Colaboraciones

Giovanna Benedetti: ‘Creo en la magia ritual de las palabras’. Entrevista de Petruvska Simne. XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

Hábitos de piel

Si alguna vez acabo de caer en mí
—y si esta luna que me agota todavía me sostiene—
dejaré de cabalgar como acróbata a destiempo
derivando hacia otro mar con mis pliegos y cazuelas.
Y si esa voz que no se aquieta, aunque yo me quede inmóvil,
persiste en ofrecerme en trasgresión, sin argumentos,
limpiaré mis anaqueles de anfisbenas y oropéndolas
y declararé mi fe en la ciencia infalible y viceversa.
Y allá, del otro lado (si el aliento aún me dura)
continuaré con la leyenda de mi terca epifanía:
errática, trasunta, solitaria, tortuosa…
maquillada astutamente por la cólera del viento
porque hay hábitos de piel que nunca mueren.

Giovanna Benedetti

Giovanna Benedetti, poeta panameña, vive en las montañas San Lorenzo de El Escorial, en la sierra madrileña, rodeada de los libros que ha leído, esos que siempre la han acompañado a lo largo de sus vivencias, de las cerámicas que elabora con delicada paciencia, de esculturas que moldea buscando la esencia de la forma humana, de los cuadros que pinta tratando de plasmar emociones sinceras y, sobre todo, de los libros que ha escrito, cada uno de los cuales describen el camino que ha recorrido trazando en cada página esa voz  poética que la define.

Desde la publicación de su primer poemario se ubicó en el lugar destacado de las letras panameñas, lo que le ha valido los más importantes premios, así como el reconocimiento de críticos y escritores. El poeta panameño Javier Alvarado señaló de Benedetti: “una autora que ha ido pacientemente construyendo un edificio del lenguaje a través de todas las herramientas posibles: las palabras más disímiles, más solidarias, más refulgentes, más incisivas, más escogidas, más explotadas, se concatenan en magníficos poemarios”. La poeta española Raquel Lanseros escribió: «Dueña de una imaginación portentosa y de un hondo sentido lingüístico, Giovanna Benedetti es una profunda conocedora de la gran tradición poética universal, y parte de esta sabiduría para construir una obra repleta de significaciones, donde el lenguaje se entrevera de imágenes múltiples, creando una realidad reconocible, y a la vez una voz onírica, que sumerge al lector en una experiencia literaria de largo alcance”. El poeta peruano Carlos Garrido Chalén: “Giovanna Benedetti, espira ese mismo aroma, que pareciera que es más divino que humano y se solaza en el resplandor del significado de la vida, que se purifica en el transcurrir de la historia, para generar un mundo nuevo, que es propio, que no se parece al de nadie, y que en su portafolio arriesga propuestas para una literatura diferente.

En su biografía se lee que es poeta, escritora, artista plástico. Ciudad de Panamá, 1949, tiene dos hijas, cinco nietos y vive desde hace más de una década en San Lorenzo de El Escorial, Madrid, España. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en las universidades Nacional de Panamá, Autónoma de Barcelona y Complutense de Madrid. Es doctora en derecho y especialista, por la UNESCO, en derechos humanos de la cultura. fue directora general del Archivo Nacional de Panamá. Trabajó, por muchos años, como experta internacional en Derecho de Autor para la UNESCO, y como consultora del Centro Regional para el Fomento del Libro de América Latina y el Caribe (CERLALC), Colombia.

Ha ganado en seis ocasiones el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá. Premio Internacional de Periodismo José Martí, Cuba, Premio Mihai Eminescu, Rumanía y Premio Latinoamericano de Ensayo Histórico, Universidad Simón Bolívar, Barranquilla, Colombia. Miembro de la Academia Panameña de la Lengua.
Entre sus obras: La lluvia sobre el fuego, cuentario; El sótano dos de la cultura, ensayo; El revés del derecho de autor, ensayo; Entonces, ahora y luego, poemas, El tambor de la agonía, poemas, Las claves de Lorca, ensayo; El camino de los andantes: Bolívar y Don Quijote, ensayo histórico-literario; Entrada abierta a la mansión cerrada, poemas; Maqueta y figuración de los derechos culturales, UNESCO, estudio analítico; Música para las fieras, poemario; Vértigo de malabares, cuentario; Después de los objetos, poesía reunida; Vigilia de Antígona, poema dramático en siete cantos; Caragabí, poesía selecta; La razón poética de María Zambrano, ensayo; Fatamorgana, poemas. Su obra ha sido traducida parcial o totalmente a diecinueve idiomas.

