Colaboraciones

Manuel Cortés-Castañeda: ‘El robo perfecto’ y otros relatos

 

Tiberíades agradece al poeta y editor Felipe Lázaro por el permiso para difundir tres relatos del poeta y narrador colombianos Manuel Cortés Castañeda, albergado en su libro FUERA DE TONO (Betania, Madrid, 2022)

 

EL ROBO PERFECTO

Desde que era muy niño siempre tenía miedo de que los ladrones entraran en su casa… y aunque el temor era más digestivo y sintético durante la noche, también en el día lo mimaban con frecuencia los escalofríos y la desconfianza… cuando niño la cosa era que tenía miedo de que se lo robaran, ya que nada tenía para que le robaran; solo dos o tres libros de procedencia incierta que siempre leía como si fueran los únicos que habían sido escritos o existieran…

Este temor constante de que lo desaparecieran, o que le desaparecieran incluso lo que no tenía, lo convirtió en un especialista de todo tipo de chapas, y candados y cerraduras y trancas y llaves y alarmas sofisticadas, y mecanismos de control y estrategias de prevención y tácticas de supervivencia…

Lo que nadie nunca entendió -hablo de los que lo conocíamos, o creíamos conocerlo-, y ni siquiera él mismo, era el fastidio más que patológico que le tenía a las armas, cualquiera que fuesen. Una buena pistola o incluso un buen garrote, unas clases de defensa-ataque, unos días de práctica, y quizás el problema hubiera sido resuelto sin tener que entrar en más detalles. Pero nunca las armas fueron para él una opción. Los sistemas de seguridad y lo que la última tecnología tenía que decir en este asunto, era su única moneda de cambio…

Visitaba con frecuencia al cerrajero del cual se había hecho buen amigo y pasaba mucho tiempo en su tienda observando con una parsimonia admirable todos los tipos de candados y alarmas y sistemas modernos de seguridad disponibles… sabía a la perfección y casi de memoria cómo funcionaba cada mecanismo y también sus más pequeños defectos o errores de diseño… Y cuando tenía dinero -lo que no era frecuente- compraba lo que podía y lo guardaba en un baúl que tenía bien asegurado debajo de la cama. Era tanta su pasión y devoción por toda esta clase de adminículos que de muchos de ellos tenía hasta cuatro y más… y un cuaderno donde los dibujaba y los describía con una precisión envidiable…

Con el tiempo y cuando ya no le quedó más remedio que separarse de su familia, en el apartamento donde se instaló, en la gran ciudad, todas estas preciosas adquisiciones para él fueron posesionándose en el lugar adecuado y, para ser más claros, exacto. Viéndolo instalarlos y activarlos uno podía decir que ya lo había hecho mucho antes miles de veces y que todos estos dispositivos extraordinarios siempre habían cumplido al pie de la letra con su tarea inapelable…

Algunos formaban figuras geométricas fantásticas detrás de las puertas, otros parecían completar y prolongar las ventanas y otros muchos guardaban celosamente los aparatos de que disponía en casa. Se las había ingeniado para montar a su alrededor un verdadero rompecabezas de seguridad…

El complicado mecanismo que había montado detrás de la puerta principal de la casa, bien de cerca o en la distancia, parecía y simulaba un universo complejo y ponía los pelos de punta… a decir verdad, su lugar era una fortaleza inexpugnable… un complicado sistema de relaciones infinitas… una historia escrita en sus más mínimos detalles, pero sin libro y sin lengua y sin palabras…

Ya no era un niño, pero el temor a desaparecer o que lo desaparecieran, -últimamente incluso tenía miedo de que se lo comieran vivo-, había logrado su altura máxima en la curva insaciable de la vigilia sin coraza y sin puertas y sin memoria…

No tenía muchas cosas, quizás para mayor seguridad, pero sí algunas de uso diario… entre ellas, muchos televisores del mismo tamaño que había empotrado con una precisión endemoniada en diferentes lugares de la casa, porque le gustaba ver películas hasta la saciedad y repetirlas, y sobre todo programas de fantasmas y de aparecidos…

