Colaboraciones

Valentín Navarro Viguera: ‘Al lado azul de la nada’. Diáspora de ida y vuelta en la poesía comprometida de Leonardo Nin

 

En octubre de 2024, casi recién salida de imprenta, recibía en Salamanca de las manos del dominicano Leonardo Nin la recopilación antológica de su poesía, de sugerente título, Al lado azul de la nada (Editorial Efímera, colección Il Miglior Fabbro, USA), dividido en tres secciones («Sin sombra», «Blanco y negro» y «Fragmentario»), con la evidente intención de síntesis y ejemplo de su obra poética, pero, además, con el propósito de construir un nuevo relato lírico como unidad independiente del resto de su producción. El lector asiste en estas páginas al viaje de la vida y de la obra del poeta. El título funciona como localizador existencial, tomado de los dos últimos versos de del primer poema recogido: «Al extremo azul de la nada». ¿Qué hay más allá de la nada? Nada. ¿Y junto a la nada azul? La palabra del poeta, su poesía, y el esplendor radiante de la luz de su Caribe, que lo inunda todo. La incongruencia del mundo en el que se ubica funciona como continuo desestabilizador del sujeto lírico, definido desde el principio por la vía de la negación. Se trata de un ser incompleto, imperfecto, insatisfecho, por tanto, de un individuo desubicado y desplazado de la vía normativa y aceptada por la ceguera de los muchos o por la resignación de la mayoría. El vacío, paradójicamente, llenará el cuenco emocional de esta peculiarísima y destacada voz hispanoamericana. En contraposición, la poesía se convierte a veces en deseo y en la celebración de la alegría, de la armonía panteísta con la naturaleza, como si fuese una mínima pieza orgánica de un todo superior.

Homenajea a la literatura hispanoamericana, a veces para desdecirla, como en el caso de Borges, Darío, Neruda, Roque Dalton, García Márquez, Jaime Sabines o, como en los poemas iniciales en que recrea, a modo de «manual», las famosas instrucciones del Cortázar de Historias de cronopios y de famas, o el uso adjetivado que hace a veces de los idílicos y bohemios cronopios. Pero esencialmente el homenaje intertextual es a la poesía dominicana, al citar en sus paratextos a poetas como Manuel del Cabral, Jean-Dany Joachim, Juan Matos, Pedro Mir, Lupo Hernández Rueda, René del Risco Bermúdez, Enriquillo Sánchez, Derek Walcott, el postumismo de Domingo Moreno Jiménez o Juan Sánchez Lamouth. También su poesía se debe a la lectura atenta de la mejor tradición española, como poemas que se cruzan con los caminos de Antonio Machado —que además de versos le dejará la lección moral de que no hay valor más alto para el hombre que el de ser sencillamente hombre—, el verdor neoyorkino de un «Lorca trasnochado», la negra poesía táurica de Miguel Hernández o los ideales quijotescos, personaje universal con el que acaba identificándose. Esta diáspora caribeña es, pues, paradigma de otras tantas diásporas del mundo.

La poética de Leonardo Nin se sitúa en unas coordenadas espacio-temporales sustentadas por los pilares de la ensoñación. Observa la realidad desde un mundo que ha sido abandonado recientemente y que parece que, si vuelve la vista atrás y se pone de puntillas como un sol que amanece, todavía puede ser contemplado, si bien con la mirada interna, honda, muy honda, de la melancolía. Aunque residente en Boston, su poesía es una poesía caribeña que recoge el calor ingobernable de larguísimas noches de insomnio, el azul espléndido del mediodía y las torrenciales lluvias tropicales. Y es que el discurso poético de este humanista es un correlato del hombre Leonardo Nin. Uno y otro son de corazón cálido, de noches de merlot y de trato torrencial.

