Víctor Ilich

Derecho a las reglas claras: ‘Decálogo’, de Krzysztof Kieślowski

Comentario de Víctor Ilich

Sabemos que entre 1988 y 1989 no existía Netflix. Y quizás algunos no saben que el cineasta polaco Krzysztof Kieślowski (1941-1996) no solo entretuvo, sino también llamó a la reflexión con una serie de diez capítulos titulada Decálogo. Una serie ambigua en su vinculación con los diez mandamientos de la cultura judeo-cristiana, elaborada en un contexto de álgido cambio social en Polonia. El resultado dicen los entendidos es una obra maestra, como gran parte de lo que nace en tiempos de crisis.

El primer relato, asociado al primer mandamiento, Amarás a Dios por sobre todas las cosas, es aparentemente simple: muestra la relación de un padre que vive solo con su hijo, un niño inquieto que está descubriendo el mundo y pregunta por la existencia de Dios; un padre que vive una vida razonable: cree en todo lo que es medible, cuantificable y, por ende, predecible y con cierta precisión. Pero es sorprendido en el cálculo que realizó respecto del peso que puede soportar una capa de hielo de un estanque congelado. La tragedia se desata en su vida cuando es su hijo quien patinaba en ese estanque: su cálculo falló, no obstante haber considerado las variables adecuadas. Su hijo cae, muere y luego ese padre, coprotagonista de la vida, derriba un altar en una iglesia católica para terminar llorando cabizbajo.

¿Ambigüedad al máximo en la finalidad o propósito de la narración? Absolutamente. Y si la ambigüedad es factible de interpretar o entender de varias maneras, el mandamiento al cual alude no lo es según refieren: por el contrario, es tan categórico en su formulación que elimina una posible ambigüedad en su interpretación, es decir, su tono imperativo es inequívoco y unívoco.

Para algunos, a simple vista o desde una perspectiva antropomórfica, un Dios que exige ser amado por sobre todas las cosas parece un Dios egocéntrico, pero si se pondera el asunto desde la visión neotestamentaria, puede que se trate de un Dios que exige reciprocidad lo que otros llaman lealtad, ya que si es el Creador del cielo y de la tierra, quien envió además a este mundo a su hijo, según dicen, para morir por los pecados de muchos, como sostiene la fe cristiana, se trata de un Dios que está comprometido con la causa humana: su redención desde la garras del mal, cualquiera que sea la expresión en la que esté contenido: política, económica, social, legal o religiosa; todas posibles manifestaciones de un corazón egoísta, por ende, injusto por falta de equidad o retribución, pero advierten susceptible de transformación. Un Dios que está dispuesto a todo, según se repara del relato bíblico, incluso morir como culpable siendo inocente.

Los escépticos dudan de lo anterior y otros creyentes dudan de si el sacrificio fue por ellos realmente.

Y si la duda es el puente, la ambigüedad es un puente cortado. Un camino a medio andar.

No nos autoengañemos, sostienen quienes se consideran los más realistas: cumplir con el resto del decálogo de Kieślowski, que se resume en esa máxima de que amarás a tu prójimo como a ti mismo, sin ingenuidad, resulta imposible de cumplir.

Y cobra sentido en la lógica judeo-cristiana que venga un mesías (Jesucristo) y sea aquel quien cumpla con las expectativas divinas.

Krzysztof Kieslowski

Parece que el estándar del Dios de la Biblia es alto, exigente e imposible de cumplir para cualquiera que no haya nacido de nuevo al estilo de Nicodemo (Juan 3). De allí que la interpretación del cineasta sea un alivio, ya que la ambigüedad respecto de la finalidad del relato, y su implícita opacidad, no permite tener más luz, por ende, no confronta más allá de un chispazo de atención moral y aparente religiosidad.

En otras palabras, la confrontación existencial se aplaza, no llega al umbral de nuestra puerta, no es personal ni íntima y se diluye en el vaivén de las olas de la emotividad, en las posibles conjeturas y alcances de la perspectiva del autor y del espectador: a la orilla de otro, no de nosotros.

Porque cualquier confrontación existencial es de rango vital, de allí que los mandamientos, según algunos sostienen, no tengan un tono permisivo, ni pusilánime, porque para ese Dios bíblico, hay mucho en juego: una vida humana. Y eso implica un lenguaje claro y sin rodeos. Un lenguaje que delimita el camino.

Alguien también sostuvo que el Dios de la Biblia es luz, y acercarse a la luz afirman siempre es un riesgo para quien no quiere ver o no quiere ser visto o prefiere la comodidad de la opacidad, así sus obras quedan en la ambigüedad.

No obstante lo anterior, cuando se baja el telón, se enciende la luz. Y si se está acostumbrado a la penumbra… la luz molesta… al menos al principio. Es probable que Kieślowski lo intuyera. No lo sé, solo sé que el camino es angosto y lo angosto es un límite que impide inclinarse hacia la diestra o lo zurdo. Y el derecho a las reglas claras, al menos, nos libra de la confusión.

 

Confusión y ambigüedad se vinculan, ¿o no?

En fin, ya habrá tiempo para cuestionarnos esa es otra interpretación posible, pero debemos tener presente que nuestro corazón late en una constante cuenta regresiva, y las demandas del número diez se reducen, en principio, a los dedos de nuestras manos y de nuestros pies. De allí la importancia de lo que construimos o derribamos, de allí la importancia de por dónde y cómo caminamos.

En otras palabras, hacernos responsables de los altares que levantamos y de los que destruimos, como asimismo de los estanques de hielo sobre los que caminamos.

Porque una cosa es estar condenados a la imprecisión y otra muy distinta es abrazar y amar la ambigüedad y ser esclavos de la confusión.

 

Víctor Ilich (Santiago de Chile, 1978). Abogado y Juez de Garantía en la región chilena de O´Higgins. Poeta y ensayista, autor de más de una docena de obras literarias, tanto reflexivas como poéticas. Algunas de ellas han sido prologadas y comentadas por destacados académicos como Hugo Zepeda Coll, Thomas Harris y Andrés Morales. Entre sus obras se puede citar Infrarrojo, poemario presentado por el académico, escritor, poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone del Campo, quien le ha antologado; Réquiem para un hombre vivo, poemario dedicado al poeta Juan Guzmán Cruchaga (presentado por el ministro de la Corte Suprema y escritor Carlos Aránguiz Zúñiga y el ex ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago Juan Guzmán Tapia); El silencio de los jueces, un texto para sazonar el corazón, prologado, en su primera edición, entre otros, por Sergio Muñoz Gajardo, quien fuese presidente de la Corte Suprema (2014-2015); Disparates, poemario relativo a la libertad de expresión y los prejuicios (2016); Cada día tiene su afán (2017), que procura motivar en la lucha del cáncer, presentado por Haroldo Brito Cruz, actual presidente del máximo tribunal del país, con ocasión de la celebración del Día Internacional del Libro. Y, además, el poemario titulado Toma de razón, en coautoría con Roberto Contreras Olivares, poeta y ministro de la Corte de Apelaciones de San Miguel, presentado en Hanga Roa, Isla de Pascua, en agosto de 2017. Por último, en abril de 2018 junto a otros cuatro jueces penales publicó el libro Duda, texto fruto del taller literario que impartió, el cual luego de terminar denominó “Ni tan exacto ni tan literal”. Actualmente es columnista en el diario El Heraldo de Linares, de la Región del Maule. Como cristiano, forma parte del grupo de colaboradores de Tiberíades, Red Iberoamericana de Poetas y Críticos Literarios Cristianos.

 




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