Desde Tiberiades agradecemos a la profesora Rodica Grigore por permitirnos publicar la introducción de su mas reciente libro de ensayos, “Viajes y literatura / viajes en literatura” y cuyo subtítulo es “La narrativa latinoamericana del siglo XX en cinco expresiones: José Eustasio Rivera, Ricardo Güiraldes, Juan Carlos Onetti, Jorge Amado, Álvaro Mutis”.
Introducción
„Para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir,
solos los dos somos para en uno.”
(Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha)
Atraído por las distancias o fascinado por la experiencia de un camino desconocido, el viajero tiene también, desde el principio, la inclinación a contar sus acontecimientos. Por eso, al final del camino, el viajero siempre contará una historia. Sin embargo, la diferencia entre un viaje real y uno imaginario sigue siendo bastante difícil de establecer, “mientras el escritor-viajero, a través de su propia escritura, fábula”[1]; por la razón de que cualquier viaje representa no sólo un movimiento en un espacio geográfico y un tiempo histórico bien definidos, sino también una experiencia de un orden social y cultural diferente, de la alteridad y, por supuesto, del yo, de la identidad. Básicamente, cualquier viaje significa sólo en un primer nivel de significados recorrer un camino y contemplar el mundo exterior, siendo su significado profundo conocer, comparar, comprender. Precisamente por eso el viaje se opone a la vez a la peregrinación y al turismo, afirmó Daniel-Henri Pageaux: el viajero valoriza la individualidad de su acto y de su decisión en su propio beneficio. El viaje se convierte, por tanto, en una fuente de información que podrá constituir un verdadero tesoro intelectual, pero también (y sobre todo) una profunda experiencia iniciática: nadie sea, al final de un viaje, el mismo que se fue en el camino.
Ejemplos de esto abarcan una amplia gama de escritos, desde el Éxodo bíblico (modelo de “peregrinatio vitae”) hasta la Odisea de Homero, o desde la Divina Comedia de Dante hasta la gran novela de Cervantes, Don Quijote, por nombrar sólo algunos títulos. Sin embargo, lo esencial sigue siendo, que cada vez el viajero elabora de una manera o otra su relato, convirtiéndose en el héroe simbólico de su propia historia, comportándose más de una vez como si él desempeñara su papel en un escenario, siempre actualizado por el acto mismo de contar historias. Además, con la época del Renacimiento aparecerán nuevas estructuras literarias, especialmente la utopía – si pensamos, por ejemplo, que no hay discurso utópico sin un viajero intentando a descubrir tierras desconocidas, así como no hay aventuras (sean reales o imaginarias) sin un viajero que enfrenta todos los peligros imaginables. Así, la novela de aventuras (textos picarescos o educativos, siguiendo el modelo del Bildungsroman) está ligada por excelencia a la experiencia del viaje y a la imagen del viajero, así como a su capacidad fabulatoria. Posteriormente, la concepción romántica del viaje pondrá en primer plano la imagen de un protagonista dispuesto a caminar, si es necesario, no sólo hacia el fin del mundo, sino también en una compleja búsqueda interior, para descubrir sus potencialidades y resaltarlas, su valor y comprensión, tanto del mundo que de su propia alma. Los modelos de tales enfoques son numerosos y diversos, desde las aventuras homéricas o la de Eneas de la epopeya de Virgilio hasta los trágicos Hamlet o Macbeth; y si el primero de los héroes de Shakespeare atraviesa “el largo y tortuoso camino que lo acercará al desconocido reino de la muerte, el segundo se eleva hacia los oscuros rincones de su alma”[2].