Porque el sujeto poético de la obra de Nin es una personificación del judío errante, aunque desde la falta de fe en la parusía. Queda, pues, identificado con el ángel caído, que, expulsado de su paraíso natal («desterrado de un huerto»), se ve expuesto a deambular por el extrañamiento de la ciudad ajena («aquella tierra que no es ni de un lado, ni del otro…») y enajenada, y acaba por oponerse a cualquier ídolo de barro. El hombre —la raza humana —es tentada por el conocimiento y el pecado. En ese instante mítico (Génesis 3: 14-24) comienza el éxodo de la diáspora, el abandono o derelicción existencial al que se ve predestinado el desamparado por los dioses… o por el dios. En el intenso y programático poema «El árbol prohibido», síntesis de la poética y el pensamiento de nuestro poeta, pinta su autorretrato, como un ser libre:

Frente a este fuego, me declaro ciudadano de ninguna parte,
ilegal a las leyes de los dioses del planeta,
híbrido preñado de palomas.

No obstante, este homo viator desterrado se sueña asido a las curvas del amor, se deja llevar por el susurro y la voz de la sensualidad y, entonces, rinde tributo a la belleza, identificada aquí y allí, continuamente, con la poesía y con la mujer, como en los hermosísimos «Oda a una mujer en lo oscuro» o «Versos degenerados». Como tantos poetas de la modernidad, reflexiona sobre su labor de orfebre: zigzaguea cada consonante y se abre a las vocales de cada nombre; deconstruye las palabras, las hace caer desde altazor a su pensamiento, en una largo viaje de reformulación, porque sabe que para construir, a veces, es necesario derrumbar lo establecido; vacía la palabra de su carga semántica y la presenta desnuda ante la vista del espectador que, si no es el hipócrita lector incapacitado para lo sublime, no podrá apartar los ojos del baile armonioso con que lo embelesa. La poesía de Leonardo Nin conserva la alegría de los ritmos caribeños («Bachata para Teresa»), de la mixtura de las religiones ancestrales, de la magia negra del vudú y del misterio cristiano, entonada, unas veces, como un grito abierto a la libertad y, otras, de forma entrecortada, repetitiva, machacante o, incluso, contradictoria. Es una poesía que tiene, como Bécquer, alegre la tristeza y triste el vino. La paradoja del destierro permite que el poeta nos sonría con sus versos, al mismo tiempo que bailen en el brillo de su mirada presentes huellas de nostalgia. No cabe duda de que es la suya una escritura autobiográfica.

La reflexión metapoética es leitmotiv, a la que hay que añadir como nota distintiva un culturalismo que es reformulado, desde los presocráticos hasta los textos bíblicos, pasando por la deconstrucción de la famosa cita de Terencio de que nada humano es ajeno al hombre, que, ante la condición salvaje de este a lo largo de la historia, Nin negará tajantemente con el firme propósito de «confiar lo menos posible / en el mañana de los hombres», pues asiste al espectáculo macabro de la expulsión genésica del paraíso y a la consecuente condena al trabajo y a la envidia cainita:

Un prójimo corre
con la frente estampada
por una quijada
ensangrentada de culpas,
el sudor de su frente de maldito.

La misma función desempeña los referentes mitológicos, incluido el cristiano, en poemas como «Te deseo mitológico», «Otro Génesis, con Dante, si acaso» o «Panfleto en la catedral del humo». Sirven para desmontar las falacias y los disfraces, contra el abuso materialista y contra la corrupción, contra el becerro de oro del capitalismo. También es interesante la reescritura que hace del cuento de Caperucita en «La verdadera historia», donde el poeta adquiere la condición marginal del lobo para terminar respondiendo que el tamaño descomunal de sus rasgos es «para contarle al mundo / la versión de los que nunca pudieron». Pero como el ya citado Bécquer, Leonardo Nin sostiene que el lenguaje se muestra insuficiente e incapaz para expresar su imaginación, pues aquel es rebelde, asilvestrado y tosco: «el verbo sólo no es suficiente». Además, es consciente de que su intento es inútil: el poema no llega al lector, porque está idiotizado con ídolos artificiales.

