Colaboraciones

Rafael Ángel Herra: ‘Uno elige cómo escribir porque le sale así’. Entrevista de José Pulido

 Nunca se descubre demasiado tarde la belleza y la sabiduría en la escritura de Rafael Ángel Herra, su certeza mozartiana ejecutando el piano del lenguaje, su corazón cantando en castellano.

Lo abstracto y lo concreto, lo amplio y lo diminuto, lo opaco y lo brillante, el caos y el detalle. Nada escapa a la visión jamás ciega, jamás soberbia, de un escritor como Rafael Ángel Herra.

Sus ojos actúan como necesidades para conformar a un definitivo cazador de esencia en las formas. Cazador de una razón de ser en las formas. Esencia que las formas revelan o esconden. Nada escapa a la percepción de un filósofo como Rafael Ángel Herra. Cazador sin violencia con disparo implacable.

La luna se disfraza con su luz de terreno baldío fingiendo que no está interesada en la noche, que la noche no forma parte de sus planes, el misterio se desplaza entre la amplia oscuridad y la redonda claridad que hacen complicidad a espaldas del día. La mirada del poeta Rafael Ángel Herra recorre el territorio donde la emanación ha ocurrido y lo resuelve con su poesía:

“Qué vicio el de las sombras: necesitan luz para vivir”

Transitar la escritura de Rafael Ángel Herra es como asistir a una escuela de imaginación, de creación y de alegría. Una escuela donde en cada párrafo hay una enseñanza y una emoción. Es sorprendente y grato a la vez conocer un escritor en cuyo quehacer confluyen la hondura y el placer. No se registra ninguna pérdida al leerlo. Él es como uno de esos autores que cualquier náufrago necesitaría en una isla.

“LAS PALABRAS CARGAN PASIONES…”

El libro de Job ¿es fuente de poesía más que de filosofía?

El libro de Job es un texto atroz. No conozco otra exaltación de la crueldad tan refinada, y por añadidura con la pretensión de ser la palabra de dios. Por eso mismo, por llevar a los límites los sentimientos y el pensar sobre la condición humana, es un foco hecho de sombra y no de luz para inspirar la exclamación poética y las preguntas límites.

Una imagen ¿muestra más verdad que la palabra escrita?

La palabra, cuando le atañe la cuestión de la verdad, contiene un juicio implícito con respecto a un objeto o una acción; de acuerdo con esto, la palabra puede ser verdadera o falsa según la naturaleza del juicio que cobija. La imagen, en cambio no es ni verdadera ni falsa, sino algo en sí misma, una construcción de la mente, cierta impresión en el papel, haces de luz en la pantalla, y se la puede descomponer a voluntad, como hacen los pintores, a veces guiados por la verosimilitud, a veces no, y siempre desde un punto de vista, el del ojo observador. Aunque se presenta congelada, la imagen puede variar el sentido según el contexto en que aparece.

Por otro lado, las palabras son sorprendentes: no están necesariamente sujetas a la cuestión de la verdad: son ricas en significados, se asocian a mil otras palabras, cargan pasiones como un fantasma que arrastra cadenas.

En suma, ni la imagen ni la idea muestran la verdad porque sí; con todo y eso, más que la imagen, la palabra se adecúa a la determinación de la verdad lógica o científica y al razonamiento. Un rasgo de la poesía es que las combina a ambas de forma casi mágica, es decir sin límites, fundiendo ritmo, sensaciones y pasiones con acontecimientos.

Usted tiene un ritmo, una estructura en donde no sobran ni faltan palabras ¿puede intuir cómo se originó en usted esa característica?

He tratado de encontrar la razón de este rasgo estilístico en mis textos literarios, y cada vez me encuentro con una especie de duda metódica. Podría cubrirme las espaldas diciendo que siempre hay la pregunta por el estilo, pero no se vale salirme así, con una generalización. La manera de escribir se va construyendo despacio a la sombra de las lecturas, con la energía de las propias preferencias espontáneas, por el matrimonio con la lengua, que no es fluido como ocurre con todos los matrimonios. Las tendencias literarias de la época son referencias positivas o negativas. También existe una voluntad de forma, uno elige cómo escribir, porque le sale así, y lo mejor es ser fiel a ello.