Ha participado en el 30º Festival Internacional de Poesía de Medellín, Festival Internacional de Poesía de Curtea d’Arges, Rumanía, Festival Internacional de Poesía de Madrid, Encuentro Internacional de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, Encuentro Hispanoamericano de Escritores en París, XVII Festival Internacional Palabra en el Mundo, Chiapas. Invitada como conferencista y lectora in situ, al Trinity College de Dublín, Irlanda y al Rilke Poetry Center de Praga, Chequia. En 2024 recibió la distinción de “Huésped Distinguida” de la Ciudad de Salamanca por parte del Ayuntamiento y durante la celebración del XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos.

En el Ayuntamiento de Salamanca

¿Cómo fue su niñez? ¿Dónde vivió esos primeros años de su infancia? ¿Todavía está en pie esa primera casa? 

Yo crecí -literalmente- entre la selva y los libros. La casa familiar (que era muy extravagante y de arquitectura vanguardista), había sido construida en las afueras de la ciudad de Panamá, sobre la carretera transístmica que une el Atlántico con el Pacífico, en una ruta paralela al Canal interoceánico y que, en aquella época, a mediados del siglo XX, se encontraba todavía encerrada en el tupido verdor de la indomable selva tropical.

Los libros eran parte de las paredes (o así lo creía yo) y aparecían por todas las habitaciones. Y es que la familia paterna: los Benedetti, originarios de Cartagena de Indias, Colombia, habían fundado en Panamá, entre otros negocios, una librería y una casa editorial a principios del pasado siglo; y allí, a nuestra excéntrica y artística casa grande de la selva, a la que todavía se arrimaban sin miedo las iguanas, los papagayos, las culebras, los monos, los pecarí, los tigrillos y ocelotes (y hasta una jaguar hembra de tres patas que ahora forma parte de mi literatura), habían ido a parar los volúmenes y publicaciones de las viejas librería y editorial, después de su liquidación a finales de los años cuarenta.

¿Quién le regalo su primer libro? ¿De cuál autor? ¿O leyó cuando estaba en la escuela?

Parece que aprendí a hablar, a leer, a escribir y a explorar los matorrales de la espesura a un mismo tiempo, y que mis primeras experiencias -todas ellas- se sucedían de una manera continua entre ambos mundos: la selva y los libros, en un vaivén intercambiable: como en una cinta de Moebius. Leía todo lo que me caía en las manos -a ratos a escondidas- aún antes de asistir a la escuela. Soy la mayor de cuatro hermanos y uno de nuestros juegos era descubrir las maravillosas revistas infantiles Billiken, los volúmenes del Tesoro de la Juventud y los libros de cuentos y aventuras que aún se encontraban embalados en las cajas de la librería Benedetti Hermanos, importados desde Argentina, Colombia, México y España.

¿En su adolescencia la escritura llenaba sus días?

Antes de la adolescencia yo ya había caído en la escritura. Tenía una suerte de “cajita de garabatos” donde apuntaba versos, rayaba pinturillas y dibujos y me imaginaba tramas de posibles narraciones. Mi madre fue una excelente declamadora y yo la escuchaba recitar, con su mágico donaire, a Juana de Ibarbouru, Neruda, Alfonsina Storni, Lorca, Machado, Mistral o Sor Juana. Todo lo artístico en ella me atraía. Pero también lo intelectual (la influencia de mi padre): jurista, ensayista político, catedrático de derecho internacional y diplomático.

