Macrobio, uno de los últimos escritores paganos, insistía en que hay sueños falsos y sueños verdaderos. Y uno se queda rumiando preguntas innecesarias: ¿cómo puede ser falso o verdadero un sueño? El sueño podría ser un escenario con fantasmas propios, un mundo gemelo que cada quién lleva en el interior de su confección genética. El sueño es tan extraño e inquietante que todas las suposiciones serían considerables y factibles. Borges comentaba que “los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios”. Y es probable que los sueños hayan creado la imaginación y de ese proceso hayan surgido los primeros dioses, las primeras fantasías y los miedos más antiguos.
Para Theodor Adorno “En el sueño todo es subjetividad, no hay confrontación con el objeto. Por eso el sueño no se preocupa por la calidad de sus bromas. No quiere hacer buenos chistes porque no quiere hacer nada en absoluto. El sueño carece de intención porque es intención; por eso los sueños no pueden ni tener éxito ni fracasar”.
Para Sigmund Freud “Todo sueño aparece como un producto psíquico provisto de sentido al que cabe asignar un puesto determinado dentro del ajetreo anímico de la vigilia”.
Se ha escrito mucho sobre el sueño ¿quién no ha soñado? Tal como lo ha indicado Borges el sueño podría ser el primer libro en la biblioteca del alma, la primera obra literaria conocida y sin firma de autor. Y sin embargo sorprende tanto que sea tan difícil escribir de un sueño. Atrapar un sueño y volverlo visible.
He ahí uno de los asombros que me han acompañado en este tiempo al encontrar una escritura con clave onírica fielmente lograda como si se pudiera atrapar y expresar el sueño. Lo he constatado en la poesía de Horacio Biord Castillo. Lo he disfrutado en el libro Tiempo de diluvio, tiempo de demonios, publicado por la Editorial Diosa Blanca, en el año 2021, con el respaldo del Círculo de Escritores de Venezuela.
El sueño es una presencia maravillosa en sí misma porque nos hace vivir experiencias que no conocíamos, nos conmueve, nos asusta y de una vez nos entrega el olvido, como una infección. El sueño y el olvido se contienen como la abeja y el aguijón. Y sin embargo, pasados los años, quizás en el instante menos oportuno, recuerdas de repente un fragmento y no sabes qué hacer con eso ni cómo contarlo.
Horacio Biord Castillo es un poeta que surge desde lo profundo y va ascendiendo hacia la luz exterior. Su proceso creador es como una madreperla al margen de todo lo opresivo y en ningún instante pierde la función de dar vida a una expresión que llamándose poema podría muy bien, abriendo sus voluntades creadoras, llamarse perla, esa función preciosa tan oculta y tan celestial.
He aquí uno de sus poemas. Lo he leído y he admirado más al poeta Horacio Biord Castillo y he sentido el orgullo de que en un tiempo tan difícil, tan complejo y de alientos provisionales, este creador, este intelectual transparente y de voz nutricia, sea el presidente de la Academia Venezolana de la Lengua.
Un ángel tal vez ebrio
camina por las veredas
Destruye setos y flores
Se oyen sus risotadas
Su canto es una tormenta de agua sucia
Sus alas al temblar convocan alimañas
y azotan hasta apagar las luces
Hurta, viola, depreda
La gente huye temerosa
Es un ángel sanguinario
altivo
prosaico
de esos que con razón cayeron
Horacio Biord Castillo es un poeta que baila y gesta hazañas con el lenguaje, que actúa de pronto como un mago de otro mundo aludiendo a todos los dioses, los seres que bajaron y se dispersaron por el planeta y por la imaginación poderosa del ser humano. El poeta es también un niño con ojos de gato, de perro, de pájaro, porque él, resguardado en una sinceridad de infancia, está capacitado para mirar más allá del paisaje humano. Más poeta no podría ser y esa es su bella y nunca pasajera cruz. A continuación: las respuestas a mis preguntas. La entrevista que tuve el privilegio de tramar con él.
TODO SER HUMANO ES UN SER DE PALABRAS
-El ejercicio de la imaginación es como algo esencial en tu poesía ¿lo sientes así?