Ante tan complicados mecanismos y conocimiento en cuestiones de seguridad, uno no entiende cómo se le entraron los ladrones sin que él o alguien se hubiese dado cuenta. La duda y la sospecha fue la panacea por mucho tiempo de los que lo conocíamos y lo amábamos en silencio en lo más íntimo de nuestro corazón. Tal así, que todos en silencio, o en una mirada, o en un gesto, concluimos que el ladrón no había podido ser más que él mismo. Pero el dolor y el miedo que sintió cuando se enteró de lo sucedido, un miedo auténtico sin lugar a duda, desnudo, voraz, convirtió nuestra certeza en un mar de dudas y de situaciones inciertas…

La otra cosa es que los ladrones, si fueron los ladrones, dejaron las cosas tal como estaban. Ni una sola huella, nada roto, nada para entretener a los curiosos y a la policía que tanto le gusta suponer lo ya supuesto… y lo más extraño es que nada de lo que tenía algún valor faltaba. Los televisores y los programas de siempre estaban ahí incólumes y como desafiantes al mal tiempo y a las vicisitudes de la vida… también los aparatos de cocina, algunas joyas de valor, y cuadros originales de un valor considerable (de vez en cuando adquiría obras de arte). Solo se habían llevado dos cajas de cerveza, una botella de tequila, una caja de chocolates franceses ya empezada, media botella de burbon marca “turkey”, un consolador barato que le había regalado a una de sus amigas y que esta guardaba en su casa, una caja de condones, toda su ropa interior y la ropa íntima de su esposa que por entonces lo había abandonado, unos calzones sucios que guardaba de siempre debajo de la almohada, y los tres libros que lo habían acompañado y cuidado desde que era un niño…

 

TRATADO DE LA PERFECCIÓN

Con la misma guillotina que cortaba los papeles que les daba a sus alumnos, a primeras horas de la mañana, se cortó uno a uno y de raíz todos los dedos de la mano izquierda… descarnado el asunto, ¿verdad?

Dicen que ese día, a esa hora, sólo estaba en el lugar del crimen la profesora más vieja y decrépita del departamento… se desmayó ante la nitidez de los hechos y fue llevada al hospital más tarde… y que luego de recuperarse ya no quiso volver más al lugar donde tantos frutos había cosechado… y que no pudo volver a comer y qué pena… y que siempre lleva su mano izquierda en la espalda como escondiéndola todo el tiempo sin poder lograrlo…

Empezó con el dedo pequeño, o como lo llaman algunos el meñique, aduciendo que de nada le servía… que él siempre lo había visto como el dedo pequeño del pie… que ahora que se daba cuenta, nunca lo había visto haciendo nada individual… nada productivo… que incluso en las noches de placer se hacía a un lado perplejo y torpe dejándose arrastrar por la corriente… y que ahora, como en el pasado, como siempre, no había sido más que una carga innecesaria… como tantas otras cosas y órganos, -lo justificó-… así que sin dudarlo ni siquiera por un momento, toma que dele y adiós apéndice inútil… un guillotinazo perfecto, y el pequeño incompetente, ya en el piso, se revolcaba como un gusano de otro mundo…

Después se cortó el anular alegando que estaba muy cerca del inútil y que había adquirido en la mayoría de los casos la totalidad de sus vicios y su mala costumbre de ir a la deriva…

y que lo que le quedaba de suyo no era tal, sino, más bien, del dedo corazón que le había anulado por completo sus ínfulas de mediador entre la nada y la indiferencia… también dijo y afirmó de forma tajante que este había aceptado cargar con la culpa del dedo corazón que de esta forma se echaba con las petacas de la irresponsabilidad… que lo había visto mil veces tan feliz como el bobo del pueblo llevando el anillo que nos hace vehículo del otro y nos entrega al mismo… y que por eso, por no tener posiciones definidas, debería también seguir el mismo camino… se volvió sobre el instrumento de la justicia, afinó su tino y que se vaya a la mierda… zúmbale que tenga… el anillo también salió volando como alma que lleva el diablo… y otro gusano cayó al piso contorsionándose como algo que no quiere marcharse del todo…

