Poemas de

Marco Antonio Madrid: ‘Más allá de las furias’ y otros poemas para el XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos

Más allá de las furias

En vano será el afán
De buscar otros nombres. De una vez para siempre
Es Orfeo quien canta. Viene y se va.
(Reiner María Rilke)

Habrás llegado tú, tierna Euridice,
Limpia ya de toda sombra.

Habrás llegado a palpar las llagas del vencido.

En las frías alamedas, mi cabeza
Es tan sólo la lejana contemplación de algún astro.

Me defiendo de la noche
Tratando de esquivar la marea de esas hojas
Que el viento arrastra hasta mis ojos;
El agua estallando en la osamenta del mundo
Es tan frágil en mis huesos.
La lluvia cae, y mi mano
Roza la piel de algún camino.
Nada soy entre infectadas amapolas,
Sobre esta corriente humana
Que se hunde en el tedio de la urbe.
Entre el asfalto y la vendimia,
Sobre la crueldad del fiero mármol,
No escucharé, el dulce canto de la lira.

El fuego lunar de las Ménades ha gastado estos muros.
Devastados los imperios,
Muero en el sueño de esa boca núbil
Que ardorosa remonta la corriente
Y me llama y me sueña.

El amor une en ti mis pedazos, tierna Eurídice,
Limpia ya de toda sombra.

Remanso

El hombre pasa.
Su palabra queda temblando
Un instante sobre el agua,
Un instante,
Después es una lágrima.
Un instante nada más,
Un instante sobre el agua.

El hombre pasa.
El sol es alto en sus pupilas
Y el viento robusto
En su mirada.
¿No escuchas el incesante batir
De unas olas en su sangre?
¿El canto transitorio de las aves
Surcando la memoria?
¿El reproche de unas huellas,
El antiguo rencor de sus pisadas?

El hombre pasa.
El sol se apaga
Dejando un remanso de sombras
En sus labios,
Y no hay sueños,
Ni mundos que pueda redimir,
Ni credos que los salven.
Tan solo hay una herida
Que sangra en su costado,
Y sus palabras,
Lagrimas disueltas sobre el agua.

Junto al último sol

Hundo mis manos en la última luz de la tarde.
Busco en ella quizá tan sólo
el fervor de un recuerdo.
El fruto que nos llama desde el fondo de las aguas.
La huella feliz que espera a lo lejos
el retorno de mi planta.
La luna colgada en los naranjos.
La soledad de aquellos patios.

Hundo mis manos en la última luz de la tarde.
¡Y todo está aquí!
Felizmente impalpable.
Como el fuego que yace en la memoria.
Como el vuelo reposado de las aguas.
Como el tiempo que me sueña
junto a la palabra que desciende
y me nombra.

La rosa de Paracelso.

 A Jorge Luis Borges   

Apocalipsis 2:17

Recordó la flor que antes de ser ceniza fue color,
Espiga en aroma,
Espiral al viento. Recordó la brizna de luz
En la hoja que cae del tiempo, la sombra
En el vuelo errante del ave y el canto feliz
Del astro, pensó la flor en la piedra y en la espina,
Recordó el dolor y recordó el camino.
¡Suplicó volver!, mas el ojo del escéptico no advirtió
El prodigio,
El maestro pronunció la palabra oculta…
¡Intacta resucitó la rosa y otra era la flor
Que a la vez era la misma, así como la piedra
Era la piedra y al mismo tiempo era el camino.

Poema del mar en el sur de las aguas

I

Aquí desemboca la noche.
Estrellas como barcas
Atadas a las aguas nocturnas.
Respira aún el tiempo
Sobre el húmedo mangle.
¿Qué fragmento del ciclo total
Es este instante?
¡Todo es silencio!
Del árbol de gualiqueme
Nace un río que luego
Se pierde en el golfo.

II

Ir,
Venir,
Llegar.
Ese viaje nómada del canto
Entre el sueño y la vigilia.
La ola restalla en la palabra,
Extrae soles, hermosas lunas,
Naves con gavias de luz anochecida.
Y así como abril abre caminos nuevos
En la hoja, la palabra de acerada proa
Abre renovados surcos en el agua.
Duermevela para nombrar el ave
Y buscar el canto de su vuelo en un cielo
Que cabe en otro cielo.
Estar,
Esperar,
Luchar
Contra el aquilón y las afiladas rocas.
Velar las armas
Hasta que tu silencio
Hable por mi silencio.
¡Leve arcilla, dulce viento!

Las uvas de Zeuxis

 No serás el racimo de frutas
Que vanamente se disputen
Los pájaros que se llamen olvido.

                                             
Yves Bonnefoy

Han vuelto las aves
a devorar con fruición,
bajo la sombra de la vid,
las uvas frescas que el artista
ha pintado.
Habría que dibujar un hombre
con el ceño adusto o un niño
gritando o pintar un cielo
menos claro o un mar borrascoso
que las espante.
Algunas alzan el vuelo
del retorno, llevando
entre pico y garra rastros del banquete,
van a alimentar a sus crías en un rincón
boscoso del ponto Egeo.
La sombra del mar golpea la orilla
lejana. Una a una
vuelan por sobre las aguas.
Las guía el aroma destellante de la fruta
y el color que va
del verde tierno al violeta ya maduro.
Ya acechan desde el cielo
más cercano. Esperan del pincel
la próxima cosecha.


Anacreóntica

El mar, como el oscuro color del vino cantado
por Homero en hexámetros audaces y ese oscuro
mar del vino celebrado por Anacreonte de Teos
con cítara y monódicos versos; al igual que el amor,
desembocan en la gracia del poema.
Por ello, no te niegues ni al mar ni al vino,
y por adverso que te haya sido el signo de eros,
da otra oportunidad a tus días. Recuerda que el amor,
al igual que la lanza del pélida Aquiles, suele al golpe postrero
restañar la primera herida, curarnos del primer dolor.

Marco Antonio Madrid es licenciado en Letras con especialidad en Literatura por la UNAH. Se ha desempeñado como profesor de Filosofía y Letras en distintas universidades de Honduras. Sin embargo, su labor docente la ha desarrollado principalmente en el Departamento de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula (UNAH-VS) impartiendo la clase de semiótica y literatura. Poemas suyos han aparecido en diarios hondureños y en algunas revistas literarias extranjeras y ha participado en antologías centroamericanas e   hispanoamericanas. Es director y fundador del Magazín Literario El barco ebrio. Ha publicado los libros de poesía La blanca hierba de la noche (2000), La secreta voz de las aguas (2010) Palabras de acerada proa (2018).

Los poetas Marco Antonio Madrid y A. P. Alencart

 




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