Stuart Park

Daniel Defoe y el ‘Diario del año de la peste’

Tiberíades agradece al escritor Stuart Park por permitirnos reproducir cuatro de las últimas entradas (22 a 25) de su blog ‘Contra viento y marea’, que va camino a convertirse en el próximo libro del autor, tras ‘La fe del carbonero’, recopilación de 52 artículos publicados en su blog anterior.

A Journal of the Plague Year

‘Diario del año de la peste’: así tituló Daniel Defoe su registro novelado de la epidemia que asoló la ciudad de Londres en 1665, tan solo un año antes del devastador Gran Incendio de 1666 que no solo transformó la arquitectura de la ciudad, sino que acabó definitivamente con la peste.

Defoe, autor de la celebérrima novela Robinson Crusoe, publicada en 1722, describió con la brillantez narrativa que le caracterizaba la epidemia que mató (se calcula) a unas 100.000 personas, casi un tercio de la población. Defoe basó su relato en el testimonio de familiares y otros testigos, ya que solo tenía cinco años cuando ocurrió la tragedia, y en el riguroso empleo de datos oficiales.

La Gran Peste no era la primera epidemia, ni sería la última: la peste bubónica, o Muerte Negra, circuló en Europa durante siglos, matando a incontables millones de personas, y al final de la Primera Guerra Mundial, un brote de gripe llevó por delante a 20 millones de personas en todo el mundo en un año.

El año de la peste empezó en Londres en la pobre y superpoblada parroquia de St. Giles-in-the-Field, con la muerte de dos personas en diciembre de 1664. Comenzó lentamente al principio, pero en mayo de 1665, 43 personas habían muerto. En junio 6.137 personas murieron, en julio 17.036 personas más, en el pico de la epidemia en agosto, perdieron la vida 31.159 personas.

La incubación duró solo de cuatro a seis días y cuando la peste apareció en un hogar, la casa era sellada, condenando a toda la familia a la muerte, aunque muchos se escaparon por las ventanas o burlaron a los vigilantes. Estas casas fueron marcadas por una cruz roja pintada en la puerta, y las palabras: «Señor, ten misericordia de nosotros». Por la noche, los cadáveres eran sacados en respuesta al grito: «Sacad a vuestros muertos», puestos en un carro y llevados a fosas comunes fuera de la ciudad. La peste, que era transmitida por pulgas que llevaban las ratas, era de origen desconocido en aquel entonces, y la gente sacrificaba perros y gatos en un vano intento de frenar la enfermedad, lo que no hacía sino favorecer la proliferación de los roedores.

Llaman la atención algunos datos registrados por Defoe. Al principio las autoridades infravaloraron la importancia del brote de la enfermedad, y se produjo confusión sobre el número exacto de las víctimas, solo dándose una cifra fiable cuando se computaba el número de enterramientos que sobrepasaba la incidencia habitual. La epidemia se cebó principalmente en los barrios pobres; los ricos, incluyente la corte, huyeron a sus casas en el campo, y el rey se instaló en Oxford.

Una vez tomada conciencia de la gravedad de la situación, se introdujeron medidas drásticas como el confinamiento forzoso de los enfermos en sus casas, custodiadas día y noche por vigilantes, y se instalaron controles en las carreteras. Muchos médicos fueron infectados, y se paralizó la atención a otras enfermedades en medio del pánico de la población, que deambulaba por las calles guardando la distancia estipulada de dos metros entre sí.

No faltaron alarmas apocalípticas, bulos, remedios falsos, charlatanes y predicadores catastrofistas cuyas diatribas aterraban a sus oyentes. Sobre ello reflexiona Daniel Defoe, creyente presbiteriano y profundo conocedor de la Biblia, y algunas de sus observaciones ocuparán nuestra próxima entrega.

Teologías para tiempos de pandemia

No es de extrañar que como buen presbiteriano Daniel Defoe haya aplaudido el cierre de las tabernas y lugares de ocio; condenado con energía el engaño de los curanderos, brujos y pitonisas que se lucraban de la ignorancia de sus víctimas; denunciado a los astrólogos aficionados que vieron señales en el cielo, como una espada desenvainada que se cernía sobre la ciudad desde las nubes; y alertado contra el sinfín de charlatanes y embusteros que proliferaban en las calles de la ciudad.