Así lo siento. La imaginación me permite el ensueño y la posibilidad de precisar los sentimientos, las percepciones, lo que alguna vez llamé, para mí mismo, la “nostalgia infinita”, que viene a ser una suerte de paramelancolía por mucho, por todo (panmelancolía, entonces), que genera pena, dolor y tristeza. La imaginación me permite transitar por esos predios melancólicos, profundamente melancólicos, que me informan y constituyen. Me posibilita darle nombre a lo que no tiene o a lo que no debe ser nombrado y darle cuerpo o forma a lo que no tiene o no debe corporeizarse o dibujarse.
-¿Qué papel juega la imaginación en tu escritura?
La imaginación juega un papel fundamental en toda mi escritura, no solo en la poesía, sino también en la narrativa y en la exposición ensayística. Me permite concretar y contextualizar un sentimiento poético en un poema o composición poética o una idea, una inquietud, una intuición o presagio, en una narración o incluso en una explicación. Para mí, la imaginación es una extraordinaria estrategia y a la vez una herramienta fundamental para concretar mis sentimientos, mis percepciones, mis visiones, mis fobias y mis filias, mis recuerdos, todos “mis”, en síntesis.
-¿Tu poesía tiende a desentrañar el pasado, pero generando vigencia hacia el futuro?
No sé si la única, pero una manera asertiva de mirar el futuro es desentrañando el pasado. Sin saber de dónde venimos es difícil pronosticar hacia dónde vamos o precisar hacia dónde queremos ir. En ese sentido, mi poesía y mi narrativa, o gran parte de ellas, no solo ven o se fijan en el pasado, casi siempre con un sentido de futuro, sino que también hacen lo mismo con el tan huidizo y cambiante presente. Pasado y presente se proyectan al futuro, sea como proyecto o incluso lamentación. No hay ninguna intención moralizadora ni pacata en esto, quizá sí de esperanza, tal vez de optimismo. Los indicios del pasado siempre enriquecen la comprensión del esquivo presente. El pasado es una cantera extraordinariamente rica, más que el presente instantáneo, que en un abrir y cerrar de ojos ya se convierte en pasado, una delgada línea o frontera que va generando o de la que va fluyendo el pasado inmediato, la historia inmediata o la historia misma del inestable presente.
-¿Cuándo comenzaste a escribir poesía?
Empecé a escribir desde niño, pero al principio no tenía consciencia de qué era lo que escribía. Al inicio, creo que escribí textos narrativos y, fundamentalmente, en una parte de mi vida, escribí narrativa; pero también poesía, en forma de ensayos poéticos o prosa poética. El primero de esos textos que recuerdo, ahora lamentablemente perdido, fue un conjunto de pensamientos poéticos sobre la madre. Debían ser unas alabanzas o elogios a la figura de la madre. Se utilizaron para hacer un acto en mi colegio, en San Antonio de Los Altos. Imagino que mi madre, que fue la encargada de transcribirlos en su vieja máquina portátil de marca Olivetti, se los llevó a mi maestra. Les debieron gustar y acordó que se recitaran públicamente. En los días previos me dio una gripe muy fuerte, pero pude asistir al acto y escuchar su lectura por parte de varios de mis compañeros. Me perdí, sin embargo, todo lo que fue su preparación y ensayos, si acaso los hubo. Yo estaba en tercer grado. Por lo tanto, debió haber sido en mayo de 1971. De ahí en adelante, en mis cuadernos siempre escribía pequeños textos. Por eso amo tanto el concepto del “cuaderno” y algunos de mis poemarios llevan por título “Cuaderno de…”, a veces escrito con la letra q.
A partir de 1978, cuando tenía 17 años, empecé a escribir más poesía, aunque también narrativa y ensayo, pero fundamentalmente poesía. Sin embargo, en 1979, cuando ingresé a la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello, no me inscribí en el taller literario de poesía sino en el de narrativa porque me percibía más como narrador.
-¿Qué hace tan indefinible a la poesía?