Tuvo ciertas dudas cuando vio que ahora el dedo corazón marcaba el límite, pero se dio cuenta de que, aunque también prisionero de algo o de sí mismo, solía salirse con las suyas justificando sus culpas en la culpa que lo antecede… que cuando el índice se le adelantaba buscando el placer de las mujeres que lo amaban, él se ponía a su lado y contra todo pronóstico se escurría en el hueco de las delicias sin medir ningún tipo de consecuencias… y que había que verlo en su disputa cuando no era que se le adelantaba al señor de la casa y lo dejaba mirando un chispero, especialmente cuando se trataba del hueco equivocado… pensó por un momento que podía estar de su lado… que alguno de ellos tenía que sobrevivir para contar el cuento… sin embargo no tuvo más remedio que cortarlo para que el cómplice del responsable de estas cosas no tuviera un argumento a su favor ni en contra y así intentar hacerse merecedor de una muerte digna, sino salía bien librado del asunto… así que tome, -clic-, y el pequeño muñón rodó sobre los residuos de papel haciendo gestos como si en ese momento algo se le olvidara… y un tercer gusano cayó en el piso arrastrando su asombro y sus restos de sangre… Con el índice todo estaba claro… pedía demasiado, no sabía controlar sus impulsos señalando al enemigo antes de tiempo, se hacía aspavientos en el hueco del placer llegando a hablar incluso de propiedad privada… y lo más grave de todo, si se miraban bien las cosas, él no era nada más que un esclavo de esclavos… además que se le podía sumar un punto más en su contra por pretencioso, cuando se hacía a la idea que él era el único dueño y amo de este alfabeto de náufragos… si mal no lo recordaba, alguna vez lo había sorprendido mirándose al espejo… y se prestaba para todo que es lo mismo que nada… y que siempre quería salirse con la suya, aunque no eran ni las suyas ni las de nadie… de él nació la ley y la trampa y la pregunta y la cárcel… -fue lo último que dijo- y calló… así que cerró los ojos para no tener que ver su gesto de cobarde y tenga carajo… qué tajo… un tajo perfecto, el ideal, el tajo que todos hemos soñado alguna vez… ni el mejor de los tajos durante todo el periodo álgido de la revolución francesa, igualaba este tajo tan limpio y preciso como una pincelada en un lienzo… fue a caer como si nada al cubo de la basura… ni una sola mancha de sangre en su adiós definitivo… simple como la oreja de Van Gogh… un gusano más en el piso ya sin tiempo y sin memoria…

Y finalmente los ojos se clavaron en el único responsable de todo… el dueño auténtico de la pelota y del campo de juego… tan largo como el meñique, sino más pequeño, aunque siempre más gordo y distanciado de los otros y como si siempre estuviera diciendo yo no fui, o este doliente no es mío, aun a sabiendas de que todo es, fue, y será su culpa… y valga la exageración porque si él hubiera sido el primero en dejar la escena los otros juntos quizás ni siquiera se hubiesen enterado, conscientes de que la memoria es una carga injusta y de poco calibre… lo miró una vez más con mucho detenimiento. Como se mira algo con lupa, buscando algo que tiene que estar, aunque no esté, y se dio cuenta, por primera vez, que el que menos tomaba parte en las lides del amor era precisamente él… y que lo justificaba con sus ínfulas de intelectual y mecenas del pensamiento… y que se las ingeniaba de cualquier forma para sacarse de la manga la carta de su soledad obligada…

El golpe fue como antes, certero y limpio, sólo que esta vez se tomó el tiempo necesario en su tarea, como si quisiera que los otros que ya no contaban se dieran cuenta de su destino final… y tenga su merecido, chingón de la mierda… salió volando como alma en pena haciendo unos gestos que ni que decir… sin arte ni parte para defender su historia y sus ínfulas… lo más raro de todo este asunto es que, después de los hechos, no lo encontraron, como a los otros, por ningún lugar… ni rastro del occiso que hablara a favor de su sino y su estrella… un gusano que se mete de cabeza en la nada quizás como el peor de los cobardes…

Ante las acusaciones de que se lo había tragado, él se opuso de manera rotunda a esta hipótesis llegando incluso a decir que se sometería, si fuera necesario, a una cirugía, o que podían tomarle una radiografía, o someterlo a un escáner para mayor precisión, e incluso habló de someterse a la vergüenza de un lavabo… pero que no lo hacía porque su mano era cosa suya y de nadie más… finalmente al ver su mano, o lo que le quedaba de ella en su estado original, por estética decidió prescindir igual- mente de ella…