Al mismo tiempo, era sensible ante los gritos de dolor de los afectados, y debatió en su fuero interno si debía abandonar la ciudad para ponerse a salvo, o confiar en la Providencia y arriesgar su vida en medio del peligro. Cuenta que le confortó la lectura del Salmo 91, con su consoladora promesa de protección, y decidió quedarse en la capital:

«El que habita al abrigo del Altísimo / Morará bajo la sombra del Omnipotente. / Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; / Mi Dios, en quien confiaré. / Él te librará del lazo del cazador, / De la peste destructora. (…)  / Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, / Al Altísimo por tu habitación, / No te sobrevendrá mal, / Ni plaga tocará tu morada» (vv. 1-10).

Resulta evidente que muchos de los que también confiaron en la protección de Dios perecieron, y no hay que olvidar que Defoe solo contaba con cinco años a la sazón; pero la lucha interna que describe, aunque imaginada, es verosímil, y habrá ejercitado la conciencia de muchos, como su propio hermano testificó.

En medio de la crisis y frente a los charlatanes y embusteros, los predicadores dirigían su atención a la Palabra de Dios, aunque no siempre al gusto de Defoe:

Tampoco puedo absolver a los ministros que en sus sermones más bien hundieron que levantaron el corazón de sus oyentes.  Muchos de ellos sin duda lo hicieron para fortalecer la resolución de sus oyentes, y especialmente para acelerar su arrepentimiento, pero ciertamente no respondió a su fin, al menos no en proporción a la herida que hizo de otra manera; y en verdad, como Dios mismo a través de todas las Escrituras más bien atrae a Él por medio de invitaciones y llamadas a volverse a Él y vivir, que no nos impulsa por el terror y el asombro, así debo confesar que pensé que los ministros deberían haberlo hecho también, imitando a nuestro bendito Señor en esto, que todo su Evangelio está lleno de declaraciones del Cielo de la misericordia de Dios, y su disposición a recibir a los penitentes y perdonarlos, quejándose: «No queréis venir a mí para que tengáis vida», y que por eso su Evangelio se llama el Evangelio de la Paz y el Evangelio de la Gracia.

Pero tuvimos algunos hombres buenos, y de todas las persuasiones y opiniones, cuyos discursos estaban llenos de terror, y no hablaban más que cosas lúgubres; y mientras reunían a la gente con una especie de horror, los despidieron con lágrimas, profetizando nada más que malas noticias, aterrorizando a la gente con las aprensiones de ser completamente destruidos, sin guiarlos, al menos no lo suficiente, a clamar al cielo por misericordia».

En cuanto a la sanidad del alma, no se me ocurre mejor recomendación, ni más saludable remedio para los males de la vida. Nada en la Biblia garantiza nuestra protección contra el accidente o la enfermedad, pero como escribió Daniel Defoe, el Evangelio de Cristo es un Evangelio de Gracia y Paz, y podemos confiar en Él ahora, y en la eternidad.

Teorías conspiratorias

En épocas de crisis, como la Gran Peste que describió Daniel Defoe, proliferan los charlatanes y engañadores, y lo mismo sucede ahora en medio de la pandemia del coronavirus. Particularmente seductivas son las teorías que se prestan a desenmascarar los poderes ocultos que pretenden controlar nuestro destino desde la sombra, identificados por personas malintencionadas, o simplemente ignorantes. El mundo religioso no es ajeno a este fenómeno, e incluso en ocasiones lo fomenta.

En tiempos de Defoe, cuando la autoridad de los médicos y cirujanos no era cuestionada por el pueblo, se acudía a teorías piadosas como la atribución de la peste o el Gran Incendio que la siguió, al Juicio de un Dios airado que por estos medios castigaba a la sociedad por sus pecados. La población pobre y sin recursos era quien sufrió el castigo más severo, naturalmente, ya que los ricos podían ponerse a salvo con facilidad, como constató Defoe. Se trataba en el fondo de una teoría conspiratoria, imposible de demostrar, pero fácil de lanzar y difícil de rebatir. Al tormento de la plaga bubónica se añadía el terror al infierno, y se dieron suicidios entre la población.

Preguntado en una ocasión por la culpabilidad de unos galileos que fueron masacrados por Pilato en el templo, Jesús respondió: «¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente» (Lucas 13:1-5). No nos incumbe a nosotros atribuir a eventos luctuosos un origen que desconocemos por completo.