Creo que esa condición está asociada a la idea misma de poesía. ¿Qué es la poesía? Poesía es, en todo caso, un término multívoco que abarca desde un poema hasta una emoción, incluyendo por supuesto un género literario, que quizá sería mejor llamar solo “lírica”. Con estas afirmaciones se entra en muchas discusiones aún no resueltas y quizá, en sí mismas, bizantinas. Esa multiplicidad de sentidos de la poesía, esa polisemia asociada al término, dificulta aún más su definición; pero resulta fundamental entender que la poesía es intrínsecamente ambigua. Si hablamos del sentimiento poético, por ejemplo, ese “sentimiento poético” es muy difícil de precisar porque constituye algo muy personal. Hay personas que pueden sentir algo ante el mismo evento o fenómeno y otras no, y casi nunca lo mismo ni con igual intensidad. Así mismo pasa con otras manifestaciones artísticas. A una persona le puede conmover una determinada obra de arte y a otras no. Igual ocurre con la música. Algunas personas disfrutan una manifestación musical y otras no. Sucede lo mismo con el llamado arte popular y con las artesanías. Hay personas que no sienten ninguna emoción frente a una pieza de artesanía y otras, en cambio, levitamos casi cuando vemos una buena pieza artesanal.
Volviendo al caso de la poesía, es necesario considerar dos aspectos: primero, la definición misma o el sentido que se le atribuye a la “poesía” y, segundo, la falta de consideración o el desdeño hacia la dimensión personal de la percepción de la poesía. Sobre esto último, hay dos actores involucrados: el productor y el receptor. No estoy seguro de la propiedad de ambos términos en este caso. Se pudiera hablar de poeta y lector, pero no es solo lector, porque también hay oyentes en el caso de la poesía oral. Se puede aludir a quien percibe o no rasgos poéticos en determinadas situaciones. Todo eso está influido por la cultura y la sociedad, la historia personal, los gustos, las fobias y filias. También lo esté, probablemente, por sentimientos muy, muy antiguos, por el inconsciente colectivo. Hay una cantidad de factores que intervienen en los gustos. Con razón, la sabiduría popular dice que “sobre gustos y colores no han escrito los autores” y eso es algo muy personal. Para algunas personas puede haber poesía en determinados hechos de la vida cotidiana y la naturaleza. Para mí la contemplación de la naturaleza tiene un alto sentido poético; pero no para todo el mundo lo tiene. Otra cosa relevante de señalar es, en este caso, la expresión escrita o la realización del sentimiento poético mediante un poema, el plasmarlo en una composición llamada así de forma genérica. De esta manera entramos en un tema muy complejo.
Para responder a la cuestión de qué es realmente poesía, yo diría que hay textos de gran calidad y, como en todo, textos de escaso valor. Igual lo vemos en la pintura, la música, el arte en general, en la cocina. Tomemos este ejemplo: todo el mundo, o casi todo el mundo, sabe cocinar; pero no todo el mundo sabe cocinar bien. Recuerdo una profesora muy querida que, citando a un maestro suyo, para no parecer arrogante ella misma, decía que sufría cuando alguien le enseñaba un texto, cuando un escritor novel (lo cual que no quiere decir necesariamente joven) le enseñaba algún escrito y le pedía una opinión. Era muy difícil dar una opinión sin herir susceptibilidades o hasta truncar lo que pudiera ser una carrera exitosa en la escritura, a pesar de inicios poco prometedores. Yo, joven estudiante que ni siquiera había cumplido los 20 años, sentía aquella declaración un tanto pretenciosa. Después entendí la razón profunda que eso encierra. Uno de los grandes regalos de la madurez y luego de la vejez es que nos permiten cambiar las perspectivas, afinarlas, ajustarlas incluso de manera radical, sin que ello implique grandes conmociones internas sino más bien de una manera progresiva y natural. Ahora entiendo que es atormentante que a uno le pidan una opinión sobre un texto “primerizo” o poco cuidado. Qué desagradable es, al menos para mí, decirle a alguien que no solo debe pulir un texto, sino que sería mejor reescribirlo.
