Las citas del azar
Conocí a José Antonio Funes de manera casual, como se conoce a las personas que terminan por dejarnos huella. Fue azaroso aquello, nuestro encuentro en la exposición del artista plástico Gustavo Armijo, cómo pusimos en común afinidades literarias, cómo congeniamos enseguida. Al día siguiente lo escuché recitar y más tarde lo leí en privado en una plaquette que él mismo me regaló en la Casa de La Ronda, en la ciudad de Gracias, Lempira. Esa plaquette, titulada Ardientes postales, la releí, la manoseé, la subrayé, escribí en sus márgenes. ¿Cómo era posible que aquellos versos ―de alguien a miles de kilómetros, a miles de vidas de mí― me hablasen tan de frente, como si hubiesen sido escritos para mí en exclusiva? Todo sucedió en el festival literario de Los Confines, en el corazón verde, húmedo y montañoso de Honduras.
Por fortuna aquellos días los viví en una especie de paraíso ―al margen de mi espacio y de mi tiempo― y no fui consciente de la dimensión del hombre con el que había conversado de manera a la vez distendida y profunda. O no quise ser consciente, porque la admiración y el deslumbramiento nos vuelven apocados y torpes. De regreso a España pude leer sus otros poemas, pues José Antonio Funes tiene en su haber tres poemarios (Modo de ser, 1989; A quien corresponda, 1995; Agua del tiempo, 1999) e infinidad de colaboraciones en revistas literarias. Supe también de la transcendencia de su investigación sobre la principal figura del modernismo hondureño, Froylán Turcios, una búsqueda que no acabó con la tesis doctoral defendida con honores en la Universidad de Salamanca en 2003, sino que continúa ―y me consta que continuará mientras José Antonio Funes conserve un hálito de vida― con publicaciones, traducciones, correspondencias y reediciones en torno a esa figura, la de Turcios, que lo persigue y lo fascina. José Antonio Funes ha compaginado su labor de poeta, ensayista e investigador, además, con la de diplomático, viceministro de Cultura y profesor universitario, y es académico de número de la Academia Hondureña de la Lengua.
En 2022 vio la luz su obra más reciente, Balance previo, una antología de sus poemas anteriores que incluía también algunas composiciones no recogidas en sus libros publicados. Aquel volumen fue recibido con excelentes críticas, pero ya era tiempo de que nos regalase un nuevo libro, ya era tiempo no de balances sino de avances. Con Estación permanente vuelve la voz poética de José Antonio Funes, una voz que es un continuo, que no se ha marchado jamás. Ese regreso no se concibe sin una actitud de entereza frente a la devastación del tiempo («el tiempo sigue acumulando días muertos»), frente a la desesperanza («los filtros de la angustia», en palabras de Segisfredo Infante), frente a la soledad («La soledad es una estación permanente, / cruel como los trenes que comen nieve en invierno»), frente a la violencia («Allí donde los desenterraron / la tierra es más dura y negra»), frente a la experiencia de la extranjeridad («Busqué otra patria / y agoté calles, parques, catedrales») o frente a la muerte y el olvido («las sombras que vagan en algún lugar de los sueños»).
Estación permanente es un poemario lúcido y hondo, que no mira de soslayo los embates de la vida, el malestar de la condición migrante («fruto caído en jardín ajeno») o el desamor («Él extiende sus brazos hacia ese espacio donde anidaba la ternura»). No agacha la cabeza, no claudica, como ya lo promulgaron unos versos de su primer libro: «Y saber arrodillarse / únicamente para amar». La perseverancia es ardua, pero el yo poético no está solo. Cuenta en sus filas con la amistad (léase el poema «Hacedor de la palabra», dedicado al poeta Alfredo Pérez Alencart), los libros («me defienden de esta soledad donde la casa es grande») o los recuerdos jubilosos («recuerda aquel beso en la plaza de Anaya / allí donde el sol o la nieve eran igual de hermosos»). Y a su lado está ―como siempre lo estuvo, sobre todo y ante todo― el amor, quien, a través de imágenes naturales de mar, pájaros o lluvia, forma un solo ente, una sola carne, un solo cuerpo, junto a la belleza de la poesía. Así lo demuestran poemas como «Dedicatoria», «Séptimo cielo», «Ruego» o «El descanso de Venus», que concluye con los versos siguientes: «Sobre su desnudez / mi lengua ha escrito todas las palabras del deseo. / No hay paraíso más allá de esta espesura de luz. / El silencio del mundo se inunda de poesía».
En un artículo sobre poesía hondureña actual aparecido en la revista Cuadernos Hispanoamericanos yo manifesté que leer a José Antonio Funes es entregarse a un universo de placer estético y tiempo dilatado, donde una se arriesga a desear habitar para siempre. Esto es así porque su estilo es esencial, su lenguaje clásico, sus palabras sucintas y precisas, sus imágenes rotundas y despojadas. Lo cristalino no requiere de circunloquios. El poeta Otoniel Guevara lo expresó mejor: «La belleza, cuando no falta ni sobra una palabra, tal la huella de José Antonio Funes».
Es probable que usted, lectora, lector, conozca al poeta, haya leído con anterioridad sus poemas y, por tanto, intuya las perlas que encontrará entre las páginas de este poemario. Pero si no es así, podría llegar a pensar que este libro ha caído en sus manos por puro azar, el mismo azar que me llevó a mí a Honduras por primera vez en octubre de 2021. Quizás no. Il n’y a pas de hasard, il n’y a que des rendez-vous, dijo Paul Éluard. No hay azar, solo citas. Quizás este libro haya sido escrito en exclusiva para usted, como ha sido escrito en exclusiva para mí. Estas son las citas del azar. Aquí empieza, en cualquier caso, su cita con la nueva poesía de José Antonio Funes.