Los poetas Leonardo Nin, Salvador Madrid y A. P. Alencart, en el Festival de Los Confines (Honduras, 2023)

Pienso en el poeta Leonardo Nin del antológico Al lado azul de la nada como un luchador inconformista. Ser consciente del dolor repartido por la existencia como esporas por el aire no es sinónimo de haber entregado las armas. Se trata de una poesía tremendamente vitalista y, por ello, necesaria, de una voz comprometida contra las injusticias, de protesta y de denuncia que se eleva sobre el mutismo de los silenciados. Es un ecce homo rendido ante la evidencia metafísica del paso del tiempo que, sin embargo, se rebela contra la realidad del poderoso y contra el aborregamiento servil. Aquí la poesía es el dedo índice que señala a los culpables, que no cede, que, firme, se mantiene a flote bajo el oleaje de la oligarquía. Poner voz a los que no la tienen, a la realidad que se quiere ocultar como sombra de una sombra platónica, al mundo que se quiere metamorfosear en el solo oficial y pobremente aceptado por los ciegos de espíritu crítico. Desde el discurso occidental de los todopoderosos que alzan su voz desde salas resplandecientes, desde los despachos ovales de las alas oeste de todas las casas blancas del mundo, con sus caobas muebles en que se crucifican a cristos-hombres-marionetas de la historia, desde  donde los hombres-gallinas se sientan a incubar las vergüenzas del mundo, desde allí, hay un poeta que yergue su palabra para hacer ondear al viento la bandera manchada de sangre, hambre y miseria de todos los menospreciados sobre la faz de la tierra, para levantar acta contra la desigualdad y a favor de la esperanza. La poética del compromiso es, por tanto, una invitación a la acción, a cambiar al hombre para cambiar al mundo, para que la cultura (todavía el ignorante no entiende que la poesía es una forma de conocimiento y la expresión culta más depurada) dote de contenido crítico («siego pensamientos y los elevo al viento / para que los respire la ignorancia y se muera») a los cada vez más alienados consumidores de pantallas móviles, que se revuelcan por el lodazal de su podredumbre cerebral. Véase al respecto el poema «Demoscracia», con el que explicita el empobrecimiento del juicio, sustituido por la adhesión a discursos sentimentaloides que calan en la sociedad acrítica, o la irónica imitación del lenguaje raquítico usado en redes sociales y aplicaciones de mensajería: una prolongación del romano «pan y circo», puerta ideológica por donde se cuela la desesperanza en el ser humano.

En su vertiente crítica, la poesía de Leonardo Nin es testimonio y confesada oposición contra las desigualdades y la discriminación. También contra la tradición impuesta, que lleva hasta la animalización del hombre desterrado, visto, desde la óptica del blanco americano, como «una manada mestiza de ganado». La necesidad de ruptura (la poesía es necesaria o no es poesía), desde planteamientos marxistas contra la alienación del ser humano, explica el estilo de los poemas antologados. El predominio del verso libre se convierte en el cauce perfecto para expresar un pensamiento libre o la necesidad de alcanzar la soñada libertad e igualdad de los rechazados por razones de discriminación. Como en el postumismo, los acentos del verso son emocionales. Una forma libre para un alma libre que sigue el consejo de Machado en Nuevas canciones: «Verso libre, verso libre. / Líbrate mejor del verso / cuando te esclavice». De ahí que en las páginas de Al lado azul de la nada la intertextualidad con los versículos bíblicos, con Whitman, Neruda, Vallejo… sea una constante. Contra el corsé impuesto por la métrica clásica, de origen de influencia italianizante en España, el poeta caribeño necesita romper los reflejos ideológicos dominantes y lo hace a través de un uso muy determinado del lenguaje. La misma función tiene la ausencia de signos de puntuación, que no es absoluta, pero que se suprime significativamente para marcar el ritmo del juego conceptual propuesto. Nin busca los arrabales de esa ideología bienpensante, de ese pensamiento maniquí que decora los escaparates de una sociedad dormida; y lo hace situándose en los márgenes de los arquetipos sociales aceptados. La intención de ruptura cultural es uno de los motivos recurrentes en nuestro poeta, que mira de frente, para nombrarla, a la negritud, a la diferencia de clases, a la tecnificación, a la insensibilización y a la incivilización. La propuesta de igualdad y libertad es la semilla plantada en los versos del poeta, que habrá de florecer, como ya lo hizo en aquel, «en la invención del ojo del lector». Contra el racismo, afirma en «Negración» la identidad de los opuestos, pues blanco y negro son esencialmente las dos caras del mismo espejo:

Si me dices, que no eres
te mostraré mi cara
para que veas la tuya
del otro lado del espejo.