Por otro lado, cabe recordar que hay una confusión muy grande entre “poesía” y “verso”. No toda poesía está escrita en verso y menos en versos rimados y de determinada cantidad silábica y no toda composición escrita en verso es poesía.
-¿En qué momentos prefieres escribir el poema?
De preferir, prefiero momentos tranquilos, la noche con toda su carga poética y de ambigüedad, con su carga de femineidad (en el sentido del principio o fuerza yin (receptivo, creativo, misterioso, intuitivo), con toda su carga de fertilidad, de profundidad, de paz. Las noches citadinas a veces suelen ser noches de farra y eso, en parte, no coincide con estos conceptos, aunque pueden alimentar la poesía e inspirarla. Yo prefiero los momentos de solaz y de tranquilidad, pero la poesía puede preferir otros momentos para que uno la escriba. De pronto, en los peores momentos para ser registradas nos vienen ideas, frases, versos… Cuando me estoy bañando, cuando estoy a punto de dormirme, cuando no quiero hacer más nada que cerrar los ojos y descansar, cuando estoy manejando, cuando estoy hablando con alguien, en algún evento, se me ocurren imágenes, líneas, versos… Por lo general, frase que no escribo, frase que no registro, se me olvida. Manejando puedo esbozar mentalmente poemas bellísimos o párrafos muy claros y, cuando los trato de poner por escrito, no es que la emoción haya pasado, sino que tampoco logro dar con la forma que se me ocurrió para expresarla. También me ha pasado que uso, mediante dictado, las nuevas herramientas y tecnologías de la comunicación y de la información, en los teléfonos y computadoras, y, por supuesto, no siempre se registran bien las palabras. A veces, tal vez por la emoción, voy muy rápido y me cuesta después precisar cuáles fueron las palabras que dije. Sé que no son las registradas por el dispositivo que estoy usando o el corrector automático hace verdaderos desastres. Uno entonces se frustra y el trabajo de corrección aumenta. Y qué decir de la escritura caligráfica apurada por la emoción y la inspiración: son más garabatos que letras.
Volviendo a la pregunta, una cosa es el momento que yo, como escritor, prefiera y otro el que la poesía, la voz interior, escoja para dictar(me).
-Los ensayos, el resto de tu escritura ¿se hacen más fáciles porque la poesía te habita? ¿o más difíciles?
Al escribir tanto mis textos ensayísticos como narrativos, especialmente después de haber concluido un poco más de 30 poemarios, con frecuencia siento la presencia de la voz poética, del poeta que soy. A veces esa voz facilita el trabajo, pero muchas veces lo obstaculiza por la tendencia a metaforizar, a la expresión críptica y polisémica, a darle preeminencia a la forma o, al menos, una autonomía o un tratamiento especial. Todo esto, favorable en la escritura poética, es con mucha frecuencia un obstáculo para la exposición de las ideas o para la narración. En todo caso, uno de los mayores beneficios quizá sea que persiga, no sé si siempre lo logre, que no solo sea un buen decir, sino un bello decir.
-Presidir la Academia Venezolana de la Lengua ¿es una emoción muy grande o un oficio intenso?
Son las dos cosas, obviamente. Uno puede tener la emoción de saberse parte insignificante, no del todo inmerecida, de una larga historia, de darle continuidad a una institución, de ocupar el cargo que ocuparon personas de un gran renombre en la historia, la literatura, la lingüística, en las letras venezolanas, grandes intelectuales todos o la mayoría de ellos. Por otro lado, se trata de una gran responsabilidad, especialmente en estos momentos tan complejos en la vida venezolana. Lo entiendo como un trabajo muy intenso que a veces no es comprendido, un trabajo que puede incluso llegar a agobiar porque, especialmente en estos momentos tan difíciles de la vida del país, no se cuenta con los recursos que necesita y con los que debe contar una institución como la Academia Venezolana de la Lengua.
Citaré a Efraín Subero, a quien sucedí en el sillón letra I. Una vez a una pregunta mía, siendo yo todavía estudiante de bachillerato, respondió que mucha gente cree que ser académico es simplemente un honor, cuando en realidad constituye una gran responsabilidad. A partir de ese momento internalicé la idea de que más que un honor, que también y sin duda lo es, constituye una gran responsabilidad.
