Colaboraciones

Benjamín Chávez: ‘Escribir es mi modo de habitar este mundo’. Entrevista de Petruvska Simne



La espera

En la terraza de la vieja casa
el abuelo seca sus huesos al sol.
La radio
relatando un partido de fútbol
da cuenta de las palabras
que le vieron crecer.
Piel de serpiente en plena muda
el idioma se descascara
cada tarde
cada muerte.
Benjamín Chávez

La infancia y la adolescencia del poeta Benjamín Chávez trascurrió entre música y amigos en las tierras altas de Bolivia, sobre el Altiplano andino a 3.735 metros sobre el nivel del mar, en Oruro, donde además del español, el quechua y el aimara son idiomas del habla cotidiana en la ciudad, donde está ocurriendo un fenómeno lingüístico inédito, como señala el lingüista peruano Rodolfo Cerrón-Palomino: “un caso único de reversión idiomática en el mundo andino: la revitalización del chipaya, hablado en las estepas de Oruro (Bolivia), el último dialecto sobreviviente de la familia lingüística prehispánica uro, originariamente de vasta difusión en el altiplano peruano-boliviano”.
Su abuela, su madre y sus dos hermanas conformaron su ámbito íntimo, ese soporte anímico y existencial que permite que el ser humano desarrolle con plenitud la esencia de su ser.
Los libros que leyó fueron los estrictamente necesarios para despertar su pasión poética y para dedicarse de lleno a la poesía como un camino definitivo en su andar por el mundo.
Martin Heidegger en su libro Arte y poesía señala que “la poesía no es un adorno que acompaña la existencia humana, ni sólo una pasajera exaltación ni un acaloramiento y diversión. La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por ello no es tampoco una manifestación de la cultura, y menos aún la mera «expresión» del «alma de la cultura»”.
Algo que entiende a cabalidad Benjamín Chávez, quien, a una edad en que muchos poetas comienzan a encontrar su camino, él ya había alcanzado la madurez y un lenguaje propio, con imágenes precisas.


Ya lo señaló el poeta, ensayista y crítico Edwin Guzmán Ortiz: “Benjamín trabaja sugerentemente su escritura, su poesía ostenta una fina vena vinculada al rigor clasicista pero, alternativamente, se enfrenta a decir el mundo de un modo renovado: acordes alusivos, paréntesis, acoplamientos, traslapamientos semánticos, reinvención de las formas, alquimia verbal, metonimia del asombro, tallando una poesía borboteante y culta, de cara a este tiempo. Su palabra nos transmite la experiencia del tránsito, el valor del encuentro, el albur de tejer lo memorable, también nos convoca a compartir el fuego de la contemplación y la revelación poéticas. Desde su palabra, Chávez nos transmite las resonancias del mundo, la inmersión extraterritorial que trasciende las fronteras. Errar, otra forma de habitar este mundo ancho y ajeno”.
Mientras que en el blog, Literatura en Bolivia, comentan: “En las páginas de El libro entre los árboles, que obtuvo el Premio del Concurso de Poesía Edmundo Camargo, ronda insistentemente un aire de viaje: periplos por territorios, geografías y paisajes muy diversos. En su recorrido por esos espacios, la mirada del poeta es una mirada que descubre y se asombra. Esas sensaciones, sin embargo, se expresan a través de una voz moderada por el gesto de la contemplación y por la necesidad de comprender. Ése es el tono que ha adquirido finalmente la poesía de Chávez. No es casual que su antología personal lleve por título, precisamente, Manual de contemplación (2008)”.
Benjamín Chávez, nació en Santa Cruz, Bolivia, en 1971. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía, 2006. Es director del suplemento cultural El Duende, director del Festival Internacional de Poesía de Bolivia, coeditor de la revista de literatura La Mariposa Mundial y miembro de la Academia Boliviana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española. Estudió Filosofía en la Universidad Mayor de San Andrés y tiene un diplomado en Gestión Cultural en la Universidad Nuestra Señora de La Paz.
Ha publicado los poemarios: Prehistorias del androide (Oruro, 1994); Con la misma tijera (Oruro, 1999); Santo sin devoción (La Paz, 2000); Y allá en lo alto un pedazo de cielo (La Paz, 2003); Extramuros (La Paz, 2004); Pequeña librería de viejo (La Paz, 2006); Las invasiones perdidas (La Paz, 2012); El libro entre los árboles (La Paz, 2013) y Para alguna vez cuando oscurece (La Paz, 2022).

Chavez con el poeta peruano Harold Alva.