En mi caso, he depurado el estilo desde un gusto casi barroco hasta el texto preciso, pobre en adjetivos y adverbios, con inclinación a las oraciones cortas, a lo sintético. En esta línea publiqué un cuento largo, «El sexo fuerte», de unas 50 páginas, escrito sin adjetivos y libre de adverbios que agreguen emoción. Hoy la lengua se ha vuelto más racional y estructurada que en mis primeros escritos. La razón más sincera es que me gusta así, administro mejor lo que digo y sobre todo cómo lo digo. Esto provoca una manera cada vez más lenta de trabajo, incluso a la hora de escribir relatos breves.

Su libro, Autoengaño, ¿podría ser una de las más claras expresiones de la literatura como respuesta a las interrogantes filosóficas?

El autoengaño es un tema rebelde, subestimado, que repele al pensamiento lógico, puesto que funciona asumiendo una contradicción, pero ya sabemos que las condiciones de la conducta humana no se rigen por el principio de identidad. El autoengaño condiciona la percepción de nuestros actos, para ser más precisos es una forma de percepción oblicua, empañada, y si se agudiza la mirada, cada vez se ven más procesos de la conciencia condicionados por él. Es rebelde por la dificultad de encasillarlo en una definición única. Es rebelde porque pone en cuestión la sinceridad, y dinamita la buena conciencia cuando uno cree actuar en nombre del bien que amparan mis creencias o valores. He llegado a formularme la teoría de que los monstruos imaginarios, los monstruos del arte, los de las religiones, que siempre están hechas de mitos, así como las conductas monstruosas que pueblan la literatura (y no solo la narrativa) se gestan en movimientos autoengañosos: el autoengaño contribuye a la dinámica del conflicto, alimenta el círculo vicioso. Léase Edipo Rey, por ejemplo. ¿Qué son los gigantes y encantadores de don Quijote? Ya he escrito sobre eso, y preparo un libro sobre el autohipocresía y la fábrica de monstruos.

“LA POESÍA ES EL REINO TRIUNFANTE DEL ME DA LA GANA”

¿Cuándo comenzó a sentir que escribía poesía, que buscaba la poesía?

En la poesía buscaba una forma de expresión libre, sin restricciones, algo así como decir: la poesía es el reino triunfante del me da la gana. Pero me equivoqué: la búsqueda de la forma limita el esfuerzo. El mejor decir es un resultado insatisfecho de la poesía.

¿Qué marcó en su infancia el destino como escritor, como poeta?

No lo sé, aunque tengo la vaga fantasía de que fue una contradicción: por una parte, el estar enfermo hasta los 12 años de edad, la dureza de verme abatido por las calenturas recurrentes de la fiebre Malta, y, por la otra, el ambiente mágico y feliz que procuraban mi entorno familiar y en especial mi abuela Rosalina. Uno de los motivos que me atiza la necesidad de escribir ha sido trabajar, es decir, revivir, repensar esa experiencia, volver sobre la contradicción, olvidarla y regresar a ella. Se me podría reprochar que estoy exagerando la ensoñación provocada por este conflicto: no lo sé. En las brumas de la memoria más antigua uno pesca a ciegas.

 

 

¿Cuál ha sido su sueño más preciado?

Algo imposible: una humanidad sin guerras, pero la humanidad es suicida; es la única especie que destruye sus medios de supervivencia.

¿Qué parte de la vida no puede explicar, qué se le escapa?

La violencia, y la cuota de agresividad maligna que está en sus orígenes. Tal vez sí sea explicable, pero con múltiples explicaciones.

¿Cuál es su gran pasión?

Fantasear.

¿Somos lo que somos gracias al lenguaje, al habla, a la escritura?

Tal vez sí. En principio la lengua es un instrumento de relaciones con el mundo que contribuye a que ese mundo sea comprensible dentro de mis marcos de referencia; no crea mundos, pero mediatiza la relación con ese algo que está fuera de mí. Nos hacemos a nosotros mismos en un mundo mediado por el lenguaje.

