
Acarició sus labios una dulce sonrisa.
Pensó en esa cosecha que nadie imaginó.
La fe lo acompañaba en su paso seguro,
deseando ver el fruto de toda su labor.
Sintiéndose cansado, llegó a su morada.
Y antes de dormirse su alma fue hasta Dios.
Señor, la mies es mucha, son pocos los obreros.
Es tiempo de cosecha, después que se sembró.
Pronto vendrá el trigo y con los segadores
iremos a cortarlo, después que maduró.
Señor, que no demore al recoger la siega
y que no se pierda la planta que creció.
Ayúdame, te pido, a levantar mis ojos
corriendo a la tarea que el campo me brindó.
Esperaré confiado el día en que me envíes
a hacer este trabajo, con todo el corazón.
Me pongo en tus manos, el tiempo se avecina,
los días son muy malos. Señor, yo aquí estoy.
ORACION DE UNA MADRE
Señor, tú has puesto estos tesoros en nuestra vida.
Nuestros hijos son un regalo de tus manos.
Hoy se siente nuestra alma conmovida
por esta bendición que nos has dado.
Ante tu gloriosa majestad venimos
con corazones humildes, suplicantes.
Para pedirte perdón, en donde estamos,
por lo que no supimos hacer antes.
Perdónanos, si pasando los días
no cumplimos fielmente esta misión.
Perdónanos, Señor, te lo rogamos,
hemos puesto impaciencia en lugar de amor.
¡Cuántas veces con gritos y reproches
a nuestros hijos hemos lastimado!
No tuvimos en cuenta los errores
por la falta de experiencia de sus años.
¡Cuántas veces volcamos en ellos
nuestros afanes, nuestra preocupación!
¡Cuántas veces, viviendo algún problema,
olvidamos nuestro maternal amor!
Señor, tú sabes que confiamos más
en nuestra sabiduría que en tu poder.
Perdónanos por no pedirte ayuda
cuando discutimos, tristemente, ayer.
Danos paciencia, Señor, necesitamos.
Ayúdanos a conducir a nuestros hijos con amor.
En esta hora, aquí te lo rogamos
al elevar hacia ti nuestra oración.