Consiste esta poesía en la búsqueda de la exactitud expresiva, del desvelamiento de la verdad y en la precisión del verso que refleje la realidad del ser humano en toda su complejidad, no sólo en su dimensión histórico-social, sino también en el vaivén del amor al desamor, en la importancia de la familia y en la pérdida de los seres queridos, pues la negra muerte recoge los restos de la madre en la negra noche del poema «Mi madre», un desgarrador canto lleno de afecto que personifica la imagen cristiana de una piedad invertida, en la que es el hijo el que recoge a la madre en su regazo. También tiene lugar la reflexión sobre la propia muerte («Devolveré planchado mi vestido de huesos») y la aceptación de la realidad material del ser humano («espacio, tiempo y materia»), desde la sentencia del Génesis (3:19) de que somos polvo y en polvo nos convertiremos («Al final»).

El universo poético de Nin sólo puede entenderse si partimos del concepto de distancia, pues el poeta «solo sabe mirar y recordar / en la distancia». Se trata de un espacio emocional, sentimental, cultural, social, racial, histórico, entre su identidad y un antitético mundo de cartón piedra que triunfa por el éxito que impone la mirada ciega de la sociedad consumista, capitalista, aburguesada, adocenada y deshumanizada. Pero la distancia no es deseada, sino impuesta. Y el poeta, pobre, no puede hacer otra cosa que maldecir con su verso, señalar con su palabra justa dónde está la injusticia. Pero la diáspora trasciende las circunstancias y adquiere una dimensión existencial que abre la puerta a una reformulación metafísica del tiempo, de la nada, de la identidad del ser y de su esencialidad marginal. La poesía espeja la realidad y en ella Nin proyecta sus utopías. Por el camino de la esperanza, con paso seguro, sin dudas, camina esta trayectoria poética, en la que pone su grano de arena —su escritura—, al ceder su voz y al asesinar al silencio con palabras («Yo, ser-piente»).

Podemos considerar la antología Al lado azul de la nada como la última expresión poética lograda de la diáspora dominicana en Estados Unido, aquella que empezara con el desplazamiento de los hermanos Max y Pedro Henríquez Ureña. En la obra de Leonardo Nin, el poema «Distopía» puede considerarse como uno de los ejemplos más logrados de la expresión de la diáspora, como negación de la historia oficial, simbolizada en «las líneas y las estrellas de una bandera / dormida, raída en un poste», mustia, con la que acabará identificándose los referentes del poema, que no son otros que los desterrados, los emancipados, los ilegales y los deportados, ninguneados o rechazados por la realidad americana. Así, en «Poeta de la crisis», sentencia:

Porque entre negrero, amo, colono
dictador, ladrón, asesino, capitalista,
inversionista, corredor de bolsas,
solo la época es la diferencia…

 

Leonado Nin, el alcalde de Salamanca y Willy Ramirez, durante el XXVII Encuentro (foto de Jose Amador Martin)