Hay, sin embargo, viajes esencialmente simbólicos, que ponen en primer plano el deseo de conocimiento intelectual y la capacidad del escritor para revertir estructuras establecidas, convirtiéndoles en peregrinaciones entre libros: expediciones a bibliotecas. No olvidemos que Jorge Luís Borges comenzó su famosa ficción titulada Tlön, Uqbar, Orbis Tertius con estas palabras: “Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar.” Si, en general, viajar significa tomar posesión de un determinado espacio (extranjero), los viajes simbólicos representan principalmente un acercamiento personal al universo de las ideas, la recomposición imaginaria de algunos dominios míticos, ofreciendo al lector una experiencia de iniciativa literaria ante todo. Cada viaje expresa también el deseo de transformación interior, determinado por la necesidad de nuevas aventuras, lo más diferentes posible, duplicada por la aspiración de identificar el centro (del mundo) o la verdad (de la vida) – y las aventuras de Pantagruel de la narrativa de Rabelais o los de Gulliver de la novela de Jonathan Swift lo demuestran. Visto desde esta perspectiva, el viaje simboliza la necesidad de conocimiento y de evolución espiritual, de investigación y de búsqueda de si mismo, de valoración de las posibilidades personales en determinados contextos, confirmando así la vocación del verdadero viajero que, como decía Baudelaire, sólo sale para partir, soñando un desconocido territorio más o menos accesible, pero arriesgándose, de este modo, a no encontrar aquello de lo que quería huir: su propio yo, como consideraban Jean Chevalier y Alain Gheerbrant en sus Diccionario de símbolos. Prueba, si hacía falta más, de que el único viaje verdadero que el hombre puede hacer hasta el final es el interior (profundo, alto, vasto…) de su propia alma.
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La literatura latinoamericana (no solamente la del siglo XX) incluye numerosas formas y representaciones de viajes; además, la experiencia de los protagonistas de esta experiencia de descubrir tierras o mundos desconocidos se duplica con la de los propios autores. Así, en un interesante proceso de reflejo mutuo, los escritores repiten, a nivel simbólico, los viajes que realizan sus personajes (viajes que tampoco quedan en el nivel de una experiencia estrictamente física), y al final de esta empresa adquirirán no sólo la plena conciencia del propio talento, sino también la de la gran literatura. Los viajes literarios lo prepararán, por tanto, el camino hacia la literatura, demostrando también su originalidad.
Los escritores que consideraremos a lo largo de este libro (José Eustasio Rivera, Ricardo Güiraldes, Juan Carlos Onetti, Jorge Amado y Álvaro Mutis) pasan por esta experiencia, y los protagonistas de sus novelas (el poeta Arturo Cova de La vorágine, el joven gaucho Fabio Cáceres de Don Segundo Sombra, el creador de universos ficticios Juan María Brausen de La vida breve, Gabriela hecha “de claveles y canela” de la novela del mismo título, Pedro Archanjo de La tienda de los milagros, o Maqroll el Gaviero de La nieve del almirante o Un bel morir) viajan por todo el mundo, atravesando la selva amazónica, la pampa argentina, el árido sertão brasileño, los mares y ríos tormentosos o las grandes ciudades del continente, pero el destino estará, para todos, más allá de los caminos, las peregrinaciones, esfuerzos y planes o sueños audaces: su alma. Cada uno llegará a conocerse completamente, a comprender su valor, pero también a asumirse las vulnerabilidades; de esta manera, sus creadores, van a encontrar la forma más adecuada de valorizar plenamente su talento e individualidad.
Hasta principios de los años ‘60 del siglo pasado, la novela latinoamericana era considerada una forma literaria más bien marginal, pero con la afirmación de la generación del “Boom” y especialmente después del inmenso éxito que gozaron los grandes representantes del realismo mágico (Alejo Carpentier), Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez), la narrativa de este espacio cultural comenzó a ser evaluada de una manera más coherente, incluso la creación de unos escritores que se habían adherido a la estética moderna, los que marcaron la primera mitad del siglo XX, como Rivera, Güiraldes e Onetti. Sin embargo, en el caso de algunos de ellos, unos estudios críticos muestran el prejuicio de su pertenencia al “espiritualidad regionalista” o de su cercanía al modelo de la “novela telúrica” que caracteriza la literatura tradicionalista. Esta opinión, así como otras ideas preconcebidas relacionadas, estaban determinadas por ciertos temas e imágenes que los autores incluyeron en sus creaciones, sólo que ellos siempre las han tratado de un modo original, demostrando la modernidad de las perspectivas (y de los puntos de vista), la sutileza de la visión y el arte narrativa centrados en el gran tema del viaje, que reflejará simbólicamente el camino que los autores mismos han recorrido en busca de la fórmula de expresión más adecuada.