Antologías de su obra poética: Manual de contemplación (La Paz, 2009); Arte menor (Monterrey, 2014); Cierta perspectiva de eternidad (Buenos Aires, 2018); Sueños ajenos (San Salvador, 2019); Poemas (Lima, 2020) y Decafonía (Alicante, 2021).
También ha publicado una novela: La indiferencia de los patos (La Paz, 2015), un libro de columnas periodístico-literarias: Los trabajos y los días (Oruro, 2017) y un libro de artículos sobre el Carnaval de Oruro: Hibridismos (Oruro, 2019).
Ha participado en festivales de poesía y otros eventos literarios en Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua, México, Cuba, Puerto Rico, España, Estonia, Alemania, Italia y Rumania. Poemas suyos forman parte de más de una treintena de antologías de América y Europa.
Obtuvo el Premio Edmundo Camargo de Poesía, 2013; Premio de Poesía Luis Mendizábal Santa Cruz, 1994 y, como parte de un equipo de 3 cronistas y 3 fotógrafos, recibió el Premio Mundial de Crónica Elizabeth Neuffer de las Naciones Unidas, 2011.
Actualmente es investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UMSA.

¿Cuál es el recuerdo más remoto que guarda de su infancia?

Quizás la noche en la que yo ya estaba en cama a punto de dormir en casa de mi abuela materna y llegó mi tío (hermano de mi mamá), después de un viaje a Buenos Aires y me entregó de regalo un auto de carreras de juguete, réplica del Ferrari rojo de Juan Manuel Fangio.

¿Dónde nació? ¿Qué característica siente que heredó de su padre?, ¿Qué aprendió de su madre? ¿de sus hermanos, si los tiene?

Nací en Santa Cruz, una ciudad muy cálida, tanto en la marca del termómetro, como en el carácter de la gente. Sin embargo, apenas un par de meses después me fui a vivir a Oruro, una pequeña ciudad del altiplano donde, por motivos de trabajo, residía mi familia materna. Allí viví hasta que me fui a La Paz para estudiar en la universidad. Por eso suelo decir que soy orureño neto, aunque no nato.
Nunca viví con mi padre, un beniano a quien vi en pocas ocasiones en la vida, aunque siempre mantuve una relación cordial hasta que falleció hace 3 años. Me crié con mi abuela materna (ella era de Santa Cruz), hasta los 5 años de edad y luego con mi madre (oriunda de La Paz), y mis dos hermanas de madre que nacieron en Oruro. Es de esa familia de la que aprendí lo que sé y a la que le debo lo que soy.

¿Cómo vivió la adolescencia, entre las dudas de una búsqueda para definirse o entre la alegría y la complicidad de sus amigos?

Tuve una adolescencia inundada de música, amigos y malas calificaciones escolares. Luego se unió la lectura. Fue luego de haber terminado el colegio que, precisamente gracias a la lectura, conocí la filosofía a la que en colegio no había dado importancia, y eso me llevó a estudiar filosofía en la universidad.

¿Cuáles fueron sus lecturas iniciales? ¿Le siguen gustando?

Identifico dos momentos iniciales de lectura. El primero, cuando siendo un niño leí -por exigencia de la profesora de literatura del colegio- una novela de Julio Verne: Miguel Strogoff. Quedé maravillado con ese autor y leí todo lo que pude conseguir de él. Ese enamoramiento me duró hasta que abandoné la lectura y la cambié por la música, específicamente el rock, tanto su escucha, como el intento -fallido- por interpretarlo. Ahí se cerró un primer ciclo de lectura que duró de mis 10 a mis 13 años. El segundo y definitivo momento sucedió en el invierno de 1989 (a mis 18 años), cuando ¿por puro azar? leí El libro de arena de Borges. Ese hecho me cambió la vida e hizo que me dedicara a la poesía. Hoy, Borges continua en el centro de mi universo literario y sus libros constituyen el corazón de mi bilioteca. Releo con mucho provecho e igual fascinación sus relatos, poemas y ensayos.

¿Cómo llegó a la poesía? ¿Qué o quién le motivó a escribir?

Comencé a escribir poemas -breves y malísimos- en 1990 o 1991. Para entonces y a partir del breve libro de cuentos de Borges que mencioné, había ido explorando otras lecturas, guiado por las sugerencias que abundan en su literatura. Quizá el primer libro de poesía que leí fue uno que encontré en la biblioteca de un tío mío, el Índice de la poesía boliviana del crítico Juan Quirós, en la primera edición de 1966 (luego publicó otra edición aumentada en 1983). En realidad, y en imitación a Borges, comencé escribiendo relatos breves. Habré hecho unos 3 o 4 y luego, en algún momento que no puedo precisar comencé a escribir poemas. Cuando hube reunidos una veintena de ellos se los mostré a un viejo y reconocido poeta y crítico quien me dijo que no valían nada y que mejor me dedicara a otra cosa. No quise o no pude seguir su sugerencia y seguí escribiendo.

¿Recuerda el primer poema que escribió? ¿Lo publicó?