La memoria es recreación de lo vivido y evocación del Edén, como una forma ficcional de regreso. Pero el recuerdo también sirva para tejer y zurcir la unidad perdida, materializada en forma de poema. No olvidemos que Mnemosyne es la madre de todas las musas. La ruptura temporal que abre el destierro como una herida, hendidura o tajo existencial, marca la idealización de un antes y la necesidad de reelaborar un ahora grotesco, además de contribuir en la alteridad o dualidad entre el yo de entonces y el nuevo yo o alter ego del que fue. La diáspora confirma la multiplicidad del caos. Los recuerdos se presentan como un dibujo mal trazado o como un laberinto —símbolo clave en esta poesía— en el que se inserta el poeta-Teseo-Ícaro, que soporta en soledad sobre sus hombros una torrencial lluvia de memoria. Lo perdido será recuperado a través del verso. Los poemas «Declaración jurada» y «BIOS La muerte de un Narciso» proponen esa indagación en la identidad a través de la distinción entre los verbos copulativos ser y estar y la ambivalencia de ser todo y nada a un mismo tiempo, aunque acabe identificándose con esta última: «Nada y nada más que nada». No es el lugar deseado, sino el impuesto por los que ningunean y desprecian al negro afrodominicano. La antítesis racial da título a la segunda parte de la antología, tomado de su poemario Poemas en blanco y negro (Editora Índole, El Salvador, 2014). El aforismo heracliteano de conocerse a sí mismo es inalcanzable para el extraño con el que convive el sujeto poético, consumido en el extrañamiento hacia la nada al que nos somete el tiempo:

         ¿Hasta dónde bajará mi ataúd,
cuando nadie me recuerde?
Hasta la nada, la absoluta nada…

Una catarata surrealista de imágenes sorprendentes es el rasgo más característico de la poética de Leonardo Nin. Se trata de la relación de elementos muy alejados entre sí. Son metáforas de la diáspora: imágenes del despatriado, del exiliado, del mestizo, que, con la recreación onírica-freudeana de ese espacio distante y físicamente real entre el origen y el destino del ser, logra expresar la cara oculta de un universo mágico visto —y que pone ante los ojos del lector— por la mirada lúcida del poeta Leonardo Nin. Hay, por tanto, que hacer, en muchos versos, un largo viaje con la imaginación para llegar a los referentes de esas metáforas. Requiere la creación del poeta la recreación del lector, cómplices para que se produzca la necesaria emoción del poema. Para ello, juega con los sonidos de las palabras («multiforme deforme uniforme») para descubrir un nuevo aspecto de la realidad, usa neologismos mediante la eliminación de espacios y la superposición de términos («colonigringoimperiadesestabilizamanipuladomitido madopriminpuesto»), o recurre a las aliteraciones y el eco desde donde resurge su identidad como poeta, que lo es sólo por el verso que escribe. La voz poética existe sólo por la palabra creadora, fecundadora, dadora de vida. El verso crea al poeta y el lector lo resucita del olvido. La poética intimista de Leonardo Nin lo expresa:

Me leíste, te invadí…
Si me buscas
estoy ahí.
No, ahí no,
más adentro.

En el estilo del poeta Nin es la sensualidad y un lenguaje erótico una de sus notas más destacadas. Es una poética del destierro y del olvido, una poética de la nostalgia y de la memoria, pero también es una poética del Eros. Muchos poemas hablan del erotismo de la carne («Versos degnerados»), del acto de amar mientras suena Blue in Green de Mile Davis («Una mujer con sordina») y de la sensualidad metapoética («Coito intelectual»):

Y le acaricio, excitándole con el roce de mis yemas,
hendiéndole, desvistiéndole, sacando de su aliento
cuando encorvo sus hojas a mi conveniencia,
los tesoros escondidos en su cuerpo de Medusa y Venus,
medio blanca, medio lisa, cuan astro de luz fulgurante,
lunático claroscuro imaginario.

Posiblemente «silente» sea el adjetivo más repetido en la selección poética de este espléndido Al lado azul de la nada. Hay un silencio que lo cubre todo: una ausencia vela la existencia, del mismo modo que una nada que avanza como sombra en la tarde, lentamente, cubriendo de soledad —soledad en compañía o soledad de soledades— el mundo de los vivos y, para el poeta, el de los muertos. Contra ese silencio impositivo, inherente a la idiosincrasia de la diáspora, el lenguaje poético se remonta al taíno para recuperar las raíces que la colonización, como el primer imperialismo invasor, fue desterrando. Supone un acto de rebelión contra la despersonalización que Leonardo Nin ha estudiado en su faceta de lingüista y antropólogo, como la recuperación de las expresiones recogidas en «Transeúnte» («¡Wepa! ¡Ombe! ¡Caramba!», «¡Ajá, ujúm!»), en «Mueh mem», en «Te deum» («yon-yón, bicuite, luace») o las referencias a las divinidades del vudú dominicano en «Perfidia» («Belié, Anaisa, Legbá»). Otras veces, para expresar que está hastiado de la repulsión racista, le grita a los deshumanizados, en tono coloquial, que «yo soy normal, coño, / yo soy normal…» («Ida y vuelta»).