De este modo, resuelta que el regionalismo no debe verse como una deficiencia de contenido, sino como la forma que ellos encontraron para expresar las particularidades de un universo cultural completamente separado, pero también los vínculos sustanciales que lo unen. La literatura latinoamericana se ha mantenido, a lo largo del tiempo, el contacto con los elementos verdaderamente significativos del Nuevo Mundo, así que algunos especialistas (Jean Franco, en primer lugar[3]) hayan subrayado que la profunda originalidad de esta literatura reside principalmente en la fórmula regionalista, siendo los elementos telúricos su “característica distintiva”. De este modo, la novela “gauchesca” o la prosa “criollista” deben ser miradas con toda atención y releídas desde esta perspectiva, porque toda la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX se fundamenta precisamente en la estética de los “signos de la tierra”, con los que los pueblos de esta parte del mundo siempre han tenido un profundo contacto, aspecto señalado desde los escritos del gran geógrafo e investigador Alejandro von Humboldt, uno de los primeros europeos que lograron captar, durante el siglo XIX, la complejidad de un universo humano y natural verdaderamente único.

Precisamente por eso es necesaria una reevaluación de las grandes novelas latinoamericanas de la primera mitad del siglo pasado, pero también de otras creaciones, que continuaron utilizando fórmulas aparentemente obsoletas hasta la era gloriosa del realismo mágico (quizás el ejemplo de Álvaro Mutis es el más relevante). En estas creaciones – ya sea obra de Rivera, Güiraldes o Amado – la realidad es presentada a través de los elementos propios del espacio de donde provienen los autores (selva, pampa, sertão), pero en cada caso, el “contrato mimético” es sistemáticamente cuestionado y continuamente reinterpretado, de modo que las novelas La vorágine o Don Segundo Sombra representarán no sólo el esfuerzo de sus creadores por “fotografiar” el mundo que mejor conocían, pero principalmente para dar expresión personal a las fórmulas expresivas de la modernidad. De este modo, la propia historia será reevaluada aunque sea indirectamente, y el regionalismo que a muchos les parecía muy difícil de conciliar con el espíritu de la nueva era (una era de la velocidad, de transformaciones estéticas muy profundas, de la afirmación del espíritu nacional por parte de los estados latinoamericanos que habían proclamado su independencia – pero también la época de las guerras mundiales) se convertirá en la expresión de una amalgama de preocupaciones y orientaciones lo que, finalmente, configurará el perfil específico de la literatura del continente latinoamericano.
Y si, por ejemplo, una novela como Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo Gallegos utiliza ciertas dicotomías caracterológicas o a veces pone demasiado énfasis en las alegorías morales (como la antigua fórmula utilizada por Domingo Faustino Sarmiento, quien, en Facundo, hablando de su Argentina natal, había impuesto la famosa oposición entre “barbaridad” – inherente a la naturaleza profunda e indómita de América Latina – y “civilización” – representada por la fuerza civilizadora de la cultura europea), las creaciones de sus contemporáneos superan este nivel y alcanzan profundidades y sutilezas insospechadas. Por ejemplo, La vorágine (1924), la extraordinaria creación de Rivera, es, más allá del tema aparentemente regionalista-telúrico, una auténtica novela experimental, construida sobre la base de un inesperado sistema de voces y una polifonía excelentemente orquestada, beneficiándose el texto también de las ventajas (pero también dificultades que el joven autor afronta con éxito) de un narrador subjetivo y de varias perspectivas estéticas. Todos los elementos canónicos de la “novela de la tierra” están prácticamente invertidos, y desarrollados en un sentido musical, a través de la técnica del contrapunto o de la evasión, logrando el joven autor emprender una admirable exploración de la psique humana y de los complejos estados de conciencia de un protagonista enfrentado al “infierno verde” del que, finalmente, sólo podrá liberarse escribiendo su libro. Al desaparecer en la selva, Arturo Cova deja atrás el texto que había escrito, prueba no sólo de sus constantes intentos por encontrar su camino en la vegetación salvaje, sino también de descubrir su vocación; a través de este inquietante personaje y de su viaje tanto por la selva amazónica como por sí mismo, José Eustasio Rivera, ha contribuido decisivamente a la imposición de la fórmula modernista en este espacio cultural.
