Tiberíades se congratula en publicar esta reseña del libro ‘Como quien nada teme’, de Lizette Espinosa (Editorial Summa, Lima, 2023). Las fotos son de José Amador Martín
Como quien nada teme es un libro fronterizo que sitúa al lector entre la memoria y el olvido, entre la palabra y el silencio, entre el ser y la nada. El tono empleado es sumamente intimista, como un decir callado, apenas susurrado para sí. Estamos ante la poesía dialogada de y con ese alter ego que siempre va con nosotros, como una luz que nada teme, como una sombra que nada espera. Porque la poesía, a veces, se convierte en un espejo, un ejercicio de reflexión en el que proyectamos nuestra propia imagen y devolvemos la de los otros, “la espesura sin rostro ni lagos que reflejen / la palidez que nos conmina”. La propiedad especular de la palabra poética de la cubana Lizette Espinosa es el conocimiento. Con sus versos logra indagar y rebasar el umbral de lo sagrado (sea la cruz de Cristo o un madero a la deriva del Ganges), como quien cruza la noche oscura del alma. Lo que le espera al final de esta travesía es el desvelamiento de la verdad desnuda, despojada del atrezo de la hipocresía, de la costumbre o de falsas creencias. Así, la poesía es un encuentro y un hallazgo. El sentido religioso es expresado en sentido amplio, como aquello que nos re-liga, nos ata y nos vincula inexorablemente a la naturaleza. En este sentido hay una mitología sacra que nos remonta a los orígenes de la creación. De ahí que en el umbral del libro brote la bienaventuranza, la dicha de crear, a partir del nombre (nomen), el mundo: la labor del poeta es no sucumbir al silencio. En el principio fuel el verbo (“Dichoso quien se atreve a nombra”); y al final, en sus últimos versos, la poeta Lizette Espinosa, como un regressus ad origem, halla luz en “el calor de unas pocas palabras”. La palabra es dadora de sentido en un mundo cercado por la angustia kierkegaardiana, la de estar arrojado en medio de la vida y expuesto a la libertad de existir. Angustia y absurdo, temor y temblor son fenómenos o existenciarios del ser-ahí. Cuando la poesía aspira a ser búsqueda en mitad del “naufragio del silencio”, ésta se convierte en la voz de los incapacitados para el habla por el acontecimiento de la muerte. En el reino de los vivos, algo se queda, entonces, roto, pero que no se ve; es una desgarradura que deja al ser escindido, fragmentado, esencialmente otro, en una alteridad ya imposible de reconciliar. La diosa Mnemosyne asiste a la creación poética, como redención, como bálsamo, en forma de símbolo. La plasticidad de las imágenes de Como quien nada teme habla de la altura poética de Lizette Espinosa:
El hueso que se quiebra
y no rompe la carne.
Eugenio Trías, en Lógica del límite, sitúa al poeta caído en el límite o cerco del aparecer, hundido en el presente propio y abandonado por un Dios inaccesible. Pero también en ese cerco, el amor tiene algo que decir, como una invitación al gozo: “Ahora que nada esperas / el amor aparece como una humillación / para salvarte de ti mismo”. Símbolo, religión, poesía… son los espacios por los que deambula el sujeto poético. La poesía se yergue como hogar o protección, mandorla sacra o corriente que fluye, como constructora de sentido. Es, en suma, una habitante del límite, al que se accede a través de la búsqueda —leitmotiv del poemario, como aventura heroica hacia lo desconocido— de la verdad y la libertad que esta concede. Hablar de (logos) o poetizar sobre lo que no habla (daímon) y que puede o tiene que ser pensado, es la sublime misión de la poeta, a través de la memoria y en una comunicación siempre indirecta entre el cerco del aparecer y el cerco hermético. La verdadera poesía, y la de Espinosa lo es, debe estar acariciada por la luz.
Espacio y tiempo desdibujados, localizados en el límite que confunde (fundirse-con, atarse-a), que asombra, que desdibuja las platónicas sombras de la realidad, donde los sentidos tantean en la oscuridad: es el incierto escenario donde sucede la acción reflexiva de Como quien nada teme. La poeta, a veces, se sitúa como fuera del mundo y lo observa como un fenómeno que está ahí sin más, abierto a la contingencia, a la posibilidad, cerrado a las cláusulas temporales y a su inevitable final de descorporeización. El verdadero protagonista de Como quien nada teme es la sensación de extrañamiento ante el ser tiempo de las cosas y ver, fenoménicamente, cómo se deshacen. El deterioro de la existencia y sus consecuencias afectivas laten entre los versos de Lizette Espinosa, lo que le lleva a preguntarse sobre los últimos restos que quedan esparcidos por el espacio recién abandonado a causa de la muerte: “Salió por fin la vida de su cuerpo”, escribe en el hermoso “Un cortejo de luz hacia el poniente”, para señalar las huellas que delatan la vida que había existido apenas un instante y de la que ya sólo quedan despojos en la memoria.