Cuando despertó en el hospital de la pequeña ciudad se dio cuenta que se había cortado la mano derecha y no la izquierda como había creído que lo había hecho… así que para que no creyeran que estaba loco, ya que aseguraba y repetía a voces, como un energúmeno, que había sido la izquierda y no la derecha, cogió unas tijeras enormes que estaban en el cuarto, quien sabe por qué argucias del destino, y dedo a dedo repitió la misma operación sin ni siquiera inmutarse…

 

LA SAL DE LA TIERRA

Abandonada en el amanecer de la miseria, la recogí como un niño recoge una moneda que encuentra por primera vez en la basura y la lleva a casa y los ojos se le llenan de estrellas y las manos de cosas de otro mundo… la metí entre mis brazos y la escondí en mi silencio como se esconde una mano herida en la intimidad de los días…

Apestaba a siglos de noches en descomposición y en sus pupilas solo quedaban los restos de una agonía sin fin… una sombra que merodea en los últimos caprichos de la luz…

Preparé la bañera con agua caliente y deliciosos aceites, le quité los pocos trapos que le quedaban cuidadosamente para no arrancarle la piel, le limpié con una toalla húmeda y tibia las partes más íntimas, la arranqué de mis brazos y la metí en el agua perfumada y puse hiervas y sales y pastillas desmenuzadas para aliviarle el dolor de sus sueños y de sus estragos…

Le palpé sus labios ennegrecidos y resecos con el dolor de mi oído y apenas respiraba, metí las manos en el agua y la acaricié por todas partes buscando los latidos de su corazón, el fondo sin tiempo de sus heridas… la sacudí, le imploré en silencio, le dije palabras de amor y me ahogué en sus pupilas como si quisiera sacarla de su agonía y… se quedó dormida…

Abrí la ventana y me senté a su lado a cuidarla, a contarle cuentos de amor con una botella de güisqui y un cigarrillo de mariguana… esperé, grité, imploré, derramé lágrimas que por fin fueron mías, la dibujé en las paredes así dormida, desnuda, íngrima, la imaginé, le puse un nombre y toda la noche estuve llamándola y acariciándola y soñándola antes de nacer y después de nacida… le corté el cabello, las uñas, el vello espeso de su sexo dormido, la depilé entera, le llené el cuerpo de dedos, labios, sus- piros, letras sin alfabeto, así noche tras noche, día tras día, sílaba a sílaba, pelo a pelo, bañera a bañera, silencio a silencio, como la arena que nunca acaba de escurrirse por entre los dedos…

Y un día, mientras el sol entraba otra vez enamorado y a manotadas por todas las ventanas de la casa, se levantó intacta, ilesa, perfecta, una materia hecha a la medida del amor, del delirio, de las noches en vela, de los días que no saben a dónde marcharse, otra vez lista y precisa y a punto para entregarse a los placeres de la carne… me miró a los ojos, le ofrecí mis brazos, el miedo, mis manos, la nada, mi corazón… se volvió lentamente, su culo era hermoso como un fruto maduro a las puertas del amanecer… giró sin darse cuenta y su sexo chorreaba letra a letra el alfabeto de la felicidad… me miró de reojo una vez más y sin pronunciar palabra abrió la pequeña ventana del baño y se echó a volar…

 

 

Cortés Castañeda y familia

 

Manuel Cortés-Castañeda nació en Rivera, Huila, Colombia. Cuando era aún muy niño su familia emigró a Florencia, ciudad capital del departamento del Caquetá. En esta ciudad de la Amazonía colombiana, —fundada por sacerdotes italianos— cursó sus estudios primarios y secundarios. Terminó su licenciatura en español y literatura en la Universidad Pedagógica Nacional, (Bogotá). Después de graduarse, trabajó como director y actor de teatro. Su interés principal fue el teatro del  absurdo de Beckett-Ionesco-Camus, el teatro de la crueldad de Artaud y el teatro pánico de Arrabal. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense. Enseña español y literatura en Eastern Kentucky University. Ha publicado siete libros de poesía: Cosas de fantasmas. Puebla, México, 2017. Clic. Puebla, México: Editorial Lunarena, 2005. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004. El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995. Prohibido fijar avisos.  Madrid, España: Editorial Betania, 1991. Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990. Se han publicado dos antologías de su trabajo literario: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj-Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine y es colaborador permanente de revistacronopio.com. Actualmente traduce al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros

 

 




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