El oficio del poema me ha enseñado a sopesar las palabras: que si brillan, que si arden, si son sanadoras o se equivocan. Minutos después de cada momento en Salamanca reflexionaba sobre aquello, porque fue tanto lo que había por abarcar que no hubo abrazo suficientemente ancho, y mis palabras, las que dije en la entrega del premio y en la rueda de prensa, las que quedé debiendo esos días y a varios poetas, a los que solo alcancé a regalarles un libro, o a saludar apenas, ya sea por mi timidez confesa o por falta de tiempo, esas palabras habré de traducirlas en lo que de mi corazón emane silencioso.
Todavía estoy llena de ecos que viven conmigo: alegre por encontrarme con Carmen Alicia Pérez en el autobús de ida, por volver a ver a Yordan Arroyo, con quien me une una misma tierra que nos vio nacer, así como muchas coincidencias en el camino de la literatura, y el orgullo de ver a este joven crecer cada día más como intelectual, poeta y persona auténtica que es.
Emocionada por la entrega del premio Pilar Fernández ese domingo de inicio. En una mañana lluviosa preocupada, por el accidente que sufrió Omar Ortiz Forero cuando caminábamos hacia la Biblioteca histórica y en su resbalón nos dejó con el corazón en la mano. Emocionada también por caminar las calles de la Salamanca histórica, la Universidad, el puente romano, la Casa de las conchas, el huerto de Calixto y Melibea, y tantos rincones mágicos. El tiempo que se hacía corto en las lecturas y conciertos en el Teatro Liceo, en el Aula Magna del Palacio de Anaya, la Sala de la Palabra, el Instituto Maestro Ávila, la visita al Ayuntamiento y las profundas palabras de los poetas homenajeados, y otros lugares de encuentro. Había que duplicarse para estar en todos los sitios a los que nos convocaron para hilarnos en el entramado de la poesía.
Breves conversaciones en el comedor, en los pasillos del Colegio Fonseca, y acaso alguna conversación profunda con el poeta José María Muñoz, el poeta José Antonio Santano y otros nombres que se me escapan ahora, en la sobremesa, sobre si la literatura es una invención o no, creo que en el fondo solo había coincidencias, y que tal vez sea la realidad y la invención juntas la fórmula por la que la conversación se extendía, como se extiende la literatura para darle luz a nuestra vida.
Saludos en los pasillos, palabras pocas o minutos valiosísimos que sumaban lo mismo que si fueran días, el tiempo de los 125 años de relojes que están en el edificio del Claustro Fonseca, y que no llegué a ver sino a través de las conversaciones posteriores al encuentro, creo que trabajaron de maneras misteriosas y siempre debiéndonos más horas de aquel espacio privilegiado que nos hermanó para siempre. Lo que vimos y sentimos los poetas esos días, se ha venido convirtiendo en recuerdos colectivos a través de la comunicación que sostenemos a posteriori y que permite prolongar esa estancia, y a través de todo lo que Alfredo Pérez Alencart nos va compartiendo sobre el recién pasado encuentro, y de las interacciones que ya son parte nuestra.
Por cierto que Alfredo, como demiurgo de esos minuteros atemporales, parece tener una varita mágica o algo parecido para que la maquinaria de los relojes estén aceitados, a veces con enérgicas directrices (porque los poetas también tendemos a la dispersión, no es algo extraño entre nosotros), y las más porque fue preparado con esmero aquel territorio que compartimos, para que el encuentro fuera un éxito. La maquinaria estaba dispuesta con precisión, y el equipo de apoyo del concierto hizo que todo fluyera.
Cincuenta y ocho voces de poetas y la huella de un pintor invitado, Gino Ceccarelli, conforman la Antología Para sitiar el asombro, una bella edición como ya es usual, con portada del magnífico pintor Miguel Elías, ya parte indispensable de evento, un coro de imágenes profundas y caminos dentro de esas páginas por la poética que nos amalgama.
Tengo conciencia de que, si no fuera por el jurado del concurso Pilar Fernández Labrador y su titánica labor, poetas a los que admiro todos, y personas conocedoras, no hubiera sido yo la que sube por el reconocimiento, y también soy consciente de que pudo ser otra persona, un privilegio que el accésit fuera para el poeta Valentín Navarro. El abrazo de palabras y de hecho de Pilar Fernández es un tesoro que late con mi sangre, y debo confesar que la emoción me movió desde mucho antes, durante y después del XXVII Encuentro de poetas, y que las piedras de la ciudad de Salamanca anidaron en mí una calidez indescriptible. Las lecturas a las que fui, y la pena de las que perdí, en razón de un cansancio inevitable que traía a cuestas desde antes de estar ahí, fueron un estímulo tan grande a los sentidos que costaba dormir en medio de su música, terminaban esos días con una sobreestimulación creativa como me lo dijo Maru Bernal. Los afectos nacían de forma espontánea y nos siguen creciendo en el tiempo a todas las personas poetas que fuimos convocadas para coincidir en Salamanca.
Llegué a casa con varios libros esperando el asombro de mis ojos en un rincón reposado que los días abrirán poco a poco.
Les sigo abrazando al margen de los relojes que pautan el tiempo.
Nidia Marina González
San Ramón, Alajuela, Costa Rica
En medio de una lluvia que no cesa, noviembre 2024.