Mi adolescencia fue un ir y venir entre países, idiomas y colegios. En 1964, mi padre ocupó los cargos de embajador de Panamá ante la OEA y Negociador del Tratado del Canal de Panamá, y nos trasladamos a vivir a Washington D. C. Estados Unidos. Un par de años después, a mí me fueron enviando -por temporadas- a internados y liceos en Orleans, Francia y Fribourgo, Suiza. Regresé a Panamá para comenzar allí mi carrera de Derecho y Ciencias Políticas que terminaría en España, en la década de los setenta, con un doctorado por la Universidad Complutense y una especialización en Derechos de Autor y Derecho de la Cultura.

¿Cómo fue ese proceso que la llevo a escribir poesía? ¿Qué la motivo?

Lo poético -para mí- es un ritual de encantamientos: una manera de conjurar los silencios y las voces. En mi niñez siempre fue un acto de magia. Unas palabras “ruidosas” que aparecía como un relámpago cuando menos lo esperaba y me hacían correr hasta el barranco que colindaba con la selva. Luego empecé a deducir sus reglas y me metía en esos ruidos luminosos a propósito, para salir de lo cotidiano, para inventarme otro lugar.

Yo siempre escribí poesía. Sin embargo, comencé mi carrera literaria publicando libros de cuentos y ensayos culturales. En 1981 y luego en 1984 obtuve el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró (el más importante de Panamá) por los libros La lluvia sobre el fuego (cuentos) y El sótano dos de la cultura (ensayos).
Y no obstante, los poemas seguían por allí, por todas partes: escondiéndose y esperando la letra impresa. A finales de los años setenta, cuando yo acababa de regresar a Panamá desde España: divorciada, graduada de abogada y con mis dos hijas pequeñas, algunos poemas empezaron a aparecer en páginas literarias y revistas culturales.

En 1992, se publicó mi primer poemario Entonces, ahora y luego el cual lograría también ganar el Premio Nacional de Literatura. Ya en el siglo XXI fueron viendo la luz otros libros de poesía: Entrada abierta a la mansión cerrada, de 2006 y Música para las fieras, de 2014, ambos galardonados también con el Premio Nacional Ricardo Miró. Mi más reciente poemario es Fatamorgana de Editorial Doce Calles, Aranjuez, Madrid, 2024, casa que también ya había publicado, en 2019 y 2022 el volumen de mi poesía reunida titulado Después de los objetos. En 2017, el Premio Nacional de Literatura me visito por sexta vez, en esa oportunidad al retomar a la cuentística, con el libro Vértigo de malabares.

¿Quién leyó sus primeros poemas? ¿La animaron a seguir escribiendo?

Tuve la suerte de un caldo de cultivo doméstico muy propicio a lo creativo, lo artístico y lo intelectual; pero aun así y a pesar de ese entorno (o quizás por su fermento) lo cierto es que siempre se me intentó “acomodar” en recintos profesionales más definidos -y lucrativos} como la abogacía y su práctica en el bufete paternal. Y sin embargo, lo mío me tiraba ya desde varios frentes tan desiguales que iban de la literatura a la pintura, la escultura cerámica y el dibujo pasando por la documentación histórica… Y es que en los años ochenta tuve el privilegio de servir como directora general del Archivo de Panamá, desde 1984 hasta el día nefasto de la invasión de los Estados Unidos a Panamá, el 20 de diciembre de 1989. Fue así que, entre sus pliegos y legajos, logré distanciarme del bufete y me sumergí en ese laberinto historiográfico, con epicentro en la archivalía del siglo XIX y las guerras de independencia… del que todavía no he logrado salir, ni quiero hacerlo.

¿Cómo fue el proceso para publicar su primer libro? ¿Fue difícil? ¿Esperó mucho tiempo?

Mi primer libro, La lluvia sobre el fuego se publicó en 1982 luego de resultar ganador del Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró. En Panamá, y ante la insuficiente industria editorial (escasez que aún nos perjudica), los concursos y certámenes oficiales se convierten en una de las pocas avenidas de publicación.

¿Recuerda alguna crítica que la haya impactado, elogiosa o no, sobre su poesía?

Cada vez que algo de mis letras cae en la mirada benévola de escritores, lectores y críticos, es para mí el mayor de los obsequios. Esa generosidad, de muchas maneras, fue la que en mi juventud me dio las herramientas para seguir en el camino de lo literario. Todavía me regala ánimos. Y yo lo agradezco.