El fenómeno persiste en el mundo religioso actual. Hay quien anuncia la inminente aparición del Anticristo, que prepara con sus engaños el control de la población. Otros desconfían de la Ciencia, que conciben como enemiga de la fe; y aun otros ven en los poderes económicos la raíz de todo nuestro mal. Viene a la mente la estrofa de un conocido himno, que dice: «Desde que yo tengo fe, / O, Señor, todo lo sé». La estrofa está sacada fuera de contexto, claro está, pero la «fe» mal entendida puede producir una arrogancia impropia del creyente en Cristo. La ignorancia es atrevida, y si bien la Ciencia no tiene derecho a minusvalorar la fe, esta no está legitimada para despreciar la Ciencia, ni la Medicina, de las que nos beneficiamos todos a diario, tengamos fe, o no.

La primera teoría conspiratoria, claro está, y la más nociva, surgió en el Edén, cuando se atribuyó al Creador una malévola intención oculta. La idea persiste, de muchas formas y en muchas maneras, hoy. Hay quien afirma que la invitación de Jesús que citó Daniel Defoe, abierta a todos, es falsa, y que solo pueden acudir a Él los «elegidos». Si así fuera, detrás de las palabras bondadosas de Cristo se escondería un engaño.

El Evangelio de Gracia y Paz anuncia el amor de Dios por el mundo entero, y los brazos de Cristo están abiertos para todos. En medio de la crisis del coronavirus conviene aferrarnos a la Palabra de Dios, lámpara a nuestros pies, y luz para nuestro camino.

Una reflexión final

El impacto social y económico de la peste fue enorme. Al conocer las dimensiones de la epidemia en Londres, muchos países, incluyendo Holanda, Italia y España, cerraron sus puertos al tráfico procedente de la ciudad, permaneciendo el veto en vigor durante un tiempo considerable incluso después de la superación del mal. Algunos mercaderes intentaron burlar las restricciones a través de terceros países, pero en general la supresión del intercambio comercial fue total.

Cuando la curva de la epidemia comenzó a doblarse (como se dice ahora) la gente que había huido al campo volvió en masa. A pesar de las advertencias de las autoridades, exhortando a quienes regresaban a no mezclarse con personas cuya situación desconocían, «lo mismo les habría servido hablar al aire». En consecuencia, muchos fueron infectados por causa de su imprudencia y osadía. Cansados de las restricciones y confinamientos, entre la sociedad se desató la euforia de la nueva libertad.

¿Cuál fue el efecto del cese de la epidemia en el ánimo de la gente? La reacción popular se ganó la siguiente opinión de Defoe:

Ojalá pudiera decir que como la ciudad tenía un nuevo rostro, los modales de la gente tenían una nueva apariencia. No dudo de que había muchos que conservaban un sentido sincero de su liberación, y estaban muy agradecidos a esa Mano Soberana que les había protegido en una época tan peligrosa; sería muy poco caritativo juzgar de otra manera en una ciudad tan poblada, y donde la gente era tan devota como lo era aquí en la época de la misma visitación; pero excepto la que se encontraba en familias y en rostros particulares, debe reconocerse que la práctica general de la gente era igual que antes, y se veía muy poca diferencia.

Algunos, en efecto, dijeron que las cosas eran peores; que la moral del pueblo declinó desde ese mismo momento; que el pueblo, endurecido por el peligro en que había estado, como los marineros después de la tormenta, era más malvado y más estúpido, más audaz y endurecido en sus vicios e inmoralidades como lo era antes; pero yo tampoco lo llevaré tan lejos. Se necesitaría una historia de no poca extensión para dar un particular de todas las gradaciones por las que el curso de las cosas en esta ciudad vino a ser restaurado de nuevo, y a correr en su propio canal como lo hicieron antes.

No hay mucho más que añadir. Así somos. El mal del ser humano anida en el corazón, como el propio Señor Jesucristo señaló. En medio de los avatares de la vida con sus accidentes y enfermedades, y frente a los sucesos imprevisibles que afectan a todos, creyentes y no creyentes, imprudentes y razonadores por igual, conviene dirigir nuestra atención a Cristo, y aprender de Él. De esta manera, el «diario de la peste» puede convertirse en un registro enriquecedor, que nos permita afianzarnos en nuestra fe, sin olvidarnos de quienes han sufrido pérdida, sin mayor causa que la de su su propia humanidad.

Termino con las palabras del Señor: «¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos» (Mt. 10:29-30). Amén.