A veces pienso que cualquier opinión que uno emita debe ser muy bien pensada y ponderada porque puede confundir a la opinión pública. Cabría preguntarse quién habla: si el presidente de la corporación, en nombre de ella, o un simple miembro, a título personal. En cualquier caso, aunque un directivo no hable en nombre de una corporación, obviamente lo que se diga se asocia a ella. En este sentido, para mí, más que una emoción, que también lo ha sido, ha constituido una responsabilidad, un trabajo muy delicado, si se quiere, y una contribución no siempre visible al país y, más allá del país, a la gran nación hispanohablante que se extiende ya por tres o cuatro continentes, a los millones de hispanohablantes que amplían las fronteras del español y lo llevan a territorios que o alguna vez fueron hispanohablantes o que nunca lo han sido. Ambos supuestos los podemos ver en los Estados Unidos de América, que hoy parecería ser, aunque no tenemos suficientes datos confiables, el segundo país con mayor número de hispanohablantes. Por supuesto, sabemos que puede haber una diferencia sociolingüística intergeneracional: un comportamiento tienen las primeras generaciones de hispanos y otras las segundas y terceras. No obstante, es interesante esa presencia mundializada y globalizada del español, pero también comprometedora para las Academias de la Lengua Española. En fin, el español es una lengua con futuro, con un gran futuro, a pesar de circunstancias adversas o de prejuicios puristas.
Dice Louise Glück: Creo que escribo sobre la mortalidad porque fue un terrible shock para mí descubrir en la infancia que esto no es para siempre.
La muerte como separación o término absoluto duele, pero su comprensión como trascendencia estimula la vida. En todo caso, ambas concepciones pueden alimentar la poesía. A veces escribo pensando en la finitud que la muerte representa; otras, en cambio, con la intuición y la emoción de su trascendencia. La muerte parece haber hecho pactos multifacéticos con la literatura y la poesía y, por ellas, con la vida misma, diversificando así las formas de morir y de no morir.
En todo caso, la muerte ha ido poblando mi vida y mi escritura de voces y recuerdos, de presencias e invocaciones. El paso a otro plano de tantos seres queridos me ha formado una constelación de muchos y diversos objetos celestes: estrellas muy, muy antiguas ya a punto de apagarse, otras llenas de plena luz; estrellas fugaces cuyo brillo percibimos brevemente; asteroides insignificantes; meteoritos que caen una y otra vez y cometas, tantos cometas que pasan y quizá vuelvan a aparecer algún día.
Dice Emily Dickinson: Soñamos — y que estemos soñando es bueno — Nos dolería mucho estar despiertos
El sueño, la ensoñación, sobre todo, la imaginación, nos permiten deshacer entuertos y corregir las aristas más molestas de la realidad. El ensueño nos permite imaginar un mundo confortable, a nuestra medida, que le dé cabido a nuestros sueños y nos ayude a controlar miedos y frustraciones, a hacerlo más humano en la medida que lo soñamos. Estar despiertos o continuamente en vela nos condena a la monotonía de la vida plana, sin sueños ni anhelos, y, lo que quizá sea peor, nos ata a las imperfecciones normales, desde otro punto de vista, de la vida humana y social. Alonso Quijano el bueno se elevó de la cárcel de su casa y pueblo gracias a gigantes y cautivos, princesas y leones, duques y damas que percibió muy próximos en su entorno. Lo dijo Calderón de la Barca “¿Qué es la vida? Una ilusión”. Vivamos, pues, del sueño para regar las arideces de lo absurdamente real.
En su celebrado y original libro La Diosa Blanca, Robert Graves expresa lo siguiente: “La función de la poesía es la invocación religiosa de la Musa; su utilidad es la mezcla de exaltación y de horror que su presencia suscita…”
Asumo la escritura de poesía como un rito, ya sea de liberación, de normalización de los sentimientos revueltos, como grito de alegría o de dolor, como oración e incluso como un golpe o sacudón. Para mí la poesía tiene un valor ritual y espiritual muy grande. El poeta tiene mucho de demiurgo, lo es en términos absolutos. Sus acciones pueden cambiar el mundo, ya sea simbólicamente o en su dimensión personal e íntima.
