Colaboraciones

Erasto A. Espino y Nuria Rodríguez Vargas: Presentación del libro ‘Intersección’ del costarricense Alexander Anchía

 

El pasado 11 de febrero se presentó el libro ‘Intersección’, de poeta y escritor costarricense Alexander Anchía. TIBERÍADES deja conocer a sus lectores dos comentarios sobre el mismo.

Apuestas literarias y respuesta lectora
en torno a ‘Intersección’, de Alexander Anchía

Erasto Antonio Espino Barahona, M.A.

I.

Mediante un lenguaje poético y narrativo, fresco y contemporáneo -en su fondo y en su forma-, Alexander nos ofrece un diseño literario mixto que abarca un espectro que va desde las interrogantes insondables por la propia identidad, atravesando las tensiones de la relación con la otredad y los ámbitos de la Naturaleza y de lo Divino, hasta llegar a los dramas contemporáneos de la migración y de la miseria. Así, mediante los veintidós textos que arman el libro Intersección, la pluma de Anchía cruza (intersecta) lenguajes y géneros para dar cuenta -mediante la enunciación poética y el contar propio del relato- de hondas visiones sobre la persona humana, su devenir en el tiempo, su relación no exenta de conflictos con otros sujetos sociales, como la familia y la Sociedad de pertenencia, así como la contemplación casi religiosa de la fauna y flora que la naturaleza nos prodiga y la expresión latente de la Trascendencia que la habita y que en ella, se hace accesible.

II.

Continuar la exploración de Intersección, plantea su vez el reto de qué es lo podría ofrecerse al público como presentación para su debida, gozosa y profunda lectura. Una opción era la de avanzar un estudio literario, una introducción que analizara el entero libro de Alexander. Tentación plausible sino fuera por el ya sesudo y bien logrado prólogo escrito por Álvaro M. Torres-Calderón, profesor y poeta peruano vinculado a la Universidad de North Georgia, texto que antecede en la versión impresa o digital a las páginas de Intersección

El primer texto que reclama mi atención y que, por cierto, encabeza el libro es un buen logrado poema titulado “La pirámide de la iguana” en el que, con una precisión casi conceptista de una retórica casi surreal, el poeta parece indagar a través de la imagen de esta pirámide/iguana por el sentido de lo Real, planteando lo senso-perceptible como testimonio del devenir humano.

Más adelante, la voz del hablante nos dice de “La otra miseria”. Esa que supone la anulación o la disolución del ser, cuando la expresión de lo que somos o la creación de una realidad distinta se hace imposible. He aquí algunos de estos versos, donde se expresa sin decir un Arte poética impecable:

El peor día
será:
Aquél en que
ninguna imagen
quede fértil.

La peor mudez
será:
Aquella
en que mis palabras
no detonen
más allá de una salva.

(…)

Si me perdiera…
El absurdo
ya no sería ambiguo.
La paz la avasallarían
las ecuaciones.

La escala de la miseria,
la definiría mi sombra
entre una sopa de letras.

(…)

Cuando […]
el rayo no reviente
en mi imaginación,
será hora de apagar mi antorcha

 

Seguidamente, en “Cuentas que se me escapan”, Alex parece sugerir que cualquier intento humano de entender, calibrar o expresar la Realidad es fútil y que ésta es inconmensurable, por lo que solo puede atisbarse y encontrarse en lo absoluto, en Dios. Y el poeta lo hace mediante audaces y hermosas imágenes;

Estrellas
que se abren en
preguntas.

Sin embargo, el poeta sabe que hay aún un espacio límpido, una región más transparente que permite el encuentro con lo Absoluto. Nos lo revela en el cuarto poema del libro, un texto en cierto modo panteísta, titulado “Está siempre ahí”:

Está siempre ahí…
Y día con día
sus colores hablan con otro acento,
las comas, signos de pregunta,
admiración,
los verán acentuados
entre ramas, hojas, lianas, bejucos…

Sin embargo, la urdimbre poética de Intersección no se limita a una búsqueda metafísica, sino que aborda también la concreción de la amistad. Y platea los valores y los retos que agencian esta inestimable realidad humana que anuda a las más distintas personas en una historia común.

Deja que los ecos
sangren en la nada

(…)

Y si debe caer
mi cabeza,
las veces que el infinito
sentencie,
no me defiendas
por lo que no fui
capaz de demostrar.

No te pido
que me creas
sólo
¡escúchame!

No pretendo
convertirte,
sólo
¡entiéndeme!
No impongas,
¡señala!…
No aconsejes,
¡acompaña!.

Mira corazón
adentro,
hasta que las miradas
coincidan en la palabra..