Stuart Park nació en la ciudad inglesa de Preston, condado de Lancashire, en 1946. Tras cursar estudios en el Preston Grammar School ingresó en el Downing College de Cambridge, donde se licenció en Filología Románica. Colaboró intensamente con la Christian Union de la Universidad, dedicando sus veranos en España a la misión internacional Operación Movilización. Entre 1967 y 1971 participó, junto con David F. Burt, en los comienzos de los Grupos Bíblicos Universitarios (GBU) en Madrid. En 1970 se casó con Verna Reed, oriunda de Castile en el Estado de Nueva York, que colaboraba en la misión universitaria. Entre 1971 y 1972 vivió en Castile, y de 1972 a 1976 en Philadelphia, donde obtuvo el doctorado en la Temple University con una tesis sobre Don Cristalián de España (1545), novela inédita de la escritora vallisoletana Beatriz Bernal. A partir de 1976 la familia traslada su residencia a Valladolid. Stuart se dedica a la enseñanza del inglés, en 1981 funda Warwick House, centro lingüístico-cultural, y en 1996 se incorpora como director del Colegio Internacional de Valladolid, hasta su jubilación en 2012. Desde 1976 es miembro de la iglesia evangélica sita en la calle Olmedo 38 de Valladolid. Tras volver a España reanuda su colaboración con los GBU, dirigiendo estudios en campamentos estudiantiles y dando conferencias sobre temas bíblicos en diversas universidades del país. Miembro de su Comité Ejecutivo durante más de veinte años, ejerce como presidente de GBU de 1987 a 1997.

Desde 1996 Stuart Park es director de Alétheia, la revista teológica de la Alianza Evangélica Española. En 1991, bajo el sello de Publicaciones Andamio, Stuart Park publicó ‘Desde el torbellino. Job: más allá del dolor humano’. Siguen otros títulos publicados por la misma editorial: ‘Bajo sus alas. Rut: más allá del amor humano’, en colaboración con David F. Burt (1993). En 1995 publica ‘In memóriam’; en 1996 ‘La señal. Jonás: más allá de la voluntad humana’, en colaboración con David F. Burt. En 2000 publica ‘El cetro de oro. Ester: más allá del poder humano’, en colaboración con David F. Burt y David Pradales Ciprés; y ‘Diez historias’, en 2004. Durante este tiempo publica, bajo el mismo sello editorial, varios estudios monográficos: ‘La Biblia. Un libro para la postmodernidad’ (1988), ‘Literatura y Biblia. El Señorío de Cristo y las letras’ (2ª ed. 1995); ‘¿Resucitó Jesús?’ (2ª ed. 1995); ‘¿Cómo interpretar la Biblia?’ (2ª ed. 1995); y ‘Jesucristo hoy’ (1997). A partir de 2009 comienza una nueva y fructífera etapa de intensa actividad literaria. Publica libros de temática muy variada bajo el sello Ediciones Camino Viejo: ‘Las hijas del canto. Las aves del cielo en la tradición bíblica y la poesía de José Jiménez Lozano’ con Prólogo del Premio Cervantes José Jiménez Lozano (2009); ‘En el valle de la sombra. Conversaciones con Sirio’ (2010) que relata las conversaciones con un amigo íntimo durante los últimos días de su vida. En el mismo año reedita ‘Diez historias’. En 2011 aparecen tres libros: ‘El lucero de la mañana. La tumba vacía de Jesús’, que reexamina la evidencia de la Resurrección; ‘El camino de Emaús. Parábola y símbolo en la narrativa bíblica’, que explora la hermenéutica bíblica desde el magisterio de Jesús; y ‘Doce nombres’ que recorre la historia bíblica a través de algunos de sus personaje más emblemáticos. En 2012 publica ‘Magníficat. María la madre del Señor’ y reedita ‘Desde el torbellino’. En 2013 publica ‘Cartas a mis nietos’, un recorrido por la historia bíblica de forma epistolar, y ‘El cordón de grana. Historias de mujeres en la narrativa bíblica’. En el mismo año aparece ‘Jardín cerrado. El Cantar sublime de Salomón’, y en 2014 publica ‘La vida breve. El libro de Qohélet’, con prólogo de Pablo Martínez Vila, y ‘Siete Palabras’, una reflexión acerca de las últimas palabras de Cristo en la Cruz. Más recientes son La palabra suficiente; Conversaciones con Aurelio, en torno a la fe; Junto al mar de Tiberias, Las señales que hizo Jesús; In memoriam, El dolor humano y la consolación de Cristo; Rut la moabita; De Egipto llamé a mi hijo, sobre la historia de José y, finalmente, Mesías, el texto de Jennens que inspiró el Oratorio de Händel (2018), La fe del carbonero (2020), entre otros. Es miembro del Consejo Asesor de TIBERÍADES.

Stuart Park en Tordesillas (foto de Jacqueline Alencar)



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