Felizmente no lo recuerdo ni lo publiqué. Ese y muchos otros (quizá unos 10 o 15) se perdieron en el pozo del olvido. Un pozo profundizado por las mudanzas y ensanchado por esa costumbre (también ya olvidada) de escribir en hojas sueltas y generalmente pequeñas, como una hoja tamaño carta cortada en dos o en cuatro.

– ¿Cómo fue el proceso de publicar su primer libro? ¿Reunió los poemas que tenía escrito o escribió especialmente para ese libro? ¿Fue difícil encontrar la editorial?

Luego de tres o cuatro años de escribir poemas, reuní una docena y media de ellos -escritos en los últimos meses- y armé un libro. Lo presenté a un concurso y obtuve el primer lugar. El premio era la publicación del poemario. Así publiqué mi primer libro en 1994. El segundo libro, que publiqué cinco años después, lo hice yo mismo artesanalamente. Luego, ellos me abrieron las puertas de las editoriales.

Chavez con el honrureño Salvador Madrid y el peruano Sixto Sarmiento.

– ¿Podría señalar un poema o un poemario de los que ha escrito hasta ahora con el que esté realmente satisfecho?

Salvo mi primer poemario, que lo encuentro muy de principiante, estoy satisfecho, aunque con matices, con todos mis demás libros. Sucede también que cada que publico un nuevo poemario estoy plenamente satisfecho con ese y tiendo a considerarlo mejor que los anteriores.

¿Cómo vive el proceso de su escritura, toma apuntes, reescribe, o va directamente a la computadora a escribir de un tirón?

A estas alturas me ha pasado de todo. Poemas largamente trabajados en base a ideas y apuntes o poemas suegidos de pronto, acaso motivados por una imagen potente. Generalmente los escribo directamente en la computadora, aunque a veces, durante los viajes, los escribo a mano en pequeños cuadernos. Me gusta releerlos varias veces a lo largo de semanas, a veces durante meses, y así los voy puliendo.

¿Ha escrito sonetos o endecasílabos?

No, nunca lo he hecho, ni siquiera lo he intentado a pesar de que leo y admiro la rica tradición sonetista de nuestro idioma.


– ¿Es posible ganarse la vida escribiendo poesía?

No conozco personalmente a nadie que pueda ganarse la vida escribiendo poesía exclusivamente. Lo que suele hacerse es dedicarse a las letras en general, por decirlo así. Impartir talleres de escritura creativa, escribir reseñas en periódicos y revistas, editar antologías, oficiar de corrector de estilo, dar conferencias, participar de seminarios y encuentros, editar libros de otros autores, dedicarse a la docencia de literatura en colegios y universidades y cosas así.

¿Cuál poeta cree que ha definido con mayor profundidad a su ciudad, Santa Cruz?

Como dije, yo viví en Oruro en mis años formativos y allí conocí a varios poetas excelentes, varios de los cuales escribieron sobre esa ciudad con maestría: Héctor Borda Leaño, Milena Estrada, Alberto Guerra, Carlos Condarco, Edwin Guzmán, René Antezana, Eduardo Nogales, Eduardo Kunstek, Sergio Gareca.

– ¿Podría comentar ¿por qué, según su punto de vista, tienen tanto éxito y seguidores las redes sociales?

Creo que porque son el medio de comunicación más eficaz de nuestra época. Eso es lo positivo. Lo negativo, la adicción que propician.

– ¿Por qué escribe?

Por necesidad, porque es mi modo de habitar este mundo y porque en la escritura (y la lectura, claro) encontré el sentido de la existencia, de la mía, al menos.

Con el poeta peruano Alfredo P. Alencart, en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca

SEIS POEMAS DE BENJAMÍN CHÁVEZ

EXLIBRIS

Un amigo ―dueño de una imprenta― me ofrece
imprimir un lote de Exlibris.
Pequeños y a un solo color, me dice, porque no hay más presupuesto.
Un grabado a la manera antigua, pienso
que ilumine ―a la manera antigua
el exiguo sino de mis libros―.
Me enseña entonces, varias ilustraciones que, cree él, podrían gustarme
y me gustan claro, pero no me sirven.
Mandalas, complejas figuras geométricas que prestidigitan la visión
abstracciones varias de objetos concretos
soluciones caligramáticas o minimalistas
ecos de atmósferas orientales…
Mientras veo las opciones, me voy alejando hacia
otros ámbitos
otras referencias:
De hinojos,
la pesada espada al costado,
como un guerrero a los pies del sepulcro
de alguien amado o
bajo la mortecina luz de la claraboya de alabastro
me resigno a ser el que ha tenido sus batallas.
Por eso, creo, más justo, más cabal y ecuánime
sería la reproducción de un ambiente sobrio
con algún monje medieval ―pongamos por caso― que
aposentado en medio de su biblioteca ―magra o regia
tras una mesa de añejo roble
vasta en atriles, volúmenes abiertos y lupas
se dé a la tarea de leer y escribir (glosar apenas)
con trémulo cáñamo agobiado
las dos o tres sílabas que pudo
balbucear a lo largo de la vida
mientras un león recostado a los pies de la mesa
sueña con la arrebatada jungla y desdeña
toda disposición para el estudio.