¿Cuál de sus libros le gusta más?

De mis poemarios, Entrada abierta a la mansión cerrada (2006) creo que es el más cercano a mis apegos. Se trata de un libro diseñado sobre una maqueta de una casa en la que cada habitación es un poema: Umbral de los perplejos, Bastión de las gárgolas, Mirador de estrellas, Rincón de las cosas que ya no son, Corredor de las voces, Cámara doblada, etc. El poemario sigue una clave muy comprometida con la alquimia y el camino de ascesis y transfiguración. Existe una edición digital gráfica con mis propias láminas y collages que puede verse aquí:
https://www.behance.net/gallery/105018367/Entrada-abierta-a-la-mansion-cerrada?fbclid=IwAR175atXMVzGvzyg1s2E8uP2PTI5fUn4FFaYoJhUhHC1fXuy0cpX1QO7W_A

¿Cuál es su método para abordar un poema? ¿Toma apuntes o va directamente a la computadora a escribir de un tirón?

Casi todos mis poemarios tienen un diseño -por lo general gráfico- que organiza su estructura. Yo tiendo a imaginar el gran conjunto y desde allí voy descolgando los poemas que van apareciendo.

Algunos poemas salen de un tirón -es cierto-: con verso, pluma y flor, listos para el suceso. La mayoría, sin embargo, se demoran en su alumbramiento y hasta se devuelven -matriz adentro- para incubarse una temporada más. Y es que cada poema trae su duende e impone sus propios demonios. Entonces, ahora y luego, mi poemario de 1992 se presentó con tal fuerza que, al principio, me costó acostumbrarme al espesor de sus imágenes que tienen que ver con lo ancestral, lo telúrico y lo selvático. Recuerdo que me solía internar en su “retrato” a ratos y de a poquito, hasta que lo fui reconociendo, y me atreví a amansar las figuraciones mitológicas y ancestrales que tanto me asustaban. El último de mis poemarios Fatamorgana (Madrid, 2024), también ha tenido una gestación muy intensa. Apareció de golpe, es cierto, pero me internó en un laberinto repleto de oscuridades y me hizo lidiar con espectros y registros de mi propio titubeo.

¿Cómo sabe cuándo debe terminar un poema? ¿Qué es lo más difícil de ese proceso: terminar o comenzar?

Lo poético tiene su propia razón (su esquema interno) y el lenguaje del verso, a través de la mano de la poeta, debe saber cómo tomar conciencia de ese pequeño espacio-tiempo para no desaliñarlo. El poema (cuando se pronuncia), ya está allí: hay que quitarle la hojarasca y hacer que se sienta cómodo en esa novedad lingüística que le ha lanzado de lo metafórico a lo comunicativo.


¿En esta época qué le da miedo? ¿La vejez? ¿la muerte? ¿viajar en avión? ¿las enfermedades?

Yo le tengo miedo a muchas cosas. En mi último poemario Fatamorgana, hasta me he atrevido a confesar mi agorafobia. El miedo, desde luego, es la substancia de ese estremecimiento que aparece como alarma y nos atrapa en el desasosiego. Y no obstante (ya lo decía Pessoa) esa misma chispa que va del desamparo a la imaginación es donde surge la creatividad… para bien o para mal.

¿Se ha he vuelto más crítica con la vida? ¿Con las amistades? ¿con la familia?

Al contrario. Con los años (y ya tengo 75) la vida en la que habito me ha enseñado a ser más tolerante. A estas alturas, soy ya muy consciente de mi propia fragilidad. Sigo siendo muy crítica con la injusticia, la violencia, el despojo, la guerra, el genocidio y la barbarie social: eso es inclaudicable. Al mismo tiempo, aprecio este momento en el que puedo disfrutar más de mis cercanías: mis dos hijas, mis cinco nietos, mis yernos, la familia, las amistades, la creatividad, la pintura, la escultura cerámica, el dibujo, la lectura permanente y el paisaje cambiante de estas montañas San Lorenzo de El Escorial, en la sierra madrileña.

¿Las redes sociales le roban el tiempo en su día a día?