La ética machadiana que sustenta el humanismo comprometido de Leonardo Nin es la imagen que termina proyectando el espejo de los poemas de Al lado azul de la nada.

Yo, tiempo, materia, medio-tiempo, alma
cuerpo, hoyo, hoyo profundo,
muerte, laberinto de incógnitas,
vida: existencia perenne
del recuerdo.

Ahí, en un rincón del recuerdo, se eterniza la poesía de Leonardo Nin, que llega con el aroma del mar caribe y del asfalto gris de la urbe.

 

Valentín Navarro Viguera (Sevilla, 1979). Profesor y Doctor en Literatura Española. En su faceta de crítico literario tiene artículos en revistas literarias y culturales especializadas como Salina, Esfera, Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Granada, Semiosfera, Instituto Cervantes, colaborador de Mercurio y coordinador de la sección de poesía de la revista Vía Marciala. Ha publicado el ensayo El pensamiento poético de Leopoldo de Luis (2019) y los libros de poemas De lo visible, lo invisible (2016), Nosotros en la tierra (2018), Aquella luz entonces (2023), así como la plaquette Septiembre (2022). Ha participado en la antología Humuvia (2023). Por estos libros ha recibido el Premio Internacional de Poesía Rafael Suárez Plácido, el Premio de Poesía Isabel Ovín y el Premio Internacional de Poesía Asterión. Ha obtenido el Accésit de la XI Edición del reconocido Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por el libro ‘Movimientos de luz’, editado por la Diputación de Salamanca, el cual se presentó en marco del XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos – Salamanca.


Leonardo Nin, escritor y antropólogo dominicano. Egresado de la universidad de Harvard. Es uno de los principales representantes de la literatura dominicana contemporánea. Ha publicado diversas obras literarias, entre las que figuran: Guasábaras (cuentos 2003), Sacrilegios del excomulgado (cuentos 2008), Poemas en blanco y Negro (poesía 2014), La porfiadas (teatro 2018), Espacio Pagado (poesía 2019), Solo sé que le llamaban Sombra (novela 2019), Por eso no volveré nunca (cuento 2019), Al lado azul de la nada (poesía 2023). También ha desarrollado una intensa labor literaria y de investigación lingüística y antropológica sobre las variaciones fonéticas del castellano en América y las influencias de la lengua taína y las lenguas africanas en las vertientes modernas de comunicación.
En el 2007 fue galardonado con el premio nacional de la Juventud, en el 2016 ganó el primer lugar en el concurso de cuento Radio Santa María, en el 2018 recibió el premio Ultramar de literatura en teatro, y en el 2019, mención de honor en el concurso de literatura de la Fundación Global (Funglode) en la categoría de cuento. Nuevamente, en el 2019 recibió el premio Ultramar en novela y cuento respectivamente. En el 2021 recibió el Premio Irma Contreras de cuento de la Feria Internacional del Libro de Lawrence, MA. Fue poeta celebrado en al Feria Internacional del Libro de Neiba, Republica Dominicana en el 2022. Sus trabajos literarios y de investigación han sido publicados en diversas antologías y revistas literarias nacionales e internacionales.
En la actualidad es subdirector del Museo Taíno Maguá Ojo de Agua, columnista de la revista Touristmood.es y coeditor de Ivy editorial, Boston, Estados Unidos.  

 

Leonardo Nin, A. P. Alencart y Valentin Navarro en Salamanca (foto de Luis Aguilar)

 




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