En el poema titulado “Mi propia bestia”, el hablante vuelve la mirada hacía sí mismo y ausculta las entrañas oscuras de la propia subjetividad. Aquí el poeta a través de un feroz diagnóstico lírico, conjuga autenticidad y palabra, se desnuda y reconoce los límites que lo habitan y permean su persona y su escritura:

La bestia que camina conmigo,
se escurre por las venas
del poema.

(…)

Mi voz intenta perpetuar al sol;
sin que sea capaz siquiera
de encender este pedazo de papel.

Ahora bien, si tuviera que hablar desde estética del gusto, de esa semiótica del placer que postuló y practicó Roland Barthes, probablemente elegiría “Los castillos de arena no mueren” para mi propio archivo personal. El poema, a mi juicio de lo más logrado de entre la veintena de textos poético/narrativos que componen Intersección, exhibe una contenida belleza que me recuerda la versología de muchos poemas de Borges, junto a una sonoridad y hondura existencial propia de la poesía infantil donde se integran musicalidad, belleza y profundidad. Pero para no quedarme con la fruición encerrada en el recinto de mi propio goce, me atrevo a leer el poema casi por entero:

Los castillos duermen en el día,
sueñan que serán grandes
mientras otros los descubren.

El mar los abandonó
y una mano los adopta,
marchan por la playa
reanimando los fantasmas.

Los castillos de arena
están hechos con ingredientes
que desbordan el barril
del inconsciente

(…)

En la noche los castillos
abren de par en par
su pólvora,
que detona
en el gemido
de la brisa.

Exhiben sus calabozos
donde algún atlante
ha de haber quedado preso.
En sus puentes
los caracoles y cangrejos
adquieren el
valor de Lancelot,
el Cid o de Guillermo Tell.
Chaucer vació sus historias
que dieron origen a un Tío vivo.

Sirven de médiums
entre el licor del mar
y el ajedrez
de las conchas.

En navidad
el pesebre
esparce la sal de las naciones,
y el muñeco de arena
se transforma en angelito negro.

Los castillos de arena
no mueren,
si la materia
sólo se transforma,
los granitos van de sueño en sueño,
hasta donde
cualquier idea germine.

Avanzando en la lectura del libro, se abre paso a partir del texto 12, la irrupción de lo narrativo. Casi siempre en un tono monologal que convoca luego a otras voces y personajes (particularmente en los dos relatos sobre “los pobres de Aguantafilo” y “de las Gradas”), Alexander nos proporciona una inmersión sostenida en lo difícil, lo oscuro y lo abyecto de la vida humana especialmente de esta parte de la Historia contemporánea (¿posmoderna?) que hoy transitamos y que nos enfrenta a múltiples injusticias y desafíos.

En este sentido, son múltiples los aspectos de la realidad hodierna que Anchía retrata y denuncia. Y lo va haciendo a través de una narrativización que recuerda la serie de las pinturas negras de Goya; así se demuestra una vez más que la experiencia estética y su puesta en forma en el arte y en la literatura no está casada, inevitablemente, con lo bueno, lo bello y lo verdadero, como postula la tradición clásica, sino que “lo feo puede ser también bello” en su dramaticidad, dentro de la totalidad de la experiencia humana. Esto es tangible en la denuncia de la ignorancia mantenida por la superstición del ocultismo en sus diversas formas; en la mostración de la humillación, maltrato y angustia que pasan los migrantes ilegales en norteñas latitudes; en el retrato naturalista de la miseria urbana o en la enajenación y el aislamiento que la vida posmoderna del capitalismo contemporáneo puede provocar en el individuo, en los lazos familiares y en la entera sociedad.

Para ilustrar puntualmente lo anterior, me detendré en el texto “Otro yo” donde se muestra en su complejidad el problema de la construcción de la identidad personal, esa subjetividad que se juzga única, irrepetible e idéntica a uno mismo. El relato ficcionalmente autobiográfico hace un guiño a preocupaciones similares que poblaron ya la obra de Unamuno, recordándonos que el Yo es plural; que no es ajeno a presiones y manipulaciones exógenas y que incluso la propia familia y la creencia en supersticiones ocultistas pueden condicionarlo, pues nos desnaturalizan y confunden en la indeclinable búsqueda del rostro personal. Similar temática aparecerá después en “La versión de uno mismo” mediante las interrogantes de cómo se construye el yo y cómo sea posible descubrirse.

Quiero finalizar reflexionando en el carácter doble de la escritura de Intersección. Libro decididamente contemporáneo, integra dentro de un mismo discurso dos modos literarios de decir. Poesía y narración. Lirismo y relato son dos caras de una única moneda que acopla, a su vez, también tonos diversos: la contemplación estética del poema y la develación cruda del narrar la realidad. La fascinación por lo Creado, el cultivo de la palabra poética en su esteticidad, el rechazo de la violación y el desprecio a la dignidad humana, el rescate de la individualidad de la persona son, de alguna manera, las canteras temáticas con las que se fragua el libro. Verso y prosa que sirven de puesta en forma de una toma de posición que parte del asombro ante lo Real. El poeta mira el mundo, a los demás y a sí mismo y se maravilla. El estupor lo invade y lo conecta también con lo Absoluto. De ahí surge este “Díptico del asombro”, título anterior y provisional del libro antes de su definición editorial con el título de Intersección.

Dicen que cuando uno llega a una intersección, lo crucial es saber cuál rumbo tomar para no enrutarnos en la dirección equivocada. Con la Intersección de Alexander Anchía no hay tal preocupación, cualquiera de sus senderos que tomemos, sea el poético o el narrativo o su entera totalidad textual, nos harán confluir en el territorio de la profundidad, del asombro y de la belleza.

Nuria Rodríguez Vargas

Intersección: el arte escribir
Presentación libro Intersección (2022) de Alexander Anchía

Nuria Rodríguez Vargas

La región de Centroamérica ha servido de confluencia, de unión, entre el Norte y el Sur de América. Ha sido un puente, un lugar de cruce, receptor de influencias, istmo creador de renovaciones literarias desde el siglo XIX. Una intersección. ¿Qué es una intersección? Es una encrucijada, una bifurcación, un encuentro, en términos matemáticos, es el cruce de dos líneas, planos o cuerpos que se cortan entre sí.

El libro Intersección (2022) del escritor costarricense Alexander Anchía es un empalme entre verso y narrativa, 11 poemas, 11 narraciones, 22 textos en total. En la numerología el 11 nos conecta con el misterio, con los motivos literarios universales: la vida, el amor y la muerte. Con la luz y la oscuridad al mismo tiempo. Y el número 22, es un número maestro, pues se asocia al humanismo y a la espiritualidad. Al inicio de la lectura, me fui encontrando con poemas y claroscuros. Textos que fui leyendo a poco a poco y disfrutando en momentos y horas diferentes.

Quisiera compartir con ustedes unas breves palabras sobre mi experiencia como lectora. Los poemas, me hicieron reflexionar sobre el proceso de creación y el valor de la imaginación en nuestras vidas. Me topé con un lenguaje conocido, localizado, que dice mucho de la geografía del trópico centroamericano: iguana, palmera, pirámide, árbol de poró, yigüirro, bejuco. Estas palabras cotidianas se hermanan con otros conceptos; ángeles, paraíso, sabiduría, mito, Dios. De manera que, el conjunto de todos los 11 poemas me transportó al origen de la humanidad y desde entonces, la necesidad de crear representaciones hermosas del entorno, por medio del sonido, de las sensaciones, de los olores, los sabores, los dibujos en las cuevas hasta llegar a las palabras y posteriormente a la escritura. En el principio fue el verbo, “Dios es palabra, nosotros letras”. Así rezan unos versos del anterior poema:

Y Dios se gozó
en la diversidad de formas, o seres
que emergieron del agua
y volaron por el aire.
El hombre esparció
las fórmulas, laberintos y los libros.

También me hizo preguntarme por el valor de la imaginación antes y durante el proceso de creación. Decía José Martí que “la imaginación salva y pierde a los pueblos; pero, así como los pierde, así los salva. Lleva al exceso de las artes, a la corrupción, a la molicie; pero también lleva a la lleva a la inmortalidad, a la universal admiración”, al perpetuo imperio.   Es decir, la imaginación nos salva de la ruina y de la miseria espiritual y material.

En la segunda parte de la intersección, se pasa de los orígenes, plasmados en poemas, a la actualidad a través de fuertes, poéticas, crudas o satíricas narraciones; o profundas reflexiones, que en ocasiones se salen de la estructura típica del relato y por momentos se convierten en ensayos breves de ideas filosóficas y que, de alguna manera, denuncian problemáticas sociales, políticas y económicas.  Entonces, a nivel formal y estilístico, asoma lo híbrido. En la narración, “Nosotros los pobres de Aguantafilo”:

“Al final todo es casi lo mismo, los pobres aceptan los oficios riesgosos, se comprometen a enfrentarse con la policía, están condenados a escoger lo peor de este mundo, a rescatar artículos e historias de los basureros, a comer carne prohibida de vez en cuando; o, vegetales que brotan de plantas que yacen en basureros o en cementerios, que tímidamente irrumpen bellas en espacios que nadie se atreve a reclamar”.

Además de la crítica social que plantea el discurso, al mismo tiempo, continúa preguntándose, desde la narración, sobre el proceso creativo. Las diferentes etapas que conllevan a la producción, el proceso de creación y la recepción de las obras. En la narración “La construcción del relato” se dice:

“Si te adentras en esta lectura, toma una vela, ya que es la primera que permite que se propague el conocimiento entre los iniciados, no lo tomes a mal, pero no te sorprendas de las tonalidades, entre la luz me sentiré como médium y te toca a vos, construir el supralenguaje que se halla tras el intento”.

¿Dónde queda nuestro papel como lectores? Intenté contestarme esta pregunta durante este viaje. Pues, nosotros como lectores, tenemos una función, o si se quiere una responsabilidad. En relación con la experiencia de la lectura y la escritura, es importante apuntar que, son dos acciones que no tienen una diferencia demasiado extrema, ya que, el lector cede sus propias emociones y sentimientos a los personajes mientras está leyendo. Sin una lectura, la escritura carece de sentido.

Cuando se lee, se arrastran las experiencias de vida, las lecturas y las influencias de otros sujetos y textos, así que no es un acto individual, sino colectivo. No leía sola, me acompañaron las vivencias, las voces de otras personas y los intertextos. Así, leer y escribir requieren una responsabilidad ética, sobre estos aspectos Sartre reflexionaba:

Escribir es, pues, a la vez, revelar el mundo (…) Y todo el arte del autor es para obligarme a crear lo que él revela y, por lo tanto, para comprometerme. Entre los dos asumimos la responsabilidad del universo (…) Y, si me dan este mundo con sus injusticias, no es para que las contemple con frialdad. De esta manera, el universo del escritor se revelará en toda su profundidad únicamente con el examen, la admiración y la indignación del lector.

También Eduardo Galeano, reflexionando sobre la función del lector, contó la historia de Lucía Peláez quien se leyó a pedacitos una novela, a escondidas, noches tras noche.  Con el transcurrir del tiempo, de los años, terminó apropiándose el texto, lo hizo suyo. Me ha pasado lo mismo con esta obra de Alexander Anchía, pues me quedo en el punto de la intersección que une las dos partes del libro: la reflexión sobre el arte de escribir.

En el poema “Los castillos de arena” se hace un recorrido por el proceso de la creación y, la imaginación como el motor de esta. Algunos versos:

Los castillos de arena
están hechos con ingredientes
que desbordan el barril
del inconsciente

Contienen ilusiones
que darán fruto
en los libros,
cada granito
muestra el ADN
de cualquier estrella abortada

La lectura del libro en su totalidad toca profundamente la curiosidad por la escritura y acaricia la imaginación, “un guiño centrífugo… y una embriaguez ligera”. Arrastra la necesidad de aventurarse algún día en esas aguas; eso genera duda y miedo; pero también una profunda emoción. Y termino con estos versos:

La mitología
se construye,
por medio
de su caja de música.

Se enciende,
concede deseos,
revitaliza ángeles
entre corales…

Mientras tanto me quedo con la caja de música y algún día, finalmente poder abrirla.

 

Presentación en el XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca

Alexander Anchía (San José, 1974). Docente y escritor. Comenzó publicando en revistas literarias de su país como la Revista de lenguas Modernas y el Repertorio Americano. Ha cultivado los géneros de cuento, poesía y ensayo, principalmente, y ha publicado en antologías literarias diversas y publicaciones en línea de diez países. Muestras de sus versos han sido traducidos al rumano, inglés y mandarín.  En 2013 publica su primer libro de relatos, Puentes Inconexos. En el 2014 su primer poemario, Relatos Elementales y el Hombre Mundano. Ha recibido menciones en Italia, Estados Unidos, Argentina y España. Cuenta con publicaciones académicas. En el marco del XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos (2018), dedicado a celebrar los ocho siglos de la Usal, presentó su poemario místico El Misterio en Ti Despertó. Ahora acaba de publicar ‘Intersección’ (Madrid, 2022).

Libro ‘Intersección’ disponible en:

https://www.diversidadliteraria.com/tienda/Intersecci%C3%B3n-Alexander-Anch%C3%ADa-Libro-Electr%C3%B3nico-p431876064

Presentación del Libro:

 

 

Alfredo Pérez Alencart, Alexander Anchía y Eva Guerrero, durante la presentación Salmantina (foto de Jacqueline Alencar)


Foto de cabecera: Alexander Anchía, en el Instituto Fray Luis de León (Salamanca 2018. Foto de Jacqueline Alencar)




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