Hay gente siempre definiendo lo que es poesía, aunque al parecer es una definición inatrapable: ¿tiene una idea que le defina lo que es poesía?

Limitémonos a la poesía lírica: la poesía es un mundo de palabras en el que asumo que todo es posible: lo lógico y lo ilógico, lo natural y lo irreal, la libertad absoluta de arrojar el verbo a la nada y las restricciones que si impone la lengua solo por el hecho de expresarse.

¿Qué duele más hoy en día?, ¿qué le conmueve más?

Lo que más me duele es la insensibilidad humana frente al sufrimiento. Esta insensibilidad contribuye al suicidio de la especie.

 

Rafael Ángel Herra, escritor costarricense nacido en Alajuela, Costa Rica, el 18 de noviembre 1943. Entre los géneros que ha escrito se encuentran la novela, cuento, ensayo, poesía así como crónica periodística. Ingresó en la Universidad de Costa Rica a estudiar Derecho. Sin embargo, tal vez por influencia del filósofo español Constantino Láscaris-Comneno, hizo un cambio de timón y se dedicó a la filosofía. De forma paralela también hizo Estudios Clásicos. Al acabar Filosofía inició su carrera docente en la Universidad de Costa Rica. Luego viajó a Alemania con una beca del Deutscher Akademischer Austauschdienst y en Maguncia concluyó su Doctorado en Filosofía. Como disciplinas complementarias, estudió Filología Románica y Literatura Comparada. De vuelta a Costa Rica (1973) asumió la dirección de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, la cual dirigió por casi tres décadas, actividad que compartió con la docencia y la escritura. Al final de su carrera en la Universidad, ocupó los cargos de Embajador de Costa Rica en Alemania y en la Unesco. Fue Catedrático de Filosofía (Universidad de Costa Rica (1967-1998)). Director de la Revista de Filosofía la Universidad de Costa Rica (1973-1998). Director de la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva (Universidad de Costa Rica, 1974-1976). Articulista del diario La Nación (Costa Rica) desde 1973. Embajador de Costa Rica en Alemania (1998-2002) Embajador ante la UNESCO (2000-03). Es además miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua.

 

José Pulido (Villa de Cura, estado Aragua, 1945). Poeta, narrador y periodista venezolano. Fue asistente del director de la revista BCVCultural, del Banco Central de Venezuela, desde 1998 hasta su jubilación. Recibió el Premio Municipal de Poesía Distrito Libertador, 2000, por el poemario Los Poseídos. Fue sub-director de El Diario Católico (1975), jefe de redacción del diario Última Hora (1978), jefe de redacción de la revista Imagen (1994) y asesor de prensa del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber (1996). Director de las páginas de arte de El Universal (1996-98), El Diario de Caracas (1991-1995) y El Nacional (1981-1988). Miembro fundador de los suplementos culturales Bajo Palabra (Diario de Caracas) y El otro cuerpo (Suplemento del Ateneo de Caracas, encartado en El Nacional). Ha publicado los poemarios Esto (1972), Paralelo lelo (1972), Los poseídos (2000), Peregrino de vidriera (2001) y Duermevela. (2004). En narrativa ha publicado Pelo Blanco, Una mazurkita en La Mayor (novella, Premio Otero Silva, 1989), Vuelve al lugar que se te ha señalado (cuentos), Los Mágicos (novela, 1999), La canción del ciempiés (novela, 2004), La sal de la tierra (entrevistas, 2004), El bululú de las Ninfas (Novela, 2007), Dudamel, la sinfonía del barrio en los Libros de El Nacional 2011, El requetemuerto (novela, 2012), Los héroes son villanos tímidos (cuentos, 2013), entre otros.  Sus poemas están publicados en diversas antologías de América Latina, España e Italia. En la actualidad reside en Génova.

El poeta Jose Pulido (foto de Jose Amador Martin)

 

Imagen de cabecera: Foto de Diana Méndez




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