Su planteamiento será continuado, aunque en otra dirección, por Ricardo Güiraldes, a través de su novela Don Segundo Sombra (1926) que se convierte de una historia del viaje de un joven inexperto por las pampas argentinas a una extraordinaria historia de la iniciación del protagonista, bajo la atenta supervisión de don Segundo. Igualmente, el texto prueba de cómo el autor logró reconfigurar el modelo de Bildungsroman, fórmula estética muy importante para la prosa latinoamericana, como vamos a mostrar en este libro. La novela de Güiraldes se convierte así en una notable estructura especular, en cuanto a la historia de maduración de Fabio, y también a la historia del libro mismo. La naturaleza (la pampa sin límites) será entonces duplicada por la cultura (la fascinación del protagonista por la página en blanco a ser llenada con una historia), tal como sucederá unas décadas más tarde en la novela Los pasos perdidos de Alejo Carpentier. De modo que esa “ficción del Archivo” que Roberto González Echevarría analizó en sus estudios[4], resulta presente en varias creaciones importantes de la narrativa latinoamericana, siendo sintomática su aparición precisamente en textos que utilizaron, al menos aparentemente, la fórmula del regionalismo telúrico.
Por su parte, Jorge Amado superará el acercamiento inicial a la literatura con acentos sociales, para reorientar todos los elementos y técnicas del “realismo indigenista”[5], como decía Neil Larsen, para expresar una “cosmovisión única”, que tiene sus raíces en la espiritualidad brasileña y en sus profundas conexiones con las tradiciones africanas, por un lado, y con la civilización europea, por el otro. Por tanto, los conflictos ya no serán explicados desde una perspectiva racial o geográfica: el escritor adquiere una sutileza absolutamente necesaria para abordar no solo los complicados problemas de su país, sino también el arte de abordarlos de forma verdaderamente convincente. El viaje de Amado a través de la literatura duplica el de sus protagonistas a lo largo de la vida (ya sea Gabriela o Pedro Archanjo), y el autor recorre simbólicamente toda una historia y numerosas tradiciones, a veces aparentemente opuestas, para llegar a las raíces de la cultura de su país natal y decir las cosas esenciales sobre la identidad brasileña.
A diferencia de los escritores antes mencionados, el uruguayo Juan Carlos Onetti prefiere los espacios urbanos, pero eso no significa que sus personajes (o él mismo) no compartan la misma fascinación por los viajes. Sin embargo, hay diferencias: ppr ejemplo, en la novela La vida breve (1950), el protagonista Juan María Brausen imagina el mítico dominio de Santa María, el espacio donde se ubicarán muchas otras creaciones del propio Onetti. Autor y personaje viajan, por tanto, juntos a través y hacia la literatura, descubriendo, por fin, ese universo único, donde pueden sentir que viven, que son libres, que pueden asumir sus éxitos y afrontar sus fracasos. Por su parte, Álvaro Mutis continuará, simbólicamente, a través de las aventuras, las adversidades y especialmente los libros leídos o escritos por Maqroll el Gaviero, su alter-ego y protagonista favorito, los viajes y aventuras de Arturo Cova, el escritor manteniendo un extraordinario diálogo textual con La vorágine de Rivera, para ofrecer al lector contemporáneo algunas posibles respuestas (quizás seguidas de otras preguntas) a las grandes inquietudes que siempre han atravesado la literatura latinoamericana.