Margarita Leoz (Pamplona, 1980). Es licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca (2002) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona (2004). Es autora del libro de poesía El telar de Penélope (ganador del Certamen de Encuentros de Jóvenes Artistas de Navarra en 2007, Editorial Calambur, 2008), de los libros de relatos Segunda residencia (Tropo Editores, 2011) y Flores fuera de estación (Seix Barral, 2019) y de la novela Punta Albatros (Seix Barral, 2022). Sus artículos y críticas literarias han aparecido en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista 5W o Litoral. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, al hebreo y al letón. Fue seleccionada para el proyecto «10 de 30» de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que elige a los diez mejores escritores menores de cuarenta años para promover su obra en el ámbito internacional.

Huesos al sol
Allí donde los desenterraron
la tierra es más dura y negra:
¡Tanto grito en lo obscuro!
Donde apareció una mandíbula,
un diente,
las raíces son más dulces:
¡Tanto morder la esperanza!
Las madres escarbaron como fieras
hasta encontrar las calaveras de sus niños.
Hoy la luz es más blanca, más limpio el cielo.
Hacedor de la palabra
A Alfredo Pérez Alencart
El hombre se hizo poeta
a fuerza de tallar la piedra de los sueños,
por eso escucha en su sangre la voz de los ancestros
y escribe a la dignidad con el acero de una espada,
al amor con el rocío que deja en su piel la boca de su amada.
Su patria es la poesía,
ese mapa sin fronteras
donde toda belleza está al alcance de un abrazo.
La casa del poeta es pequeña,
pero tantos amigos la convierten en un palacio.
Sus paredes no acumulan el hollín de la envidia,
sólo esa luz que bendice el pan y los libros de cada día.
Desde su balcón se puede ver un pedazo del Tormes
y el viento pasa fresco y apacible como un respiro de Dios.
Resistencia
Mi resistencia está hecha de metales nobles
para llegar hasta aquí
a mis cincuenta y tantos años
después de aquella infancia
en una casa vigilada por el cíclope
y fantasmas que retozaban bajo las sábanas de la noche.
Aquellas mañanas cuando mi padre se adentraba entre los bananales
y volvía con un pan amasado de sol y sombra.
Mi resistencia
es haber nadado en un río de muertos
tan honorables, tan dignos, que los peces respetaban sus heridas.
He cruzado el mar, los años, los siglos
para encontrar a esta mujer bajo el cielo majestuoso de París.
El viento silba un idioma extranjero
Crucé mares temibles, ríos convertidos en sepulturas,
desiertos donde los huesos reunidos blanqueaban las noches,
salté muros sordos al grito, al llanto, al ayúdame Dios mío.
Descubrí que el hombre es más frágil que los peces, las serpientes y los pájaros.
Busqué otra patria
y agoté calles, parques, catedrales.
Pregunté por amigos que ya no existían,
llamé a teléfonos falsos que me habían dado personas falsas,
y descubrí mi rostro en el espejo de los charcos.
Desde aquí,
ajeno a la gente que pasa y sigue un horizonte fijo,
soy harina de la noche que sueña el pan de mañana,
fruto caído en jardín ajeno.
La muerte tiene aliento de hielo
Didier ha muerto congelado en un bosque de Francia.
La última noche de su vida,
mientras el hielo mordía sus huesos,
recordó aquellas palabras de su madre cuando le acomodaba una bufanda azul,
antes de llevarlo a la escuela:
“Didier, reste tranquille”.
De niño amaba la inocencia de la nieve
y el bosque era ese lugar misterioso donde podía reinar un príncipe o un lobo.
Pero esa noche los árboles se volvieron barrotes siniestros
y Didier se aferró a sus cartones, a sus trapos viejos,
hasta que un incendio blanco quemó su aliento.
No es una elegía
A Jacqueline Alencar, in memoriam
Si muero, amor,
si muero de cuerpo, calor y caricia,
que sea bajo la luz oscura de tus ojos.
Que sea tu abrazo el que reciba mi primer frío, mi último invierno,
que sea el cielo de tus manos el que cubra mis párpados
con la primera suavidad del olvido.
Recoge entonces lo que de mí queda,
cuida de mis hijos, de mis libros,
y yo te esperaré en la poesía, ahí donde la vida es una flor invencible.
José Antonio Funes. Poeta, ensayista, traductor, diplomático y profesor de literatura. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, España. Ha sido Vice-ministro de Cultura, Director de la Biblioteca Nacional, Director Editorial de la Secretaria de Cultura Artes y Deportes de Honduras y Ministro Consejero en la Misión de Honduras ante la UNESCO, París. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Modo de Ser, Editorial de la UNAH (1989), A quien Corresponda, (1995), Agua del tiempo (1999) y Balance previo (2022). Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y ha participado en una treintena de antologías. Es Miembro correspondiente de la Academia Hondureña de la Lengua. Es miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa.


Imagen de cabecera: Margarita Leoz, José Antonio Funes y A. P. Alencart en la Sala de la Palabra
2 thoughts on “Margarita Leoz y José Antonio Funes: Presentación de ‘Estación permanente’ y lectura de cinco poemas del mismo. XXVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos”
julio collado 21/11/2023 at 5:48 pm
El hombre se hizo poeta
a fuerza de tallar la piedra de los sueños,
El viento silba un idioma extranjero….
Y así, fui degranando y leyendo estos hermosos versos.
Gracias.
Presiosa 22/11/2023 at 3:13 pm
«Citas al azar» ,
Llevar al mundo a través de las letras lo inesperado de los encuentros poéticos.
Honduras, Bolivia, Uruguay, España!