El antes y el después de un poema sugieren un rito de pasaje: dejar de ser algo para pasar a ser algo distinto. Las ordalías del rito de pasaje serían, precisamente, los retos del poema. La musa, que de verdad existe, es ambigua en extremo. Le encanta seducir para confundir, como si fuera realmente una sirena alada de aquellas que Odiseo debió enfrentar en medio del mar de avinados colores y al filo de rocas y precipicios. La poesía puede conmover, animar, espolear. Quizá allí residan su utilidad y su importancia social. Sin embargo, a más sofisticación expresiva o literaria, menos popularidad, menos lectores. La poesía no es para todos, casi nunca lo es. De suyo, resulta escurridiza y juega con frecuencia los dados del momento, los procesos emotivos del receptor, los contextos y otros factores que condicionan su recepción. Dependiendo de las tiradas, se verá el resultado: tú sí, él no; a veces sí, a veces no
Dice Marina Tsvietáieva: “Tengo tantas palabras… esto es un juego mágico. Un juego del todo por el todo… no del corazón, éste es demasiado pequeño en mi vida”.
Las palabras nos habitan, nos perfilan, nos delinean, nos inventan y reinventan continuamente. Los seres humanos usamos, manipulamos, inventamos palabras, para afirmar, negar, preguntar, dudar, emitir sentimientos e impresiones, contar, seducir, retozar e incluso mentir. Cuando dejamos de hacer un uso amplio de ellas, las palabras se añejan y si muchas se añejan la armadura que las contiene desaparece. Entre las mayores tristezas culturales está la muerte lingüística.
Ser humano y palabra se suponen mutuamente. Perdemos mucho de nuestra condición humana al perder, silenciar, olvidar, o menospreciar las palabras o «la palabra» como oficio y realización social de su conjunto. Las palabras celebran y juegan, las palabras descubren, revelan y muestran y se muestran mostrándonos. Todo ser humano es un ser de palabras, como un pintor lo es de colores y formas. Las palabras nos hacen, pero también nos destruyen. Las palabras nos salvan, nos condenan; las palabras nos dan voz o nos silencian. Quizá solo seamos pura palabra, esencia de palabra. Al tenerlas en demasía, un escritor, un poeta, un hablador o recitador, tiene asimismo un poder que puede llegar a destruirlos. No lo supo del todo Gollum, pero sí lo intuyeron Bilbo y Frodo. El anillo único estaba fundido con palabras. En síntesis, la palabra tiene un poder consubstancial para crear por nombrar.
Juan Ramón Jiménez dijo: Mare, me jeché arena zobre la quemaúra./
Te yamé, te yamé dejde er camino… /¡Nunca/ ejtubo ejto tan zolo!
Laj yama me comían,m are, y yo te yamaba, y tú nunca benía!
Gabriela Mistral aspiraba para su poesía una expresión sencilla, como el habla campesina del Valle de Elqui. Allí la poetisa había vivido su infancia. Debía ser un habla pura y eufónica, transparente y rica en significados y matices, con una entonación particular y probablemente muy suave, tan suave como quizá su corazón percibía la realidad circundante. Sentía que esa habla cadenciosa hubiera potenciado su decir poético.
La incorporación de las hablas populares a la literatura, no solo a la poesía, puede realzarla, pero también limitarla. De hecho, una crítica a la novela regional, por ejemplo, es la excesiva inclusión de expresiones locales que dificultan su comprensión más allá de ámbitos regionales.
Mi poesía, y también mi narrativa, se han enriquecido enormemente con las culturas populares y, por supuesto, de las culturas indígenas. Mi creación literaria abreva en ellas y a ellas se debe en gran parte, aunque solo las sigas en un sentido general, las apropie para recrearlas, las reinvente, las convierta en texto literario, muy lejos de lo que sería un informe técnico sobre el folclor o la diversidad sociocultural y lingüística. ¡Hay tanta belleza en esas manifestaciones lingüísticas y socioculturales que constituyen la diversidad y la alteridad y que nos forman con ese barro indeleble de la heterogeneidad!