He confesado ya que salgo poco. Que me asustan las aglomeraciones y me da miedo salir a la calle, algunas veces. Las redes sociales, entonces, son mis aliadas: me facilitan el contacto virtual que es me es imprescindible, y eso es una ventaja para una persona que es esencialmente solitaria por naturaleza.

¿Tiene tiempo para ir al cine o al teatro o a algún concierto?

Tiempo me sobra, pero los pies no me encaminan. Me cuesta trabajo internarme en lo social. Yo vivo sola -y feliz- en un pueblo pequeño en la sierra madrileña. A ratos me traslado a otros espacios (las casas de mis hijas) o a la ciudad de Madrid, para asistir a un evento literario o artístico puntual, pero no es parte de ninguna rutina y hasta evito que lo sea. Me gusta la soledad porque me empuja a vivir todo lo que imagino.

¿Por qué escribe?

Escribo porque creo en la magia ritual de las palabras. O como he dicho en uno de mis poemas, escribo porque:

En esa otra forma rara de los cielos que es el verbo
hay una razón poética que rige los precipicios:
una música que entiende ese sonido de las fieras
que nunca se consume, sino que se consuma.
           (G. Benedetti, Música para las fieras, 2017)

¿Cómo fue ese momento, tan emotivo, cuando recibió el reconocimiento como “Huésped Distinguida” del Ayuntamiento de Salamanca?

Primero fue la sorpresa confundida con el aturdimiento. Luego la maravillosa realidad tomando cuerpo y entonces el miedo (siempre allí, poniendo zancadillas) de dónde y cómo encontrar las palabras adecuadas, el entusiasmo preciso, el respeto debido, el abrazo expansivo, el mimo cariñoso para envolver tanto agradecimiento. Salamanca, la ciudad de los poetas, me nombraba su “Huésped Distinguida” y allí, en aquel salón de luces doradas, de paredes altísimas, de historia concurrida, me sentí honrada como poeta, como panameña, como mujer que escribe. Hermosas e inolvidables fueron las sonrisas y palabras de las autoridades, de los poetas invitados, de mis amistades queridas, de mis compañeros homenajeados: Omar Ortiz Forero, Hugo Francisco Rivella, Pío E. Serrano, José María Muñoz Quirós y de Alfredo Pérez Alencart, el artífice mayor. ¡Ese día me convertí en hija de Salamanca para siempre!

Retrato pintado por Giovanna Benedetti

MÚSICA PARA LAS FIERAS

(Poema en quince cantos)
–Fragmento-.

I

De estas épocas apenas reveladas
se dirá que no había acuerdo entre nosotros, los insomnes.
Que cada quien vivía el pronóstico del día sobre la víspera;
que pasábamos de la noche al cuerpo, sin ser vistos;
que nos ganaba la costumbre de esperar la lejanía
y que flotábamos como objetos no asidos a la tierra
con el eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Se creerá que simulábamos fantásticas criaturas
navegando por imágenes de estuarios y ballenas.
Que propiciábamos demonios que nos hacían perder el sueño
dando ascenso a las tertulias vagabundas de la aurora.
Y que no obstante despertábamos, de pie e hipnotizados
sin que nadie nos diera palmaditas en la frente;
recortando calendarios, papeles y fotografías
para poder saciar la sed que daba de beber
a nuestras lágrimas.

II

Pensarán que inventábamos países de juguetería
calcando en relieve mapas de territorios prohibidos.
Que redondeábamos los riscos de coral, los farallones
con crípticas arboladuras, por imposibles dominios.
Y se nos hará lucir las galas de los amantes vencidos
acusados de una suerte de incoherencia delictiva:
de hacernos guiños falsos en la paradoja del olvido
atrapando las caricias subitáneas del desvelo
que se caen de su estatura y no se quiebran.

Y se hablará de encantamientos: que hubo pacto, maleficio.
Que traíamos ya indispuestas las líneas de las manos
y una cartilla de deudas en expansión perpetua.
Que nos habíamos hecho prófugas
de nuestras pobres narrativas
fermentando como espuma la fatiga de los vientos.
Y que atrapadas como estábamos entre el río y su turbulencia
discurríamos hacia arriba, alrededor, sin punto fijo:
(como esas necias crónicas viajeras del paisaje
que se acercan por detrás huyendo de los riesgos).