EL APRENDIZ

Cada mañana el sol es testigo de mi fracaso
intento hacer lo que quiero y acabo
haciendo lo que no debo.

Soy el eterno discípulo que
el maestro ignora.
Observo en silencio, de lejos
el progreso de los otros y
a veces, cuando la suerte se distrae
entreveo la creación de una gran obra.

Por ganarme algo para el día
a menudo quedo empapado
en tintas y otras
marcas, aunque menos visibles, más duraderas.

En las noches vuelvo a soñar
con esa promesa surgida de lo hondo
y creo hacer una litografía digna.
Sonrío al contemplarla
y repito la fórmula de mis días:

Lápiz grueso sobre piedra pulida
es el rechazo natural entre el agua y el aceite
lo que termina por definir la estampa.

CAE LA NOCHE TROPICAL

En una mesa al borde de la carretera
espero que me sirvan la comida
(van y vienen ruidosas motos
cañones de luz escanean el asfalto, etc.)

Las estrellas han comenzado a encenderse
y es de clorofila la noche.
Menús en letreros de lata anuncian
trampas para el hambre.

Aquí́ y allá́ un constante parpadeo
―por la poca tensión eléctrica―
en empecinados comercios.

Así́ son estos escenarios
falsamente discretos
asiduamente usados
aparentemente limpios.

Muchachas en pantalones cortos
se pavonean por entre las mesas en penumbra
techos de palma y piso de tierra
sonríen, susurran
dicen “hola” con los labios
“acércate” con la mirada.

Llega la comida (aunque ya es lo de menos)
tras la fatigosa espera en un calor que no afloja y
filamentos de neón bordados en estrechos vestidos.

Otros bailan y ríen
¿Quién es quién a esta hora de la noche?

Chorrea la grasa del tuco
la camisa sudada y forastera
también come, también bebe, también baila
a manos llenas en la penumbra.

Al salir (van y vienen ruidosas motos, etc.)

AUTORRETRATO A LA LUZ DE UN CANDIL APAGADO

La humildad, dirá San Agustín, vence a la soberbia.
Caravaggio que hacia el 1600 pinta su
David, vencedor de Goliat
acaso ignora esos razonamientos.
Otros motivos más íntimos le desgarrarán la piel de lana y carne
pues al final, en el declinar de los rayos de la tarde
solo, vestido de pastor en el páramo
vuelve a enfrentarse con los recuerdos
(esa batalla que todos libramos a nuestro modo).
Toma entonces el papel que le asignó la vida y
bajo la luz que ya no es más que olvido
retrata, digno, su mellada grandeza
no en la lozana victoria de un rey
sino en la cicatriz última de gigante decapitado.

TRAMA

En el resuello del caballo
que husmea la tierra
sin llegar a tocar
el ápice más alto de la hierba
flota una brizna de aire caliente.

Me atañe ese trance
esa distancia brevísima
entre lo animal y lo vegetal
que define fugaz, en equilibrada frontera
el altar peciolado de lo alcanzable
antes de la aspiración crucial
o el definitivo descenso a la tierra.

REVERSO POSTAL

Soy un pasajero de vagón de segunda clase
y vuelvo a serlo cada vez que viajo
tirado por caballos
(los del tedio, la fatiga
diría si no sonara exagerado).
Parecen dos, tal vez tres
pero es uno
o quizás ninguno
porque a veces, la quietud existe
cuando una madre sentada junto a nosotros
da leche a su pequeño
y sacia toda ansiedad, todo movimiento.

Acaso eso sea todo:
tibieza y canción de cuna oída apenas
en medio de vías desiertas y paisajes olvidados
hasta el final
―por muy lejos que creamos haber llegado
como un susurro que adormece.

Petruvska Simne. Narradora y crítica literaria venezolana (Valencia, Carabobo, 1952). Ha trabajado como editora de la revista BCV Cultural y de las revistas Circunvalación del Sur, XI Festival de Teatro de Caracas y La Palabra Pintada, así como del suplemento cultural El Otro Cuerpo, del Ateneo de Caracas; la edición especial por el 61r aniversario del diario Últimas Noticias, y la mesa de redacción de El Diario de Caracas. Autora de la recopilación de crónicas Periodistas en su tinta (Alfadil, 2004), el libro de entrevistas Periodistas en la mira (Alfadil, 2004) y el libro de entrevistas a escritores ¿Por qué escriben los escritores? (Fundación para la Cultura Urbana, 2005).




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