Serie: Libros dedicados o enviados a A. P. Alencart / 21
NACIMIENTO DE LA SIMETRÍA
A Osvaldo Torasso
De esas dos mitades sólo una es real.
Hechizada por su aparición
y antes que la luz la disuelva
engendró la otra para verse.
Medio árbol es el que extiende sus ramas para tocarse,
medio hombre el que custodia su propia calavera
y sólo con un ala y un espejo
vuela la mariposa.
Una desesperada volandería de mitades llena de mañanas el mundo.
Siempre que la muerte, que es tuerta,
con su ojo demasiado solitario
no se atreva a mirar,
lo irreal semillará la tierra.
VISIÓN DE LOS LATENTES
¿De qué lado del hueco estoy mirando
que he visto
el delta negro y vertical,
en el que viajan,
fuera de toda eternidad,
los vivos y los muertos?
En esa oscuridad viscosa
se aparean
la viuda y su difunto,
los niños crían
a sus antepasados
y amamanta
la víctima a su asesino.
Reunidos
por una temible misericordia
cada uno
es un eco sordomudo
del otro,
una herida
que en el otro
cicatriza.
No hay plantas, ni animales ni objetos allí,
sólo ellos
larvando en ese abismo
donde se corrompe
en un sueño enfermo el universo.
Los vi abrazarse
casi inhumanos
queriendo creer que habían nacido
mientras la brea
entenebrada
los hundía
como una lacra
de Dios
en el espacio huero.
De lo neutro,
de su potencia ciega
manaba ese lodazal
donde latían
agónicos y perpetuos.
Yo los vi.
Yo estuve allí.
No recuerdo
si fue antes
o después del tiempo.
TEOREMA DE UNA TARDE
Unidades:
un pájaro que nunca antes fue un pájaro
sólo nada
salta y desaparece en los ojos
un viejo que habla solo
y mira su voz aparte
para creer que ha vivido
una semilla que se para en la mitad del viento
y crea la muerte
y el grito de un niño
y un golpe de humo
y aparece la mujer que amo
y ese instante
es la forma de la tierra
Otras progresiones:
-esos cantores, el orden de las hojas
del geranio
diez elefantes en el televisor
reducidos
por sólo una mirada-
intentan unir tramar
al pájaro
con el viejo
con el grito y la mujer y la semilla
pero es demasiado tarde
las matemáticas
hicieron su tarea:
para que el tiempo sea relativo
lo nacido
debe ser inverosímil.
ÁFRICA
En la luz comienzan los animales
extenuada
expulsó a la cebra
que no tiene campo
sino en el espejismo
enfermó a la resolana para espesar al león
y dobló en un tulipán
a los flamencos.
Ella hizo
que las especies se reconocieran
para que el fin durara,
que no se cruce con el halcón
el leopardo
el buitre con el pez
pues nunca serán del todo
sólo formas del miedo que tuvo el universo
a perder la memoria.
La luz es eso que las bestias gritan
el bramido del elefante
amputado
del pulmón de la noche
el grito con que se alumbra el zorro
la risa
con que se desclava de sus huesos la hiena
y el rugido
de cada rotación del mundo en el león.
Los hombres, al borde del cráter, sonríen
con el voltaje justo
para no desaparecer,
quietos, igual que sombras azules bajo los árboles veloces,
separados
por el cuello
de la intemperie
atraídos
como jóvenes muertos
hacia la luna vacía del Ngorongoro.
Son el alguien del viento
los masais
van como lentos pájaros
detrás de su ganado
sin rumbo:
ellos son el confín. El ademán
de la planta
cuando iba a ser vagabunda,
el de la sombra cuando iba a ser persona,
hombre que sale por su propio pie de un sueño
y no acaba de ser
aunque se imante de colores
se perfore
o a duras penas toque tierra.
No le viene su animal ni bebiendo sangre
sólo el cloriti le devuelve el rugido
que, como el coraje, regresa desde muy remoto
y entonces sí
el león huele a masai
y se espanta de ese hombre
hendido
por una bestia transparente.
Recién entonces entran, solitarios,
a la luz que ondulan
y es ver
peces oscuros
en un campo de olfatos.
Los animales emanan sus distancias:
en la jirafa cunde
la visión de la hierba;
la alegría de un suicidio
en el azul
del pájaro,
que no ocupa nada
y ese color es más grande
que todos los espacios.
Estos invisibles son el campo
donde la cebra acaba
va a comenzar la lluvia,
el avestruz mira
por donde él ya se ha ido
y la garza
vuela siempre en otro lado.
Fuera, los masais, cercan
en círculos
sus animales, sus casas, sus mujeres.
Para seguir, borran el camino
en círculos
como el fuego
y los pájaros.
En la sabana tarda el primer día.
El último, el final,
un viento de eclipse borrará las llanuras
alentará
ya ingrávida en el polvo, la gacela,
en su imán
el rinoceronte
y en leves desiertos
la desnudez, sólo la desnudez
sin cuerpo de los hombres.
A ese final lo huele el ñu, sabe que sólo el que huye
es único
y muere sin cesar en la manada,
el cocodrilo que aguarda en el pasado,
el hipopótamo
que envejece, amniótico,
las aguas de su nacimiento.
Las bestias
sostenidas
por la música de su aparición
propagan, copulando, esta comarca de temblores,
de alumbramientos.
Y empieza la cacería, dentro del polvo
en Masai Mara,
dentro de la atmósfera
en Ngorongoro
y en un desmonte de la luna
en Taranguire.
El día no tiene tiempo.
El mismo instante
que aísla
el sueño de la jirafa
hechiza
el oído del elefante;
se templa en el búfalo
la hora
que martiriza al buitre
aquí
pesa más la sangre que la muerte.
Ya de noche, lo que se oye y brilla
son fiebres
el elefante grita como un árbol,
como un humillado
la hiena
y una ola lejos del mar
clama en los leones.
Todos deformándose
hasta desterrarse. Pero vuelve la luz
y con la luz
el tacto
y el esperma y la sed y la sombra y el hambre
entonces
cambian el color
y son el pasto
y la arena y la rama y la lluvia
y nada puede detener el mundo
mientras dure el quebranto
del primer día del mundo.

FUGA DE LA PIEDRA
La piedra se acumula
se suma a sí misma
-cree que suma-
asciende
y luego se desmorona
se resta a sí misma
-cree que resta-
cae
y es la misma
en el polvo
y más allá del polvo
ya vacía
en el viento que vuela
persiguiéndola.
Así se fuga. Y todo sería invisible
si no fuera
que le espacio tarda en comenzar
donde estuvo una piedra.
EL FILICIDA
El mismo hombre que degüella ese cordero
asesinó a su hija, con un hijo adentro,
para que no la vean
y la hundió en el río
y en el río de sí mismo.
Esta deshonra que el honor exige
era necesaria
para que Dios pueda estar en todas partes.
Aúlla como una cabra
la niña de sus ojos
y un trueno estraga el árbol de sus muertos,
mientras la mata
y ella lo enciela
y lo deja, inverso,
tocado por un solo sentido.
Nadie va a oír
el trapo de sus palabras
cuando pida que lo enferme el olvido
y ore
a la basilisca,
a la oblicua religión
la que se alimenta de una niña tenue
la que con la luz del perdón
afila los cuchillos.
TERAPIA INTENSIVA
Un gemido de búfala, un hedor de alma
en la cama del fondo
y aquí, todo el cerebro
antes de desclavarse
huracanado
en los ojos de mi madre.
Se trata de nacer,
sólo que los líquidos están afuera
y producen
lirios en los vacíos
oxígenos sin aire
y sangre de otro
sangre que no sabe.
Tarde
baja por la cánula su infancia
tarde le pinto los labios
para que sea visible
y la peino
delicadamente
para que no deje de venir del cielo
Tarde
la peino
tan lento
para recordarla.
SUDESTE
II
Tiene temperatura de parto
la noche de Bangkok. La oscuridad
oleosa
corrompe lo que va a sobrevivir,
asfixia la cuchillería
de los peces secos,
entumece el verde
para que al alba tenga su ataúd el agua
y en los mercados
la misma luna
menstrua
en el bulto que duerme en la vereda
y en el ojo del gallo
que peleará mañana.
No pasarán de esta noche
el dios grasiento que las moscas
desahogan,
el árbol enfermo por su propio perfume
donde un hermafrodita ofuscado
se ama,
este cirio que ha debilitado el infinito
ni los fuegos llorones de fritangas.
Todos, empobrecidos, girando lentos
en esta resaca de la selva y el mar.
El día sigue oculto
en la noche
como el sol dentro de una iguana
es esta corona de flores amarillas
que flota
ultrajada
en el río
todavía caliente
todavía sagrada.

V
¿Quién puede decir que estuvo
en lo desencadenado
en estas tierras de mutación
donde los cadáveres brotan de sus flores?
Como el inmortal baniano
ese árbol pariéndose
a sí mismo,
deudo y difunto simultáneo
así el muerto
come y bebe
en la fiesta de sus funerales.
Aquí la unidad es el laberinto
y no hay un solo nacimiento
en tanta resurrección.
Número contra número
he visto, no más caer,
mi semen
devorado por las hormigas,
en el fondo del mar
a los corales
detenerse en el rayo
y en un río de la jungla
al agua suicidarse
vomitando fuego.
Todo extinguiéndose para salvarse
de esta plenitud, de esta alegría
que con delicadeza
ovula el exterminio,
mientras los árboles olfatean
la fiebre de la transmutación,
su largo día,
y suenan altísimos de modo
que no toque tierra la noche.
Esas fosforescencias somos nosotros
viviendo en la distancia que hay
entre el pez yendo a ser hombre
entre el hombre
yendo
a ser pájaro
todos con su verdadero cuerpo ausente
como la arteria suelta
de la libélula roja
o el Phra Ruang
el pez transparente de Sukhotai
ánima en el agua
donde pestañea su esqueleto.
Nadie puede decir que estuvo
sino suspenso
en el lenguaje de la selva
igual que un ciego
en una jaula de mariposas.
Ni siquiera este muerto podrá partir
aunque le ofrenden gotas de agua
para que vuelva
por las claridades
aunque suene el gamelán
para que escuche
la forma de la tierra
o le prendan fuego al toro
negro y dorado
que lo contiene.
Cada llamarada trazará un tigre
quemándolo,
una víbora que salta
como un nervio entre dos luces
por la hoja del banano
y se iguana en un río
se martiriza en una garza
hasta que la jungla
la disuelva en sonido.
La selva se encierra con huidas.
De la forma del muerto
sólo queda este humo que entra en los pulmones
como un cielo que se descerebra
Y un ausente
que ha florecido el fuego.

VI
A Gonzalo Rojas
De entre todos alabo a Ganesh
el dios de cabeza de elefante.
Tiene la sabiduría
del que conoció con el cuerpo.
Cerró su mutación
(siempre el más increíble
es el más verdadero.)
Los mediodías
se apoyan
en una mariposa
una telaraña puede
sujetar al viento
porque él,
enorme,
danzó sobre un pie.
Desde entonces
lo débil
sostiene el firmamento.
Como él
somos nosotros
esta aleación
de la gravedad y el pánico.
¿Quién puede soportar
sin desfigurarse
el peso de sus sueños?
Alguien se cría en el fondo de uno
– y no es uno –
comiendo tus pedazos.
Sólo quien reconoce su otro animal
resiste lo sagrado.
X
No está ahí
ese hombre solo
en cuclillas bajo la tormenta
mirando el débil campo de arroz
cómo el agua destruye al agua
y a su arrozal
del que sólo le queda
el escalofrío.
No hay hospedaje en él
para que vuelva
el hombre que fue
y el hombre que no ha sido
(de desolación a luz
sólo es posible
la simetría del desequilibrio.)
Este día lleno de nunca. En algún sitio
flota inválido el sol
y el grito de un pájaro
ha raído el atardecer. Nada se conmueve
y sin embargo
hay un viento enorme que no se ha ido.
Un extremo del horizonte se alza
y se derrumba
hacia el pavor
por un plano inclinado.
XI
Las canoas traían el rambután,
en vela
la sandía amarilla, durián y mango,
fueguitos
descorazonados
de sus casas
y recién asesinada
la carne
que no pueden tocar las mujeres
porque ellas tienen
la carne imaginaria.
En el mercado flotante
la muchacha de siete sombreros
vendía la risa
del maíz
del ananá
la lámpara
y al ofrecer el color
en celo de una fruta
traficaba una esclava
para que un hombre
un fruto
devore a otro fruto
una gravedad a otra
y se despierte el mundo
sexuado
por sus desapariciones.
Han vendido el día.
El río se desierta
la corriente se roba una naranja.
En la sombra del agua
pasan víboras,
las últimas
horas sueltas.
Leopoldo ‘Teuco’ Castilla (Salta, Argentina,1947). Ha publicado los siguientes libros de poemas: El espejo de fuego, 1968; La lámpara en la lluvia, 1971; Generación terrestre, 1974; Versión de la materia, 1982; Campo de prueba, 1985; Teorema Natural, 1991; Baniano, 1995; Nunca, 2001 (Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes); Libro de Egipto, 2002; Línea de Fuga, 2004; Bambú, 2004; y El Amanecido, 2005. En el año 2001 fue publicada una Antología del autor por el Fondo Nacional de las Artes. En 1999 publicó El árbol de la copla. Como narrador ha publicado: Odilón, 1975 y La luz naranja, 1984. Fue invitado por la Unión Soviética para escribir un libro que la Editorial Progreso de Moscú publicó en 1990, Diario en la Perestroika. También es autor de Nueva poesía argentina, 1987; Poesía argentina actual, 1988; La canción del Ausente, cuentos, 2006 y la novela El Arcángel, 2007. Recibió premios nacionales e internacionales. En el año 1976 fue perseguido por la Dictadura Militar y debió exiliarse en España. Poesía suya ha sido traducida al inglés, francés, italiano, sueco, portugués y ruso. Sobre su cuento La redada se filmó el largometraje homónimo dirigido por Rolando Pardo. Por su libro Nunca recibió el Primer Recibió el Premio Municipal de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires 1998-1999. Nos dice el autor: “Rara esta tarea de escribir poemas. Hacer una casa real con materiales desconocidos. Hace siglos que nadie sabe lo que es la poesía. Sólo sabemos que sucede y que oculta la naturaleza más profunda de lo visible y de lo invisible. Nos toca obedecer asombrados sus apariciones. Puede que sea una especial dimensión que nos hace escribir lo que la poesía quiere cuando ella quiere y como quiere. Por mi parte, en el camino se fueron juntando poemas a la física oculta de lo que llamamos realidad; poemas a este planeta que llevo años recorriendo para tratar de contar – dentro de las pequeñas posibilidades de uno – sus maravillas. Una manera de agradecer. Y otros más los empozamientos de uno, las injusticias y, también, la muerte. Y todo para seguir aprendiendo. Y la poesía por ahí cerca, mirándonos, sabiendo todo, sin decir nada.”
Este escritor, poeta y ensayista argentino se exilió en 1976 en España, perseguido por la dictadura militar. Allí ejerció como periodista y titiritero. Actualmente vive en Buenos Aires. Sus poemas hacen referencia a su tierra natal, a las añoranzas del emigrante, y a sus viajes por un sinfín de países y regiones del mundo.
Imagen de cabecera: Leopoldo Castilla, Discurso en el Ayuntamiento de Salamanca