III

Hechos custodias
del verbo y cómplices de sus esquemas
se creerá que profanábamos los números del término.
Que le colgábamos adjetivos persistentes al silencio
en ansia de durar más de un momento.
Y que si a ratos
despegaban los columpios de la carne
(y nos daba por robar la claridad a los sabuesos)
le oponíamos las fragancias obsesivas del misterio
con la angustia bien ceñida a las costuras de la calle
para impedir que la humedad
se abriese paso sobre el verso.

Dibujo hecho por Giovanna Benedetti

IV

La memoria es una lenta caravana de consignas.
Una mano extendida que separa las aguas.
Una trampilla de paso. Una ficción del cántaro.
Una caja de reliquias que sobrevive al cálculo.
Una opinión que afina la velocidad de la mirada.
Una noria que da vueltas undívaga y portátil.
Un barco que se desliza por un mar de abecedarios
sobre esa incertidumbre fraticida del olvido
donde ya no coinciden ni los días ni las palabras;
y los sucesos se depuran de la sal en sus cornisas
y los héroes se desploman y caen sobre sus astas
tumbados a banderillazos o envejecidos de súbito.

(…)

XV

Nosotros, agonistas de todos los desasosiegos
nos reiremos de la propia frustración frente al paisaje;
quemaremos rumores sueltos para aproximar las voces
que el largo cuello de la soledad no alcanza.
Canciones de queja
y pretextos para enamorar la vista
que lograrán, a lo más, disimular la lejanía;
en ese juego de andar y desandar habitaciones
donde apenas si se hace soportable la llovizna.
Y al cabo alguien dirá: —¿qué tanto importa entonces
si abrimos la dichosa caja o nos encerramos dentro
si el pie ya no recuerda el arco de su suela
y si el pez no se da cuenta del mar que le contiene?
(Pero allí sigue la plaza donde la estatua llora…)

A veces pasan siglos entre dos atardeceres
y una sola sombra larga se convierte en firmamento.
Pero una sombra no es la noche, y aún si se desborda
en la noche las estrellas se constelan en caminos.
Y en esa otra forma rara de los cielos que es el verbo
hay una razón poética que rige los precipicios:
una música que entiende ese sonido de las fieras
que nunca se consume, sino que se consuma.

CARAGABÍ

Yo soy la lengua del monte
los ojos de los riachuelos
soy el árbol de las aguas
la tempestad, la caverna.
¡Venga a mí la medianoche!
¡Venga la luna vieja!
caiga ya la oscuridad
túrbense ahora las tinieblas
rujan todos los recuerdos
porque yo estaba aquí primero.
Venga a mí a forma plena:
el barro, el color del arco iris
el lago de las serpientes
el rayo, el Tuira, la lluvia
cada huella de la esfera
vengan todas las palabras
¡que yo estaba aquí primero!
Venga a mí el soplo del jai
de todos los jais de la tierra
la piel del jaguar: felis onca
el tigre de los misterios.

Lléguenos el verbo del haure
el canto de la noche: el sueño
las hojas de las palmeras
la chicha intúa, el maíz mascado
el bejuco, el tambor, el trueno
el árbol de jenené
los demonios de Antumiá
reviva en mí Caragabí
y hágase la tradición
¡porque yo soy la misma selva!
Del poemario: Entonces, ahora y luego, 1992

Petruvska Simne
Narradora y crítica literaria venezolana (Valencia, Carabobo, 1952). Ha trabajado como editora de la revista BCV Cultural y de las revistas Circunvalación del Sur, XI Festival de Teatro de Caracas y La Palabra Pintada, así como del suplemento cultural El Otro Cuerpo, del Ateneo de Caracas; la edición especial por el 61r aniversario del diario Últimas Noticias, y la mesa de redacción de El Diario de Caracas. Autora de la recopilación de crónicas Periodistas en su tinta (Alfadil, 2004), el libro de entrevistas Periodistas en la mira (Alfadil, 2004) y el libro de entrevistas a escritores ¿Por qué escriben los escritores? (Fundación para la Cultura Urbana, 2005).




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