En “Aproximaciones”, dedicado a su madre, describe el terreno del olvido. Bajar a los infiernos nunca es fácil. Allí, deambulan las almas en pena, sufren condenado los pecadores. Pero el infierno de Lizette Espinosa es de este mundo. Es el reino donde “ya no crece allí la maravilla / ni la espiga se asoma a la valla como un hijo”. El deterioro del espacio, que una vez fue paraíso, se refleja en la descomposición del cuerpo y en el resquebrajamiento del alma. Somos materia, mente y entorno en continua descomposición. Quizás uno de los poemas más fecundos del poemario sea “Hibernación”, por ser síntesis del universo simbólico desplegado en sus páginas: el extrañamiento de los más cercano, hasta intuirlo como un abismo; la constatación del fluir temporal; el olvido y el eterno retorno; la conciencia del dolor como como conciencia de estar y de sentirse vivo; la caída en la noche y la presencia cercana de la muerte; la otoñización de la vida… El árbol —“árbol que nace torcido” “A los pies de la Sequoia”— es uno de los símbolos que mejor traza la condición fronteriza de la existencia del ser humano. Como el árbol, sus pies se enraízan en lo más profundo de la tierra, evocando así su pertenencia a lo efímero, a la tierra que nos acogerá un día; sin embargo, sus ramas se elevan espiritualmente hacia el cielo, aspiran a lo más alto de la trascendencia. Es el intersticio exacto de ser-entre la realidad y el deseo.
El silencio de la voz poética de Lizette Espinosa se oye en el silencio del alma, en el silencio del mundo, en la ausencia de espacio que es el remanso de su corazón y su memoria. Sentirse, existencialmente, fuera de las coordenadas espacio-temporales nos sitúa, como extranjeros en el exilio, fuera de sí, extraños y extrañados por los que aún permanecen en pie en la batalla cotidiana de la existencia. Soma sema: somos, con Heidegger, portadores de nuestras propias muertes, de nuestros más íntimos muertos. “Lleva encima / un hatillo / de ajenas soledades”, reza el epígrafe de la última sección. Los instalamos en un rincón del recuerdo, los regamos con gotas de memoria, que apenas consiguen trazar la silueta desdibujada en el olvido y ficcionalizamos lo que una vez tuvo la consistencia de los cuerpos. Entre la vida y la muerte se halla la conciencia de la duración, de nuestro frágil ser-de-tiempo. Una vez muerto, resta ajustar las sombras, el humo, ese hilillo por el que aún queda la muerte colgando de la vida, a nuestro propio acontecer diario. Más que una adecuación, podría decirse que el tiempo lleva a cabo un ajuste de cuentas. Porque, al fin y al cabo, somos originariamente barro, un puñado de tierra, polvo, gongorinamente, nada (“Camposanto”), y, panteísticamente, todo, un eterno retorno al vientre de la madre tierra, dentro de una arquitectura simbólico repensada desde la experiencia personal: es el motivo por el que se renuncia al mar, que es el morir (“Ofrenda”). Por el olvido se regresa a una infancia imposible, a un juego demente y degenerado en el etéreo columpio del abismo (“Acuarela”).
De forma inteligente, ante los eternos temas metafísicos, afirma categóricamente, reivindicándola, su adhesión a la duda. La verdad es un gran monstruo moldeado por el poder de unos pocos y la ignorancia de muchos. Como seres embarcados en nuestra propia existencia, vamos hacia horizontes desconocidos. ¿La certeza? No, la certeza será de otros. Entre otras cosas porque en las páginas de Espinosa se muestra la dualidad entre el ser y el parecer, una poética de la esencialidad, en lucha dia-léctica, dia-lógica.
En Como quien nada teme, Lizette Espinosa realiza su propia pasión cristológica. El dolor y la desesperanza no impiden que la palabra poética, redentora, mire hacia el pasado, dé fe de un presente que se derrumba por el olvido y otee la luz en horizontes de plenitud. En el camino de la vida, aceptarla con todo lo bueno y todo lo malo que nos ofrece es un acto de libertad.
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Valentín Navarro Viguera (Sevilla, 1979). Profesor y Doctor en Literatura Española. En su faceta de crítico literario tiene artículos en revistas literarias y culturales especializadas como Salina, Esfera, Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Granada, Semiosfera, Instituto Cervantes, colaborador de Mercurio y coordinador de la sección de poesía de la revista Vía Marciala. Ha publicado el ensayo El pensamiento poético de Leopoldo de Luis (2019) y los libros de poemas De lo visible, lo invisible (2016), Nosotros en la tierra (2018), Aquella luz entonces (2023), así como la plaquette Septiembre (2022). Ha participado en la antología Humuvia (2023). Por estos libros ha recibido el Premio Internacional de Poesía Rafael Suárez Plácido, el Premio de Poesía Isabel Ovín y el Premio Internacional de Poesía Asterión. Ha obtenido el Accésit de la XI Edición del reconocido Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por el libro ‘Movimientos de luz’, editado por la Diputación de Salamanca, el cual se presentó en marco del XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos – Salamanca.
Lizette Espinosa (La Habana, 1969). Ha publicado los volúmenes de poesía Donde se quiebra la luz (2015), Por la ruta del agua (2017), Lumbre (2018), Humo (2019), Ábaco (2020) y Como quien nada teme (2023). Textos suyos aparecen en las antologías: Poesía en Paralelo 0 (2016), The multilingual Anthology (2017), Crear en femenino (2017), Aquí (Ellas) en Miami (2018), Nubes. Poesía hispanoamericana (2019), Escritorxs salvajes:37 (2019), La primera línea. Poesía Iberoamericana (2020), Asintomática (2021), entre otros. Desde el año 2003 reside en Miami donde se dedica profesionalmente al diseño de Ingeniería y Agrimensura. Estuvo en Salamanca como invitada al XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos.