Poemas de

Carlos Calero: ‘La poesía no perdona’ y otros poemas

 

 

CUANDO LA POESÍA NO PERDONA

Poesía que estás en lo que aleja o traen las palabras, en el golpe inesperado de lo predecible, lo inhumano, lo sagrado, lo que se olvida; estás en el cascarón de eternidad y el grito de un niño sin carnes; estás en lo que aturde con tanto sol que seca el hielo, que priva de vida a una semilla entre las piedras semejantes a cajas con la memoria del cosmos; estás en una grieta sobre el hueso de los torturados; estás en la espiga de humanidad que traiciona su destino y se aísla, y no ve que el horizonte es ajeno y lejano, y cede al absurdo. Poesía, perdona tanto infierno, tanto paroxismo vano, tanto éxodo en las calzadas de un viaje hacia la nada, tanta traición para fingir un cielo, tanta profecía inútil y las ilusiones, tanta penumbra entre los ojos donde un gato o una loba reina explican el origen y misterio de la vida. Poesía, danos el sentido de la paz que olvidamos. Pregunta, obliga, exígenos respirar en la misma colina donde el milagro comprueba que la hermandad es posible. Poesía, danos el conocimiento y la fe que salvan. Y si todo no es así, nunca me perdones.
(Fingir o imaginar que somos tigres.)

EL GRILLO

A la hora del silencio, el grillo dice:
Nazca en mi mano su lenguaje con vino y penumbras.
Su voz se meta en el corazón de mis hijos
y me deje nostálgico, cuando el tiempo les herede
bajo los pies un barrio y mi vida.
El grillo no oculta su canto.
Lo escucho en los Beatles o los pisos musicales
que golpean los dedos de Beethoven.
Mis hijos han crecido, hasta entonces,
con dos grillos secretos en sus bolsillos y los sacan, únicamente,
para dedicarme sus pensamientos o el retrato de los recuerdos.
Cuando ellos van alejándose, de lo que estuvo en la sala y la nostalgia,
el grillo los ve grandes en la distancia y me narra cómo han pasado los años
con una ventana y los adioses que no son para siempre,
o indican el peso amoroso de esos hijos en mis hombros.
El grillo yace en la mesa blanca.
He construido una diminuta estatua de aire
para que cuando despierte, en un acetato de Pavarotti,
crea que todavía canta, canta y canta.

(Fingir o imaginar que somos tigres.)

LA SOLEDAD NO ES UN APAGÓN DE QUINCE MINUTOS

El
aliento de Dios se engarza en mi primitivo silencio y la compañía de Robín que lame la nerviosa felicidad sobre su piel de perro chihuahua.
A
quién le importa la entrega de los globos de oro o fingir discursos y mundos en una masa gaseosa de sueños, hasta que el cerebro estalle. La vida no es un banco de papel moneda. Grito ante un pico de nieve. Sé que invierto las estaciones del tiempo que aún no devoran las aldeas. En los mapas bucólicos nacen hormigas, escarabajos y arena.
No
me explico el origen de un murmullo de fe en la gravitación de los muertos, mientras un pájaro se rompe el espinazo en las grietas de los vómitos. Algo nos dice   estamos fuera del juego. De acuerdo con el clima, la profecía dispara a los sueños. Los cantos fecales hurgan en los hologramas con el dedo de sus recuerdos.
No
es tan simple tocar el aliento de Dios ni las hornillas en guerra.
Sobre
la historia del mundo migra con vientos y ataúdes. El planeta se fragmenta como queque nuclear. Medito en las nevadas y la semilla del gas primitivo. La voz del caos vuelve a ser niña.
Mi
chihuahua ladra ante la noche y la luna; salta sobre las arañas a las que teme. C.N.N. pretende ser polifónica y babélica. Le damos vuelta al espejo y, por antítesis, la creación enfatiza en los dogmas. El lenguaje falso provee de combustible a los caballos de Troya.
El
cordero y el cuchillo han quedado sin manos ni   profetas que calcen con sus enojos.
El
arte de mentir coloca un sofá para que durmamos. Ucrania y Rusia flotan en dos gotas de sangre. Para un poeta el mundo significa más que una bahía de pájaros. Una colina pastorea cabras. Una mujer viste de negro entre sus amores y el odio.
El
tren de los muertos me despierta. Sueño con la mirada atómica de un niño. Algo de mí no está hoy en la memoria de mi perro chihuahua. La soledad no es un apagón de quince minutos, mientras despertamos.
(Fingir o imaginar que somos tigres.)

ESTE NICANOR PARRA

Esta vez de las veces
cuando las palabras imantan,
las palabras sangran,
las palabras vuelan,
las palabras dejan de ser palabras,
las palabras se meten y salen
con silencios y sonoridades
dentro de las mismas palabras.
Y son las aguas no escogidas por su anti-destino  .
El poeta nadaba,
anti-flotaba,
anti-respiraba,
anti-soñaba,
anti-movía   el íngrimo barco de madera
cuando la anti-palabra   todavía no era palabra,
por decirlo de alguna manera.
Anti-miraba con el primer ojo del topo,
desde adentro de los sonidos y cadencias
como si fueran un anti-Polifemo  .
El verso anti-presentía
deslizándose con certeza de caracol playero,
lanzándose sobre la presa como un lobo
paralizado por el vértigo de atrapar imágenes,
y la anti-gravedad   de una montaña rusa
con que volcó los trastos y la pluma,
con que sirvió sobre la mesa sin patas la poesía en Chile.
Y qué pasó con el aire del sur,
el anti-azul y el anti-verde
no visto por los trazos de la tierra blanca,
en Parral y Colbún, en Maule.
Qué la comuna de Coihueco y Ñiquén y San Carlos.
Todo y casi no todo se hizo anti  -poesía,
pues por algo dejaba una puerta entreabierta.
Y qué de la vaporosa lluvia
como un cono transparente de helado,
sobre el aire cálido y Mediterráneo
con pájaros de piedra y alguna
que otra lagartija cantora y sutil de América.
(Tu hermana, la Julieta   Parra.)
Será que el secreto de la poesía es darle voz a las aguas
dentro de las cuencas de los ríos que van a la vida,
a tocar la raíz oscura de los cipreses dormidos,
con la cabeza de jade y echada sobre la ribera de luz,
mascando un poco de arena,
al pie de las cordilleras.
Así te vio nacer San Fabián de Alico,
por dentro y por fuera del amanecer,
martillando soledades y rebeldías,
con el silencio desatado por el desafío y las rupturas.
Y cuando el pantalón te llegaba a la rodilla,
el trompo y los caballos leían sobre el zacate
acerca de cómo fue que con ellos
los grandes guerreros conquistaron ciudades;
pero la versión “parriana” fue con mensajeros y escribanos,
quienes solo contaron la historia
de los que se alimentaban con palabras.
El pie se hinchó,
la boca se partió bajo la nieve,
los espinazos y cráneos se pudrieron.
La poesía, sí,
la poesía que lo dijera
usando lo más próximo a lo creíble,
para que la rima,
para que el ritmo empozado,
para que las formas del mausoleo
que al decir y al hacer
fueran de la mano para habitar las calles.
(Si la poesía cambia, el mundo no es el mismo.)
Y ahora a darle filo a los cuchillos de la cocina.
Que el paisaje levante la pesadez del noble elefante.
Nicanor, como un profeta
y su pócima de eterna juventud,
dando frutitas de ingenio
sobre las ramas jóvenes de las urbes.
Parra, Nicanor Parra,
quien grita a las multitudes
y le devuelven el cumplido
y el pájaro de la vida que sobrevuela,
entre lo diminuto de un bolígrafo
y lo sublime de volcar el mar de la poesía,
ya sea en la luna o una acostumbrada almohada
mientras las puertas se abren;
y tu cabellera blanca levanta diminutas llamas
con que incendiaste el mundo
de un pájaro que a lo mejor nunca quiso ser fantasma.

(Hielo en el horizonte.)

LANGOSTAS

Un plato de langostas y la historia del mar se rompe en mis labios; un susurro de ola y manteles, el aroma salino en la cuchara, una crujiente playa y la arena baja palmeras con seres de agua anclados en el muelle.
Un plato de langostas viaja del ojo a mis labios, toca mi nariz con musculosos corales que salen del profundo misterio, salen de una ciudad verde y submarina con el dedo índice apuntando a la memoria.
Y Platón anota algo de los mariscos en su fantástica Atlántida, apretujada entre tenazas de langostas sobre la mesa donde dialogan el mar y mis palabras.
(Geometrías del cangrejo y otros poemas.)

CLEPTOMANÍA DEL EROS

Te robaste las horas de mi reloj, te robaste la ostra donde mis manos batieron olas salvajes.
Te robaste las horas de mi ventana, donde mordía tus labios y desaté el incendio de las sábanas.
Te robaste las horas de mis demonios, la curiosidad de una lengua, mis susurros y exploraciones sobre la almohada.
Te robaste mi fe, al verte desnuda sobre el sofá y lo recordable de tu mirada.
Te robaste una mañana que se quedó petrificada, al saber que te deseaba.
Te robaste la noche que tropezamos, pue s la punta de tu pezón me recordó la madrugada.
(Geometrías del cangrejo y otros poemas.)

ELEGÍA PARA EL AIRE DE JOAQUÍN PASOS

Aire entre las líneas azules y sus manos escrutadoras desde la tierra y una distancia contigua, la desnudez que asoma por los tragaluces exóticos del sueño. Sobrevive la ilusión del barrio y una casa paterna; sobrevive el fulgor de la infancia, o la silla de palo que reagrupa las tardes y abre las puertas del alma en Granada.
Habrá una habitación y luz en las celosías esperándonos. Habrá un amanecer para el pecado, la culpa con arena y los oleajes en el raudal de los reflejos; habrá una calle y más calles. La palabra abrirá a las palabras, si nos quejamos dormidos mientras el aire muere o llega con las lluvias de Manolo Cuadra, con la tristeza y la poesía como un toro.
La selva quiso ser una balsa en los aceites del cuello, el agua que nos relee la memoria; quiso entregar la certeza al encontrar neblina y el misterio con una losa indígena en las ciudades.
No escuchábamos. Se sobrepuso el traspiés de la cabanga y mansos recostábamos nuestro espíritu contra las paredes y los pechos lechosos de la comadrona, tratando de balbucear que el viento fue la miseria entre una música polifónica y las sordas soledades. No escuchábamos los barrancos ni la marimba, con niños que vomitaron sangre, o cerraron los ojos ante el epitafio de un ángel pobre.
Esta elegía, Joaquín Pasos, es para el viento y la miseria contra la que vos ahora romperías tus tambores de piedra, más allá de la petulancia de una moneda. En nuestro país escaseaba el aire y desde antes conocías los aldabones donde quizás moraban los espíritus; conocías la media noche con filibusteros y una fiesta perenne después de las guerras nacionales, o vivías para darle a la grey un alba, tu lenguaje y un poema para la sangre libre en nuestros códigos.
(Cornisas del asombro.)

RAYO DEL AMOR

                        (…) “Buscábamos/ dentro del corazón nuestro recuerdo”
                                                                                   (Luis Rosales)

¿Rayo del amor es recordar,
únicamente, los inviernos?
Retornamos a la fe.
Mi pasado lame, sin tormentas,
la felpa del asombro.
Palpo el alba y los susurros
con mi tacto sobrecogido y las tinieblas.
Con el rayo del amor no basta la lluvia.
He vuelto a descubrirme en tu voz y mis recuerdos.

(Cornisas del asombro.) 

Carlos Calero: Nace en Nicaragua. Se naturaliza costarricense. Licenciado y Máster en Ciencias de la Educación. Ha sido gestor cultural por varios años. Ha publicado los libros de poesía: El humano oficio, La costumbre del reflejo, Paradojas de la mandíbula, Arquitecturas de la sospecha, Cornisas del asombro, Geometrías del cangrejo y otros poemas, Las cartas sobre la mesa. Antología Generación de los Ochenta. Poesía Nicaragüense, en coautoría con el poeta nicaragüense Carlos Castro Jo. También publicó una plaquette Muerden Estrellas. En el 2021 publicó en Ecuador, Hielo en el horizonte, con la Editorial El Ángel Editor. El poeta Carlos Pacheco realizó una tesis sobre su poesía. Su poesía ha sido difundida en antologías impresas y virtuales como Carátula, Altazor, Nueva York Poetry Review, Círculo de Poesía, El Hilo Azul, Andrómeda, Isla Negra y otras. Sus poemas se encuentran en varias antologías de poesía centroamericana y de Latinoamérica. Lo han invitado a festivales y encuentros de poesía, tanto en Costa Rica, como Guatemala, El Salvador y Nicaragua; también en forma virtual a los festivales Primavera Poética de Perú y el festival de Bogotá y en Ecuador el Festival Poesía en Paralelo Cero.

Los poetas Carlos Calero y Alfredo Pérez Alencart, en Turrialba

Los poetas María Macaya y Carlos Calero, en el Festival de Turrialba


Imagen de cabecera: El poeta nicaragüense Carlos Calero (foto de Luis Rodríguez Romero)




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