Tiberíades agradece a la destacada poeta y ensayista colombiana Luz Mary Giraldo, por permitirnos difundir las palabras de agradecimiento que leyó en el Ayuntamiento de Salamanca, tras recibir el reconocimiento de Huésped Distinguida de Salamanca. El acto se celebró el 13 de octubre de este año, enmarcado dentro del XXV Encuentro de Poetas Iberoamericanos.
Señor Alcalde de Salamanca, Carlos García Carbayo, señora Concejala de Cultura, María Victoria Bermejo, siempre en apoyo al Encuentro de Poetas Iberoamericanos que en esta edición cumple veinticinco años a la cabeza de su director Alfredo Pérez Alencart. Distinguidos señores y señoras, poetas, amigos.
Quiero empezar con unos versos del poema “Mi Salamanca”, de Miguel de Unamuno, que me resultan altamente significativos, por lo que aún dicen:
Oh Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron a amar los estudiantes
mientras los campos que te ciñen daban
jugosos frutos.
En esta emblemática capital de cultura y saberes, rodeada de las más altas expresiones artísticas y de pensamiento, celebro la historia y la gramática que aquí confluyen y son mi tradición y mi lengua. En este presente y también desde mi memoria, evoco el Tormes que ondula y canta entre puentes y jardines; me detengo en la magnífica Plaza Mayor que hemos recorrido todos y seguirá siendo lugar de encuentro y celebración; me concentro en la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca, la más hermosa y más antigua de Europa y de España que abre sus páginas y su orbe a los ojos ávidos de sus visitantes; elevo la mirada a sus catedrales y al sonido que vuela desde sus campanarios. Veo estas puertas que hablan, oigo las densas paredes de oro, las calles tantas veces caminadas por los que habitan este reino o por los que van de paso. Percibo cómo atrae este lugar —locus y situs— con su luz inolvidable y su color de cielo, con sus muros dorados hasta el encantamiento. Veo el tiempo que parece detenido pero que va y viene con tantas obras y autores conocidos desde antes o desde ahora.
En Salamanca respira “la gramática de la vida”, afirmó no hace mucho tiempo el poeta mexicano Margarito Cuellar, galardonado con el premio internacional de poesía Pilar Fernández Labrador. Y así es. Aquí la vida se hace y se rehace en el transcurrir que permite su condición cultural y humana. Al volver por tercera vez, gracias a la poesía y a la convocatoria de este espléndido encuentro que nos reúne a todos, convoco algunas de mis lecturas, y mis primeros aprendizajes familiares y universitarios. Tengo presente a Miguel de Unamuno, a ese lazarillo nacido en Tormes, al estudiante reconocido en Salamanca; siento los amores contrariados de Calixto y Melibea en sus frescos e inmortales jardines; me conmueve Santa Teresa de Jesús con su “Nada te turbe; nada te espante; todo se pasa”… Por aquí los veo pasar, como a los estudiantes. Si Unamuno sigue en su casa museo, Fray Luis de León entra a su auditorio y le escucho su “decíamos ayer”. La ciudad de Antonio de Nebrija, la de la lengua española. Voces y tonos me traen de una u otra manera, me llevan a esas creaciones y reflexiones que iluminaron o pusieron en estado de alerta y entusiasmo mi existencia.

Tantos autores originarios, enraizados, o destinados a estar en esta ciudad, a quienes tarde o temprano indistintamente he conocido o leído. Entre los clásicos Juan de Encina, Fernando de Rojas, San Juan de Cruz, Fray Luis, Santa Teresa … y entre los contemporáneos: Carmen Martin Gaite, Antonio Colinas, Aníbal Núñez… y también tantos poetas, poemas y personas que me han llegado en diferentes momentos o me traen a este lugar, a estos patios, a estos museos, a estas casas y torres, a este cielo, a estos escenarios: “El Cantar de los Cantares”, “El cántico espiritual”, “Noche oscura del alma”, “Vivo sin vivir en mí”, unidos a poemas de Gastón Baquero, Antonio Colinas, Nino Giudice, Antonio Salvado, Alfredo Pérez Alencart, María Ángeles Pérez López, Jacqueline Alencar, José Amador y muchos más, incluidos aquellos que he ido conociendo al calor de la amistad y de estos encuentros poéticos. Autores y obras, pinturas, fotografías, rostros. La vida contenida en palabras e imágenes. El tiempo y sus paisajes interiores. La soledad y sus misterios.
La patria del idioma y la de la poesía en esta gramática de la vida volcada en la lengua y la palabra. En ella está también el legado recibido de mis autores colombianos, desde Hernando Domínguez Camargo y José Asunción Silva pasando por Eduardo Carranza y su hija María Mercedes, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Mutis -premiado con el Reina Sofía y el Cervantes-, nuestro Nobel Gabriel García Márquez, los poetas de la Generación sin nombre y los que siguen en diversas gamas literarias y los que van llegando y me llevan de la mano a otros autores hispánicos.
No sé cuántas veces en mi infancia y adolescencia leí y oí recitar un poema muy popular en mi familia: “El seminarista de los ojos negros”, del poeta español Manuel Ramos Carrión (1848-1915), en el que el pasar de la vida se concentra en “una salmantina de rubio cabello/ [que] ve todas tardes pasar en silencio/ los seminaristas que van de paseo”. La primera vez que estuve en Salamanca vi a esa jovencita en alguna ventana, y también la vi en “una pobre anciana de blancos cabellos/ [con] sus ojos azules ya tristes y muertos” guardando el recuerdo “del seminarista de los ojos negros”. El pasar del tiempo y el estar del amor. La lengua para cantarlo y evocarlo, para hacer del tiempo un presente continuo. Tal vez este poema forme parte de la banda sonora de mi infancia o de mi educación sentimental, como lo han sido algunos de los autores nombrados.
Sé que desde mis comienzos he estado vinculada a esta ciudad que mientras más visito y recorro, más míos hago su eterno color de fábula y la densidad de sus saberes. No me fue posible estudiar en Salamanca, pero la vida me ha traído aquí de varias maneras: como poeta y como profesora. Y ha sido un privilegio.
Hoy recibo esta distinción junto a mi querido amigo el poeta, gestor cultural y compatriota Federico Díaz Granados, y reconozco que la vida me premia doblemente en este lugar que me habla con su voz, su historia y su hospitalidad. Es un honor ser Huésped Distinguida de esta ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad y un gusto estar en tan cálida compañía, rodeada de personas entrañables que viven la poesía. No puedo menos que agradecer y sentir que la palabra respira, que la palabra ayuda a respirar, y me da este privilegio de estar en cuerpo y alma aquí, en Salamanca, la de “las piedras de oro”, la de las calles que siempre llevan a su Plaza Mayor.
Evoco a Fray Luis de León:
De nuevo, oh Salamanca!
estoy aquí, de la prisión salido.
La frente toda blanca,
el cuerpo envejecido.
Muchas gracias.

Imagen de cabecera: Luz Mary Giraldo y Carlos García Carbayo, alcalde de Salamanca (foto de Alex Lorrys)