Utilizando el modelo de Cervantes, cuyo Don Quijote ha ejercido una grande influencia en toda la literatura del continente desde el siglo XVII, pasando por la experiencia de la novela picaresca y del Bildungsroman, los grandes escritores del continente han imaginado, especialmente durante el último siglo, ficciones destinadas a resaltar los viajes de algunos personajes representativos de este universo humano tan complejo, pero también la difícil experiencia personal, en busca de la forma más adecuada de expresar su originalidad y una muy particular identidad transcontinental. Largos caminos llenos de desafíos, iniciaciones difíciles, plasmadas en creaciones experimentales, simbólicas o especulares, todo ello fue puesto bajo el signo de los viajes emprendidos tanto por personajes como por escritores, en un intento de conocerse hasta el final, porque, sólo de esta manera, y sólo después de alcanzar este umbral, el texto podrá plasmarse en el papel y la historia podrá llevarse hasta el final. Prueba de que Mallarmé tenía razón cuando decía que el mundo solo existe para acabar en un libro.
RODICA GRIGORE
Filóloga y ensayista rumana. Licenciada y doctora en filología románica por la Universidad “Lucian Blaga” de Sibiu. Ha publicado numerosos libros de crítica literaria y ensayo: Despre cărți și alți demoni (De libros y otros demonios, 2002), Retorica măștilor în proza interbelică românească (Retórica de las máscaras en la narrativa rumana moderna, 2005), Lecturi în labirint (Lecturas en laberinto, 2007) Măști, caligrafie, literatură (Máscaras, caligrafía, literatura, 2011), În oglinda literaturii (En el espejo de la literatura, 2011), Meridianele prozei (Los meridianos de la prosa, 2013), Realismul magic în proza latino-americană a secolului XX (El realismo mágico en la literatura latinoamericana del siglo XX, 2015), Călătorii în bibliotecă (Viajes en la biblioteca, 2016), Cărți, vise și identități în mișcare (Libros, sueños, identidades en movimiento, 2018), Între lectură și interpretare (Entre lectura e interpretación, 2020), Tigrul și steaua. Violență și exil în proza latino-americană a secolului XX (El tigre y la estrella. Violencia y exilio en la literatura latinoamericana del siglo XX, 2021). Además, ha traducido al rumano los ensayos de Octavio Paz, Los hijos del limo (2003/2017), poemas del escritor colombiano Manuel Cortés Castañeda, con el título general El espejo del otro (2006) y el libro de narrativa breve del escritor norteamericano de origen rumano Andrei Codrescu, A Bar in Brooklyn (2006); ha realizado también la antología de textos y las traducciones para el Festival Internacional de Teatro de Sibiu (2005-2012). Enseña literatura comparada en la Universidad de Sibiu. Senior Editor de la revista académica norteamericana “Theory in Action. Journal of the Transformative Studies Institute” (New York).
Notas
[1] Daniel-Henri Pageaux, La littérature générale et comparée. Paris: Armand Colin, 1994: 24.
[2] Harold Bloom, „Introduction”. Bloom’s Literary Themes: The Hero’s Journey (edited by Harold Bloom). Infobase Publishing, 2009: XIII.
[3] Jean Franco, An Introduction to Spanish American Literature (third edition). Cambridge University Press, 1994.
[4] Roberto González Echevarría, Myth and Archive. A Theory of Latin American Narrative. Cambridge: Cambridge University Press, 1990.
[5] Neil Larsen, Reading North by South: On Latin American Literature, Culture and Politics. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1995.
2 thoughts on “Rodica Grigore: Viajes y literatura / viajes en literatura. La narrativa latinoamericana del siglo XX”
Manuel 14/02/2025 at 1:59 pm
Rodica es una de las voces críticas más importantes de Rumania currently. Además, tiene un conocimiento amplio no solo de la literatura europea, sino también de América latina
Manuel Cortés Castañeda
Escritor Colombiano
Rodica Grigore 16/02/2025 at 7:59 am
Gracias, Manuel!