Roberto Bolaño dice: La literatura aburrida, precisamente, es la que no asume riesgos. Y los riesgos, en literatura, son de orden ético
Una obra literaria muy plana en su concepción y estructura corre el riesgo de pasar la delgada y, a menudo, poco perceptible línea entre lo literario y lo no literario. El criterio fundamental para salvar la ambigüedad de esa irregular frontera de indefinidos contornos sería de tipo estético. La función poética, como estableció Jakobson, es aquella que hace énfasis en el mensaje mismo, la manera de expresarlo o transmitirlo. Sin esa, a veces diferencia, un texto deja de ser estrictamente literario, independientemente del éxito comercial que pueda tener como se ve en el fenómeno de las superventas.
Los riesgos amplían lo literario hacia territorios nuevos, no roturados incluso. Sin embargo, la excesiva experimentación puede traducirse en un ejercicio escriturario de desigual acceso al público lector. Pensemos, por ejemplo, en Ulises o incluso en Rayuela y, en poesía, el creacionismo de Huidobro o la llamada poesía experimental.
Ahora bien, un riesgo de orden ético tiene que ver con actitudes, con las conductas, con las creencias y valores, las asunciones o preconceptos que sostienen los imaginarios sociales, sean estos dominantes, subalternos o también marginados. El aludir ciertos temas, ya sean escabrosos o tabuizados, es obviamente un riesgo, pero es un riesgo fundador de los mensajes profundos y transformadores que la poesía o la literatura transmiten al combinar belleza y autenticidad con una doble expresión: fónica y escrita.
Anne Carson dice: “¿Qué pasaría si pudiera encontrar una manera de borrar la preparación, es decir, si fuera capaz de volver a la idea de antes de la idea, de extraer la forma verdadera de un pensamiento mientras aún está húmedo? Eso es lo más cercano que entiendo a la poesía. Para mí es un espacio, una pausa entre género y género, entre palabra e imagen, entre pensamiento y movimiento”
La poesía en estado puro es simplicidad y transparencia, un manantial perezoso, pero continuo, de agua clara, fresca y nutritiva. La poesía imaginada, el protopoema, la idea que la intuición sugiere para someter a los marcos de la escritura, tiene una potencia fundadora, cosmogónica, reveladora. Los artificios de la escritura secan la humedad primigenia, el barro, el maíz, la piedra de jade, el viento o la música original, el aliento matriz, el hálito creador absoluto y primario. El instante de la intuición poética es comparable al rayo que iluminó el mundo en el parpadeo creativo. El ensueño de lo aún por crearse bosqueja la concreción poética final.
Eugenio Montejo dice: “A veces, al corregir un poema escrito hace treinta años, me pregunto si no es una intromisión en los sentimientos expresivos del muchacho que era entonces”
Viví una experiencia enriquecedora y, en muchos sentidos, muy particular con dos de mis poemarios. Retazos, que fue mi segundo libro de poemas, nació de textos en su mayoría destinados a la destrucción. Una última lectura, casi de despedida, antes de tirarlos al cesto de los papeles para reciclaje, me llevó a detener ese proceso y a intentar salvar alguna frase, a reescribir una línea y, finalmente, un poema y otro. Así, de pronto, sin proponérmelo realmente, nació Retazos, escrito a cuatro manos por dos personas: un joven que ya no era del todo yo y el que entonces sí era yo. Este último trató de ayudar al otro. Juntos emprendimos un viaje de redescubrimiento que, en gran parte, era de autorredescubrimiento. El más joven aportaba la emoción y las ideas iniciales, el más maduro recursos expresivos y herramientas para precisar las ideas. Retazos, como digo en la nota introductoria, contiene poemas incluso anteriores a los de Sueños que nunca llega, mi primer poemario. Incluso me pasó algo parecido con Mea estrellas la noche, mi tercer poemario. Tuve una experiencia en parte semejante con Banco bicéfalo, aún inédito. En un sentido distinto, quise reescribir los poemas de mi primer poemario para hacer menos sintética la expresión y menos crípticos los contenidos. En haciéndolo, me percaté de que Sueño que nunca llega tenía una fuerza que me arrolló y me llevó a escribir otro poemario, casi espejo del otro, y que se titula Sueño que siempre llega.
Vicente Gerbasi dice: “La poesía es una ecuación estética en la que van implícitas una gran carga vivencial y poderosas ráfagas de intuición creadora”.
Para seguir con la analogía matemática, la poesía encierra muchas incógnitas. Entre ellas, sobresalen ciertamente la “gran carga vivencial” y la intuición creadora. La carga vivencial es, sin duda, el antecedente de todo hecho poético. Sin ella, como diría Ortega y Gasset al referirse al yo y su circunstancia, el yo lírico estaría en una situación de indefensión o totalmente desprovisto de recursos conceptuales, emotivos, afectivos y simbólicos. La intuición creadora quizá sea la condición sine qua non de todo poeta y de toda poesía. Sin ella no habría ni lo uno ni lo otro, al menos esto último, la poesía, en forma de poema. Ambas incógnitas se suponen y refuerzan mutuamente: sin la una, la otra no existiría y sin la segunda, la primera sería insuficiente. El poeta vierte en el poema, especialmente en la poesía de tipo intimista, una carga vivencial capaz que recrear el mundo, las situaciones, las personas.
DOS POEMAS DE HORACIO BIORD CASSTILLO
Una gárgola de colores pintada
como vida que no es vida sino muerte
me guiña sus turbios ojos
y sonríe con su boca de dragón
mientras exhala el perfume odioso de la decrepitud
Chilla y espanta las palomas
que habitan su pretendido reino
Mueve inmóvil las alas
y la cola de perro con cuernos
Me hace propuestas, me acosa
Cada noche visita mi sueño
y se baña en las playas desiertas de mi soledad
Tiemblo cuando canta en mi piel
y le digo piropos para calmarla
No es tanto
el ruido de las gotas
al caer,
ni las manchas negras
de las goteras
en el techo,
sino la sensación
de río sin agua,
de montaña sin flores,
de casa sin mesa,
de rostro sin ojos,
de amor sin besos,
que me invade
cuando las gotas
mojan mi cuerpo
o manchan mis libros,
cuando dañan el pan de la cena
o cuando desdibujan el rostro
niño
de mis hijos
atónitos en el portarretrato

José Pulido (Villa de Cura, estado Aragua, 1945). Poeta, narrador y periodista venezolano. Fue asistente del director de la revista BCVCultural, del Banco Central de Venezuela, desde 1998 hasta su jubilación. Recibió el Premio Municipal de Poesía Distrito Libertador, 2000, por el poemario Los Poseídos. Fue Sub-Director de El Diario Católico (1975), jefe de redacción del diario Última Hora (1978), jefe de redacción de la revista Imagen (1994) y asesor de prensa del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber (1996). Director de las páginas de arte de El Universal (1996-98), El Diario de Caracas (1991-1995) y El Nacional (1981-1988). Miembro fundador de los suplementos culturales Bajo Palabra (Diario de Caracas) y El otro cuerpo (Suplemento del Ateneo de Caracas, encartado en El Nacional). Ha publicado los poemarios Esto (1972), Paralelo lelo (1972), Los poseídos (2000), Peregrino de vidriera (2001) y Duermevela. (2004). En narrativa ha publicado Pelo Blanco, Una mazurkita en La Mayor (novella, Premio Otero Silva, 1989), Vuelve al lugar que se te ha señalado (cuentos), Los Mágicos (novela, 1999), La canción del ciempiés (novela, 2004), La sal de la tierra (entrevistas, 2004), El bululú de las Ninfas (Novela, 2007), Dudamel, la sinfonía del barrio en los Libros de El Nacional 2011, El requetemuerto (novela, 2012), Los héroes son villanos tímidos (cuentos, 2013), entre otros. Sus poemas están publicados en diversas antologías de América Latina, España e Italia. En la actualidad reside en Génova.